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Cuernos sintéticos de rino, ¿solución o simple negocio?

Hoy traigo una muestra de que no todos aquellos interesados en que los rinocerontes continúen existiendo dentro de 20 años están convencidos de que la actual prohibición del comercio internacional de cuernos sea lo mejor para lograrlo. Quienes sí lo piensan, como la Born Free Foundation (BFF) de la que hablé ayer, alegan razones cuyo resumen general viene a ser que la legalización podría elevar la demanda, y el riesgo de esta posibilidad aconseja no tocar el veto vigente desde 1977.

Un rinoceronte blanco en el Parque Nacional de Meru (Kenya). Imagen de J. Y.

Un rinoceronte blanco en el Parque Nacional de Meru (Kenya). Imagen de J. Y.

Pero ¿ha funcionado el veto? Este gráfico, publicado en Science en 2013, muestra de un vistazo la evolución de la caza furtiva de rinos de 2000 a 2012.

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Organizaciones como BFF alegan que hasta 2007 el veto estaba cumpliendo su función, ya que el furtivismo contra los rinos se mantenía a niveles muy bajos. Y que el ascenso vertiginoso a partir de 2008 es un fenómeno esporádico no relacionado con la demanda tradicional, sino provocado por la repentina moda en Vietnam de adquirir polvo de cuerno de rinoceronte como capricho caro de los nuevos millonarios.

Pero si los datos son objetivos, las interpretaciones son libres. ¿Realmente fue el veto lo que mantuvo el furtivismo a raya hasta 2007? ¿O fue simplemente la ausencia de demanda, ya que China había retirado en 1992 el cuerno de rino su farmacopea tradicional a raíz de su entrada en el CITES? Sin duda, el surgimiento de una nueva oleada de demanda a partir de 2008 disparó la matanza de rinos a pesar del veto. Por este motivo, hay quienes piensan que no hay pruebas suficientes para evaluar los efectos del veto ni mucho menos su posible modificación.

Entre estos se cuenta la ONG británica Save the Rhino International (STRI), la mayor entidad dedicada específicamente a la conservación de los rinocerontes, y uno de cuyos principales promotores fue Douglas Adams, autor de La guía del autoestopista galáctico. Según me cuenta Cathy Dean, directora de STRI, Suráfrica emprendió un exhaustivo estudio de 18 meses a cargo de un comité de expertos, con vistas a la posible presentación de una propuesta de legalización del cuerno de rino en la reunión del CITES que se celebra estos días en Johannesburgo. Sin embargo, finalmente la moción no fue presentada. Por este motivo la pequeña Suazilandia, que planeaba votar a favor de la propuesta para poder vender su stock de cuernos, decidió en el último momento presentar la suya propia de manera precipitada.

«Suráfrica no ha publicado los resultados del comité», dice Dean. «¿No sería útil para las partes del CITES, los 182 países, poder ver el informe del comité para poder tomar una decisión informada?», se pregunta. La visión de STRI es que se trata de una cuestión compleja con múltiples variables, y que por tanto no se puede liquidar con ideas preconcebidas o eslogans. «En SRTI aún no tenemos una postura definitiva sobre si legalizar el comercio internacional de cuerno de rino ayudaría a asegurar la supervivencia a largo plazo de las especies de rinos, o si aceleraría su extinción», concluye Dean. «Creemos que no hay suficientes pruebas disponibles para formarnos una opinión clara».

Dean confiesa no saber si realmente la legalización elevaría la demanda, una postura mucho más juiciosa que la de quienes afirman tajantemente que sí. Hoy por hoy, lo único que sabemos es que la demanda ha aumentado sin la legalización. Por ello, Dean considera que como mínimo el veto no es una varita mágica, y que la batalla deberá continuar en todos los campos donde se libra actualmente, desde la sabana hasta las calles de Vietnam.

En esta lucha se ha abierto recientemente un nuevo frente. Un puñado de compañías biotecnológicas han anunciado que pronto comenzarán a fabricar cuerno de rino artificial mediante nuevas tecnologías de bioimpresión en 3D. Cuando empresas como Pembient o Rhinoceros Horn anunciaron sus planes de poner a la venta este producto, muchos palidecieron, ya que este material abre un agujero legal no cubierto por el CITES (nota: las resoluciones del CITES afectan únicamente al comercio internacional, mientras que cada país es libre para legislar sobre el comercio interior).

La gran mayoría de las ONG, incluyendo BFF y STRI, se han manifestado en contra de la comercialización de este producto. No todas: Traffic, que lucha contra el comercio internacional de especies, fue más cauta al sugerir que esta vía no debería descartarse directamente sin un análisis más profundo.

No por casualidad, Matthew Markus, CEO de Pembient, está presente estos días en la reunión del CITES en Johannesburgo, según contó Business Insider. Pero la legitimidad de la aspiración de Markus de poner a la venta un producto que no es ilegal se tambalea con sus declaraciones. El empresario dijo a BI que reducir la demanda de cuerno «no sería ético», ya que «estas prácticas se basan en miles de años de tradición cultural; son mucho más viejas que Acción de Gracias».

Lo cual es un engaño deliberado, ya que Markus sin duda debe conocer que la nueva demanda vietnamita no guarda absolutamente ninguna relación con la medicina tradicional china, sino que es una moda de nuevos ricos nacida del rumor según el cual un expolítico de aquel país se había curado el cáncer tomando polvo de cuerno. Como he mencionado más arriba, el cuerno de rino ya no está presente en el recetario oficial publicado por la Administración Estatal de la Medicina Tradicional China. Las palabras de Markus revelan su lógico deseo de una demanda potente, escudado en un argumento falaz.

Por otra parte, y si la apertura al comercio de cuerno natural podría legitimar el producto ante sus consumidores (como me decía la portavoz de BFF), mucho más aún lo haría la puesta a la venta de un sucedáneo sintético. Mientras organizaciones como WildAid se empeñan en la ardua labor de convencer al público en el sureste asiático de que el cuerno de rinoceronte no tiene absolutamente ninguna propiedad terapéutica, psicotrópica ni afrodisíaca (su composición es la misma que la del pelo y las uñas), el efecto que tendría la venta de un sustituto artificial puede resumirse en una frase al estilo de eso que últimamente viene llamándose cuñadismo, pero en versión vietnamita: «¿Lo ves? Si no sirviera para nada, ¿crees que lo venderían los americanos?».

«La legalización del cuerno de rino legitimaría su consumo»

Tras la pausa del fin de semana, la 17ª Conferencia de las Partes del CITES (Convención sobre el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestres) deberá votar la propuesta de Suazilandia de legalizar el comercio internacional de cuerno de rinoceronte, prohibido desde 1977. Como conté ayer, la propuesta no saldrá adelante por no contar con el apoyo suficiente, pero abrirá un debate que promete una continuación después de la conferencia.

Como ya expliqué, el asunto es más complejo de lo que parece a primera vista. Entre las opiniones contrarias al levantamiento del veto se encuentra la Fundación Born Free (BFF), una entidad conservacionista creada en Reino Unido por los actores que en 1966 protagonizaron la película Born Free (Nacida libre), después convertida en serie. La película se basaba en la historia real de Joy y George Adamson, una pareja de europeos que entregaron sus vidas a la conservación de los leones en Kenya (y ambos fueron asesinados por ello).

Un rinoceronte negro en la Reserva Nacional de Masai Mara (Kenya). Imagen de J. Y.

Un rinoceronte negro en la Reserva Nacional de Masai Mara (Kenya). Imagen de J. Y.

La postura de BFF me llega a través de su directora de comunicación, Shirley Galligan. En resumen, la fundación se opone «vigorosamente» a la propuesta de Suazilandia, alegando una serie de motivos. Para BFF es imperativo mantener la situación actual, ya que el veto del CITES «ha contribuido enormemente a la protección de los rinos». Galligan señala que el furtivismo contra estos animales se mantuvo a niveles bajos hasta 2007, y que si ha empeorado desde entonces es debido a la nueva demanda procedente de Vietnam que no tiene nada que ver con los usos tradicionales del cuerno, como ya expliqué.

La portavoz de BFF añade que la propuesta de Suazilandia, presentada en el último momento cuando el gobierno de aquel país supo que Suráfrica no elevaría su propia petición con el mismo contenido, no bastaría para cubrir la demanda de cuerno, por lo que no serviría para reemplazar el producto ilegal. «En cambio, complicaría perversamente la persecución [del mercado negro], al proporcionar un medio por el que los cuernos ilegales podrían blanquearse para entrar en el comercio legal», añade.

Además, Galligan traza un paralelismo con el caso del marfil procedente de los elefantes, que no está sometido a una prohibición tan estricta. La portavoz de BFF alega que las ventas puntuales de marfil autorizadas por el CITES «han resultado en un aumento masivo del furtivismo contra los elefantes y en la clara aparición de mercados paralelos de marfil, legal e ilegal, sobre todo en China». Galligan prevé que la legalización del cuerno de rinoceronte acarrearía consecuencias similares.

Pero más allá de las predicciones, que son siempre apuestas falibles, Galligan apunta un argumento cargado de buen juicio. Existen organizaciones como WildAid cuyo objetivo no es luchar contra el furtivismo, proteger a los animales o combatir el tráfico ilegal de especies, sino reeducar la demanda; hacer comprender a los consumidores de materiales como el cuerno de rino que la única poción mágica es la de Astérix y solo funciona en los cómics. Que las presuntas propiedades beneficiosas de este material, compuesto por el mismo ingrediente que el pelo y las uñas, se resumen en dos palabras: absolutamente ninguna. Y por tanto, que se trata simplemente de una moda estúpida que provoca perjuicios evidentes sin aportar a cambio ningún beneficio para los consumidores.

«La propuesta suazi minaría las actividades de reducción de demanda en los países consumidores, legitimando el producto a los ojos de los usuarios existentes y potenciales», dice Galligan. Desde el punto de vista científico, merece aplauso que las organizaciones conernidas por este problema se pronuncien en contra de las supersticiones peligrosas. Pero algo muy distinto es que este objetivo sea asequible. Incluso en países más desarrollados y educados que los del sureste asiático, como el nuestro, la creencia en fórmulas mágicas como la homeopatía continúa vigente. ¿Quiénes somos para dar lecciones de nada a nadie?

¿Quién le pone el cascabel al rinoceronte?

Desde el pasado sábado 24 y hasta el próximo miércoles 5 de octubre, en Johannesburgo se discuten asuntos de importancia que apenas tendrán cabida en los medios de por aquí, inundados hasta el ahogamiento por los juegos florales, minués de salón y exabruptos ocurrentes que la política nacional vomita cada día.

Los problemas que se debaten en la 17ª Conferencia de las Partes del CITES (Convención sobre el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestres) son reales, y no son solo de interés marginal para ecologistas y científicos: las decisiones del CITES afectan a cuestiones como las economías nacionales de muchos países, las redes del crimen organizado (el de especies es el cuarto comercio ilegal del mundo tras el de drogas, el de productos falsificados y el de personas) o el posible infortunado encuentro de cualquiera de ustedes, si alguna vez viajan a África, con una banda de cazadores furtivos que no dudaría en meterles una bala en la cabeza.

Entre esos asuntos destaca la propuesta de Suazilandia, remoto y pequeño país en el cucurucho de África, para tumbar el veto al comercio internacional de cuerno de rinoceronte, vigente desde 1977. Hace unos días lo conté con detalle en otro medio, pero este es el resumen: aunque el cuerno de rino ya no se emplea oficialmente en la medicina tradicional china, hay una nueva oleada de demanda procedente de Vietnam, donde este material se ha convertido en el capricho de lujo de los nuevos millonarios. Le atribuyen toda clase de milagros, desde aliviar la resaca a curar el cáncer. Naturalmente, el cuerno de rinoceronte es tan eficaz para lo que sea como nuestros recortes de pelo o uñas, ya que todos ellos se componen de queratina.

Un rinoceronte blanco en el Parque Nacional del Lago Nakuru (Kenya). Imagen de J. Y.

Un rinoceronte blanco en el Parque Nacional del Lago Nakuru (Kenya). Imagen de J. Y.

Hay quienes elogian el veto del CITES como un gran triunfo, pero también quienes alertan de que la matanza de rinos continúa aumentando. Y entre estos últimos, algunos han aventurado la posibilidad de abrir una vía al comercio con el objetivo de cubrir la demanda con producto legal a un precio alto, pero inferior al del mercado negro.

Los defensores de esta postura esgrimen el argumento de que el cuerno de rinoceronte recrece después de cortado si se hace adecuadamente, y que por tanto puede cosecharse periódicamente de individuos vivos sin dañar a los animales. De hecho, en algunas regiones de África se despoja a los animales de sus ornamentos para protegerlos de los furtivos.

Todo lo cual, aunque no lo parezca, es materia de reflexión. Aunque no lo parezca, porque en cuestiones como estas la primera tentación es reaccionar visceralmente de manera irreflexiva. Quienes amamos África y su fauna queremos que siga allí por mucho tiempo, y cualquier movimiento que pudiera representar una nueva amenaza repugna a primera vista, sobre todo si como consecuencia de él alguien va a enriquecerse aún más.

En un segundo acercamiento, ya más fundamentado, existe ese viejo lema de que la legalización de lo que sea incrementa la demanda. Pero ¿es cierto? Los defensores del levantamiento del veto alegan que tal cosa no ha ocurrido en los países donde se han legalizado ciertas drogas. Y que por lo tanto el clásico eslogan dista mucho de ser una regla general.

Finalmente, y en el tercer nivel de análisis, resulta que los defensores de la vía del comercio legal no son solo quienes se beneficiarían económicamente de ello, como los criadores surafricanos que mantienen ranchos privados. Algunos de ellos son conservacionistas expertos con historiales académicos o científicos sólidos. En el caso de Suazilandia, la pretensión del país es vender su stock de cuernos y poner en marcha después un mercado estable anual con su cosecha regular de cuernos procedentes de rinos vivos. Los beneficios de este comercio, dicen, se destinarían a la protección de la especie.

Es cierto que la conservación de los rinos es una empresa muy cara, dependiente de países que no tienen precisamente economías desahogadas. Es cierto, en el otro plato de la balanza, que en África las grandes operaciones económicas suelen dejar bastante dinero en el bolsillo de quienes no deberían llevárselo (aunque casi, ¿y dónde no?). Pero también es cierto que los africanos se quejan de que quienes no sufren sus problemas se crean en el derecho a solucionarlos y en la posesión de la verdad sobre cómo hacerlo. Y no les falta razón: los países occidentales no pagan la conservación de sus rinocerontes, pero tampoco les permiten aprovechar sus propios medios para costearla.

Mientras escribo estas líneas, la propuesta de Suazilandia aún no se ha votado, aunque es imposible que alcance la mayoría necesaria de dos tercios de los 182 países del CITES. Pero por si alguien aún duda de que realmente este es un asunto que debería dar en qué pensar a ecólogos, conservacionistas, políticos, economistas y científicos, y con ellos a todos los demás, constato aquí otra sorprendente realidad: incluso entre las ONG conservacionistas no hay una postura unánime. Mañana lo contaré.