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2016: los países emergentes se suman a la gran ciencia

¿Es la ciencia un motor del desarrollo, o una consecuencia de él? Aquí hay un debate interesante y complejo, con argumentos históricos a favor de ambas tesis. No demos por hecho la primera opción: India es una potencia científica mundial, con cifras que la sitúan entre los puestos y 15º en producción, y con un flamante sexto puesto en tecnología espacial; y sin embargo, no hace falta explicar cuáles son los estándares de vida en el que pronto será el país más poblado del mundo.

Tal vez el debate cobre mayor protagonismo (o debería) por el hecho de que el nuevo año 2016 va a distinguirse por varios hitos que otorgarán una mayor presencia a los países emergentes en la ciencia de grandes instalaciones y proyectos. Aunque el descubrimiento científico siempre contará con el talento y la imaginación de los investigadores, la tendencia que crece es la de agrupar recursos, tanto intelectuales como financieros, en grandes proyectos capaces de empujar los límites del conocimiento: como ya expliqué, en 2015 se batió el récord del número de firmantes de un estudio, con 5.154 participantes en el trabajo de determinación de la masa del bosón de Higgs gracias a dos experimentos del LHC.

Aún deberemos esperar unos años más hasta que China comience las obras del monstruoso acelerador de partículas que doblará la longitud del LHC, pero ya en 2016 el país asiático se convertirá en la sede del mayor radiotelescopio del mundo, el Five hundred meter Aperture Spherical Telescope (FAST). Su medio kilómetro de diámetro pulveriza la marca de 305 metros que hasta ahora mantenía el de Arecibo (Puerto Rico), cuya sensibilidad triplicará. China también acaba de inaugurar el gran programa espacial de su Academia Nacional de Ciencias con el lanzamiento el pasado diciembre de la sonda Dark Matter Particle Explorer (DAMPE), a la que este año seguirán dos nuevas misiones.

Sede de SESAME, el sincrotrón de Oriente Medio ubicado en Jordania. Imagen de SESAME.

Sede de SESAME, el sincrotrón de Oriente Medio ubicado en Jordania. Imagen de SESAME.

Pero sin duda el proyecto de mayor significado es el que ha sido capaz de aunar los esfuerzos de Irán, Israel, la Autoridad Palestina, Jordania, Egipto, Bahréin, Turquía, Paquistán y Chipre. Estos nueve países promueven el SESAME (Synchrotron-light for Experimental Science and Applications in the Middle East), el acelerador de partículas situado en Jordania que comenzará a funcionar a finales de 2016; un ejemplo de colaboración científica entre países no siempre bien avenidos, y una lección para sus políticos.

Las aplicaciones del sincrotrón se extienden a áreas tan diversas de la ciencia como la biomedicina y la arqueología; sobre todo en este último campo, los países del Medio Oriente tiene mucho que ofrecer, y la nueva instalación les ayudará a no depender de otras fuentes. El ejemplo de SESAME ha servido también para inspirar la idea de emprender un proyecto similar en África, el único de los continentes habitados que aún no cuenta con un sincrotrón.

Otro de los proyectos a seguir este año no procede de países emergentes, pero sí refleja la tendencia emergente de la iniciativa privada como promotora de aquellos proyectos de exploración espacial que las agencias estatales no cubren. Tradicionalmente el espacio ha sido un monopolio de los estados; pero dado que esta investigación es muy costosa, ciertas ideas han sido imposibles de llevar a la práctica por situarse fuera de la corriente principal o por ser demasiado arriesgadas. Compañías como SpaceX, del empresario y tecnólogo Elon Musk, se están jugando su supervivencia ampliando el foco de la exploración espacial más allá de los rígidos programas gubernamentales, un enfoque que beneficiará al conjunto de la comunidad científica y aeroespacial.

Prueba de las velas de Lightsail en 2015. Imagen de Planetary Society.

Prueba de las velas de Lightsail en 2015. Imagen de Planetary Society.

Precisamente un cohete de SpaceX será el encargado de lanzar al espacio en abril un prototipo también privado, creado por la sociedad sin ánimo de lucro Planetary Society, y que pondrá a prueba la tecnología de las velas solares. LightSail-1, una sonda de bolsillo, desplegará en el espacio cuatro velas con una superficie de 32 m2 que navegarán impulsadas por el impacto de los fotones solares. Desde hace décadas, la vieja idea de los veleros espaciales, recogida incluso en Star Wars –¿recuerdan la nave del malvado conde Dooku?–, ha ofrecido la posibilidad de un sistema de desplazamiento que no consume combustible y que podría conferir aceleraciones constantes para lograr velocidades muy superiores a las actuales.

El espacio no nos promete para 2016 hitos tan espectaculares como el encuentro de New Horizons con Plutón el año pasado, pero no faltan los proyectos interesantes. En marzo la ESA y Rusia lanzarán la primera de sus dos misiones marcianas ExoMars, en este caso un orbitador que descargará un pequeño módulo de aterrizaje llamado Schiaparelli. Por desgracia, este no llevará cámara de superficie, pero las mediciones del ExoMars Trace Gas Orbiter (TGO) ayudarán a conocer el origen del metano en la atmósfera marciana, una posible firma biológica.

Por otra parte, en julio la sonda Juno de la NASA se convertirá en la segunda de la historia en órbita alrededor de Júpiter, y en la primera en llegar tan lejos empleando energía solar. Un par de meses después, en septiembre, la europea Rosetta se estrellará con el cometa que ha sido objeto de su estudio. Y cuando unas misiones mueren, otras nacen: el mismo mes la NASA lanzará la misión OSIRIS-REx, destinada a recoger y traer muestras del asteroide Bennu.

La física nos reserva nuevos hallazgos como la posible confirmación de un nuevo bosón, seis veces más pesado que el Higgs, que fue insinuado por dos experimentos del LHC a finales de 2015. También en 2016 los científicos esperan detectar por primera vez las ondas gravitatorias, las distorsiones en el espacio-tiempo pronosticadas por Einstein, gracias al experimento Advanced LIGO.