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Una metrópolis de la Edad del Cobre en Toledo

Miguel de Cervantes puso la provincia de Toledo en el mapa del mundo a través de la literatura, consiguiendo que un estudiante de Singapur tenga que aprender a pronunciar correctamente «El Toboso». Pedro Almodóvar logró además elevar la meseta sur peninsular a la categoría de icono pop, a la altura de la América profunda de Jack Kerouac. La hermosa desolación de los paisajes castellano-manchegos relaja la vista y la mente, además de ofrecer rincones de analogías sorprendentes como el Parque de Cabañeros, donde uno casi esperaría ver desfilar un rebaño de ñus bajo la mirada atenta de un clan de leones. Pero no cabe duda de que los parajes del centro-sur peninsular, por lo general más áridos y polvorientos que verdes y feraces, no son los que buscan quienes eligen vivir al sol, como los exiliados climáticos del norte europeo que se apiñan en la costa mediterránea.

Durante años, los antropólogos han pensado que este carácter solitario ha acompañado a la vasta extensión de la meseta meridional durante toda su historia, y que esta región ha permanecido prácticamente despoblada desde antiguo frente al intenso intercambio cultural y comercial en las costas del Mediterráneo. Pero parece que no es así: un estudio de la Universidad alemana de Tubinga ha descubierto que, con toda probabilidad, ciertos enclaves de lo que hoy es la provincia de Toledo acogieron una floreciente población que, durante la Edad del Cobre, hace 4.000 años, fundía el metal, trabajaba la tierra, cuidaba su ganado, fabricaba herramientas, enterraba a sus muertos en monumentos megalíticos y compartía costumbres y forma de vida con lugares tan lejanos como el sur de Portugal.

Dolmen de Azután. Foto de Felicitas Schmitt / Universidad de Tubinga.

Dolmen de Azután. Foto de Felicitas Schmitt / Universidad de Tubinga.

Los investigadores alemanes, con la colaboración de la Universidad de Alcalá de Henares, han encontrado un área de 90 hectáreas sembrada de esquirlas y herramientas de piedra en el municipio de Azután, en La Jara, donde existe un dolmen funerario que demuestra cómo los pobladores del lugar habían alcanzado un alto grado de desarrollo cultural y tecnológico. Los restos pertenecen al período Calcolítico, una época de transición entre lo que popularmente conocemos como Edad de Piedra y la Edad del Bronce, cuando se descubrió que la aleación del cobre con estaño aumentaba la dureza del metal.

Hasta ahora, los científicos creían que la cuenca del Tajo, encerrada entre el Sistema Central y los Montes de Toledo, había sido prácticamente un desierto humano durante la prehistoria peninsular, debido a su difícil acceso y al obstáculo que probablemente presentaba el propio río, mucho más caudaloso hace entre 4.000 y 5.000 años. Sin embargo, estructuras como el dolmen de Azután sugerían otra cosa, y los nuevos hallazgos parecen confirmar que la situación era muy diferente. En Azután se han hallado también piedras de molino y pesos para redes de pesca, lo que sugiere que los pobladores calcolíticos explotaban intensamente los recursos de la meseta castellana con un sistema de división del trabajo. Felicitas Schmitt, coautora del estudio (aún sin publicar), resume: «Los nuevos descubrimientos en Azután confirman que había un asentamiento y un trabajo del cobre intensivos también en la España central. Hasta ahora, se pensaba que esta actividad se limitaba sobre todo a las fértiles regiones costeras en el sur de la Península Ibérica».

Los científicos, dirigidos por el arqueólogo Martin Bartelheim, planean comparar sus prospecciones geomagnéticas con fotografías aéreas para tratar de delimitar el tamaño y la estructura del asentamiento de Azután y de otros vecinos, como un posible enclave fortificado en la cercana Aldeanueva de San Bartolomé, donde se han hallado signos de procesamiento del cobre.

Otra prueba de la importancia de estos asentamientos es la semejanza de los restos hallados en Azután con otros muy alejados, como un yacimiento calcolítico en el Algarve portugués. «Las dos regiones son similares en sus tumbas, ritos de enterramiento y objetos, así que estamos trabajando bajo la premisa de que los ríos y las sendas de los pastores desempeñaron un papel importante como vías de comunicación incluso entonces», explica Schmitt. Con sus resultados, los investigadores esperan ayudar a definir las rutas mesetarias que se empleaban como autopistas de comunicación en la Iberia prehistórica.