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El mayor espectáculo del mundo se rompe en dos (dentro de millones de años)

Esta semana ha sido noticia, si bien de las que apenas nos interesan a unos pocos, el arañazo de varios kilómetros de longitud que se ha abierto de repente en el suroeste de Kenya. Ha ocurrido alrededor de la carretera de Mai Mahiu a Narok, una ruta bien conocida para todos los que frecuentamos aquellos lugares, ya que se trata de la vía más directa que une la capital, Nairobi, con la reserva de Masai Mara.

La grieta apareció en realidad hace un par de semanas, aunque la noticia ha tardado algunos días en propagarse a través de la red. El jueves lo contaba mi compadre Miguel Criado en la web de El País. El desgarrón en el suelo puede apreciarse en este vídeo tomado desde un dron para el diario kenyano Daily Nation:

El lugar donde esto ha sucedido es la sede del mayor espectáculo natural del mundo, el Gran Valle del Rift, una fractura en la faz de la Tierra que se extiende a lo largo de unos 6.000 kilómetros, desde Mozambique, al sur, subiendo por la región de los grandes lagos al este de África, cruzando el mar Rojo y terminando en el Líbano. Pero lo que lo convierte en el mayor espectáculo del mundo no es solamente una curiosidad geológica, sino sobre todo la explosión de vida que allí ha tenido lugar y que aún a duras penas se conserva.

En el sector de África Oriental, donde mejor se distingue la geografía del valle, se asientan lagos como Turkana, Nakuru, Elmenteita y Bogoria, que han ido acumulando sales a lo largo de millones de años y que congregan inmensas bandadas de flamencos y otras especies. Los lagos de agua dulce como el Naivasha, el Victoria o el Baringo, junto con sus muchos ríos y arroyos, mantienen una cantidad y variedad de animales que no pueden observarse con tanta facilidad en ningún otro lugar del planeta. La ranura que forma el valle en el paisaje africano se ve agujereada por cráteres de antiguos volcanes como el Suswa o el Longonot.

Y por supuesto, en el ecosistema formado por Masai Mara y el Serengeti se representa año a año el mayor movimiento de megafauna de la Tierra, la Gran Migración de millones de ñus, cebras, gacelas y otros herbívoros siguiendo los ciclos de las lluvias y sirviendo como enorme supermercado para miles de carnívoros. Por si aún fuera poco, durante décadas se ha considerado que el Rift era la cuna de la humanidad, dado que allí se han encontrado los restos de algunos de nuestros ancestros más antiguos. Y aunque hoy existen otras regiones candidatas en el continente africano, incluso si el Rift no llegó a ser el paritorio del ser humano, al menos sí fue el primer parquecito donde aprendimos a jugar, y no podía existir otro mejor.

He tenido la suerte de poder enseñar todas aquellas maravillas a algunas personas que las descubrían por primera vez, y he disfrutado mucho de su pasmo ante el espectáculo; tanto como si les estuviera revelando algo mío propio, que en cierto modo lo es. Mi itinerario favorito es salir de Nairobi directamente hacia el Rift, ya sea a Naivasha, Nakuru y los lagos del norte o a Masai Mara. Desde las tierras altas fértiles que bordean la capital –Nairobi está a unos 1.700 metros de altura–, la carretera se interna en el terreno ondulado y selvático de la escarpadura Kikuyu, hasta que de repente, detrás de una curva, aparece ese gigantesco cañón que se extiende a izquierda y derecha hasta donde alcanza la vista, tapizado de amarillo frente al verde de la meseta y suavemente levantado en algunas cimas mansas. Mientras la carretera se cuelga de la sierra para ir posándose al fondo del valle, hay varios miradores donde detenerse a dejar vagar la mirada por aquel río de polvo y hierba.

Esta imagen de Google Maps y este mapa (mío propio) les ayudarán a hacerse una composición de lugar. Nairobi aparece abajo a la derecha. El Rift es la franja de color pardo que corre a su izquierda, de arriba abajo, y donde destaca sobre todo el ojo redondo del cráter del monte Suswa. Masai Mara es la región con forma más o menos de trapecio que se ve a la izquierda, debajo de Talek y lindando con la frontera tanzana (la línea blanca). La carretera donde se ha abierto la grieta, la B3, pasa de izquierda a derecha justo al norte del Suswa.

Imagen de Google Maps.

Imagen de Google Maps.

© Javier Yanes / Kenyalogy.com.

© Javier Yanes / Kenyalogy.com.

La noticia de la nueva grieta y el hecho de que haya aparecido en la fractura natural del Rift ha llevado a varios medios a publicar titulares anunciando una casi inminente ruptura de África en dos. Y es cierto que el continente se partirá por esta línea, desgajando la masa de tierra en dos y abriendo un nuevo océano entre ambos bloques. Pero esto no ocurrirá hasta dentro de millones de años, cuando probablemente no quede ningún ser humano aquí para verlo. Y por supuesto, no sucederá de golpe; el Rift se está abriendo, pero a razón de como mucho un par de centímetros al año.

Lo cierto es que hoy los geólogos explican el Rift como una combinación de fenómenos relacionados pero distintos, donde ni todo lo que se ve es, ni todo lo que es se ve. La causa principal de la existencia de esta fractura es la colisión entre las placas tectónicas, los retales flotantes de los que está hecha la superficie terrestre. Desde el este y el norte, la placa India y la Arábiga empujan contra la placa Africana y la están partiendo en dos a través del Rift, donde se abren algunas fallas activas y otras antiguas, ya fosilizadas. El resultado final de este lentísimo proceso serán dos placas separadas que ya tienen nombre, la Nubia al oeste y la Somalí al este. Masai Mara, los lagos del Rift y sus volcanes quedarán entonces sumergidos bajo las aguas.

En cuanto a la nueva grieta, los geólogos ya se han apresurado a aclarar que no, que la idea de que África está comenzando a rajarse rápidamente es una fantasía sin ningún fundamento, y que si bien la trinchera abierta en el suelo de Kenya está relacionada con la inestabilidad del Rift, no es ningún principio de nada cataclísmico.

En el diario The Guardian, el sismólogo Stephen Hicks repasa las pruebas disponibles para concluir que la grieta «no es de origen tectónico», es decir, que no se debe a un brusco movimiento rápido de las placas, sino que probablemente se debe a la erosión por las lluvias recientes. En Twitter, la geóloga Helen Robinson decía: «tras contactar con el director del Servicio Geológico de Kenya a través de mi trabajo en Kenya, se cree que la causa de esto es un rápido flujo de agua subterránea como resultado de lluvias fuertes y repentinas, después de sequías prolongadas».

De hecho, incluso si hubo actividad sísmica en la zona antes de la apertura de la grieta, algo que no parece confirmado, y a pesar de lo que habitualmente podemos ver en las películas de terremotos, el geólogo David Bressan escribe en Forbes: «la idea de que durante un terremoto se abre una gran fisura es más bien una leyenda urbana».

En resumen y según los expertos, esta es la explicación más probable: la grieta no se ha abierto ahora, sino que ya existía, solo que estaba oculta. Tal vez se trate de una falla inactiva fosilizada, que estaba rellena y taponada por materiales sueltos como las cenizas volcánicas de antiguas erupciones. Sobre este suelo inestable se había formado una costra de tierra endurecida por las sequías. Las fuertes lluvias recientes en la región han empapado el suelo y han alimentado corrientes de aguas subterráneas que han arrastrado las cenizas, dejando solo la cáscara superficial que ha terminado por venirse abajo.

De hecho y como también señala Bressan, barrancos como este son frecuentes en la zona y pueden apreciarse incluso en las fotos de Google Maps. Si han visitado aquellos parajes, habrán comprobado que abundan los cauces secos estacionales, pero también que en muchos lugares se abren zanjas en el suelo sin una razón aparente. Y si aún no los han visitado, sepan que no se puede dejar pasar una vida sin conocer el más increíble espectáculo natural del planeta.

Terremoto: España (ahora ya sí) tiene un sistema de alerta de tsunamis (y hay riesgo)

Para comenzar, aquí va un recordatorio que continuaré repitiendo todas las veces que haga falta: olvídense del señor Richter. Lo ocurrido la pasada madrugada en el mar de Alborán ha sido un terremoto DE MAGNITUD 6,3. Hasta ahí. No sigan. Punto. Final.

Efectos del terremoto en Melilla. Imagen de Francisco García Guerrero / EFE.

Efectos del terremoto en Melilla. Imagen de Francisco García Guerrero / EFE.

En un artículo anterior, con ocasión del seísmo de Ossa de Montiel (Albacete) en febrero de 2015, ya expliqué algo sobre las diferentes maneras de medir los seísmos, pero quédense con esta idea esencial: la escala de Richter (también llamada Magnitud Local o ML) es, en palabras del Servicio Geológico de EEUU (USGS), «un método anticuado que ya no se utiliza». Y aunque se utilizara, no tiene grados; la manera correcta sería «magnitud X en la escala de Richter» (incluso hablar de escala es inapropiado, dado que no existe un máximo). El terremoto de Alhucemas (esta es la ubicación de referencia que toma el USGS en su información sobre el temblor) ha sido de magnitud de momento (MW) 6,3; o simplemente, de magnitud 6,3. Fácil, ¿no?

Ahora bien, la pregunta es: ¿qué diferencia hay? Y la respuesta es: depende. Hasta un cierto nivel, la escala ML de Richter y la de magnitud de momento MW son equivalentes. La escala de Richter dejó de utilizarse porque para temblores mayores de 6,5 subestima la energía liberada por el seísmo, en mayor medida cuanto más fuerte. Es decir, que en cierto modo se satura por encima de 6,5. A una magnitud de 6,3 estamos cerca del límite; pero aunque en este caso el error no fuera considerable, el hecho es que la información oficial del Instituto Geográfico Nacional sobre este último terremoto se ha medido, y por tanto facilitado a los medios, en la escala de magnitud de momento MW, y es así como debe publicarse y decirse.

Otra cosa es la intensidad. Este es un parámetro que corresponde a cómo lo sentimos y qué tipo de daños provoca; es decir, que no tiene un valor absoluto para cada seísmo, sino que varía en función del lugar. Como es lógico, en general es mayor cuanto más cerca del epicentro, aunque también influyen otros factores. En nuestro caso, la intensidad se mide por la Escala Macrosísmica Europea 1998, o EMS-98, que comienza en I (no sentido) y asciende hasta XII (completamente devastador). El de anoche alcanzó una intensidad máxima de V (fuerte) en Melilla, IV (ampliamente observado) sobre todo en localidades costeras de Málaga y Granada, y descendió hacia el norte hasta una intensidad de II (apenas sentido) en lugares tan alejados como Madrid.

Respecto a la causa del terremoto, es la misma de ocasiones anteriores, responsable también de los grandes seísmos de las últimas décadas en Turquía o Italia: vivimos sobre un pequeño anillo de fuego, la confluencia entre las placas tectónicas Euroasiática y Africana, que viene del Atlántico, pasa por el estrecho de Gibraltar y recorre el Mediterráneo. Los mayores seísmos registrados con instrumentos en esta confluencia fueron el de la isla griega de Citera en 1903, de magnitud 8,2, y el de Rodas en 1926, con 7,8. Por suerte, en la Península Ibérica nos hemos librado hasta ahora de los temblores más violentos, exceptuando el terremoto de Lisboa de 1755, al que se le calcula una magnitud de 8,0.

Esquema de las placas tectónicas terrestres. Imagen de Wikipedia.

Esquema de las placas tectónicas terrestres. Imagen de Wikipedia.

En el caso de Lisboa, a las sacudidas de la tierra se unió un segundo azote catastrófico, un tsunami que arrasó la ciudad y las localidades costeras. Y no ha sido el único caso en el que un terremoto en nuestra zona de riesgo ha levantado olas devastadoras. De hecho, el seísmo más letal documentado en la historia de Europa, el de 1908 en la ciudad siciliana de Messina, unió a su magnitud de 7,2 un tsunami con olas de 12 metros que multiplicó la destrucción. El 91% de las estructuras de la ciudad se desplomaron, cobrándose un coste en vidas de entre 60.000 y 120.000.

Y dado que no estamos a salvo de un riesgo semejante en el futuro, es un buen momento para recuperar un comunicado que el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) publicaba el pasado 17 de septiembre: «en España no tenemos un sistema de alerta de tsunamis como existe en el Pacífico», decía el ICOG. Los geólogos recuerdan que ya hemos sufrido anteriormente esta amenaza: «el terremoto de Lisboa de 1755 originó un maremoto que causó más de mil muertos en las costas de Huelva y Cádiz». Y terminan: «tras el terremoto de Lorca, en mayo de 2011, el Colegio de Geólogos implementó un decálogo para la prevención del riesgo sísmico en España, donde, entre otras medidas, se proponía actualizar la norma sismorresistente en España. Aún no se ha hecho nada».

Esperemos que no llegue el día en que la venda tenga que ponerse sobre una herida ya abierta.

Actualización (30/01/2016): España ya sí cuenta con un sistema de alerta de tsunamis, plenamente operativo desde el 1 de enero de 2015. Más información aquí.

La Tierra oculta otro océano Pacífico en su interior

Un simple vistazo a cualquier dibujo o maqueta del Sistema Solar nos deja algo claro: no sabemos si la Tierra es un lugar privilegiado en el universo, pero no podemos negar que es diferente a sus vecinos planetarios. Y lo que más llama la atención a primera vista es el agua. Aunque ya expliqué aquí que, si la roca mojada fuera del tamaño de una pelota, en toda esa aparente masa de agua apenas podríamos hundir el bisel de la uña, no cabe duda de que este medio acuoso diferencia a nuestro planeta, hasta tal punto que sin él no viviríamos. Pero ¿de dónde viene toda esa agua? Geólogos y científicos planetarios se han formulado esta pregunta durante décadas, sin que hasta el momento se haya llegado a una conclusión definitiva.

El cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko fotografiado desde el módulo 'Phila' de la sonda 'Rosetta'. Imagen de ESA / Rosetta / Philae / CIVA.

El cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko fotografiado desde el módulo ‘Phila’ de la sonda ‘Rosetta’. Imagen de ESA / Rosetta / Philae / CIVA.

Dado que resultaría improbable que a la Tierra le hubiera tocado el Gordo de la humedad durante la formación del Sistema Solar, y que además esa agua no se hubiera volatilizado cuando el planeta era una naciente bola de fuego, los científicos especulan que los océanos podrían haber llegado posteriormente en cómodas dosis, a bordo de cometas y asteroides. Analizar esta posibilidad es precisamente uno de los objetivos de la misión Rosetta de la Agencia Europea del Espacio (ESA), que el pasado 12 de noviembre fue el centro de atención de los medios cuando su módulo Philae se posó sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko; una proeza técnica que hoy le ha valido a Rosetta el premio de la revista Science al Breakthrough of the Year 2014, el avance científico más importante del año que termina.

Sin embargo, los resultados ya cosechados por Rosetta apuntan a que no fueron objetos como el cometa Chury los que llevaron el agua a la Tierra primitiva. El instrumento ROSINA de la sonda ha determinado que la composición del agua de Chury es significativamente diferente de la de los océanos terrestres desde el punto de vista isotópico. El agua siempre es H20, pero no todas las «H» son iguales. Algunos átomos de hidrógeno tienen un neutrón de más, lo que no afecta a su carga eléctrica, pero sí a su masa. Un neutrón de más es más peso, por lo que el agua formada por este tipo de hidrógeno, alias deuterio, se conoce como agua pesada.

Así pues, la idea es sencilla: los océanos de la Tierra tienen una proporción determinada de deuterio frente a hidrógeno, o ratio D/H. Para saber si un tipo concreto de objeto espacial pudo contribuir a la formación de los océanos terrestres, se mide su D/H y se comprueba si coincide con el terrestre. Se sabe que hay una coincidencia en el caso de los asteroides del cinturón principal situado entre Marte y Júpiter. Pero dado que estos cuerpos no suelen transportar grandes cantidades de agua, los científicos suelen inclinarse más bien por las esponjas del espacio, los cometas.

En el caso de Chury, se ha descubierto que este cometa posee un ratio D/H que triplica el terrestre, como describieron los científicos de Rosetta la semana pasada en la revista Science. Esto no descarta que el agua de la Tierra pudiera proceder en parte de cometas; de hecho, otro de estos cuerpos, el 103P/Hartley 2, sí presenta un ratio compatible con el terrestre. Pero lo que sí se puede afirmar, en palabras de Kathrin Altwegg, investigadora principal de ROSINA, es que el hallazgo «rebate la idea de que los cometas de la familia Júpiter [como Chury] contienen solamente agua similar a la de los océanos terrestres». Altwegg añade que sus resultados «añaden peso a los modelos que ponen más énfasis en los asteroides como el principal mecanismo de transporte de los océanos de la Tierra».

Pero en medio de este debate sobre el origen del agua terrestre, una interesante hipótesis acaba de abrirse camino esta semana desde el Congreso de Otoño de la Unión Geofísica de EE. UU., que concluye mañana en San Francisco. Allí, los investigadores de la Universidad Estatal de Ohio Wendy Panero y Jeffrey Pigott han defendido que el origen del agua terrestre es, posiblemente y en gran parte, la propia Tierra. Nuestro planeta, según Panero y Piggott, oculta en su interior una cantidad de agua equivalente al océano Pacífico, y esta circula hacia la superficie y regresa al interior de un modo similar a como la corteza terrestre se recicla creándose y destruyéndose en los bordes de las placas tectónicas.

Relieve del fondo Atlántico. La cicatriz roja es la Dorsal Atlántica, una franja donde la corteza terrestre se crea separando progresivamente las costas de América de las de África y Europa. Imagen de NOAA / Rapture 2018 / Wikipedia.

Relieve del fondo Atlántico. La cicatriz roja es la Dorsal Atlántica, una franja donde la corteza terrestre se crea separando progresivamente las costas de América de las de África y Europa. Imagen de NOAA / Rapture 2018 / Wikipedia.

Los dos científicos se dedican a estudiar la composición del manto terrestre simulando sus infernales condiciones de presión y temperatura en el laboratorio. Recientemente hablé aquí de la bridgmanita, el mineral más abundante de la Tierra que solo se encuentra en el manto interno, a más de 65o kilómetros de la superficie, y cuyo nombre procede del padre de los experimentos de física a alta presión, el estadounidense Percy Williams Bridgman. Los trabajos de este físico fueron la base para la creación de la celda de yunque de diamante, un aparato que permite comprimir muestras microscópicas a millones de atmósferas.

Panero y Pigott han empleado este aparato para simular los minerales del manto y comprobar, con ayuda de modelos de simulación informatizada, si estas rocas pueden contener una cantidad apreciable de hidrógeno atrapada en su interior. De ser así, este podría reaccionar con el oxígeno presente en los minerales y formar agua. En otras palabras, los investigadores han estudiado si el manto terrestre contiene agua descompuesta que pueda recomponerse y circular hacia la superficie.

Los científicos han descubierto que la bridgmanita apenas contiene hidrógeno. Sin embargo este elemento sí está presente de forma notable en la ringwoodita, otro mineral que abunda en la zona de transición entre el manto superior y el inferior, así como en el granate, presente en el manto inferior. Según Panero y Pigott, estos minerales actúan como almacenes de agua en las profundidades de la Tierra, conteniendo una reserva equivalente a la mitad de todos los océanos, o similar al Pacífico. Esta agua, proponen los científicos, circula a través de la zona de transición entre el manto superior y el inferior, y asciende a la superficie junto con las rocas gracias a las corrientes de convección del manto, que no solo serían responsables de la tectónica de placas, sino también de regular la cantidad de agua de los océanos.