Pacific Rim fue un pinchazo en taquilla hace un par de años. Una entretenida superproducción con monstruos procedentes de otra dimensión y robots gigantescos dándose tortazos que costó casi 170 millones de euros sólo en su producción, sin contar gastos de promoción, y que en taquilla a nivel mundial a duras penas superó los 360.
En nuestros cines ingresó poco más de 3 millones, y en Estados Unidos unos 90 —ni la mitad de lo que esperaba recaudar allí—. Sin embargo, logró recuperarse sobre todo en los mercados ruso, británico y mexicano; y en los asiáticos como Corea del Sur o Japón. Pero donde triunfó rotundamente fue en China, allí consiguió más de una cuarta parte del total de su recaudación.
Gracias a ello, la superproducción de Guillermo del Toro se escapó por los pelos de ser un rotundo fracaso, aunque los Oscar no le concedieran ni una nominación, ni siquiera por sus vistosos y aparatosos efectos visuales o de sonido. Pero el director mexicano vuelve a la carga, a su universo gótico de monstruos, fantasmas y criaturas deformes (más humanos que los mismos humanos) con La cumbre escarlata (Crimson Peak), recorrida por un hálito de misterio y romanticismo a lo Jane Eyre.