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La súplica de Roald Dahl: por favor, vacunen a sus hijos

Cuando un temporal de lluvia o nieve asfixia la cabecera del Ebro, los vecinos de Zaragoza, de Castejón, de Miranda, de tantos otros lugares por los que el río araña su cauce, ya saben lo que les espera. En tales casos, los responsables públicos de turno están obligados a poner la venda, porque saben que la herida llegará. Cuando en otros países cobra fuerza un temporal que amenaza con asfixiar la razón y el sentido común, los responsables públicos de por aquí harían bien en empezar a desenrollar las vendas, porque es solo cuestión de tiempo que el tsunami de estulticia acabe anegándonos, como ha ocurrido históricamente.

En el caso que vengo a contar hoy, la oleada de estupidez es el movimiento antivacunas. La prueba de que aquí aún no ha cobrado fuerza es que no ocupa espacios de información y debate público al mismo nivel que en otros países. Pero dado que nadie ha demostrado que el coeficiente intelectual de los españoles sea superior al de los estadounidenses o los británicos, me apostaría tranquilamente el valor equivalente al caballo que no tengo a que el movimiento terminará por llegar.

No pretendo, al menos hoy, desmontar aquí los argumentos demostradamente falsos que sostienen quienes toman la decisión de no vacunar a sus hijos. En internet hay infinidad de artículos y estudios que ya lo han hecho y que están disponibles para todo el que desee consultarlos. Mi propósito es comentar cómo la polémica ha repuntado en Estados Unidos a raíz de un brote de casos de sarampión originado en el parque Disneyland de California, y que afecta ya a 14 estados. El Centro para el Control de Enfermedades de EE. UU. registra ya 102 casos en enero de 2015, pero en 2014 se contaron 644 casos, una cifra récord desde que en 2000 se consideró la enfermedad eliminada en aquel país.

Cualquiera que teclee «measles» en la sección de noticias de Google podrá comprobar cómo el tema es ahora una materia caliente de noticias y comentarios. Por si el asunto no fuera lo suficientemente preocupante, siempre tiene que alzarse la voz de la necedad para crear aún más confusión y riesgo público. En este caso, ha sido a cargo del gobernador del estado de Nueva Jersey, un tal Chris Christie, destacado líder del Partido Republicano que para más escarnio aparece en los medios como posible candidato presidencial.

Este personaje ya ascendió a los titulares en EE. UU. a raíz de la epidemia de Ébola, cuando el pasado octubre decidió aislar a Kaci Hickox, una enfermera que había tratado enfermos en África pero que no presentaba ningún síntoma, en una tienda de campaña junto a un hospital, sin agua corriente ni calefacción. A las protestas de Hickox por lo que ella consideraba un confinamiento inhumano, Christie se limitó a replicar: «No tengo motivo para hablar con ella». Finalmente Hickox rompió su cuarentena y huyó a Maine, donde reside su pareja y cuyo gobernador quiso también internarla, hasta que un juez de aquel estado falló a favor de la sanitaria.

La última de Christie, que hoy levanta polvareda en los medios anglosajones, ha tenido lugar durante una visita del gobernador a Reino Unido. Ayer lunes, Christie manifestó en Cambridge, a propósito del actual brote de sarampión en su país, que «los padres deben tener alguna posibilidad de elegir» sobre la vacunación de sus hijos. El político republicano hizo esta declaración a preguntas de los medios, en una rueda de prensa improvisada tras su visita a las instalaciones de la compañía estadounidense MedImmune, que fabrica una vacuna nasal contra la gripe. Christie rectificó una hora más tarde a través de un portavoz, pero el daño ya estaba hecho; hasta tal punto que el jefe de la División de Bioética del Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York, Arthur Caplan, llega a afirmar en una columna en la web de la revista Forbes que «Christie es responsable del actual brote de sarampión en Estados Unidos. Bueno, es estirarlo un poco; pero no mucho».

Quizá alguien se esté preguntando: bueno, si yo vacuno a mis hijos, ¿qué me importa lo que haga el resto? Pero por desgracia, sí importa, y mucho. Seis afectados por el actual brote de sarampión en EE. UU. son niños que fueron vacunados. La vacuna no es eficaz en el cien por cien de los casos, dado que en algunos casos la esperada respuesta de anticuerpos no llega a producirse. En general, estas excepciones no corren riesgo porque quedan protegidas por lo que se conoce como efecto rebaño o inmunidad de grupo; la eficacia de una vacuna a nivel de la población se logra, en parte, gracias a que una alta proporción de sus individuos están inmunizados. Así el contagio de una persona teóricamente vacunada, pero incompetente inmunológicamente, es un fenómeno muy improbable.

¿Debemos preocuparnos? En mi opinión, sí, y mucho, pero no por la situación actual, sino por el previsible crecimiento del movimiento antivacunas en nuestro entorno. Actualmente (enero de 2015) este es el mapa del sarampión en el mundo, según datos del Council on Foreign Relations:

Mapa de la distribución de los brotes de sarampión en el mundo en 2015 (enero). Fuente: Council on Foreign Relations.

Mapa de la distribución de los brotes de sarampión en el mundo en 2015 (enero). Fuente: Council on Foreign Relations.

Pero no hay que remontarse muy atrás para descubrir que no estamos a salvo de esta enfermedad. Este era el mapa en 2011:

Mapa de la distribución de los brotes de sarampión en el mundo en 2011. Fuente: Council on Foreign Relations.

Mapa de la distribución de los brotes de sarampión en el mundo en 2011. Fuente: Council on Foreign Relations.

El escritor británico Roald Dahl en 1982. Imagen de Hans van Dijk / Anefo / Wikipedia / CC.

El escritor británico Roald Dahl en 1982. Imagen de Hans van Dijk / Anefo / Wikipedia / CC.

Es conveniente aclarar algo: EL SARAMPIÓN PUEDE MATAR. Y por si alguien lo duda, traigo aquí el caso de Roald Dahl (1916-1990). El autor de Charlie y la fábrica de chocolate, un maravilloso cuento que acaba de cumplir medio siglo, como contó hace unos días mi compañera Madre Reciente, perdió en noviembre de 1962 a su hija mayor Olivia, de siete años, por complicaciones del sarampión. Aún no existía una vacuna. En 1988, el escritor británico escribía a todos los padres y madres una carta que traduzco íntegra:

El sarampión: una enfermedad peligrosa

Por Roald Dahl (1988)

Olivia, mi hija mayor, cogió el sarampión cuando tenía siete años. Mientras la enfermedad seguía su curso habitual, recuerdo que a menudo le leía en la cama y no me sentía particularmente alarmado sobre ello. Entonces, una mañana, cuando ella estaba ya en el camino de la recuperación, yo estaba sentado en su cama mostrándole cómo fabricar pequeños animales con limpiapipas coloreados, y cuando llegó su turno de hacer uno, noté que sus dedos y su mente no estaban trabajando juntos y no podía hacer nada.

«¿Te encuentras bien?», le pregunté.

«Tengo mucho sueño», dijo.

En una hora, estaba inconsciente. En doce horas había muerto.

El sarampión se había convertido en una cosa horrible llamada encefalitis del sarampión y los médicos no pudieron hacer nada para salvarla. Aquello fue hace 24 años, en 1962, pero incluso ahora, si un niño con sarampión llegara a desarrollar la misma reacción letal que Olivia, aún no habría nada que los médicos pudieran hacer para ayudarle.

Por otra parte, hay algo que hoy los padres pueden hacer para asegurarse de que una tragedia como esta no les ocurra a sus hijos. Pueden insistir en que sus hijos sean inmunizados contra el sarampión. Yo no pude hacerlo con Olivia en 1962 porque en aquellos días no se había descubierto una vacuna fiable. Hoy existe una vacuna buena y segura disponible para todas las familias, y todo lo que ustedes deben hacer es pedir a su médico que se la administre.

No está generalmente aceptado que el sarampión sea una enfermedad peligrosa. Créanme, lo es. En mi opinión, los padres que ahora rehúsan inmunizar a sus hijos están poniendo en riesgo las vidas de esos niños. En Estados Unidos, donde la vacunación contra el sarampión es obligatoria, tanto el sarampión como la viruela han sido virtualmente erradicadas.

Aquí en Gran Bretaña, donde muchos padres se niegan, ya sea por obstinación, ignorancia o miedo, a que sus hijos sean inmunizados, aún tenemos 100.000 casos de sarampión al año. De estos, más de 10.000 sufrirán efectos secundarios de un tipo u otro. Al menos 10.000 desarrollarán infecciones de oído o de pecho. Unos 20 morirán.

QUE ESTO SE ENTIENDA BIEN.

Cada año, en torno a 20 niños mueren de sarampión en Gran Bretaña.

¿Y qué hay de los riesgos que corren sus hijos con la inmunización?

Son prácticamente inexistentes. Escuchen esto. En un distrito de unas 300.000 personas, ¡habrá solo un niño cada 250 años que desarrollará efectos secundarios graves de la inmunización contra el sarampión! Es aproximadamente una posibilidad entre un millón. Pienso que su niño tiene más riesgo de atragantarse mortalmente con una barra de chocolate que de enfermar gravemente por la inmunización contra el sarampión.

Así que, ¿de qué demonios se preocupa? Realmente, es casi un crimen dejar a su hijo sin inmunizar.

Lo ideal es hacerlo a los 13 meses, pero nunca es tarde. Todos los escolares que aún no hayan sido inmunizados contra el sarampión deberían suplicar a sus padres que se les vacune lo antes posible.

Por cierto, dediqué dos de mis libros a Olivia; el primero fue James y el melocotón gigante. Eso fue cuando ella aún vivía. El segundo fue El gran gigante bonachón (The BFG), dedicado a su memoria después de su muerte a causa del sarampión. Verán su nombre al comienzo de esos dos libros. Y sé lo feliz que ella se sentiría si tan solo pudiera saber que su muerte ayudó a ahorrar muchas enfermedades y muertes de otros niños.