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No hay ovnis, según quien lleva toda la vida buscando a E.T., y estas son sus razones

Decíamos ayer que el Pentágono ha apoyado en secreto un programa (AATIP) para buscar ovnis en pleno siglo XXI, a pesar de que otros programas anteriores más ambiciosos y en varios países, por no hablar de las legiones de entusiastas, no han producido prueba alguna desde 1947, cuando el fenómeno comenzó sin razón aparente.

Sí, por supuesto, también hay quien sostiene que no empezó en 1947, sino que lleva existiendo desde el comienzo de los tiempos sin que se identificara como tal. Quienes defienden esta idea suelen citar el famoso pasaje de la visión celestial de Ezequiel, que creyó ver a Dios cuando en realidad estaba en mitad de un encuentro en la tercera fase. Claro que no he encontrado defensores de esta interpretación que expliquen lo siguiente: ¿por qué los alienígenas ordenaron a Ezequiel que cocinara el pan quemando heces humanas y, ante sus protestas, le permitieron que usara en su lugar boñigas de buey? ¿Cómo interpretamos este pasaje en clave alienígena? ¿O es que hay algún motivo que se me escapa para creer a pies juntillas en la visión de Ezequiel, pero no en su audición?

Grabado de la visión de Ezequiel, por Matthaeus (Matthäus) Merian (1593-1650). Imagen de Wikipedia.

Grabado de la visión de Ezequiel, por Matthaeus (Matthäus) Merian (1593-1650). Imagen de Wikipedia.

Respecto a la ausencia de pruebas, siempre hay también quien se escudará en el viejo aforismo, la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Pero cuidado: este argumento es tramposo cuando se refiere a algo que sencillamente no es razonable o de lo que deberían haberse encontrado pruebas si fuera cierto. Un ejemplo: la ausencia de pruebas de que actualmente tengo roedores en casa no es prueba de su ausencia, ya que es razonable que los tenga; los he tenido otras veces. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de los dragones, porque no es razonable.

Los científicos suelen discutir los límites aceptables de argumentos como este para evaluar la validez de sus conclusiones, ya que en ciencia habitualmente es imposible demostrar un negativo. Por ejemplo, cuando los antivacunas piden a los científicos una demostración absoluta de que las vacunas no causan absolutamente ningún daño, o son muy tontos o muy listos: muy tontos si no saben que es imposible aportar tal demostración, o muy listos si lo saben y lo utilizan como argumento demagógico.

Aplicando todo esto al tema que nos ocupa, es obvio que no es posible demostrar la no existencia de los ovnis. Pero según lo visto, sencillamente no es razonable: su inexistencia puede justificarse sin siquiera abrir los ojos, simplemente pensando. Para justificarlo, traigo aquí las razones de Seth Shostak, que contó a Business Insider como reacción a la noticia sobre el programa AATIP del Pentágono.

Shostak es el astrónomo jefe del Instituto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) en California. Nadie más interesado que él en estrechar la mano a E.T. Lleva casi toda su vida dedicado a intentarlo, y el éxito de esta búsqueda no solo sería una cumbre profesional que jamás antes se ha coronado, sino que además le convertiría en referencia ineludible del hallazgo más importante de la historia de la humanidad, aunque no lo descubriera él mismo.

Y sin embargo, estas son las razones de Shostak para no creer en los ovnis:

  • No ha habido tiempo suficiente para que nadie sepa que estamos aquí. «La única manera de que lo sepan sería, por ejemplo, captar señales de nuestros transmisores: televisión, radio, radar, todo eso», dice Shostak. «Pero estas señales solo llevan enviándose desde la Segunda Guerra Mundial, así que, si están a más de 35 años luz de distancia, no ha habido tiempo suficiente para que nuestras señales les lleguen y para que ellos decidan: venga, vale la pena gastar el dinero para darnos una vuelta por allí». La cifra de 35 años luz se explica porque la Segunda Guerra Mundial terminó hace más o menos 70 años, la suma de los 35 que tardaría nuestra señal en llegarles y otros 35 para que recibiéramos su respuesta o su visita. Esta última, solo si pudieran desplazarse a la velocidad de la luz. Pero naturalmente, prosigue Shostak…
  • «No pueden viajar más rápido que la luz, y probablemente tampoco a la velocidad de la luz». Este límite, mientras nadie demuestre lo contrario (y refiero de nuevo al argumento de más arriba), es una imposibilidad física inapelable. O apelable, pero hasta ahora sin éxito.
  • En un radio de 50 años luz, advierte Shostak, solo hay unos 1.400 sistemas estelares. «Puede parecer mucho, pero es un número muy pequeño si estás buscando seres inteligentes; a menos que estén ahí mismo, lo que estadísticamente es muy improbable».
Imagen de Pixabay / CC.

Imagen de Pixabay / CC.

  • ¿Por qué tomarse la molestia de venir hasta aquí para luego no hacer nada? Shostak razona que la inmensa mayoría de los casos reportados son avistamientos sin ninguna clase de interacción. «Son los mejores huéspedes de la historia, porque si están aquí, no están haciendo nada… Envían una inmensa flota de naves, preferiblemente con forma de plato de cena, solo para revolotear y agitar a la gente sin hacer nada más; es un poco raro». Shostak suele citar el ejemplo de la llegada de los europeos a América: es evidente que los nativos americanos no tuvieron duda sobre la existencia de los europeos. Naturalmente, están los casos de presuntas abducciones, pero en estos, y volvemos una vez más al argumento de arriba, habría que refutar las hipótesis más razonables, como la parálisis del sueño (que ya conté aquí).
  • «¿Por qué están aquí ahora?», continúa Shostak. «No estaban visitando a los padres fundadores en el siglo XVIII, pero sí a nosotros. A los romanos no les importunaban las visitas de los alienígenas». Y ya he mencionado arriba el problema de interpretar avistamientos de ovnis en documentos de la antigüedad.
  • El hecho de que un 10% de los casos de avistamientos no puedan explicarse no significa que sean alienígenas. «Solo significa que no se han podido explicar». Shostak razona que siempre habrá casos sin explicación, con independencia de la existencia o no de los alienígenas, por lo que estos casos no demuestran ni una cosa ni la contraria. Pero naturalmente, lo más razonable es no dar paso a las hipótesis improbables antes de haber descartado todas las probables; como decía Sherlock Holmes, «cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad».
  • Si fuera verdad que los gobiernos ocultan la existencia de los ovnis, como alegan los defensores de las teorías de la conspiración, ¿tiene mucho sentido que revelen voluntariamente la existencia de estos proyectos reconociendo que los han ocultado y simulando que no han descubierto nada? «El gobierno dice: bueno, sí, tuvimos un programa y lo encubrimos, pero no encontramos nada», dice Shostak. Si alguien está realmente engañando a su pareja, ¿tiene sentido que le diga: «cariño, te comunico que he estado viéndome con X, pero no ha pasado nada»? ¿No tiene más sentido que simplemente sea verdad?

Las razones expuestas son demoledoramente razonables, como corresponde a un tipo con la lucidez de Seth Shostak. Pero si los alienígenas no se atienen a la razón ni a las leyes de la física, si pueden saber que estamos aquí solo por omnisciencia, materializarse y desmaterializarse a voluntad, estar en cualquier lugar que les apetezca en cada momento recorriendo distancias intergalácticas al instante, y no necesitar motivos para hacer algo o no hacerlo porque sus caminos son inescrutables… entonces no son alienígenas, sino otra cosa, y Ezequiel tenía razón.

No se han detectado señales de vida inteligente en TRAPPIST-1

No, no es que los resultados hayan llegado de ayer a hoy. Verán, les explico: la estrella TRAPPIST-1 no ha debutado en este nuevo estudio que ha resonado esta semana por todos los rincones del planeta. Los responsables del trabajo, de la Universidad de Lieja, ya publicaron en mayo de 2016 el hallazgo de tres planetas orbitando en torno a aquel astro, pero han sido observaciones posteriores más precisas las que han desdoblado el tercer planeta en tres y han descubierto dos más, elevando el total a siete, que es lo nuevo publicado ahora.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de ESO/N. Bartmann/spaceengine.org.

Ilustración del sistema TRAPPIST-1. Imagen de ESO/N. Bartmann/spaceengine.org.

Pero tal vez conviene aclarar que los científicos no acaban de proponer por primera vez el potencial para la vida de las estrellas enanas. De hecho, también orbita en torno a una enana roja Proxima b, el exoplaneta más cercano conocido hasta ahora, que también es el exoplaneta habitable más cercano conocido hasta ahora, cuyo hallazgo es obra del catalán Guillem Anglada-Escudé (declarado por ello uno de los diez científicos estelares de 2016 por la revista Nature) y que sin embargo no recibió tanto bombo y platillo como TRAPPIST-1, a pesar de que su distancia a nosotros es casi diez veces menor. Pero claro, en aquel caso no participó la NASA con su poderosa maquinaria mediática.

Hay alguien que ya desde antes creía en las estrellas enanas frías como las candidatas más prometedoras para albergar vida: se trata de Seth Shostak, director del proyecto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) del Instituto SETI en California. Los científicos SETI apuntan radiotelescopios a multitud de coordenadas precisas en el cielo para tratar de detectar alguna señal de radio que pueda revelar un origen inteligente. Y Shostak lleva tiempo enfrascado en un proyecto de escucha de 20.000 estrellas enanas.

Una de esas estrellas fue TRAPPIST-1, antes de los nuevos resultados del equipo belga. A efectos de SETI, no importa que la estrella tenga tres planetas o siete, o que ni siquiera se conozca si posee alguno; los científicos SETI se saltan este paso y directamente ponen el oído en busca de posibles señales de origen no natural.

Y las noticias no son buenas. En un artículo en la web del Instituto SETI, Shostak escribe: «El Instituto SETI utilizó el año pasado su Matriz de Telescopios Allen para observar los alrededores de TRAPPIST-1, escaneando a través de 10.000 millones de canales de radio en busca de señales. No se detectó ninguna transmisión, aunque preparamos nuevas observaciones».

Por supuesto, los resultados no excluyen por completo la existencia de vida allí, ni siquiera de vida inteligente. Aunque, como comenté ayer, y simplemente desde el punto de vista biológico, esto último es más bien improbable, algo que tal vez no se ha explicado lo suficiente. En un artículo publicado por la NASA como seguimiento de la noticia de los nuevos planetas, se daba por fin voz a una astrobióloga, Victoria Meadows, del Instituto de Astrobiología de la NASA. Meadows sopesaba las posibles condiciones de aptitud para la vida del sistema TRAPPIST-1, pero después de exponer los pros y contras, terminaba aclarando: «aquí estoy hablando solo de moho». En otras palabras: la astrobióloga no se planteaba ni como posibilidad remota la existencia de vida inteligente en aquella estrella.

Por el momento, solo nos queda seguir esperando. Pero al menos estaremos entretenidos: ya se han escrito dos relatos, un poema y un cómic sobre TRAPPIST-1.

¿Hay vida inteligente en Kepler-186f?

El 19 de marzo de 2014, en un encuentro científico sobre la búsqueda de vida extraterrestre celebrado en Tucson (EE. UU.), el investigador de la NASA Tom Barclay presentó el primer exoplaneta de tamaño similar a la Tierra situado a una distancia de su estrella que permitiría la vida; ni demasiado lejos ni demasiado cerca, en esa franja templada que los investigadores denominan «zona Ricitos de Oro», en alusión a la niña del cuento que no quería su sopa ni caliente ni fría. Aunque Kepler-186f, a unos 500 años luz de nosotros, fue incorrectamente bautizado por los medios como un gemelo de la Tierra (su estrella es una enana roja, muy diferente del Sol), el anuncio fue acogido como la primera posibilidad real de haber hallado un nicho para la vida más allá del Sistema Solar. Un mes después, los detalles de Kepler-186f se publicaban por todo lo alto en la revista Science.

Representación artística de Kepler-186f. Imagen de NASA Ames/SETI Institute/JPL-Caltech.

Representación artística de Kepler-186f. Imagen de NASA Ames/SETI Institute/JPL-Caltech.

Pero ¿realmente puede existir vida en Kepler-186f? Una astrofísica opina que sí. O que, al menos, las posibilidades de que aquel planeta esté habitado por seres inteligentes son de un nada desdeñable 50,3%.

Esta es la historia. Tras el hallazgo de Kepler-186f, los investigadores del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) dirigieron las antenas de su matriz de telescopios Allen (ATA) hacia esa coordenada del cielo, en busca de alguna señal de radio que pudiera delatar la existencia de una civilización tecnológica. Los científicos, dirigidos por el astrónomo jefe del Instituto SETI, Seth Shostak, rastrearon un intervalo de frecuencias entre 1 y 10 gigahercios, en la banda alta del dial de la radio. «Hasta ahora no ha habido suerte, aunque seguiremos buscando», escribía Shostak en un artículo publicado entonces.

Pero no todos piensan que la búsqueda fue infructuosa. La astrofísica Hontas Farmer, profesora asociada de los City Colleges of Chicago y del College of DuPage, lleva años participando en la iniciativa de colaboración SETILive, que permite la participación de voluntarios en la observación y el análisis de los datos. Farmer estuvo observando los gráficos del ATA llamados «de cascada» obtenidos durante el rastreo de Kepler-186f. En este tipo de gráficos, el eje horizontal representa la gama de frecuencias, mientras que el vertical corresponde al tiempo, de modo que cada píxel es un segundo. Cuando hay una señal, aparece un punto destacado sobre el fondo, más claro a mayor intensidad. En apariencia y para un ojo no entrenado, un gráfico de cascada solo muestra nieve como la de los antiguos televisores, pero un patrón de puntos en una línea vertical o ligeramente diagonal podría revelar una señal artificialmente creada. Los algoritmos del SETI analizan las imágenes, pero los investigadores cuentan también con el escrutinio humano como ayuda.

Cuando Farmer se topó con un gráfico obtenido el 12 de abril de 2014, observó un ligero, casi imperceptible patrón de líneas verticales. Según escribió la astrofísica en su blog, es una señal muy «ruidosa y degradada», como sería de esperar en una red de satélites orbitando un planeta. Pero no dudó en afirmar: «Esos datos tienen exactamente el aspecto que yo esperaría de una señal extraterrestre». Este mes, Farmer ha actualizado sus observaciones aplicando filtros que reducen el ruido y que en su opinión sostienen su hipótesis, ya que parecen mostrar breves cadenas de píxeles que podrían corresponder a brotes de emisiones de varios segundos que «se apagan y se encienden de nuevo en las mismas frecuencias». La investigadora cifra en algo más de un 50/50 las posibilidades de vida en Kepler-186f; concretamente, y aplicando la ecuación que propone en su estudio aún pendiente de publicación, un 50,3%. Por supuesto, no niega que «algún fenómeno natural podría mimetizar esta señal».

Gráfico de cascada de emisiones de radio de Kepler-186f obtenidas por SETILive. Las líneas muestran lo que podrían ser señales, según Hontas Farmer. Imagen de SETILive/Hontas Farmer. Versión original aquí.

Gráfico de cascada de emisiones de radio de Kepler-186f obtenidas por SETILive. Las líneas muestran lo que podrían ser señales, según Hontas Farmer. Imagen de SETILive/Hontas Farmer. Versión original aquí.

Cabe preguntarse si no podríamos obtener algo mejor y más concluyente, pero según los investigadores de SETI el rastreo de señales de tecnología extraterrestre es la búsqueda de la aguja en el pajar. Todos recordamos la fuerte e inequívoca emisión captada por los astrónomos en la película Contact, basada en la novela de Carl Sagan. Según los científicos, para enviar una señal de esa magnitud se requeriría una fuente varias veces más potente que el mayor emisor de la Tierra, el del radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico. Por supuesto que esto no sería un obstáculo para una civilización más avanzada que la nuestra, pero existe otro problema fundamental. Dado que Kepler-186f se encuentra a unos 500 años luz, nuestras primeras emisiones de radio no llegarán allí hasta dentro de varios siglos. Es decir: ellos, si existieran, no sabrían que estamos aquí, por lo que no habría ningún motivo para que enviaran una señal potente en nuestra dirección.

De hecho, y a pesar de lo que imaginó para su ficción, «lo cierto es que Carl Sagan no esperaba ver una señal tan fuerte; eso solo hace una buena historia para Hollywood», señala Farmer a Ciencias Mixtas. La astrofísica menciona un estudio que Sagan publicó en 1975 y en el que «argumenta que, siendo realistas, todo lo que podríamos esperar es una distribución no térmica en las señales de radio de una civilización inteligente; en otras palabras, sabríamos que están en el aire, pero sería como tratar de sintonizar una emisora de radio de 100 vatios desde 10.000 millas de distancia, o peor». Después de filtrar el ruido, «lo que queda es precisamente la señal sobre la que escribió Sagan», arguye la investigadora. O sea, que podemos olvidarnos de las instrucciones para crear la nave que nos desplace a través de los agujeros de gusano.

Mientras Farmer trata de publicar su estudio, lo cierto es que su optimismo no es compartido por los responsables del Instituto SETI. Shostak admite que los gráficos de cascada analizados por la investigadora parecen mostrar algo, pero en su opinión se trata de contaminación terrestre: «Para ser honestos, vemos ese tipo de emisión todo el tiempo, debido sobre todo a los satélites de telecomunicaciones. Cada vez que apuntamos las antenas al cielo, también captamos interferencias de radio», precisa el astrónomo a este blog.

Shostak explica que la diferencia entre señales e interferencias es clara: las primeras solo se detectan al dirigir las antenas al punto concreto del cielo, mientras que las segundas cubren todo el firmamento. Según este criterio, prosigue Shostak, «las señales son interferencias terrestres, y este es el motivo por el que no hemos continuado observando». «Probablemente Farmer no está familiarizada con estos procedimientos de búsqueda», concluye el astrónomo jefe del Instituto SETI. Por su parte, Farmer confía en que las observaciones continúen para llegar a una conclusión definitiva. «Para saberlo con certeza necesitamos estudiar Kepler-186f mucho más de lo que lo hemos hecho».