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Tres millones de dólares para Jocelyn Bell, la astrofísica ignorada por el Nobel

Hace un par de años y medio conté aquí la curiosa historia del descubrimiento del primer púlsar (estrella de neutrones giratoria) y de cómo aquel hallazgo, publicado en 1968, llegó a ilustrar la icónica portada de uno de los discos más míticos de la historia musical reciente, Unknown Pleasures de Joy Division (1979).

Jocelyn Bell en 1967. Imagen de Roger W Haworth / Wikipedia.

Jocelyn Bell en 1967. Imagen de Roger W Haworth / Wikipedia.

En el devenir de aquel episodio científico, que abrió una nueva era para la astronomía, hubo una clara figura perdedora: la norirlandesa Jocelyn Bell (después Bell Burnell por matrimonio), la autora material del hallazgo. Bell recibió en su día una gran atención por parte de los medios británicos… consistente en preguntarle si tenía muchos novios o si era más alta que la princesa Margarita.

Unos años después, en 1974, el descubrimiento fue distinguido con el Premio Nobel de Física… para el supervisor de Bell, Antony Hewish. No solo se trata de que Hewish no había sido el artífice directo del descubrimiento; es que incluso el hallazgo fue posible gracias a que Bell y otros cuatro colaboradores habían pasado dos años construyendo el artefacto necesario para ello. Y no piensen en alta tecnología: allí cada becario recibía un kit de herramientas para clavar palos en una parcela de 18.000 metros cuadrados y tender 190 kilómetros de cable entre ellos. Así eran aquellos primitivos radiotelescopios.

En su día y desde entonces, la omisión de Bell en la concesión de aquel premio ha perdurado popularmente como un caso flagrante de machismo en el mundo de la ciencia. Pero ya aclaré que en realidad se trata de algo más complejo: Bell era la becaria, y con independencia de que fuera hombre o mujer, los comités de los Nobel casi nunca premian a los becarios por considerarlos meramente las manos del cerebro de su amo.

Lo cual, evidentemente, casi nunca es cierto. Pero el Premio Nobel es una institución privada y por lo tanto tiene todo el derecho a regirse por las normas que le parezca, por equivocadas que sean (ya he comentado aquí mil veces que hoy en día premiar a una sola persona por un hallazgo es un descomunal anacronismo) Y aunque las quejas por este criterio sean frecuentes, a muchos de quienes protestan por ello, en concreto a los becarios, habría que plantearles esta pregunta: ¿cuántos estarían dispuestos a que en el futuro sean sus becarios quienes se lleven el mérito? Todos los sistemas jerárquicos se perpetúan porque los de abajo acaban llegando arriba.

Por su parte, Bell atajaba las críticas hacia el fallo del premio con una humildad y una elegancia dignas de aplauso:

Es el supervisor quien tiene la responsabilidad final del éxito o el fracaso del proyecto. Oímos de casos en los que un supervisor culpa a su estudiante de un fracaso, pero sabemos que la culpa es sobre todo del supervisor. Me parece simplemente justo que él deba también beneficiarse de los éxitos. Pienso que los premios Nobel quedarían degradados si se concedieran a estudiantes de investigación, excepto en casos muy excepcionales, y no creo que este sea uno de ellos.

Existen estos casos excepcionales que mencionaba Bell. Uno reciente que me viene ahora a la memoria es el del Nobel de Medicina de 2009, que premió a Elizabeth Blackburn y a su becaria Carol Greider por el descubrimiento de la telomerasa, la enzima clave del envejecimiento celular. Blackburn relacionó el acortamiento de los telómeros (los extremos de los cromosomas) con la edad de la célula, pero la identificación de la telomerasa fue obra exclusiva de Greider, algo que el comité Nobel no pudo ignorar.

Pero en realidad, el papel de Greider en este hallazgo fue muy similar al de Bell en el suyo. Algo que nunca sabremos es si Bell habría recibido el premio junto a Hewish si su nombre de Jocelyn hubiera designado a un chico (curiosamente, este nombre en Francia es masculino, algo similar a la diferencia de uso de Andrea, que es femenino aquí y masculino en Italia).

Jocelyn Bell Burnell en 2015. Imagen de Silicon Republic / Wikipedia.

Jocelyn Bell Burnell en 2015. Imagen de Silicon Republic / Wikipedia.

En definitiva, y ya se debiera la omisión a su condición de mujer o de becaria, o a ambas, lo cierto es que el agravio del Nobel aún pedía una reparación, a pesar de que desde entonces Bell ha sido distinguida con altos honores y nombramientos, incluyendo la Orden del –ya inexistente– Imperio Británico.

La merecida reparación le ha llegado ahora a Bell en una forma de menor prestigio científico que el Nobel, pero que muchos de los nobeles cambiarían con gusto: los tres millones de dólares que otorga el Premio Especial Breakthrough en Física Fundamental. En comparación, la dotación del Nobel en cada categoría es de algo menos de un millón a repartir entre los premiados, que en ciencia suelen ser tres.

Los Premios Breakthrough fueron creados en 2012 por un grupo de magnates que incluye al físico y tecnólogo ruso-israelí Yuri Milner, al cofundador de Facebook Mark Zuckerberg y su mujer, Priscilla Chan, al cofundador de Google Sergey Brin, a la cofundadora de la empresa genómica 23andMe y exmujer de Brin, Anne Wojcicki, y al chino Jack Ma, cofundador del gigante de internet Alibaba. Es decir, un ramillete de empresarios con bolsillos sin fondo que decidieron dedicar parte de su fortuna a la promoción de la ciencia y la investigación tecnológica.

Los premios tienen su edición regular anual, a la que se añade la concesión esporádica de galardones especiales a figuras de excepcional relevancia, como es el caso de Bell. El premio recibido ahora por la astrónoma se ha concedido anteriormente a Stephen Hawking y a los principales responsables del descubrimiento del bosón de Higgs o de las ondas gravitacionales.

Así pues, enhorabuena a la premiada, que lo tenía bien merecido. Que lo disfrute con salud. Y ya que hemos mencionado el Unknown Pleasures, me sirve como excusa para dejarles con esta rara y antigua joya.

Historia de un hallazgo y una portada: el primer púlsar y Joy Division (II)

En 1978, el punk había muerto. Entiéndanme, nunca lo ha hecho. Pero ninguna otra corriente musical ha pasado tan deprisa del antes al después, tanto que si uno parpadeaba corría el peligro de perdérsela. A comienzos de los años 70 surgió una oleada de bandas que después recibirían el nombre de protopunk. El momento de auge del punk llegó entre 1975 y 1977. Un año después, los británicos Crass certificaban la muerte de este fenómeno músico-social con un tema titulado precisamente así, Punk is Dead, en el que denunciaban cómo aquel movimiento presuntamente revolucionario se había convertido en un artefacto comercial.

En realidad, siempre lo fue: la corriente principal en Europa, liderada en aquel primer momento por los Sex Pistols, fue un invento de su manager, Malcolm McLaren, y de la novia de este, la diseñadora Vivienne Westwood, quienes incluso copiaron para los Pistols la estética originalmente creada por el estadounidense Richard Hell. McLaren era un tipo brillante y astuto que supo mantenerse a la sombra explotando aquella hambre generacional de cambio para convertirla en una marca rentable, como muchos otros han hecho antes y después.

Así, en 1978 ya se hablaba del afterpunk, hoy denominado más apropiadamente post-punk (más apropiadamente porque after es algo posterior, mientras que post es más bien una consecuencia). En aquella tendencia se incluían músicos influidos por el punk, pero que se apartaban de la doctrina pura para explorar otros territorios musicales aún vírgenes.

Entre aquellos músicos afterpunk estaban cuatro chicos de un suburbio de Manchester, una ciudad industrial del norte de Inglaterra. Dos años antes, en el 76, Bernard Sumner y Peter Hook habían asistido junto con otro amigo a un concierto de los Sex Pistols; y como sucedió del mismo modo en tantos otros casos, decidieron formar su propia banda. Eligieron el nombre de Warsaw (Varsovia) por una canción de David Bowie (ya les dije aquí que Ziggy fue una influencia ineludible), pero en 1978, y ya con su formación definitiva, lo cambiaron por Joy Division.

El nuevo nombre era deliberadamente polémico, algo habitual en los grupos de la época: Joy Division era, supuestamente, el nombre que los nazis habían dado a los pabellones de los campos de concentración donde explotaban a las mujeres judías como esclavas sexuales, según narraba la durísima novela La casa de las muñecas del superviviente del holocausto Ka-tzetnik 135633 (seudónimo de Yehiel De-Nur). Para elevar el nivel de provocación, el primer disco de la banda, un EP con cuatro temas, mostraba en la portada a un niño nazi tocando el tambor.

Portada del álbum Unknown Pleasures de Joy Division (1979).

Portada del álbum Unknown Pleasures de Joy Division (1979).

Así comenzó un ascenso que pronto les llevó a fichar por Factory Records, una de las banderas de la música independiente británica del momento. En 1979 Joy Division grababan su álbum de debut, Unknown Pleasures, ya con el sonido característico que les ha inmortalizado y que inauguró una corriente de la que beberían no solo muchos otros grupos del momento, sino corrientes iniciadas después como el gótico, el emo y todos sus primos; una carrera enormemente influyente teniendo en cuenta su fugacidad: un par de años y solo dos LP.

El segundo de ellos, Closer, se publicó póstumamente: el 18 de mayo de 1980 Ian Curtis, el vocalista, un tipo atormentado por su inestabilidad emocional, sus crisis de epilepsia y un matrimonio demasiado temprano y problemático, se ahorcaba en la cocina con una cuerda de tender la ropa. Su hija Natalie acababa de cumplir un año. Tras aquella tragedia, el grupo cambió su nombre por el de New Order, y así comenzó otra historia. Pero la de Joy Division nunca terminó; fíjense en este dato: la primera web oficial del grupo se abrió en junio de 2015.

Pero tal vez a estas alturas usted esté pensando que todo esto está muy bien, y al mismo tiempo se pregunte qué diablos pinta en un blog de ciencia y qué tiene que ver con el púlsar CP 1919 o PSR B1919+21, del que hablé ayer. Ya llegamos.

A la hora de elegir la imagen para la portada de Unknown Pleasures, el diseñador y cofundador de Factory Records, Peter Saville, recibió una carpeta con material que los propios miembros del grupo habían elegido (según algunas fuentes, fue una sugerencia del batería Stephen Morris). Entre aquellas imágenes había un extraño gráfico de líneas y picos. Saville lo recordaba así para el diario The Guardian en 2011:

El patrón de ondas era tan apropiado. Era de CP 1919, el primer púlsar, así que es probable que el gráfico procediera de Jodrell Bank [observatorio astronómico de la Universidad de Manchester], que es local para Manchester y Joy Division. Es a la vez técnico y sensual. Es tenso, como la batería de Stephen Morris, pero también fluido: mucha gente piensa que es un latido cardíaco. No parecía realmente necesario que el título fuera en la portada. Le pregunté a Rob [Gretton, manager de Joy Division] sobre ello y, entre nosotros, decidimos que no sería cool. Era el movimiento post-punk y estábamos en contra del estrellato pretencioso. La banda no querían ser estrellas del pop.

Así, la imagen del primer púlsar se convirtió en una de las portadas más míticas e icónicas de la historia reciente de la música; una imagen simbólica para la legión de seguidores de Joy Division en todo el mundo. No consta, al menos que yo sepa, cuál fue el motivo concreto que llevó a los miembros del grupo (o a Morris en concreto, según algunas fuentes) a sugerir esta imagen.

Gráfico del púlsar CP 1919 en la Enciclopedia de Astronomía de Cambridge.

Gráfico del púlsar CP 1919 en la Enciclopedia de Astronomía de Cambridge.

Ahora bien; como mostré ayer, esta imagen no aparecía en el estudio de Nature publicado en 1968 por los descubridores de CP 1919, Jocelyn Bell Burnell y Antony Hewish. El gráfico superpone 80 pulsos de la estrella, cada uno de ellos con una duración de menos de 50 milésimas de segundo, separados por un período de 1.3373 segundos. Pero Bell Burnell y Hewish solo incluyeron en su artículo algunas representaciones de pulsos individuales. Saville supuso que el origen del dibujo compuesto era el observatorio de Manchester Jodrell Bank, pero se equivocaba: la banda había extraído la imagen de la Enciclopedia de Astronomía de Cambridge. La pregunta es: ¿cómo llegó hasta la enciclopedia?

En 2011, un tipo llamado Adam Capriola se propuso averiguarlo. Capriola quería modificar el diseño original para aplicarlo a una camiseta promocional de su web, pero antes debía saber si podía disponer libremente de la imagen. Muy concienzudamente, comenzó a investigar su origen, y supo entonces que un astrofísico de la Universidad Estatal de Arizona llamado F. X. Timmes la había encontrado por casualidad publicada en la página 53 del número de enero de 1971 de la revista Scientific American, en un artículo titulado The Nature of Pulsars escrito por el astrofísico Jerry Ostriker. En aquella versión el gráfico no aparecía en negro sobre blanco, como en la enciclopedia de Cambridge, sino en blanco sobre un fondo cian. Capriola se puso entonces en contacto con Ostriker y este le dijo que probablemente él no era el autor de la imagen, sino que la habría obtenido de alguna fuente publicada.

Gráfico del púlsar CP 1919 publicado en Scientific American en 1971.

Gráfico del púlsar CP 1919 publicado en Scientific American en 1971.

Capriola descubrió entonces en el artículo de Ostriker que la ilustración había sido generada por ordenador en el gran radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico. Timmes le sugirió que probablemente algún estudiante del observatorio la había creado a partir de la observación del púlsar, pero Capriola no pudo concretar quién era el responsable de aquel trabajo.

De alguna manera, el artículo del blog de Capriola llegó a conocimiento de Jen Christiansen, editora gráfica de Scientific American y que se autodefine como «obsesa de las visualizaciones tempranas de púlsares». En febrero de 2015, Christiansen recogió la investigación donde Capriola la había dejado, y supo que a finales de los 60 la informática se estaba introduciendo en la visualización de los fenómenos astronómicos. Repasando los trabajos elaborados en Arecibo en aquella época, dio con la tesis doctoral de un estudiante llamado Harold D. Craft Jr., leída en septiembre de 1970 y titulada Radio Observations of the Pulse Profiles and Dispersion Measures of Twelve Pulsars. Christiansen visitó entonces la biblioteca de la Universidad de Cornell, que por entonces operaba el radiotelescopio de Arecibo, y allí encontró un ejemplar de la tesis de Craft donde, en efecto, aparecía la famosa imagen.

Así, el autor había quedado por fin identificado. Y curiosamente, Craft había elaborado su tesis doctoral en Arecibo bajo la dirección de Frank Drake, pionero del SETI. Christiansen remató su búsqueda entrevistándose con Craft, quien le contó lo siguiente a propósito del uso de su imagen como portada del álbum de Joy Division:

Fue una completa sorpresa. De hecho, yo no sabía nada sobre ello, y un colega en el Departamento de Ciencias del Espacio, que ahora es profesor de astronomía en Cornell, Jim Cordes, me vio en la calle –es un viejo amigo– y me dijo, «ah, por cierto, ¿sabías que tu imagen está en la portada de Joy Division?». Y yo le dije que no, que no tenía ni idea. Así que fui a la tienda de discos y, vaya, ahí estaba. Así que compré un álbum, y había un póster que yo tenía de ella, así que compré también uno de esos, por ninguna razón en particular excepto que es mi imagen, y debía tener una copia.

Así pues, caso resuelto. Permítanme terminar esta historia como si se tratara de una película de Scorsese:

  • Jocelyn Bell Burnell es actualmente presidenta de la Royal Society de Edimburgo. Pese a no haber recibido el premio Nobel, sus merecimientos han sido distinguidos con numerosos honores y es hoy una de las figuras más reputadas de la astrofísica mundial. No constan fotos suyas con la princesa Margarita que permitan comparar la estatura de ambas.
  • Antony Hewish cumplirá este año 92 primaveras. Es de suponer que está como una rosa, dado que al menos hasta 2012 ha continuado dando entrevistas, y aún figura como activo, aunque emérito, en la web de la Universidad de Cambridge.
  • Harold D. Craft Jr. llegó a ser director del radiotelescopio de Arecibo. Hoy está retirado y mantiene algunos cargos honoríficos.
  • Peter Saville mantiene una exitosa trayectoria como diseñador gráfico. Pero a pesar de haber realizado numerosos trabajos importantes, todo el mundo le sigue conociendo como el tipo que un día de 1979 se preguntó: ¿y con fondo negro…?
  • Tras el suicidio de Ian Curtis, los renacidos New Order reemprendieron su carrera, en un principio tras la estela del estilo único y original por el que Joy Division habían tenido las narices de apostar en una época en que la gente escuchaba a Boney M, Abba y Earth, Wind & Fire. Sin embargo, posteriormente se dejaron abducir por la escena neoyorquina del tecno y comenzaron a hacer cosas mucho menos interesantes. Hoy continúan en activo, aunque sin Peter Hook. Su último álbum, Music Complete, es lo mejor que han hecho en un decenio. Bueno, también lo único.
  • El púlsar CP 1919, o PSR B1919+21, continúa emitiendo pulsos de 0,04 segundos cada 1.3373 segundos, y no se le conocen otros planes que continuar haciendo lo mismo durante los próximos millones de años. Nada de esto le importa.
  • Los hombrecitos verdes aún no han dado señales de vida.
  • El punk sigue no-muerto.

Historia de un hallazgo y una portada: el primer púlsar y Joy Division (I)

Esta semana he estado escribiendo un reportaje sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que conocemos como SETI; y siempre que se repasa la trayectoria de este empeño tan singular en lo científico, e inspirador en lo humano, como (hasta ahora) infructuoso en lo práctico, surge la anécdota del descubrimiento del primer púlsar, una de las grandes falsas alarmas en la historia de SETI. Y al recordar aquel episodio, inevitablemente viene a la memoria la portada de un álbum mítico, Unknown Pleasures, el primer disco de los efímeros pero indelebles e influyentes Joy Division.

Si usted se pregunta de qué demonios estoy hablando, tal vez le interese leer lo que sigue, una historia de fusión entre ciencia y cultura pop; o dicho de otro modo, Ciencias Mixtas. El relato comienza en los años 60, cuando un grupo de astrónomos de la Universidad británica de Cambridge, dirigido por Antony Hewish, construye un radiotelescopio con sus propias manos. Eran otros tiempos; una estudiante de doctorado de aquel grupo, la norirlandesa Jocelyn Bell Burnell, contaba hace pocos años que a cada estudiante que se unía al grupo se le entregaba un kit de herramientas. Era la época del boom de la radioastronomía, y Hewish necesitaba un instrumento para estudiar los recién descubiertos cuásares.

Jocelyn Bell Burnell y su radiotelescopio en 1967.

Jocelyn Bell Burnell y su radiotelescopio en 1967.

No piensen en Arecibo ni nada que se le parezca; aquello era poco más que un bosque de postes de madera sujetando 190 kilómetros de cable sobre un campo de algo más de 18.000 metros cuadrados. Entre cinco personas, tardaron dos años en construirlo. El artefacto comenzó a operar en julio de 1967 bajo la exclusiva responsabilidad de Bell Burnell, la única encargada de manejarlo y analizar los datos: cada día, unos 30 metros de papel continuo con sus líneas trazadas por las plumas de los registradores.

Entre los gráficos, la investigadora descubrió algo extraño: un bip-bip que se repetía con enorme regularidad, a razón de un pulso cada segundo y pico. Cuando la becaria presentó a su jefe esta anomalía, Hewish se resistió a tomarla en serio, asegurando que se trataba de una interferencia terrestre. Pero una vez que esta explicación mundana quedó descartada, la siguiente opción fue la más fantástica: una baliza perteneciente a una civilización alienígena inteligente, un radiofaro cósmico.

El SETI había nacido esa misma década como subproducto del auge de la radioastronomía. Sin experiencias previas, con la razonable suposición de que el universo debía albergar muchos planetas habitados, y con el florecimiento del fenómeno ovni, muchos científicos pensaban que no tardaría en llegar la noticia de la primera detección de un signo de vida inteligente procedente del espacio. Algunos investigadores partían su tiempo y el de sus telescopios entre la ciencia seria y aquella actividad extraescolar.

No era el caso de Bell Burnell y Hewish; pero desechada la hipótesis de la interferencia, era realmente difícil imaginar que aquella señal tan mecánicamente regular no fuera producto de una fuente artificial. Los dos investigadores lo bautizaron, medio en broma y medio en serio, como LGM-1, siglas de Little Green Men; es decir, hombrecitos verdes. En un discurso que pronunció en 1977, Bell Burnell lo contaba así:

No creíamos de verdad que hubiéramos pillado señales de otra civilización, pero obviamente la idea nos había cruzado la mente, y no teníamos pruebas de que fuera una emisión de radio enteramente natural. Es un problema interesante; si uno piensa que puede haber detectado vida en otro lugar del universo, ¿cómo hace uno para anunciar los resultados de forma responsable? ¿A quién se lo cuenta primero? No resolvimos el problema aquella tarde, y me fui a casa por la noche muy enfadada; allí estaba yo tratando de sacarme un doctorado de una nueva técnica, y algún puñado de estúpidos hombrecitos verdes había tenido que elegir mi antena y mi frecuencia para comunicarse con nosotros.

Gráficos del primer púlsar en el estudio de Bell Burnell y Hewish (1968).

Gráficos del primer púlsar en el estudio de Bell Burnell y Hewish (1968).

Finalmente no eran aliens, aunque sí un radiofaro, solo que cien por cien natural: una estrella de neutrones que giraba rápidamente emitiendo un pulso electromagnético con la precisión de un reloj; el primer púlsar. Bell Burnell y Hewish publicaron sus resultados en Nature el 24 de febrero de 1968. De hecho el estudio no identificaba claramente la naturaleza del objeto emisor de aquellos pulsos, pero otras observaciones de fuentes diferentes, incluso previas a las de Bell Burnell y Hewish, permitieron reconocer y nombrar aquel nuevo tipo de objeto espacial. Bell Burnell recordaba con mucha gracia cómo fueron aquellos días:

En el estudio de Nature mencionamos que en un momento creímos que la señal podía proceder de otra civilización. Cuando el artículo se publicó, la prensa se volcó, y cuando descubrieron que había una mujer implicada se volcaron aún más. Me hicieron fotografías de pie sobre un banco, sentada en un banco, de pie sobre un banco examinando falsos registros, sentada en un banco examinando falsos registros; uno de ellos me hizo correr desde el banco agitando los brazos en el aire: «¡Pon cara alegre, querida, acabas de hacer un descubrimiento!» (¡Arquímedes nunca supo lo que se perdía!). Mientras, los periodistas me hacían preguntas relevantes, como si era más alta o no que la princesa Margarita (en Gran Bretaña tenemos unas unidades de medida muy singulares) y cuántos novios tenía por entonces.

Una famosa controversia asociada al episodio es que seis años después, en 1974, solo Hewish recibiría el premio Nobel por el descubrimiento. Pero quienes de cuando en cuando traen el caso a colación como una cuestión de género ignoran por completo cómo funciona el mundo de la ciencia. No se trata de negar que históricamente haya existido sexismo, como en cualquier otro ámbito. Pero el motivo por el que el Nobel dejó fuera a Bell Burnell es la naturaleza jerárquica de la ciencia.

Ilustración de un púlsar. Imagen de NASA.

Ilustración de un púlsar. Imagen de NASA.

Contrariamente a la imagen popular, los becarios no suelen ser esos obreros limitados a ejecutar las ideas geniales de su brillante director de tesis. Muchos de ellos son en la práctica los únicos autores y artífices de su línea de investigación. Pero guste o no, el becario no es propietario de sus investigaciones. Es natural que muchos se quejen de ello; lo curioso es que suelen cambiar de visión una vez que son ellos quienes se convierten en jefes de laboratorio y tienen sus propios becarios. Bell Burnell, con la humildad de los más grandes, lo sabía muy bien:

Es el supervisor quien tiene la responsabilidad final del éxito o el fracaso del proyecto. Oímos de casos en los que un supervisor culpa a su estudiante de un fracaso, pero sabemos que la culpa es sobre todo del supervisor. Me parece simplemente justo que él deba también beneficiarse de los éxitos. Pienso que los premios Nobel quedarían degradados si se concedieran a estudiantes de investigación, excepto en casos muy excepcionales, y no creo que este sea uno de ellos.

Aquel primer púlsar fue denominado CP 1919, más tarde rebautizado como PSR B1919+21. Mañana, la segunda parte de esta historia.