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La mente corrupta ¿Es posible evitar la corrupción? #psicología

Los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán y la exconsejera Martínez Aguayo imputados en el caso de los Ere falsos de la Junta de Andalucía. (Imagen de Archivo de 20 minutos)

Los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán y la exconsejera Martínez Aguayo imputados en el caso de los Ere falsos de la Junta de Andalucía. (Imagen de Archivo de 20 minutos)

Creo que hoy es el primer día desde que comencé el blog que me desvío un poquito del área de la comunicación no verbal más rigurosa, pero lo cierto es que cuando mi colega Sergio Colado, experto en neurociencia y director de la emprea Nechi Group, me planteó este tema me pareció apasionante. Hemos analizado aquí numeras comparecencias de políticos acusados de corrupción, como el de Rita Barberá o el ex ministro Soria. Ahora vamos a analizar la psicología del corrupto, qué mecanismos cerebrales se activan para llevar a cabo tal actitud deplorable, qué hay detrás de la corrupción y si es posible evitarla.

Vivimos tiempos de cambios en todo el mundo. Estamos en la era en la que descubrimos que el ser humano se corrompe con facilidad. Los altos cargos cometen actos de corrupción por todas partes. Y los niveles intermedios les secundan. El poder político, la banca, las grandes corporaciones, los empresarios… son corruptos. ¿No se libra ninguno?

Existen muchas definiciones de corrupción. “Acción y efecto de corromper o corromperse. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Así la define la Real Academia de la Lengua Española. A su vez, define corromper como “Sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”. Transparencia Internacional la define como “el abuso del poder encomendado para uso privado”. Finalmente, la definición que podemos encontrar como una de las más extendidas según google es “Pervertir o hacer que una persona o una cosa sea moralmente mala”.

A la vista de estas definiciones, podríamos englobar dentro de esta delimitación acciones de nuestra vida diaria, aunque es evidente que la connotación de la gravedad de cada una no es igual. Pero, ¿qué dice la ciencia sobre este tema? La corrupción no es exclusiva de la especie humana. De hecho, se han evidenciado conductas corruptas en chimpancés, abejas, hormigas y otros animales. La corrupción pasa por ser un acto que se desvía de la conducta determinada socialmente. Está claro que si, socialmente, aceptásemos la premisa de que el uso de nuestro poder justifica el beneficio no entenderíamos la corrupción de igual manera.

Según recientes estudios las personas son menos corruptas cuando saben que pueden ser observadas. Si no hay sanción social se pierde el mecanismo de premios y castigos y se naturaliza el delito. La neurociencia nos revela que una pequeña región del cerebro, llamada circunvolución frontal inferior izquierda, se activa en mayor medida cuando realizamos una acción corrupta. Por otro lado la corteza dorsolateral prefrontal parece ser el área responsable de controlar nuestros impulsos más automáticos de represión y honestidad.

Según la psicología cognitiva, podemos relacionar la corrupción con la denominada disonancia cognitiva, que trata de comprender qué hacen las personas cuando se enfrentan a una información que crea estados psicológicos conflictivos. Los individuos que experimentan disonancia cognitiva pretenden reducir sus sentimientos de incomodidad intentado conciliar sus creencias y sus comportamientos conflictivos. Las personas en conflicto pueden llegar a crear mecanismos de conclusión y confirmación distorsionados con el objetivo de obtener pruebas que apoyen su teoría de acción correcta, creándose lo que se denominan “sesgos confirmatorios”.

En consecuencia, no son conscientes de su comportamiento inadecuado. Entonces, cuando las personas en conflicto no son conscientes de ello, no resulta probable que las campañas de transparencia y de lucha anti corrupción puedan modificar su comportamiento. Por otro lado, de manera consciente, aquellos que aceptan el soborno establecen juicios morales de acuerdo con pautas cognitivas diferentes de quienes lo rechazan. Los que aceptan sobornos responden al esquema moral cognitivo del interés personal mediante el filtro del lucro propio, predominando la perspectiva de la ventaja personal y extendiendo la preocupación solo a los conocidos y cercanos.

El camino que lleva a la corrupción es una combinación de un entorno propicio, una oportunidad y un tipo de personalidad que, superando el temor a un posible castigo, antepone el beneficio individual al interés de los demás y al cumplimiento de la ley. Para que una persona se corrompa se necesitan factores como poder, dinero y oportunidad. Sin embargo, no todo el mundo que tiene la oportunidad de infringir la ley en beneficio propio lo hace.

Conclusión: Si no hay miedo a ser sancionado, el ser humano tiende a naturalizar el delito y la corrupción se vuelve una dinámica que incita a su propio sostenimiento. Ante esto hay dos caminos para corregir la corrupción, uno a corto plazo, relacionado con la creación de leyes anti-corrupción y una incentivación de las acciones honorables, y uno a largo plazo, centrado en la generación y promoción de valores empresariales a través de la formación y la educación. Una sociedad con libertad de elección con capacidad de competencia por valor y con confianza en las tomas de decisión es una sociedad más feliz y equilibrada.