«Es un mundo extraño». 30 años de ‘Terciopelo azul’

Terciopelo azul

Isabella Rossellini en ‘Terciopelo azul’

La música elegante, evocadora y sinuosa de Angelo Badalamenti mece una tela de terciopelo azul a modo de cortina. Es la primera imagen, y sonido, del cuarto largometraje de David Lynch. Son los títulos de crédito y pronto darán paso a escenas idílicas de una (ficticia) población norteamericana llamada Lumberton: unas preciosas rosas rojas contrastando con un cielo muy azul, bomberos que saludan amablemente a su paso o colegiales cruzando libres de temor un paso de peatones, hasta llegar a un hombre que está regando tranquilamente el jardín de su casa. Todo de postal.

No transcurrirá mucho más tiempo para revelarnos que junto a ese remanso de paz convive algo oscuro, siniestro y repulsivo (quizá tan asqueroso como fascinante). El hombre que riega el jardín sufre un repentino ataque al corazón, un perro se acerca y aprovecha para beber del chorro de la desbocada manguera, sin dueño que la sujete, un bebé andando solo y desorientado cerca y allí mismo, a unos pocos palmos del cuerpo caído, la cámara nos acerca hasta ese submundo escondido mostrándonos centenares de hormigas inmersas en la frenética actividad de su propio otro cosmos.

Terciopelo azul 1986

( ©Fox )

Un 19 de septiembre de hace 30 años se estrenaba en Estados Unidos, en un número limitado de salas, Terciopelo azul (Blue Velvet). Aquí llegaría pocos días después al Festival de San Sebastián y luego al de Sitges. En el certamen donostiarra su proyección provocó un auténtico revuelo, de rechazo y de admiración, en el de la costa catalana no fue menos, los cronistas se dividían entre los que les parecía una chaladura, una tomadura de pelo mayúscula, y los incondicionales que veían en ella una obra maestra sin paliativos. Las reacciones serían las mismas cuando llegó a los cines, en noviembre, provocando carcajadas y más de una deserción entre los espectadores.

No había término medio. Y no era para menos. La historia de un estudiante universitario aburrido y aficionado a los misterios, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), en una bucólica localidad casi intemporal, cruce de la Norteamérica perfecta de los cincuenta y de esos ochenta, se asemejaba a la de un sofisticado melodrama romántico juvenil con tintes de intriga. Pero el tono se rompía drásticamente cuando Jeffrey decidía introducirse en el apartamento de la cantante Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) y, encerrado en el armario ropero para evitar ser descubierto, su curiosidad y voyeurismo (la del mismo espectador) le llevaba a descubrir ese otro mundo oculto, putrefacto y raro que habitaba junto a los modélicos conciudadanos de Lumberton. La cosa se desmadraba cuando entraba en escena un tal Frank Booth (Dennis Hopper), mafioso psicópata con tendencias sexuales muy peculiares y profiriendo un vocabulario generoso en palabrotas, inhalando oxígeno de una máscara antes de ponerse a cien. O el ver deambular desnuda en algunas escenas al personaje de Isabella Rossellini podía resultar tan erótico como tremendamente ridículo. ¿Risas o aplausos?

La sensación de perplejidad proseguía con gangsters y delincuentes imprevisibles, violentos y bastante idos de la olla. Frank y sus amiguitos eran del tipo de desaprensivos que no se conformaban simplemente eliminando a sus presas sino que les gustaba ensañarse con ellas, atormentándolas poco a poco, juguetes a los que se les arrancaba la vida a trocitos. Y, sin embargo, la música de Angelo Badalmenti seguía allí, impregnando sus imágenes de belleza. El contraste con la banda sonora se potenciaba comprobando como a Frank Booth se le caía una lagrimita de emoción al escuchar Blue Velvet de Bobby Vinton cantada por Dorothy; o como a otro tipo poco de fiar y rarito, Ben (Dean Stockwell), exhibía su sensibilidad intepretando In Dreams de Roy Orbison (en play back de cassette). Mientras, el bueno de Jeffrey se debatía entre la angelical y muy rubia Sandy (Laura Dern), la hija de un detective de la policía; y la morena Dorothy Vallens, una madre desvalida atrapada en un mundo negro y que ya solo parecía sentir placer en el dolor.

Terciopelo azul 1986

( ©Fox )

Después de Terciopelo azul el cine no volvió a ser lo mismo. O al menos perdió un poquito más su inocencia. La propuesta de Lynch poseía el don escaso de cambiar la mirada del espectador, de agitar y remover conceptos. El cine y la televisión han mostrado en estas tres décadas esto y mucho más, en cuanto a personajes y situaciones extremas, complejas, excéntricas y chocantes. Pero Terciopelo azul todavía conserva, insuperable, sus cualidades maestras incluso en la misma sencilla decoración e iluminación, de azulados y rojizos, del apartamento de Dorothy, que es una genialidad. Y también en el detalle de esa la oreja, la oreja cercenada y putrefacta llena de hormigas que Jeffrey halla en el inicio, entre la hierba, y que será el detonante de toda la trama.

Cine neo-noir, drama, misterio o terror. Fuera como fuera, Lynch había aunado la pretendida realidad y lo coherente y cabal con los mundos más oscuros e inescrutables, y lo hizo con una atmosfera turbia y más propia de los mismos sueños o pesadillas. Lo bello y lo grotesco, lo bueno y lo perverso, lo animal y lo humano conviviendo en el mismo sitio o dentro de la misma alma. ¿Por qué hay personas como Frank Booth? ¿Por qué las hormigas profanan ese trozo de carne muerta? ¿Por qué los adorables jilgueros comen gusanos vivos, sin piedad, aunque se retuerzan en su pico? Lynch lo resumiría en el que sería el leiv motiv de Terciopelo azul: «Es un mundo extraño». Y las cortinas estaban al fondo, a punto para abrirse el telón y arrastranos, para quien así lo deseara, a una experiencia hipnótica y fascinante hacia… el otro lugar. Sí. Después llegarían Corazón salvaje, Twin Peaks, Carretera perdida, Mulholland Drive o Inland Empire.

 

1 comentario

  1. Dice ser julio

    UNA DE LAS PEORES PELÍCULAS DE LA HISTORIA

    20 septiembre 2016 | 00:30

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