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Diez razones para creer que Mars One era posible, y una para creer que ya no lo es

Siempre he creído que Mars One podía hacer lo que asegura que quiere hacer, siendo consciente de que soy uno de los escasos satélites del planeta Ciencia que así lo creen. Tanto lo he creído que, de hecho, escribí una novela sobre el proyecto de Mars One antes de que existiera nada llamado Mars One ni su proyecto. Si bien, como es de esperar en una novela, en la mía no todo acaba funcionando según lo esperado; al contrario de lo que suele decirse sobre la necesidad de que la ficción tenga un sentido del que la realidad carece, mi escuela es más bien la de la ficción como exploración de las posibilidades que la realidad suele dejar pasar de largo.

Me he ocupado de condensar aquí mis razones para creer que la empresa es viable:

  1. Recreación artística del proyecto Mars One. Imagen de mars-one.com.

    Recreación artística del proyecto Mars One. Imagen de mars-one.com.

    La colonización de Marte no presenta ningún problema teórico irresoluble (como sí existe, por ejemplo, para los viajes interestelares), sino solo retos tecnológicos. En cuanto a estos, no se requiere ningún avance científico revolucionario y genial, sino solo tecnología incremental.

  2. De hecho, de toda la tecnología necesaria para hacer realidad el proyecto, es más la que ya existe que la que aún falta por desarrollar. Es más: si se hubiera mantenido el nivel de inversión de los tiempos de la carrera espacial, toda la tecnología requerida ya estaría disponible.
  3. Los mayores retos tecnológicos que aún deben superarse conciernen a la biología de los colonizadores, y se resumen en una palabra: homeostasis. O en tres: respirar, comer y beber. Es imposible transportar alimentos y agua para dos años, pero Marte posee todos los elementos imprescindibles para la vida en cantidades suficientes, aunque en formas no inmediatamente aprovechables para nosotros. En Marte hay agua (y, por tanto, oxígeno e hidrógeno), carbono, nitrógeno, fósforo, azufre, cloro, calcio, magnesio, sodio, potasio, e incluso la mayoría de los oligoelementos biológicos como manganeso, hierro, níquel, cromo, cinc, cobre, bromo, molibdeno… Ahora que ya tenemos constancia de casi 2.000 planetas, Marte es, después de la Tierra, casi lo más parecido a un planeta habitable que podríamos soñar.
  4. Son pocos los nutrientes esenciales que deberían llevarse desde casa, y no supondrían un aumento gravoso de la carga útil. Esto permitiría concentrar el peso en los suministros precisos que no pueden derivarse in situ, como los medicamentos y los elementos iniciadores para crear un ecosistema autosostenible.
  5. Los desafíos tecnológicos adicionales, como la protección contra la radiación, la generación de energía, la transformación química de los elementos en compuestos aprovechables, o la creación de un ecosistema cerrado autosuficiente, son una vez más cuestión de desarrollo tecnológico. El uso y la explotación de los recursos marcianos para el sostenimiento de una colonia viable fue ampliamente estudiado y documentado por el ingeniero aeroespacial Robert Zubrin en su libro Alegato a Marte (The case for Mars). Y todo esto solo depende de…
  6. Dinero. La obtención de la tecnología necesaria es cuestión de dinero, y este es un recurso muy abundante en el planeta Tierra. Solo es necesario lograr que cambie de manos.
  7. Para conseguir esto último, la idea del reality show es idónea, y nadie mejor para ello que la holandesa Endemol, creadora del atroz pero astronómicamente rentable Gran Hermano. Como ya conté aquí, un artículo publicado en 2010 en la revista World Policy Journal revelaba que entre 2006 y 2008 el formato Gran Hermano generó en todo el mundo unos ingresos de 12.300 millones de dólares, una cifra que triplica el presupuesto de la NASA para exploración espacial en 2014. Mars One anuncia un presupuesto de 6.000 millones de dólares para enviar a los cuatro primeros colonos. Aunque sea el doble, o el triple.
  8. Quienes aseguran que el proyecto es inviable, lo que incluye a la comunidad científica en general y la mayoría de sus adláteres, inevitablemente evalúan el proyecto de Mars One tomando como regla de medida los de las agencias espaciales. Sin embargo, el concepto es radicalmente diferente; ya insinué algo de ello en un post anterior, pero el modelo para lograr algo como lo que propone Mars One debe ser completamente nuevo de principio a fin (más detalles en mi libro). Compararlo con la visión de la NASA es como analizar la viabilidad del transporte aéreo low cost tomando como patrón el sector de los jets de lujo. ¿Alguien habría creído a principios de los 90 del siglo pasado que hoy se podría comprar un billete de avión a Londres por seis euros?
  9. Supongamos que surgen problemas, lo cual es muy concebible. Si yo fuera Bas Lansdorp, el responsable de todo esto, me haría el siguiente cálculo: si los primeros colonos llegan a despegar sin que lo paralice una orden judicial (algo que podría suceder), una vez que hayan abandonado la atmósfera terrestre se acaban las jurisdicciones legales e incluso morales. Entonces Mars One deja de ser un proyecto de una organización privada para convertirse en una responsabilidad (o llámese marrón, si se quiere) que concierne a todas las potencias espaciales. Si la colonia resulta insostenible, nadie va a responder con un «así se pudran». El de Lansdorp no es un salto sin red, aunque la red no la pagaría él, y quienes la pagarían aún no lo saben.
  10. Y al final, mi error al haberlo creído posible siempre sería menos memorable y comprometedor que el de quienes aseguraban que nunca podría hacerse. Un poco cínico, lo sé. Pero así ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia. Estaría tan dispuesto a comerme mis palabras físicamente y públicamente como a recordar que fui (casi) el único que creyó en ello.

La cuestión es que siempre lo he creído posible… hasta ahora.

Bas Lansdorp, cofundador y CEO de Mars One. Imagen de Joe Arrigo / Wikipedia / CC.

Bas Lansdorp, cofundador y CEO de Mars One. Imagen de Joe Arrigo / Wikipedia / CC.

Esta semana, la web del periódico británico Daily Mail informaba de que Mars One y Endemol han roto relaciones, al parecer debido a la imposibilidad de llegar a un acuerdo en los detalles del contrato. El diario conservador, que se ha destacado por su oposición al proyecto, aportaba fuentes de ambas partes, incluyendo al propio Lansdorp; aunque, hasta donde sé, ninguna de las dos compañías lo ha ratificado por otras vías. En su día, Mars One sí informó en su web del acuerdo con Endemol.

Si se confirma la noticia y el reality ya no es una realidad, tampoco creo que llegue a serlo el proyecto. Siempre según el Mail, Lansdorp señaló que la idea de que la mayor parte de la financiación de Mars One procedería del reality era un «gran malentendido», y que el principal caudal de fondos será la inversión privada de capital riesgo. Curiosamente, de haber un malentendido, fue el propio responsable del proyecto quien lo ocasionó; en una conferencia de prensa celebrada hace dos años en Nueva York, Lansdorp hablaba de los ingresos televisivos en términos épicos y estratosféricos. Y no imagino qué socios privados estarían dispuestos a cubrir una inversión de extremo riesgo superior a los 6.000 millones de dólares.

El reality era, y es, clave. No se trata simplemente de un programa televisivo, sino de aprovechar el inmenso poder de la televisión e internet como plataformas de marketing alrededor de una experiencia humana jamás vista en la historia del planeta. La oportunidad es inigualable, y el potencial es casi infinito. No creo que actualmente nadie en España pueda dudar de que el uso inteligente de los medios audiovisuales es capaz incluso de llegar a romper un equilibrio político que ha permanecido inmutable durante décadas. Todos somos sus esclavos, sus presas o sus víctimas. Todos nos dejamos manipular, y a cambio acrecentamos su supremacía como máquina de hacer dinero. A quien discrepe de esta visión, o la califique de nihilista, le invito a recordar que ayer el asunto global que más interesó a la humanidad entera fue la apasionada discusión sobre si un vestido era blanco o azul. Es esa humanidad.

Tal vez alguien objete que el público es refractario a la imposición de intereses, y que casos como el del vestido surgen de forma espontánea. La cuestión es que dentro de una semana nadie se acordará del vestido, pero en cambio todo el mundo continuará bebiendo Coca-Cola, un refresco que nadie rechaza a pesar de ser comercializado por una compañía que guarda suficientes esqueletos en el armario como para igualar en reputación a Monsanto, la multinacional de cultivos transgénicos que probablemente representa el epítome de empresa aborrecida por muchos. Todo es cuestión de comunicación. En mi novela, la primera fotografía que confirma la presencia indiscutible de restos fósiles en Marte lleva el patrocinio de Coca-Cola, mostrado a través de un logotipo en la carrocería del robot que realiza el hallazgo. ¿Cuántas empresas rechazarían semejante publicidad? Pero ¿cuántas podrían pagarla?

Otra objeción podría ser que Mars One concita serios rechazos, tantos o más que adhesiones. Las actitudes frente al proyecto pueden agruparse en cuatro tendencias: los entusiastas, los detractores, los indiferentes y los que aún no lo conocen. Este último grupo va reduciéndose con cada nuevo paso de la iniciativa y su difusión pública. ¿Quién no ha oído hablar ya de los dos españoles que viajarán a Marte? En mi novela, el personaje que equivale a Lansdorp, Sam Waitiki, escogía astutamente a sus candidatos para asegurarse de cubrir todo el espectro global de culturas, etnias y civilizaciones, y seleccionaba su simbología e imagen de marca para representar la universalidad. En el caso real, los medios generalistas de todo el mundo han pregonado, perfilado y entrevistado a sus candidatos locales, generalmente con una visión (tal vez demasiado) acrítica sobre el proyecto.

A medida que aumenta el conocimiento público sobre Mars One, el cuarto grupo va menguando al tiempo que crecen los tres primeros. Y de estos, solo los indiferentes dejarán de contribuir a la campaña publicitaria de Mars One. En mi novela, Sam Waitiki procura ocuparse de que los indiferentes sean una minoría; prefiere el odio, porque el odio es rentable, y a los detractores los anzola con más argumentos para manifestarse pública y enérgicamente en contra del proyecto. Todos aquellos que critican su inviabilidad, o que vituperan la frivolidad que supone el gigantesco gasto en una quimera espacial muy alejada de los problemas de la Tierra, generan tráfico de internet, visitas a páginas web y, nuevamente, más publicidad; más dinero.

Al parecer, Lansdorp declaró al Mail Online que en lugar del reality se producirá un documental. Me sorprendería que este fuera el final de la historia. Porque de ser así, no me sorprendería que este fuera el final de toda la historia.

(No solo) vengo a hablar de mi libro: Galatea, Tulipanes de Marte y el 2014 que termina

Al contrario que otros blogs de esta casa, el mío no fue reclutado debido a su éxito previo en otra plataforma, sino que nació aquí, en las páginas digitales de 20 Minutos. Cuando en febrero de este año se me encargó crear una bitácora de ciencia, aún no tenía título. Entre las opciones que barajábamos, los responsables de este diario me sugirieron una: Ciencias Puras. Y esto me sirvió en bandeja la oportunidad para elegir la cabecera que realmente se ajustaba más a lo que pretendía hacer aquí: Ciencias Mixtas.

Ciencias Mixtas es una manera de manifestar que la consabida frontera entre ciencias y letras, el «yo soy de ciencias» o «yo soy de letras», la hiperespecialización educativa de los adolescentes cuando aún están demasiado ocupados descubriendo su propio equipamiento de serie, es uno de los grandes males del conocimiento actual. Los científicos y los tecnólogos son hoy quienes mantienen esta roca mojada en rotación, quienes permiten que podamos comunicarnos, curarnos, viajar, trabajar o comer. Pero quienes nos gobiernan son juristas y literati, incluso tal vez eruditos (pocos, sí), aunque sin la menor estructuración científica de la mente. El gran Carl Sagan ya hizo notar en su día esta peligrosa paradoja.

A pesar de lo que a veces me achaca un fiel comentarista de este blog, él ya sabe quién, no soy un cientificista puro, sino, como mucho, un cientificista mixto. Mi intención con este blog es llevar las bases del conocimiento científico también a aquellos que se consideran de letras, tal vez porque son víctimas de un sistema educativo que les obligó a elegir desde su más tierna juventud. Durante este primer año de Ciencias Mixtas, he tenido la satisfacción de recibir comentarios de quienes dijeron haber entendido mis artículos y los principios científicos que en ellos se planteaban sin haber recibido formación específica, lo cual es una enorme satisfacción para mí. Claro que también hubo algún «no he entendido absolutamente nada de tu artículo». Lo siento; intentaré hacerlo mejor en 2015.

Pero Ciencias Mixtas también significa otra cosa, y es buscar el lugar de encuentro entre ciencias y humanidades. El lugar donde este blog se encuentra más a gusto es la orilla en la que confluyen dos mundos, biología y literatura, o física e historia, o neurociencias y música. Pienso que hay que trabajar mucho en la disolución de esa frontera para que los seres terrestres le pierdan miedo al agua, y los acuáticos se animen a dar un paseo por tierra firme. Y aquí estamos. Por lo que creo saber, parece que de momento mis jefes no me despedirán, así que en estos tiempos navideños de recapitulación y planificación quiero agradecer a lectores y visitantes de este blog el apoyo que prestan con sus visitas y comentarios.

L342110.jpgEs en ese terreno de las Ciencias Mixtas donde quiero aprovechar este último post del año para hablar de dos libros. Y sí, uno es mío, espero que me disculpen. En realidad, antes de Tulipanes de Marte (Plaza & Janés) no había escrito ninguna novela sobre un tema científico ni tenía intención de hacerlo; tal vez porque en el recreo uno busca algo diferente a lo que ya hace en clase, pero también porque no soy estrictamente un adicto a la ciencia-ficción. Creo haber leído los principales clásicos del género, pero suelen interesarme más las utopías y distopías que la prospectiva tecnológica.

Tulipanes de Marte nació porque coincidieron en mis manos dos historias reales irresistibles, la del tipo que proponía una colonización de Marte a fondo perdido y en solitario, y la del que se ofrecía para llevarlo a cabo. Los reportajes periodísticos que escribí se me quedaron cortos: aquello merecía una novela, pero más por el factor humano que por el científico. Tulipanes contiene elementos de ciencia-ficción, pero no es una novela de género, sino una historia sobre el devenir de una serie de personajes obligados por las circunstancias a pisar el primer peldaño de la escalera hacia otro mundo. Y sobre todo ello flota la última incógnita que en el fondo nos empuja a mirar hacia las estrellas. Más allá de si somos científicos, humanistas o mixtos, a todos nos cosquillea la duda sobre si hay alguien más que nosotros en el universo. No tanto algo, sino alguien. Y de eso trata, en el fondo, Tulipanes: de si estamos solos o no en un vacío cósmico que puede ser el del espacio, pero también el de nuestra propia existencia.

Curiosamente, una novela de tema marciano inspirará uno de los grandes estrenos cinematográficos de 2015: The Martian, de Ridley Scott. Por lo que sé, The Martian y Tulipanes de Marte son bastante diferentes en sus mimbres; para empezar, la primera se desarrolla en Marte, mientras que Tulipanes tiene la Tierra como escenario principal. Y por supuesto, otra diferencia es que yo no he conseguido que Ridley Scott me lleve un libro al cine… Pero será interesante comprobar si The Martian logra estimular el interés por la exploración espacial tripulada y reavivar ese eterno cosquilleo del ser humano por llegar más allá, que hoy permanece latente en una sociedad anestesiada por otros asuntos más urgentes, pero también por una insoportable colección de naderías.

galatea_melisa_tuyaPero si lo que buscan para comprar y regalar en estas fiestas es ciencia-ficción pura y de calidad, aquí tienen Galatea (Lapsus Calami), la primera novela de Melisa Tuya. No la traigo aquí porque conozco a la autora, que la conozco. Ni porque es amiga, que lo es. Ni porque me ha recaído el honor de escribir una recomendación en la contraportada, que también. Si les hablaba de los clásicos de la ciencia-ficción, Galatea ha nacido ganándose el privilegio de figurar como uno de los catones del género, una instrucción en lo que busca el ser humano cuando se acerca a las obras que hacen el esfuerzo de reflexionar sobre lo que nos aguarda al fondo del camino por el que estamos transitando.

Galatea es una condensación de nuestras esperanzas y temores sobre el futuro a través de la narración de una aventura colonizadora que termina en desastre cuando estallan las costuras de un modelo de sociedad artificialmente perfecto. Selección genética, parejas planificadas, destinos escritos desde la cuna, un sistema de castas asistido por robots y un mundo burbuja; todo ello salta por los aires cuando se desencadena una rebelión tan inesperada como irremisible. En la inspiración de la autora encontramos referencias a GATTACA y Un mundo feliz, a Nosotros y 1984. Pero el maquillaje de ese rostro impecable queda arrasado cuando se rompe la muralla que separa a humanos y máquinas, y no lo hace solo en un sentido, sino en ambos. Porque Galatea transgrede el tópico de la humanidad de la bestia para mostrarnos la bestialidad del humano en toda su crudeza.

Es cierto que en la novela hay un Gólem, un ser subrogado a cuyas manos se despliega una escena de muerte y destrucción que personalmente me evocó el terror oscuro de la Tercera Expedición de Crónicas Marcianas. Pero el verdadero monstruo no es el robot. La protagonista principal de Galatea es una antiheroína que no persigue el bien común ni la liberación de las masas oprimidas. No es el buen salvaje de Rousseau (o de Huxley), sino el Winston de Orwell llevado al límite de su humanidad, alienado, confuso y emocionalmente perturbado, en cuyas manos llega a concentrarse un poder sobre la vida y la muerte que ejercerá sin escrúpulos capaces de coartar sus ambiciones. En este Nerón femenino de Tuya no hay pretensiones de redención moralista; Ella, cuyo nombre nunca llegamos a conocer, es una moderna Emma Bovary que se precipita hacia el callejón sin salida que ella misma ha elegido, una Scarlett O’Hara futurista que no dudará en envilecerse hasta el extremo para conservar el dominio de su Tara espacial. Créanme, la odiarán tanto como la amarán, porque también hay algo de ella en cada uno de nosotros.

Que disfruten de la lectura. Gracias y Feliz Navidad.

Equipaje para viajar a Marte: dinero, tecnología y cojones

En este último post antes de las vacaciones de verano, voy a referirme al mayor de los grandes anhelos del futurismo vigesimista o vigesímico (pido a la RAE que acuñe ya un adjetivo para referirnos al siglo XX, al estilo de decimonónico para el XIX o dieciochesco para el XVIII, ya que novecentista solo se aplica al primer tercio). A menudo me preguntan si «me creo» lo de Mars One, el proyecto de asentamiento permanente en Marte promovido por una organización holandesa y en el que participan varios españoles aspirantes a convertirse en 2024 en los primeros marcianos. Siempre respondo que sí, que desde luego. Claro que si a continuación me preguntan si creo que Bas Lansdorp, el responsable de todo esto, tiene ahora en sus manos los recursos financieros y tecnológicos necesarios, no solo para culminar con éxito un viaje a Marte, sino para establecer allí una colonia autosuficiente viable, mi respuesta es que podré ser crédulo, pero no imbécil.

Esta aparente contradicción tiene una explicación clara. Soy un posmoderno renegado. Me crié pinchando el God save the Queen de los Sex Pistols («no future«) hasta casi traspasar los surcos del vinilo con la aguja. Después, crecí. Luego, tuve hijos. Ya he contado aquí que la posmodernidad mató las utopías. Uno y otro día leo en los comentarios de este blog cómo el nihilismo y la distopía han triunfado en esta pobre roca mojada que hemos heredado. Pero como mi naturaleza es la de nadar a contracorriente, me rebelo. Lo que sucede en el mundo no es solo culpa de los demás. Y aunque mi posibilidad de participación en arreglar un poco todo esto es muy limitada, y por tanto difícilmente estoy en posición de dejar a mis hijos algo mucho mejor de lo que yo he recibido, hay algo que sí puedo legarles: la visión del futuro que a mí me fue dada, mucho más brillante que la que hoy impera.

Es por esto (con independencia de otras consideraciones sobre progreso social y demás, pero este es un blog de ciencia y a ello me ciño) que me creo lo de Mars One. En resumen: me lo creo porque me da la gana. Porque quiero que sea posible; porque hay mucho universo por recorrer, y quisiera llegar a ver cómo se da el primer paso. Pero mi postura es algo más que un desiderátum. También me lo creo porque, hoy en día, si alguien puede reunir los recursos financieros para costear tan ingente e incierta aventura, no es un sistema público sostenido por los contribuyentes, sino una compañía privada que sepa ordeñar la gigantesca teta (todo lo que un día es burbuja pinchada antes fue teta turgente) tecnológica de internet, televisión, móviles y redes sociales; teta que TODOS (incluso este animal de sabana) estamos engordando a diario y a gusto con una buena parte de nuestros magros sueldos, ahorros, pensiones y subsidios.

Me explico: este mes, Mars One ha firmado un acuerdo con la productora de televisión Darlow Smithson Productions (DSP) para transmitir a todo el mundo el proceso de selección y entrenamiento de los candidatos a martenautas. Valga el dato de que DSP, que según dicen se especializa en la producción de documentales, docudramas y series de calidad (no soy gran televidente, por lo que no puedo hablar con conocimiento ni citar títulos que me resulten familiares), es propiedad de la holandesa Endemol, conocida por su producto estrella: Big Brother, Gran Hermano. Aunque a Juanjo Díaz Guerra, amigo y candidato de Mars One, le horroriza oír hablar del Gran Hermano Marciano, es obvio que esta es la manera de hacer real el proyecto. Según un artículo publicado en 2010 en la revista World Policy Journal, «la Asociación de Protección y Reconocimiento de Formatos (FRAPA) estima que los programas de televisión como Gran Hermano generaron unos ingresos de 12.300 millones de dólares en todo el mundo de 2006 a 2008″. Como comparación, el presupuesto total de la NASA para 2014 es de 17.646 millones de dólares, de los cuales solo 4.113 están dedicados a exploración espacial y 3.776 a las operaciones actuales en el espacio. ¿Quién tiene el dinero para viajar a Marte?

¿Y la tecnología? La tecnología es solo dinero reconvertido. Mars One no es una compañía aeroespacial. Pero existe por ahí un buen número de corporaciones y agencias espaciales que disponen del conocimiento científico y el fondo tecnológico necesarios para preparar una misión como la propuesta, y que lo harán encantadas a cambio de jugosos contratos. Una de ellas, SpaceX, fundada por el creador de PayPal Elon Musk, ha pasado en 12 años de no existir a enviar los primeros cohetes de carga privados a la Estación Espacial Internacional (ISS). Ya dispone de dos modelos de cohetes, una cápsula espacial para siete tripulantes, y está desarrollando un nuevo lanzador pesado capaz de llegar a Marte. Si se dibujaran los progresos espaciales de SpaceX en una curva temporal, seguramente solo podríamos encontrar un parangón de crecimiento tan espectacular en los gloriosos tiempos de la carrera espacial entre EE. UU. y la antigua URSS.

Por último, queda un tercer factor, más sutil y menos cuantificable. Y siguiendo aquello de le mot juste de Flaubert, Pound y Hemingway, en este caso la palabra justa no es otra sino cojones. Cojones, los de Mars One para arrostrar el tsunami de vituperios que apenas aún ha comenzado a levantarse, especialmente los cainitas, los de la propia comunidad científica aeroespacial, muchas veces teñidos de ese puritanismo moral tan, tan, tan posmoderno. Cojones, los que la compañía deberá abrillantarse y sacar a relucir en público si la misión se tuerce y alguno de los tripulantes muere. Y cómo no, cojones, los de los hombres y mujeres (los cojones, en muchos casos, son más femeninos que masculinos) que sean finalmente seleccionados para una empresa en la que bien podrían morir. Y así debe ser. No que mueran. Sino que puedan morir.

Aclaro esto último: no se trata de contemplar la misión de Mars One (próximamente en sus pantallas, se supone que en Telecinco, la cadena líder de Mediaset, copropietaria de Endemol) como los romanos acudían al circo a ver si algún gladiador la diñaba. Pero el proyecto de Mars One solo será posible si sus participantes aceptan que serán gladiadores fajándose contra temibles fieras letales, y no cruceristas de un Royal Caribbean espacial ni residentes de la versión extraterrestre de Marina d’Or. Corre por ahí la idea de que actualmente las misiones espaciales tripuladas, que hoy tienen como destino la ISS en el cien por cien de los casos, se mueven en un nivel de seguridad comparable al de cualquier vuelo comercial. Yo creo que no es así. No hace falta ser un experto en tecnología aeronáutica y aeroespacial para colegir que difícilmente una aeronave de línea es sometida a revisiones tan concienzudas y exhaustivas antes de cada vuelo como los antiguos shuttle estadounidenses o las Soyuz rusas. Y tampoco los pasajeros de los aviones disfrutamos de tantas capas de sistemas redundantes (¿soy el único a quien le parece aberrante que nunca volemos con derecho a paracaídas, y que en su lugar debamos conformarnos con un chaleco inflable magníficamente equipado con bombilla y pito?).

Se trata de que, a pesar de toda la ciencia valiosa que indudablemente se hace a bordo de la ISS, ¿qué es lo que finalmente llega al público como única ventana hacia la última frontera de la humanidad? Lo pudimos ver recientemente: con motivo de la inauguración del Mundial de fútbol, no hubo cadena que se resistiera a emitir aquellas imágenes de los astronautas de la ISS haciendo el gilí con un balón. La imagen pública de la ISS ha quedado reducida a una sempiterna visión de tipos ya talludos haciendo el ganso mientras flotan. Y es que la actividad a bordo de la ISS resulta hoy tan interesante para el público como curiosear en la oficina de una notaría. No culpo de ello a los astronautas, sino a las agencias que los envían. La NASA ha desvelado recientemente su nuevo diseño para el prototipo de un traje espacial apto para Marte, el Z-2 (que, por otra parte, nos convertiría en el hazmerreír de la galaxia). Pero, en el fondo, este anuncio es poco más que una maniobra de márketing para la galería. No son pocos quienes hoy opinan que la mayor agencia espacial del planeta Tierra (por eso nos importa), antes percibida como fuente de innovación fresca y audaz, hoy se ha convertido en un organismo burocrático y excesivamente conservador en sus apuestas, paralizado por el fantasma de los desastres del Challenger y el Columbia.

Z-2, el nuevo diseño de la NASA para un prototipo de traje espacial apto para Marte. NASA.

Z-2, el nuevo diseño de la NASA para un prototipo de traje (¿disfraz?) espacial apto para Marte. NASA.

Este mes, un informe del National Research Council de EE. UU., encargado por el Congreso de aquel país, ha alentado a empujar la exploración humana del espacio más allá de la órbita terrestre, enfatizando el carácter de Marte como horizonte. Entre los motivos para ello, el NRC incluye los que define como «aspiracionales»; es decir, los que no tienen cariz económico, político, estratégico ni científico, sino que responden a la necesidad del ser humano de ir más allá. A la épica. Al romanticismo. El informe sostiene que, por supuesto, los riesgos serán enormes, y que estos solo son justificables bajo el objetivo de llevar humanos a otros mundos. «Un programa de exploración sostenido más allá de la baja órbita terrestre, pese a toda la atención razonable que se preste a la seguridad, casi inevitablemente conducirá a múltiples pérdidas de vehículos y tripulaciones a largo plazo», dice el informe. «Una nación que elige extender la presencia humana más allá de las fronteras de la Tierra afirma su compromiso con esta empresa y acepta el riesgo a la vida humana que supone emprender el programa pese a que los accidentes graves sean inevitables». El NRC es enormemente crítico con la línea actual de la NASA, juzgando que el presente rumbo del programa de exploración humana jamás conducirá a Marte. ¿Y cuál ha sido la respuesta de la NASA al informe? Aplauso.

Es decir: que tarde o temprano, incluso las anquilosadas y mastodónticas agencias espaciales nacionales tendrán que pasar por un aro que hoy censuran a Mars One, el del riesgo inaceptable, el de los cabos sueltos y la incertidumbre. Llegarán a eso. Espero. Y la imagen de un tipo saltando sobre la superficie marciana, incluso con un atuendo tan estúpido como el Z-2, será millones de veces más poderosa para la inspiración humana, para la muerte de la posmodernidad y la vuelta a una época en la que creíamos en el futuro y en la utopía, que millones de vídeos de funcionarios flotantes explicando cómo se hace spinning en gravedad cero.

¿Que si me creo lo de Mars One? Antes de que existiera el proyecto, yo ya había escrito una novela contándolo.