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Sí, es posible que La Palma provoque algún día un tsunami. No, no es probable que los humanos lo veamos

Cuando comenzó la erupción de Cumbre Vieja en La Palma, resurgió en los medios y en las redes sociales un fragmento de un documental de la BBC del año 2000 –o bien otro de National Geographic de 2010– que planteaba un escenario apocalíptico: un megatsunami causado por el desplome de una fachada montañosa en la isla canaria que atravesaría el Atlántico para devastar las costas de América, África y Europa. De inmediato salieron los desmentidos, que quedan bien ejemplificados por este titular de RTVE en YouTube: «NO hay riesgo de MEGATSUNAMI en LA PALMA por la erupción, es un BULO» (mayúsculas del propio titular).

Pero lo que realmente es un bulo es que esto sea un bulo. Volvemos una vez más a un viejísimo problema: parece que en los medios, y por ende para mucho público, solo existen dos versiones: científicamente demostrado / científicamente desmentido. Sí o no. Blanco o negro. Si no ha ocurrido o no va a ocurrir mañana, entonces es un bulo.

Pero no, la ciencia no funciona así. En general, la ciencia aporta evidencias a favor de una hipótesis, o en contra de una hipótesis. A veces, unas a favor, otras en contra, hasta que la balanza acaba inclinándose de un lado o del otro por la acumulación de más evidencias. En el caso de la predicción mediante modelos, es aún más complicado. Algunos sistemas están al alcance de los algoritmos actuales; por ejemplo, la órbita de un objeto espacial. Otros no; por ejemplo, las predicciones climáticas locales o las meteorológicas a largo plazo. Por ejemplo, los terremotos o las erupciones volcánicas. Por ejemplo, el comportamiento humano.

Imagen de satélite de La Palma, antes de la erupción de Cumbre Vieja. Imagen de NASA.

Imagen de satélite de La Palma, antes de la erupción de Cumbre Vieja. Imagen de NASA.

En el caso citado, la fuente original es un estudio científico legítimo, revisado por pares y publicado en 2001 en la revista Geophysical Research Letters por los geofísicos Steven Ward y Simon Day, respectivamente de la Universidad de California y el University College London. Pero, puntualicemos: el estudio de Ward y Day no predecía que el volcán de Cumbre Vieja fuera a colapsar. Sino lo que tal vez podría llegar a ocurrir en el peor de los casos si colapsara.

Creo que la diferencia es evidente. El algoritmo matemático utilizado por los autores se aplicaba al tsunami generado en caso de colapso, no al propio colapso. Si un grupo de investigadores publica un estudio prediciendo cómo se vería afectada la flora si desaparecieran las abejas, no está afirmando que las abejas vayan a desaparecer. La cuestión aquí no es sobre geofísica ni vulcanología, sino sobre simple comprensión de la ciencia.

Y por la misma razón que el estudio de Ward y Day no calculaba absolutamente nada sobre la probabilidad de que Cumbre Vieja colapse, sino sobre el tsunami que generaría si colapsara, lo que han hecho los estudios posteriores (y revisiones como esta) que han discutido sus conclusiones ha sido cuestionar la predicción de Ward y Day sobre cómo sería el tsunami si Cumbre Vieja colapsara. Algunos de estos estudios (como este, este, este, este o este) generalmente han rebajado la magnitud de las olas que se generarían, debido a otros factores que no estaban incluidos en el modelo de Ward y Day, considerado demasiado simple por otros autores.

En resumen: ni los investigadores avisaron de que Cumbre Vieja iba a colapsar, ni otros investigadores lo han desmentido. Y sería de agradecer que los medios de comunicación, si pretenden no sembrar más confusión, reservaran la palabra «bulo» para lo que realmente lo es.

Ahora bien, todo esto no significa que no se haya discutido y analizado la posibilidad de que Cumbre Vieja colapse. Pero, por su parte, Ward y Day se limitaban a reunir ciertas piezas de evidencias científicas que sugerían la posibilidad de que Cumbre Vieja sea uno de los volcanes terrestres propensos a colapsar algún día. Aunque, incluso si llegara, ese día podría ser muy lejano, y quizá para entonces ya ni siquiera exista la humanidad. Los autores de aquel estudio comenzaban aclarando que no se ha producido ningún colapso de este tipo en tiempos históricos, pero que «residuos encontrados en el suelo marino muestran su abundancia en tiempos geológicos recientes«. Y ¿qué significa «tiempos geológicos recientes»? «En el último millón de años, docenas de colapsos laterales de un tamaño comparable al considerado se han vertido desde las islas volcánicas al Atlántico«, escribían.

Una revisión de 2006 en Philosophical Transactions of the Royal Society A, dirigida por Douglas Masson, del Centro Nacional de Oceanografía de Southampton (Reino Unido), señalaba que ocurre un deslizamiento en las islas Canarias, como media, una vez cada 100.000 años, y que el último tuvo lugar en El Hierro hace unos 15.000 años. Entiéndase que esto no significa que el próximo vaya a suceder dentro de 85.000 años. Los autores recordaban: «Sabemos en general dónde los deslizamientos ocurren (y ocurrirán), pero estamos lejos de ser capaces de ofrecer predicciones fiables de eventos individuales, especialmente donde el detonante final probablemente sea un fenómeno transitorio, como un terremoto, que de por sí no puede predecirse«.

Los autores de esta revisión añadían que los parámetros elegidos por Ward y Day «han sido empujados a, o incluso más allá de, sus valores máximos posibles«, como un desplome de un volumen extremo –500 km3 de roca– de una sola vez en lugar de gradualmente. «Por lo tanto, cualquier tsunami futuro sería probablemente menor que el de la predicción de Ward y Day«. La probabilidad de un escenario como el planteado por estos dos autores, concluían, es aún menor que 1 en 100.000 años: «Tiene una baja probabilidad de ocurrir en el mundo real«. Según otros estudios, un posible desplome en La Palma probablemente desplazaría un volumen de roca mucho menor que el planteado por Ward y Day.

Recreación de un megatsunami. Imagen de Pikist.

Recreación de un megatsunami. Imagen de Pikist.

Pero Masson y sus colaboradores añadían: «Sin embargo, podemos estar seguros de que en el futuro ocurrirán deslizamientos en las Canarias. También es probable que un evento de este tipo genere tsunamis localmente devastadores, con alturas que excedan todo lo visto en la historia de los tsunamis en todo el mundo, aunque la posibilidad de que produzcan tsunamis transoceánicos es mucho más cuestionable«.

Otros juicios, en cambio, han sido más duros. En una revisión de 2009 el vulcanólogo del Instituto Volcanológico de Canarias Juan Carlos Carracedo (hoy ya retirado) y sus coautores hablaban así de la hipótesis de Ward y Day: «Tal vez la explicación resida en que estos científicos ingleses (financiados por una multinacional de seguros especializada precisamente en riesgos naturales), hayan tenido en cuenta, en su búsqueda de lucro, protagonismo y publicidad, la enorme diferencia en el poder político y científico de EE UU y España«. En fin, de acuerdo que podría discutirse si Ward y Day fueron más allá de lo científicamente admisible en sus apariciones en los medios y en documentales; pero también si este lenguaje y este tono asimismo van más allá de lo científicamente admisible en una revisión científica.

Y eso es todo lo que la ciencia puede decir. No es sí o no, blanco o negro, verdad o bulo. Para quien necesite verdades absolutas e inconmovibles, o predicciones cien por cien seguras, la astrología, la política o la religión son alternativas sugerentes.

Lo imposible es lo cotidiano en la vida de un planeta

Aunque a nuestros ojos puedan parecer lo imposible, los cataclismos naturales llevan miles de millones de años moldeando la arcilla de este planeta. Para el pequeño accidente terrestre que es el ser humano, son inmensas tragedias que jamás se olvidarán. Pero para esta roca mojada no son más que retoques de cutis apenas perceptibles, como pinceladas del photoshop planetario. Incluso los mayores desastres, como el tsunami del Índico del que pronto se cumplirán diez años y que en pocos minutos arrastró más de 200.000 vidas, son para la Tierra como la ceniza que cae sobre el papel y que se barre con el canto de la mano.

Hace 180 años, un abogado y geólogo inglés llamado Charles Lyell concluyó de sus observaciones que la Tierra no se formó por una ráfaga súbita de grandes procesos catastróficos, sino por la acumulación de los mismos cambios constantes, casi inapreciables para el ojo humano, que hoy se suceden. Esta teoría del actualismo, que ya antes de Lyell había sido propuesta por el escocés James Hutton, fue a la geología lo que la evolución darwiniana a la biología. De hecho, Lyell fue amigo de Charles Darwin, y sus Principios de Geología, de los cuales se deducía que nunca existió un Diluvio Universal sino simples chaparrones frecuentes, fueron una de las principales inspiraciones para el padre de la evolución.

Entre estos fenómenos cotidianos y sigilosos no solo están la erosión del viento o el aluvión de los ríos, sino también los que a nuestros ojos son catástrofes extremas: terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, impactos de asteroides… En los países anglosajones, estos fenómenos aún se conocen en lenguaje legal como «actos de Dios», según el origen que durante siglos se les atribuía. Hoy conocemos sus causas, pero nuestra tecnología aún se queda corta a la hora de predecirlos. En 2012, seis científicos italianos fueron condenados a seis años de cárcel por el homicidio involuntario de 309 personas al no haber pronosticado adecuadamente el terremoto de L’Aquila en 2009, una muestra más de que las mayores fallas no son las geológicas, sino las existentes entre la ciencia y la sociedad. El día 10 de este mes, el tribunal de apelación ha revocado la sentencia, absolviendo a los científicos acusados.

Litografía de la erupción del Krakatoa de 1883, creada en 1888. Imagen de Wikipedia.

Litografía de la erupción del Krakatoa de 1883, creada en 1888. Imagen de Wikipedia.

Pero sin duda, los menos sigilosos entre los sigilosos son los volcanes. Y el que menos, el Krakatoa. El 26 y 27 de agosto de 1883, este volcán indonesio sufrió una serie de colosales explosiones que volatilizaron la mayor parte de su isla y alteraron profundamente la geografía de otras cercanas. De la noche a la mañana, el archipiélago de Krakatoa quedó irreconocible. Pero esta no fue una explosión cualquiera: su potencia se calcula en unas 13.000 bombas de Hiroshima. El pasado septiembre, la revista de ciencia Nautilus publicaba un artículo en el que el periodista y físico Aatish Bhatia analizaba el ruido producido por la explosión del Krakatoa, el sonido de mayor volumen jamás escuchado en la historia escrita del planeta.

Bhatia señala que el estallido del volcán llegó a escucharse a casi 5.000 kilómetros de distancia, como de Dublín a Boston. El autor cita las palabras que el capitán del navío británico Norham Castle, a solo 65 kilómetros de la isla, escribió en su cuaderno de bitácora: «Las explosiones son tan violentas que han reventado los tímpanos a más de la mitad de mi tripulación. Mis últimos pensamientos están con mi querida esposa. Estoy convencido de que ha llegado el Día del Juicio Final». Basándose en los datos recogidos, Bhatia calcula que a 160 kilómetros de distancia del volcán el nivel de ruido fue de 172 decibelios, un volumen que el autor describe como «inimaginablemente alto»: el ruido junto a un motor de avión es de 150 decibelios, y cada 10 de aumento la percepción es que el volumen se duplica. De acuerdo a los registros de los barómetros en distintas ciudades del mundo, el autor estima que el sonido dio la vuelta al globo entre tres y cuatro veces a lo largo de unos cinco días.

Erupción del volcán Kilauea (Hawái) en 2009. Imagen de Javier Yanes.

Erupción del volcán Kilauea (Hawái) en 2009. Imagen de Javier Yanes.

Y aún hay que decir que esto no es nada si se compara con la explosión del supervolcán de Yellowstone acaecida hace 2,1 millones de años. Según datos publicados, esta erupción fue 2.500 veces mayor que la del Monte Santa Helena en 1980, la cual a su vez fue equivalente a 1.600 bombas de Hiroshima. Así que una sencilla cuenta con fines puramente recreativos arroja que la erupción de Yellowstone fue como cuatro millones de bombas atómicas. O, para el caso, más de 300 Krakatoas explotando al mismo tiempo y en el mismo lugar. La palabra inimaginable se queda corta para describirlo. Y en cuanto al sonido que esta explosión pudo producir, baste decir que los 220 decibelios de un cohete espacial al despegar son suficientes para fundir el hormigón, motivo por el cual los ingenieros deben situar sistemas de reducción de ruido para que este no destruya el propio cohete.

Para deleitarnos con la belleza letal de los volcanes, dejo aquí unos vídeos de la lava del Kilauea. Este volcán en la Isla Grande de Hawái lleva en erupción continua desde 1983. Cuando tuve la ocasión de contemplarlo, hace cinco años, la lava aún caía directamente al mar a través de un tubo subterráneo, ofreciendo imágenes apocalípticas como la que acompaña a este artículo. Pero recientemente la lava ha comenzado a fluir también hacia el interior de la isla, cortando carreteras y amenazando a las poblaciones cercanas. Lo que también ha dado ocasión de producir vídeos como estos, alguno de ellos con cierto ánimo de experimentación gamberra.