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¿Tiene sentido tirar a la basura la comida que cae al suelo?

Damos por hecho que el suelo es un lugar sucio, donde pisamos y donde acaban cayendo todos los detritos. Algunas culturas lo enfatizan con la costumbre de descalzarse al pasar del espacio público al privado, o al entrar en recintos que merecen un especial respeto. La comida que se nos cae al suelo sufre el destino del cubo de la basura, y el chupete que tiene la desgracia de tocar la calle a menudo se queda en la calle para siempre.

La regla de los cinco segundos. Imagen de Wikipedia.

La regla de los cinco segundos. Imagen de Wikipedia.

Pero ¿realmente tiene sentido todo esto? En algunos países se aplica una extraña norma arcana llamada la regla de los cinco segundos: si la comida cae al suelo, puede recuperarse siempre que se recoja antes de que transcurra ese intervalo. La regla se apoya en la extravagante presunción de que la contaminación es escasa o inocua si el contacto del alimento con el suelo dura menos de cinco segundos.

Aunque obviamente no existe ningún argumento racional para apoyar esta hipótesis, la popularidad de la creencia en el mundo anglosajón ha llevado a algunos a ponerla a prueba. Y como era de esperar, no aguanta una verificación experimental: un simple contacto instantáneo con una superficie contaminada basta para que la comida se impregne de bacterias peligrosas.

Claro que para ello es preciso que tales bacterias peligrosas estén presentes, y aquí es donde pueden llegar las sorpresas: en 2003 la estudiante estadounidense Jillian Clarke refutó empíricamente la regla de los cinco segundos, gracias a lo cual al año siguiente fue premiada con un IgNobel (ese reverso satírico de los Nobel). Pero lo curioso del caso fue que, para llevar a cabo el experimento, Clarke tuvo que impregnar el suelo de bacterias a propósito; resultó que el pavimento de la Universidad de Illinois en un lugar de tráfico constante apenas tenía contaminación microbiana. Por entonces la colaboradora de Clarke en dicha Universidad, Meredith Agle, declaró: «Fue un shock. Ni siquiera encontramos un número de bacterias en el suelo que pudiera contarse. Pensamos que nos habíamos equivocado, así que lo intentamos de nuevo, con el mismo resultado».

Pero sin desmerecer el trabajo de los limpiadores de la Universidad de Illinois, lo cierto es que los resultados de Agle y Clarke no hicieron sino corroborar lo que ya otros muchos estudios han mostrado: lo realmente sucio no son los lugares que pisamos, sino los que tocamos.

Como ejemplo más reciente, la web Travelmath ha publicado un análisis de las bacterias presentes en varios lugares de aviones y aeropuertos. El chocante resultado es que el lugar más sucio de un avión no es el baño, sino la bandeja abatible del respaldo del asiento, con 2.155 unidades formadoras de colonias o CFU (un término técnico para designar las bacterias individuales viables) por pulgada cuadrada. En contraste, el botón de descarga del inodoro solo tenía 265, poco más que la hebilla del cinturón de seguridad. De todos los lugares examinados, la medalla de plata de la inmundicia es para los botones de las fuentes de agua de los aeropuertos, con 1.240 CFU por pulgada cuadrada.

Los resultados están en consonancia con los de otros estudios. En 2011, la organización internacional de salud pública NSF determinó que el asiento del retrete ocupa un modesto undécimo puesto en la lista de lugares más sucios en el hogar medio, muy por debajo de, por ejemplo, el soporte del cepillo de dientes, el fregadero de la cocina, el pomo de la puerta del baño o los utensilios de las mascotas.

Otras investigaciones han descubierto que una mesa de trabajo típica contiene 400 veces más bacterias que el asiento del váter. Y aunque jamás se nos ocurriría pasar y repasar las yemas de los dedos por el lugar al que todo el mundo acerca sus posaderas para verter lo sobrante de sí, resulta que esto sería más saludable que hacerlo por el teclado del ordenador, las pantallas de smartphones y tablets o los botones de los cajeros automáticos, todos ellos más peligrosamente contaminados que el humilde e injustamente despreciado escabel de los mofletes de popa.

Así que, cuando se les caiga comida al suelo, y dependiendo de dónde ocurra, tal vez no haya razón para desecharla. Pero asegúrense de recogerla con guantes.