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¿Habrá un nuevo telón de acero en el espacio?

Cuando la guerra entre EEUU y la URSS ya parecía inminente y casi inevitable, tanto que la revista Time ilustraba su portada con los retratos de los líderes de ambas potencias bajo el título «WAR?», los dos gobiernos ordenaron a sus astronautas que se retiraran a sus respectivos habitáculos y cerraran la comunicación entre ambas zonas, creando un telón de acero en el espacio.

Esto no ha ocurrido en la vida real, sino en la película de 1984 2010: Odisea dos (2010: The Year We Make Contact), basada en el libro de Arthur C. Clarke que sucedía a la genial 2001 creada 16 años antes por Clarke y Stanley Kubrick. De hecho, los rostros de los presuntos líderes de EEUU y la URSS que aparecían en la falsa portada de Time eran en realidad los de Clarke y Kubrick. En la ficción, un conflicto no explicado que prometía desembocar en la Tercera Guerra Mundial finalmente se aplacaba gracias a lo que ocurría en el espacio.

Para lo que vengo a contar hoy no sobra insistir en que todo lo demás queda empequeñecido frente a los muertos de la guerra, personas que hace solo unos meses no podían imaginar que todo su mundo se derrumbaría ni que sus vidas iban a acabar tan pronto. Hay una imagen sin fuego, escombros ni cadáveres que personalmente me transmitió la tristeza de la guerra: en los primeros días de la invasión rusa, una caravana interminable de coches abandonaba Kyiv circulando bajo un puente de autopista del que colgaba un cartel anunciando un concierto de Iron Maiden para mayo de este año. Aquel cartel representaba la normalidad, cómo era la vida antes; una normalidad y una vida anterior que los miles de personas que huían de la ciudad en sus coches dejaban atrás.

Pero bien sabemos todos que las repercusiones de la guerra se están dejando notar en infinidad de aspectos más allá de los territorios invadidos por Rusia. El mundo es global, afortunadamente, pero desafortunadamente cuando eso también significa que toda guerra entre potencias ya es, en cierto modo, mundial. La ciencia es más global incluso que el comercio. Y como el comercio, también va a verse afectada de maneras que hoy casi no podemos predecir.

La carrera espacial de los años 50 y 60, que terminó con la llegada de las misiones Apolo a la Luna, dio paso al comienzo de una colaboración muy fructífera entre EEUU y Rusia en el espacio que se ha mantenido hasta hoy. Algunos comentaristas han hablado de que la cooperación espacial comenzó con la caída de la URSS, pero esto no es cierto, sino que empezó mucho antes. En 1975, todavía en plena Guerra Fría, una nave Apolo estadounidense y una Soyuz rusa se anclaban en el espacio, a lo que siguió un apretón de manos entre el astronauta Thomas Stafford y el cosmonauta Alexei Leonov que fue aplaudido en todo el mundo como un signo de paz. Esto fue el arranque de posteriores colaboraciones que se detallan en este artículo publicado en la web de la NASA.

Curiosamente, la cooperación en el espacio fue una isla de concordia durante la Guerra Fría. Los intentos de entendimiento habían comenzado mucho antes, aún en plena carrera espacial. Y aunque entonces no llegaron a cuajar, a partir de 1975 se fundó una alianza en el espacio entre los dos bloques que se ha mantenido a lo largo de décadas, sobreviviendo al eterno tira y afloja de las tensiones entre ambas potencias.

Durante casi medio siglo, astronautas y cosmonautas han trabajado en colaboración en el espacio —junto con los astronautas de muchos otros países— sin importar nacionalidades ni las rivalidades entre sus líderes, y se han forjado grandes amistades. Hasta tal punto se daba por sentado que el espacio era territorio de cooperación que EEUU jubiló sus transbordadores espaciales (los shuttles) sin tener un vehículo de reemplazo y sin que esto importara demasiado, porque ya estaban los Soyuz rusos para llevar a los norteamericanos a la Estación Espacial Internacional (ISS) y traerlos de vuelta.

La Estación Espacial Internacional en noviembre de 2021. Imagen de NASA / Crew-2.

Ahora, por primera vez, todo esto amenaza con romperse, en una época en que la interdependencia de los países en las misiones científicas y civiles en el espacio es mayor que nunca. Y en este terreno, los mayores perjudicados serían otros países distintos al que ha iniciado esta guerra. En la ISS conviven astronautas de EEUU y otros países occidentales y orientales con los cosmonautas rusos, y la propia estación está formada por segmentos cuyo control está repartido entre los bloques: el lado occidental suministra electricidad al ruso, pero este es el responsable de encender periódicamente los propulsores que mantienen la estación en órbita evitando que caiga.

Desde que empezó la guerra de Ucrania el director de la agencia espacial rusa Roscosmos, el político nacionalista Dmitri Rogozin, se ha dedicado a lanzar bravatas amenazando con abandonar a los astronautas estadounidenses en la ISS y a dejar caer la estación sobre los países opuestos a la invasión rusa. Esto último es lo que podría llamarse un asustaviejas, ya que incluso sin propulsión la ISS tardaría meses, quizá más de un año, en caer a la Tierra. Rogozin es el primer director de Roscosmos sin un perfil técnico o científico —su predecesor fue un economista, pero por entonces la agencia estaba en proceso de transformación a corporación estatal—, y al parecer es conocido en los ámbitos políticos por sus bravuconerías cuando era embajador de Rusia ante la OTAN. Durante la guerra ha publicado vídeos que muestran a los operarios tapando las banderas de otros países en un cohete ruso, o simulando un desacoplamiento de la sección rusa de la ISS, y ha mantenido una discusión en tono bastante vergonzoso con el astronauta estadounidense Scott Kelly.

Pero aunque las fanfarronadas de Rogozin hasta ahora no hayan afectado a las operaciones en la ISS, y la agencia oficial TASS haya aclarado que Roscosmos continuará cumpliendo sus compromisos —incluyendo el de traer de vuelta a la Tierra esta semana a un astronauta de la NASA desde la estación—, otros proyectos ya se han visto seriamente afectados.

Europa esperaba lanzar este año su rover Rosalind Franklin con destino a Marte, en la segunda fase de la misión ExoMars largamente esperada, ya que lleva posponiéndose desde 2018. El problema es que ExoMars es una misión ruso-europea que iba a despegar desde el cosmódromo de Baikonur, bajo control ruso en Kazajistán, en un cohete ruso y con un aterrizador ruso. Ahora la colaboración se ha roto, y los responsables europeos de ExoMars deberán encontrar otro sistema de lanzamiento. Esto retrasará la misión al menos otros dos años más, debido a que solo se lanzan misiones a Marte durante la ventana temporal en que los dos planetas se encuentran más próximos.

ExoMars se ha llevado hasta ahora la peor parte, pero hay otras muchas colaboraciones, en marcha o en proyecto, que amenazan con romperse, incluyendo experimentos comunes e instrumentos científicos en la Tierra y en el espacio. En junio del 21 Rusia y China anunciaron una colaboración de cara a la futura construcción de una base lunar, invitando a otros países a sumarse. Tal vez se termine llevando a cabo o tal vez no (ahora hay tantas especulaciones respecto a las bases lunares que es difícil saber si algo de ello saldrá adelante), pero ahora es dudoso que este consorcio pueda ampliarse. Algunos analistas apuntan que probablemente en los próximos años Rusia tenderá a buscar una mayor alianza con China en sus proyectos espaciales. Y es bien sabido que la NASA tampoco colabora con China.

Los grandes avances de la ciencia y tecnología espaciales han sido el fruto de colaboraciones que se han mantenido incluso por encima de los conflictos y los vaivenes políticos en la Tierra. Ahora estamos en riesgo de ver cómo todo esto se rompe. Y si ocurre, si se impone un telón de acero en el espacio que no existía desde el fin de la carrera hacia la Luna, será un paso atrás en todo lo que el ser humano puede llegar a lograr cuando el conocimiento y la concordia se imponen a la barbarie.

Así se verían los planetas en el lugar de la Luna y otras estrellas en el lugar del Sol

Existen ciertos tipos por ahí que en lugar de dedicar su tiempo –libre o no– delante de una pantalla a pergeñar memes pretendidamente graciosos, o a vomitar espumarajos en Twitter contra el bando contrario, lo destinan a crear afición por la ciencia y el conocimiento, fabricando maravillas en animaciones o vídeos que nos dejan boquiabiertos. Lo cual es de agradecer. Y de divulgar.

Hoy les traigo algunos de estos vídeos cuyo propósito común es mostrarnos la escala de aquello que normalmente nos queda fuera de escala. Somos seres pequeños en un planeta relativamente pequeño, y para representar la inmensidad del cosmos nos vemos obligados no solo a reducirlo todo a tamaños manejables, sino además a perder la idea de la escala. Pero no hay nada para darnos cuenta de nuestra insignificancia como tirar de metáforas visuales. Por ejemplo, ¿cómo veríamos los planetas de nuestro Sistema Solar si ocuparan el lugar de la Luna?

Saturno sobre Madrid. Imagen de Álvaro Gracia Montoya / MetaBallStudios / YouTube.

Saturno sobre Madrid. Imagen de Álvaro Gracia Montoya / MetaBallStudios / YouTube.

Eso es lo que muestra este vídeo del astrónomo amateur Nicholas Holmes:

Holmes ha hecho también una versión nocturna:

Otros vídeos han tratado la misma idea, por ejemplo este de Álvaro Gracia Montoya, que nos muestra los planetas sobre el familiar skyline del centro de Madrid:

O este publicado por la agencia rusa del espacio Roscosmos:

De propina, también de Roscosmos es este otro vídeo que nos enseña cómo sería el panorama de nuestro cielo si en el lugar del Sol tuviéramos alguna otra de las estrellas cercanas, como el sistema Alfa Centauri, Sirio, Arturo, Vega o la supergigante Polaris (la Estrella Polar).

Naturalmente, todos estos magníficos vídeos solo tienen por objeto mostrar una representación visual ficticia, sin ninguna intención de reflejar situaciones científicamente realistas. De hecho, nada sería como lo conocemos, ni habría nadie para conocerlo, si la Tierra estuviera a tan corta distancia de esos planetas o estrellas gigantes. Como ya he contado aquí, los estudios de la ciencia planetaria en los últimos años tienden a sugerir no solo que el nuestro es un planeta raro por sus propias características, sino que incluso toda la arquitectura precisa del Sistema Solar ha sido también un factor influyente para permitir la existencia de esta roca mojada que llamamos hogar.

Europa y Rusia, ¿romance espacial a la luz de la Luna?

El desenlace de la carrera espacial de los 50 y 60, con Armstrong ejecutando su famoso paso-salto, fue en cierto modo una victoria inesperada para el bando estadounidense. La Unión Soviética había ganado en todas las metas previas: entre otras, el primer satélite (Sputnik 1, 1957), el primer animal en órbita (Laika, 1957), el primer hombre en el espacio (Yuri Gagarin, 1961), el primer paseo espacial (Alexei Leonov, 1965) y las primeras sondas lunares no tripuladas.

Después, la historia es sabida: EE. UU. pisó la Luna cinco veces más después de Armstrong y Aldrin, pero la pérdida del interés público y político resultó en la cancelación de las tres últimas misiones Apolo planeadas, las 18, 19 y 20, mientras la NASA veía cómo su financiación se desplomaba. Por su parte, la URSS se concentró en las misiones no tripuladas y en las estaciones espaciales, logrando también situar la primera en órbita en 1971, Salyut 1.

Han pasado 43 años desde que el hombre pisó la Luna por última vez. En este casi medio siglo la Unión Soviética se ha desarbolado, nuevas potencias han saltado a la arena espacial (Europa, China, India, Japón, Canadá…), y la exploración más allá de la órbita baja terrestre se ha concentrado en las misiones no tripuladas, más baratas y rentables desde el punto de vista científico. En este período, la ciencia espacial ha progresado espectacularmente, pero la ausencia del factor humano ha alejado al público de la aventura del espacio. La interesante ciencia que se practica a bordo de la Estación Espacial Internacional apenas logra abrirse camino en las páginas de los medios. De hecho, solo Alfonso Cuarón y su Gravity han conseguido atraer el interés general hacia la única presencia humana actual más allá de nuestro planeta.

Algunos analistas hablan de una nueva edad de oro de las misiones tripuladas, aunque de momento se trata solo de embriones de planes. La NASA ya tiene una nueva cápsula, Orión, pero aún necesita un cohete que la lleve de un lugar a otro. La agencia estadounidense tiene la vista puesta en Marte, un caro sueño para el que no tiene dinero. China también baraja misiones tripuladas más allá de la órbita baja.

Rusia ha anunciado que pretende enviar misiones tripuladas a la Luna, y hace unos días puso fecha a estos planes: 2029. Cinco años antes, una sonda llamada Luna 25 o Luna-Glob se posará en el polo sur lunar para estudiar la posibilidad de fundar allí una base permanente. Este proyecto se ha demorado ya varias veces desde que empezó a concebirse en 1997, pero se diría que ahora va en serio; el pasado junio, la agencia espacial rusa Roscosmos presentó un modelo de la sonda en una feria aeroespacial en París.

Además de esto, otro factor aporta más solidez al proyecto lunar de Rusia. Hace dos semanas, la BBC reveló detalles de una misión conjunta ruso-europea llamada Luna 27 que dentro de cinco años explorará el polo sur lunar en busca de los recursos necesarios con vistas a esa base permanente, un objetivo que forma parte de los planes de la ESA y que cuenta con el respaldo del nuevo director general de la agencia, el alemán Johann-Dietrich Wörner.

Concepto de la ESA para una base lunar, diseñada por el estudio del arquitecto Norman Foster. Imagen de ESA / Foster + Partners.

Concepto de la ESA para una base lunar, diseñada por el estudio del arquitecto Norman Foster. Imagen de ESA / Foster + Partners.

¿Veremos a los astronautas europeos (re)conquistando la Luna? La colaboración entre dos grandes agencias como la rusa y la europea sería crucial para alcanzar metas tan ambiciosas. Pero al mismo tiempo, no parece que la tendencia actual del gobierno ruso avance hacia una mayor apertura en materia de ciencia, sino más bien al contrario: la semana pasada, la revista Nature informaba de una decisión de Vladimir Putin que camina de vuelta hacia los tiempos de oscurantismo y opacidad de la URSS.

En mayo, Putin amplió una ley de 1993 que obligaba a los científicos a obtener aprobación del Servicio Federal de Seguridad (el neo-KGB) para publicar resultados de interés industrial o militar. Con el nuevo decreto, esta exigencia se extiende a todo lo que se denomina «nuevos productos». Tal vez por la vaguedad de este término, y según Nature, un instituto de biología de Moscú ya ha comunicado a sus investigadores que todos los estudios deberán pasar el filtro de seguridad.

La pregunta es obvia: en un campo tan estratégico como el de la tecnología espacial, ¿podrá Europa confiar en el futuro de una alianza con un socio tan suspicaz?

Sí, hay restos de plancton marino en el exterior de la ISS

Ya expliqué ayer los antecedentes de esta curiosa historia, que podría abrir el camino hacia un descubrimiento insospechado: la presencia de restos de bacterias y plancton marino en el exterior de la Estación Espacial Internacional (ISS). Como detallé en el artículo anterior, las declaraciones de Vladimir Soloviov, responsable del sector ruso de la ISS, fueron difundidas en agosto de 2014 por la agencia ITAR-TASS, tratadas de forma confusa por los medios, soslayadas por la NASA y solo corroboradas a medias por la agencia espacial alemana DLR, que habló de ADN bacteriano pero no de microbios vivos ni de plancton marino.

Para tratar de esclarecer qué había de cierto en la historia y cuál era el alcance de los descubrimientos, hace unos meses traté de contactar con los responsables del presunto hallazgo. Vladimir Soloviov, el autor de las declaraciones originales, es un antiguo cosmonauta, científico y doctor en Ciencias Técnicas, dos veces Héroe de la Unión Soviética, y hoy preside el Consejo Asesor Científico y Técnico para los Programas de Investigación Científica y Aplicada en Estaciones Espaciales Tripuladas (STAC), el órgano que gestiona los proyectos de investigación en el sector ruso de la ISS. El STAC pertenece al Instituto Central de Investigación en Construcción de Máquinas (TsNIIMash), un organismo que desarrolla ingeniería aeroespacial militar, como misiles balísticos y sistemas de defensa aérea, y que a su vez depende de la agencia espacial rusa Roscosmos.

Una vez conseguida una fuente en el TsNIIMash, traté de contactar a través de ella con la responsable de los experimentos sobre microorganismos en el exterior de la ISS, Elena Shubralova. Pero dado que el TsNIIMash es un instituto dedicado a la defensa militar, digamos, to cut a long story short, que navegar por la burocracia rusa no ha sido fácil. Finalmente no se me facilitó el acceso a la doctora Shubralova, quien por otra parte no habla inglés. A cambio, fui invitado a la Conferencia Internacional Investigaciones y Experimentos en la Estación Espacial Internacional, que se celebrará del 9 al 11 de abril en el Instituto de Investigación Espacial de la Academia Rusa de Ciencias (IKI RAS) en Moscú y en la que Shubralova expondrá sus resultados. Pero obviamente, mi economía no me permite semejante dispendio.

Al menos, mi fuente me proporcionó un informe escrito por Shubralova en octubre de 2014 y en el que –en ruso, y que traduje con las herramientas automáticas al uso– se repasan los objetivos, los resultados y las conclusiones de las investigaciones sobre la presencia de microorganismos en el exterior de la ISS. A continuación resumo lo más relevante de este documento.

El cosmonauta Oleg Artemyev toma muestras de una ventana de la ISS el 19 de junio de 2014. Imagen de artemjew.ru.

El cosmonauta Oleg Artemyev toma muestras de una ventana de la ISS el 19 de junio de 2014. Imagen de artemjew.ru.

En 2010, un consorcio de instituciones rusas de investigación bajo la dirección del TsNIIMash y la corporación RSC Energia puso en marcha el experimento TEST, estudio experimental de la presencia de condiciones de vida en el exterior de los módulos de la ISS y de la posibilidad de microdestrucción de elementos estructurales bajo la acción de la microflora. Se trataba de investigar si la posible presencia de microorganismos sobre las naves espaciales podría dañar sus estructuras, sobre todo de cara a viajes espaciales de larga duración como una posible misión a Marte.

«La superficie exterior de los módulos de la ISS, en órbita durante 15 años o más, es una base ideal para estudios experimentales sobre la conservación y supervivencia de organismos terrestres en el espacio abierto y las condiciones para asegurar la cuarentena planetaria de las misiones enviadas», escribe Shubralova, añadiendo que la superficie de la ISS es una «trampa cósmica eficaz» para las partículas dispersadas en la baja órbita terrestre, «incluyendo bacterias y esporas de hongos». La científica afirma que la definición del límite superior de la biosfera terrestre y el estudio de la existencia de biosferas extraterrestres y de los mecanismos de dispersión de la microflora hacia el espacio son «la cuestión más importante de la ciencia natural moderna».

Por lo tanto, una primera conclusión es que, al contrario de lo que publicaron algunos medios, los cosmonautas rusos no se encontraron por casualidad con la presencia de depósitos en las ventanas cuando estaban en el exterior de la ISS lanzando nanosatélites, sino que desde el principio ha sido un experimento concebido para estudiar la existencia de microbios en la superficie de la estación. Lo más sorprendente es que, como cité en mi anterior artículo, el portavoz de la NASA Dan Huot se limitara a mencionar a Space.com que los rusos tomaron muestras en busca de «residuos», y que se mostrara tan extrañado ante la posibilidad de que esos restos fueran biológicos, que es precisamente de lo que trataba el experimento.

Dispositivo empleado por los cosmonautas para tomar muestras del exterior de la ISS en el experimento TEST. Se trata de una carcasa que alberga dos cilindros extraíbles con bastoncillos en sus extremos. Imagen de TsNIIMash.

Dispositivo empleado por los cosmonautas para tomar muestras del exterior de la ISS en el experimento TEST. Se trata de una carcasa que alberga dos cilindros extraíbles con bastoncillos en sus extremos. Imagen de TsNIIMash.

Para la toma de muestras en la superficie exterior de la ISS, los cosmonautas rusos emplearon unos dispositivos especialmente diseñados de cara al experimento, consistentes en una carcasa de la que se extraen dos cilindros que llevan bastoncillos en el extremo. Por supuesto, todo ello esterilizado en tierra por autoclave y radiación gamma. Las muestras se tomaron en 2010, 2012, 2013 y 2014 en distintas localizaciones del exterior de la estación, y fueron devueltas a los laboratorios rusos para su análisis microbiológico.

Según detalla Shubralova en su informe, «en cuatro de las once muestras se encontraron bacterias de cuatro especies del género Bacillus, B. licheniformis, B. subtilis, B. sphaericus y B. pumilus«, en un sistema de válvulas y en dos ventanas. La investigadora aclara que se trata de «esporas viables», lo que contradice las declaraciones del DLR alemán afirmando que se trataba solo de ADN bacteriano y que no se podía determinar si los microorganismos estaban vivos.

Los dedos del guante del cosmonauta ruso Oleg Artemyev muestran el polvo depositado en el exterior de la ISS. Imagen de artemjew.ru.

Los dedos del guante del cosmonauta ruso Oleg Artemyev muestran el polvo depositado en el exterior de la ISS. Imagen de artemjew.ru.

Pero además, el documento de Shubralova confirma la detección de «fragmentos de ADN de micobacterias (bacterioplancton marino heterótrofo que vive en el mar de Barents) y de ADN de la bacteria extremófila Delftia«. Las micobacterias son una familia y género de bacterias que se encuentran en el medio ambiente y en los seres vivos y que a menudo son patógenas, como las que causan la tuberculosis y la lepra. En concreto, el informe indica que se hallaron micobacterias propias del mar de Barents, un sector del océano Ártico situado entre el norte de Noruega y Rusia y los archipiélagos de Svalbard, Tierra de Francisco José y Nueva Zembla. Por su parte, Delftia es un género de bacterias cuyo representante tipo, D. acidovorans, es un extremófilo –adaptado a condiciones extremas– conocido como la bacteria de las pepitas de oro, ya que disuelve este metal precioso del suelo que después puede depositarse en vetas más puras.

En resumen: sí, hay plancton marino bacteriano en el exterior de la ISS. Shubralova no precisa si vivo o muerto, aunque es seguro que se trata de restos muertos, ya que tanto las micobacterias como Delftia son aerobios, es decir, necesitan aire para vivir, y no pueden formar esporas resistentes como Bacillus.

Un investigador abre uno de los dispositivos del experimento TEST en un laboratorio ruso. Imagen de TsNIIMash.

Un investigador abre uno de los dispositivos del experimento TEST en un laboratorio ruso. Imagen de TsNIIMash.

En cuanto al origen de estos residuos biológicos, la investigadora concluye que proceden directamente de la Tierra: «Los hechos prueban que es posible que se produzca una transferencia significativa de bacterioplancton marino a la órbita de la ISS», escribe. Según el informe, los resultados «sugieren la existencia de un mecanismo de ascenso ionosférico que transfiere aerosoles troposféricos desde la superficie de la Tierra a la ionosfera superior». Es decir, corrientes de aire que son capaces de elevar gotitas de agua desde el suelo y el mar hasta una altura de 400 kilómetros, algo insospechado hasta ahora.

El informe de Shubralova propone que la contaminación biológica y química en el exterior de la ISS, unida al efecto de la radiación, supone una amenaza de corrosión de los elementos estructurales de la estación, lo que podría afectar a las naves espaciales en misiones de larga duración a la Luna o Marte.

Eso es todo. En abril, cuando Shubralova exponga sus resultados en la conferencia de Moscú, obtendremos respuestas a algunas de las incógnitas pendientes, sobre todo cómo los investigadores pueden descartar otros orígenes de los restos biológicos. No parece razonable que las bacterias pudieran haber contaminado los módulos de la ISS antes de ser lanzados al espacio –¿un ingeniero que regresaba de sus vacaciones en el mar de Barents?–; aunque algunos microorganismos pueden escapar a los procedimientos de esterilización previos al lanzamiento (como ya expliqué aquí), es muy improbable que nada, ni siquiera fragmentos aislados de ADN, pueda aguantar la radiación ultravioleta del espacio durante años. En cambio, es más fácil imaginar una contaminación procedente del propio ambiente interior de la ISS que pensar en bacterias volando desde el mar hasta la órbita terrestre.

Por mi parte, tendré que conformarme con leer las crónicas de los afortunados que puedan viajar a Moscú para cubrir la conferencia.

¿Hubo o no plancton marino en el exterior de la Estación Espacial?

Esta no es una historia del año pasado, sino una historia aún a medias, abierta y por el momento sin final. Pero merece la pena contarse a la espera de que más adelante, quizá a solo un mes vista, lleguemos a conocer los detalles y las explicaciones sobre un hecho la mar (nunca mejor dicho) de extraño que nos ofreció una de las noticias científicas más insólitas de 2014: el presunto hallazgo de restos de plancton marino en el exterior de las ventanas de la Estación Espacial Internacional (ISS), en órbita a unos 400 kilómetros sobre la superficie terrestre.

La ISS fotografiada desde el transbordador espacial 'Atlantis' el 19 de julio de 2011. Imagen de NASA.

La ISS fotografiada desde el transbordador espacial ‘Atlantis’ el 19 de julio de 2011. Imagen de NASA.

Comencemos por el principio. El 19 de agosto de 2014, la agencia rusa de noticias ITAR-TASS publicaba unas declaraciones del director del segmento ruso de la ISS, Vladimir Soloviov, afirmando que en la superficie exterior de las ventanas (o iluminadores) de la estación se habían hallado restos de plancton. «Los resultados del experimento son absolutamente únicos», decía Soloviov. «Hemos encontrado trazas de plancton marino y partículas microscópicas en la superficie del iluminador. Esto debería estudiarse más». El antiguo cosmonauta añadía que no estaba claro cómo tales restos biológicos podían haber llegado hasta allí.

La noticia llamó la atención de los medios de todo el mundo y fue ampliamente comentada y citada. La web especializada Space.com buscó de inmediato la confirmación de la NASA, pero la agencia estadounidense, como decía aquella serie de televisión, negó todo conocimiento: «Hasta donde sabemos, no hemos oído de ningún informe oficial de nuestros colegas de Roscosmos [la agencia espacial rusa] sobre el hallazgo de plancton marino», dijo el portavoz de la NASA, Dan Huot.

«Los rusos tomaron muestras de una de las ventanas del segmento ruso, y lo que en realidad están buscando son residuos que puedan acumularse en los elementos visualmente sensibles, como las ventanas, así como en el propio fuselaje, [restos] que puedan acumularse cuando enciendan los propulsores para cosas como subir la órbita. Para eso tomaban las muestras. No sé de dónde vienen todos esos comentarios sobre el plancton», añadía Huot a Space.com el 20 de agosto.

La siguiente actualización llegó casi un mes después a través de una vía poco ortodoxa, una web alemana llamada GreWi.de (abreviatura de grenzwissenschaft-aktuell.de, literalmente «ciencia de frontera actual») que cubre los territorios habituales en programas como Cuarto Milenio: algunos temas científicos mezclados con fenómenos paranormales y pseudociencias. El 16 de septiembre, esta web informaba de que sus preguntas a la Agencia Europea del Espacio (ESA) sobre el plancton en la ISS no habían encontrado respuesta, pero que en cambio una de sus lectoras, Tanja Wulff, había obtenido contestación de la institución que actúa como agencia espacial alemana, el Centro Aeroespacial Alemán (DLR), a través de su página de Facebook. La respuesta era legítima y estaba firmada por Alisa Wilken, periodista del Departamento de Comunicación de DLR. Decía así:

En una actividad extravehicular, los cosmonautas tomaron muestras del exterior del módulo ruso. Estas muestras fueron después analizadas en un laboratorio en la Tierra. En esta muestra se descubrió ADN bacteriano.

Sin embargo, el método por el que las muestras se analizaron en este caso es discutible, ya que no puede detectar todos los tipos de bacterias ni puede determinar si las bacterias halladas están vivas y proliferando o no.

Asimismo, la biomasa que puede extraerse de tales muestras es muy limitada, así que hasta el momento no se habrían llevado a cabo nuevos exámenes. Para hacer esto se necesitarían más muestras.

Así, la información en poder del DLR omitía toda referencia al plancton marino, dejando el hallazgo reducido a restos de ADN bacteriano y sin posibilidad de concluir si el material genético se había extraído de bacterias vivas o, al menos, de esporas latentes.

El astronauta holandés de la ESA Andre Kuipers junto a una de las ventanas de la ISS, el 21 de abril de 2004. Imagen de NASA.

El astronauta holandés de la ESA Andre Kuipers junto a una de las ventanas de la ISS, el 21 de abril de 2004. Imagen de NASA.

La supervivencia de ciertos organismos en el espacio ha sido materia de estudio en los últimos años. Los líquenes, esa forma de joint-venture entre algas y hongos, son capaces de sobrevivir en el espacio durante 16 días. Hace unos meses repasé algunos estudios que han demostrado cómo ciertos organismos simples son capaces de soportar las condiciones del espacio: las esporas de las bacterias Bacillus subtilis y Bacillus pumilus permanecen viables durante un año y medio, e incluso los tardígrados u osos de agua (animalitos microscópicos) pueden aguantar hasta diez días ahí fuera, secos y un poco maltrechos, pero vivos. En cuanto al material genético aislado, el ADN bacteriano resiste un vuelo al espacio y una reentrada en la atmósfera a 1.000 grados centígrados. Por otra parte, en la atmósfera terrestre se han encontrado microorganismos a una altura de 15 kilómetros e incluso tal vez de hasta 40 kilómetros.

Aquí acaba la información disponible hasta ahora. Pero además de su interés científico, la historia tiene un desarrollo periodístico que merece la pena comentar y que ha contribuido aún más a una confusión que aún no parece aclarada.

En la noticia original difundida por ITAR-TASS, Soloviov solo hablaba de «trazas de plancton», a lo que el redactor añadía una referencia imprecisa a organismos vivos. Sin embargo, fueron muchos los medios –algunos muy prestigiosos– que hablaron de plancton «viviendo» e incluso «creciendo» en el exterior de la ISS. Lo más intrigante del caso es que muchos medios citaron declaraciones entrecomilladas de Soloviov en las que el excosmonauta explicaba que el plancton hallado no es nativo de la región de Kazajistán desde donde se lanzaron los módulos rusos de la ISS, que el plancton en esas fases de desarrollo se encuentra en la superficie de los océanos, y que el fenómeno podía deberse a corrientes de aire ascendentes que alcanzan la órbita de la estación. Hasta donde sé, no he podido encontrar la fuente original de estas informaciones, pero desde luego no figuran en las declaraciones de Soloviov recogidas por la agencia rusa. Algún medio señaló como fuente un artículo en la web neozelandesa de noticias stuff.co.nz, pero una vez más, esta a su vez se refiere solo al teletipo de ITAR-TASS.

Ante toda esta confusión, he tratado de hacer averiguaciones sobre los resultados de los experimentos rusos. Mañana, la solución.

Continuará…

Estalla un cohete ucraniano-americano con motores soviéticos reciclados

La exploración espacial hace mucho tiempo que dejó de ser una carrera entre superpotencias para convertirse en otras cosas, como un esfuerzo compartido y un negocio globalizado. En el año 2014 no tiene mucho sentido hablar de éxitos de unos o fracasos de otros, o de una ya inexistente confrontación entre modelos públicos y privados.

Integración del carguero espacial Cygnus Orb-3 en el cohete Antares. Imagen de NASA / Wallops Flight Facility / Patrick Black.

Integración del carguero espacial Cygnus Orb-3 en el cohete Antares. Imagen de NASA / Wallops Flight Facility / Patrick Black.

Para situar en su contexto de qué estoy hablando, explicaré que estos párrafos vienen motivados por la explosión de un cohete estadounidense cuando despegaba ayer de la base de Wallops, en Virginia. Se trataba de una lanzadera Antares no tripulada construida para la NASA por la compañía Orbital Sciences y que llevaba en sus tripas la nave Cygnus Orb-3, un carguero espacial con forma de barril de cerveza que debía transportar unos 2.200 kilos de materiales, suministros y experimentos a la Estación Espacial Internacional (ISS).

Después de un retraso de un día a causa de la intrusión de un barco en la zona de seguridad en torno a la plataforma de lanzamiento, la cuenta atrás llegó a cero a las 6 y 22 minutos de la tarde del 28 de octubre, hora local. Los motores entraron en ignición y el cohete comenzó a elevarse. Pero unos seis segundos más tarde se produjo una explosión, el aparato cayó a tierra y entonces, según describió un testigo, fue como si todo el cielo ardiera. Según informó Orbital Sciences, el mecanismo de autodestrucción fue activado y probablemente se accionó antes de que el cohete tocara el suelo, lo que pudo contener el alcance de la explosión.

Dado que, casi coincidiendo con esta misión, otra similar rusa conseguía cumplir su objetivo de arribar a la ISS sana y salva, algunas voces se han alzado comparando el desempeño de las agencias espaciales de ambos países y de los supuestos modelos público y privado en la exploración espacial. Desde que la NASA canceló su programa de transbordadores tripulados, ha firmado una serie de convenios con compañías del sector aeroespacial para cubrir las necesidades de transporte de sus misiones no tripuladas, mientras que de momento sus astronautas deberán pagar asiento en las Soyuz rusas.

Es evidente que los programas espaciales estadounidense y soviético fueron esencialmente diferentes en tiempos de la carrera espacial. Ambos confiaban la tarea a agencias públicas, NASA y Roscosmos respectivamente, pero el modelo norteamericano hacía un uso intensivo de contratistas externos, mientras que en la antigua URSS, obviamente, todo quedaba en manos de la economía estatal, aunque fuera bajo nombres diferentes.

Todo esto ha cambiado en las últimas décadas. En la potencia del este existe desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una compañía que desde 1954 se dedica a la ciencia espacial y que hoy conocemos como RSC Energia. Esta enorme corporación, que emplea a casi 30.000 personas, lo ha sido todo en el programa espacial ruso; es la responsable de los satélites Sputnik, de las naves y cohetes Soyuz y Vostok, de las estaciones Salyut y Mir, de las misiones Luna y Mars, del sector ruso de la ISS… En resumen, de todo, o casi.

Por supuesto, en tiempos de la URSS RSC Energia era de titularidad estatal, pero en 1994 se llevó a cabo una privatización parcial que dejó solo el 38% del capital en manos del estado. Así que, en la práctica, la exploración espacial rusa es hoy un monopolio fáctico en manos privadas. Como es bien sabido que al poderoso estado ruso no le gusta perder el control, en 2013 el gobierno lanzó ORKK (en su versión inglesa URSC, United Rocket and Space Corporation), una corporación destinada a renacionalizar el sector. Controlada al 100% por el estado, ORKK no solo absorberá decenas de compañías proveedoras y contratistas, sino que además comprará un paquete importante de RSC Energia.

Curiosamente, y para quien sienta tentaciones de comparación, conviene destacar que la primera fase del cohete Antares que explotó ayer sobre la costa de Virginia es de diseño ucraniano, y sus motores son de origen soviético. Se trata de dos propulsores NK-33 pertenecientes al programa de la URSS N-1F, que fue cancelado a comienzos de la década de 1970 tras el fracaso de los cuatro vuelos de prueba. Los dos motores fueron reacondicionados por la empresa Aerojet Rocketdyne y rebautizados como AJ-26. Sin embargo no hay motivo para dudar de la fiabilidad de estos propulsores, ya que desde abril de 2013 otros similares han lanzado ya cuatro cohetes Antares de Orbital Sciences sin ningún problema, y los de la misión malograda habían pasado las pruebas de certificación.

Tampoco Orbital Sciences es una empresa advenediza surgida al olor del reparto de dinero en contratos de la NASA. La compañía existe desde 1982 y cuenta con un sólido historial de proyectos y éxitos, incluyendo la construcción de satélites para la española Hispasat. En el sector espacial hay lugar para todos, públicos y privados, y a ninguna compañía le interesa suicidarse fabricando componentes defectuosos o cohetes que estallan. Estos fracasos han ocurrido, ocurren y ocurrirán a lo largo de la historia de la exploración espacial; y en muchos casos, pasados y futuros, las pérdidas no serán solo económicas.

Por si alguien se ha perdido el momento del lanzamiento del Antares y la explosión, dejo aquí no uno, sino cuatro vídeos del desastre grabados desde diferentes emplazamientos, uno de ellos desde un avión en vuelo.