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Pedro Sánchez se emociona en su renuncia, ¿real o fingido?

Pedro Sánchez renuncia a su acta de diputado. (Foto EFE)

Pedro Sánchez renuncia a su acta de diputado. (Foto EFE)

El hasta hace pocos días líder socialista ha comparecido en el Congreso de los Diputados para hacer pública su renuncia a su acta de diputado, horas antes de la sesión de investidura de Mariano Rajoy. (Pincha aquí para ver el vídeo) Su semblante era muy serio desde el inicio, se apreciaba claramente su preocupación y afectación emocional en el momento en el que realizaba las acciones protocolarias pertinentes para abandonar su puesto, antes de comparecer.

A continuación entra en la sala de prensa, sigue posando ante los medios serio, pesaroso y cabizbajo, no se esfuerza si quiera por disimular o sonreír de forma fingida y así poder enmascarar su aflicción. Comienza el discurso y la frase que elicita la emoción es: «cuán dolorosa es la decisión que tomo». Su mirada descendente, su exposición interrumpida, carraspeo, el silencio obligado, esos gestos automanipuladores: se frota la nariz y la boca (nerviosismo y tensión), los golpecitos en el atril, que intentan distraer lo que siente y darse fuerza para poder continuar, reflejan en su conjunto una tristeza real.

Todo ello se refuerza con la expresión facial que se puede apreciar cuando por fin levanta la cabeza, en la que hay una significativa tensión en los músculos de la mandíbula, en un intento de reprimir la verdadera emoción y unas cejas ligeramente elevadas de la parte central de la frente. Es cierto que no hay lágrimas, pero éstas no son condición sine qua non para manifestar tristeza o afectación emocional real.

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La lectura de labios y los gestos protagonistas del debate de investidura

Lo que no se dice, o lo que se dice creyendo inaudible, adquiere cada vez mayor relevancia en los debates políticos. Me declaro fan incondicional de los micrófonos cerrados y la lectura de labios, que revelan por ejemplo el «qué sinvergüenza» de Cospedal o el «vaya gilipollas» de Rivera. Realmente eso es lo que comunica la conducta no verbal, esos calificativos suelen ser coherentes o se sustituyen por expresiones faciales de asco, desprecio, o ira, mucha ira.

Estas expresiones faciales las podemos apreciar repetidamente en el rostro de ‘todos’, no se libra nadie. Muy significativa la ira de Rivera cuando ha hecho referencia a lo que ha denominado “viejas cañerías” que se seguirán manteniendo con el nuevo Gobierno. La agresividad de Iglesias, con su ya típico ceño fruncido, gestos elevados, y mucho puño cerrado, al hablar de corrupción, por ejemplo, pero también mientras abandona el pleno de investidura (junto a sus diputados) en señal de protesta contra Ana Pastor por no darle la palabra cuando creía que le correspondía el derecho a réplica.

Mariano Rajoy ha mostrado un lenguaje corporal comprometido e implicado con su mensaje, se ha evidenciado con su gestualidad de manos congruente con lo expuesto y por los golpes de voz marcados en aquello que consideraba más importante. Aunque la ira vuelve a aparecer, en ocasiones, su dedo acusador se manifiesta en sus momentos más agresivos. Hernando fue de menos a más, comenzó muy tenso, sobre todo al referirse a la abstención y al deber que su partido tenía para con los ciudadanos. Sus brazos estirados así lo demostraban. Según fue entrando en contenidos se relajó y se le ha visto muy implicado a nivel gestual con sus palabras, muy convencido de las mismas en las críticas a Rajoy.

Merecida mención también para Pedro Sánchez, que reaparece con atuendo informal; a veces se le veía muy ido, ausente y distraído. En los aplausos dirigidos para el ahora el representante del PSOE, en ocasiones, Hernando era interrumpido por los aplausos de su grupo, y Sánchez no solo no aplaudía, sino que incluso miraba hacia otro lado. Ahora bien, al concluir su intervención sí se ha levantado e hizo lo propio.

El punto de afecto positivo se lo lleva la formación de Unidos-Podemos, que se lo ha pasado genial con las ironías de Mariano Rajoy.

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*Fuente de referencia: martinovejero.com

Gana la comunicación no verbal de Albert Rivera en el segundo debate de investidura

Albert Rivera durante su intervención en el debate de investidura del líder socialista. (EFE/Zipi)

Albert Rivera durante su intervención en el debate de investidura del líder socialista. (EFE/Zipi)

El claro protagonista en el segundo debate de investidura fue sin duda el comportamiento no verbal, nos encontramos con constantes gestos de asentimiento o desaprobación que da buena cuenta de los acuerdos o no que existen entre partidos. Y si hay que que señalar a un representante político concreto, gana el lenguaje no verbal de Albert Rivera, que con su intervención rebajó la tensión creada momentos antes en el hemiciclo.

Y es curioso, porque normalmente él es una persona muy nerviosa y muy inestable emocionalmente, lo vimos muy descontrolado en los debates durante la campaña electoral. Pero en estas jornadas de investidura está muy relajado, su tono es conciliador, el discurso pausado y tranquilo, utiliza las pausas y los silencios adecuadamente, su corporalidad es natural y espontánea, repleta de gestos ilustradores de su mensaje que hacen que se perciba como creíble, sus palabras se transmiten producto de la convicción y la sinceridad. No ha entrado al trapo del tono bronco que había adquirido el debate hasta el momento, no hay agresividad en su actitud. Y sobre todo, y lo más importante para resultar triunfante en su intervención, es que aún teniendo ésta una duración considerable, no lee, esto es uno de los aspectos fundamentales para conectar con el espectador, la percepción que despierta en el observador será de seguridad, honestidad  y la sensación de que no habla para sí mismo, para brillar soltando un mensaje rimbombante sin más, sino que demuestra su afán por abrirse a una comunicación efectiva, crear conexiones, se esfuerza por convencer.

Pedro Sánchez, en la primera sesión de investidura estaba muy nervioso, denota la importancia de ese momento para él, estaba tenso, se balanceaba. En esta segunda jornada estaba mucho más tranquilo y sereno, aunque como es habitual sus gestos y ritmo del discurso resultan demasiado artificiales, están encorsetados y ensayados y como casi siempre peca de falta de naturalidad.

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