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España, entre los países más «feos y malos» de la contaminación lumínica

España es uno de los países con mayor contaminación lumínica del mundo. Cerca de la mitad del territorio español está expuesta a los mayores niveles de esta forma de polución, lo que nos coloca en sexto lugar de los países del G20, por debajo de Italia, Corea del Sur, Alemania, Francia y Reino Unido. Si consideramos la proporción de población que vive en estas zonas excesivamente iluminadas, ocupamos el quinto puesto del G20 con más de un 40%, por detrás de Arabia Saudí, Corea del Sur, Argentina y Canadá. En el total del mundo, bajamos al puesto 18º.

Al mismo tiempo, y dado que el nuestro es un país relativamente despoblado en comparación con otros de nuestro entorno, y con enormes diferencias de densidad de población entre regiones, tenemos también algunos de los cielos más oscuros en ciertas zonas de Castilla-La Mancha y Teruel, algo en lo que solo nos igualan Suecia, Noruega, Escocia y Austria. Es más, un enclave concreto de nuestra geografía, el Roque de los Muchachos, la segunda cumbre más alta de Canarias, en la isla de La Palma, exhibe con orgullo el cielo más oscuro de Europa occidental. Y no por casualidad, es un lugar privilegiado para la observación astronómica.

Todos estos son datos ya conocidos, en concreto desde 2016, cuando el investigador Fabio Falchi, del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica de Italia, dirigió a un equipo de investigadores de Italia, Estados Unidos, Alemania e Israel para publicar en la revista Science Advances un completo atlas mundial del brillo del cielo nocturno.

Pero ¿por qué preocupa la contaminación lumínica? Es un error pensar que el problema es puramente estético, más allá del estorbo que ocasiona a los astrónomos. Aquellos muy obsesionados con todo lo que produce cáncer deberían saber que la luz también está entre esos factores. No solo la solar, que por supuesto: el astro que nos da la vida y sus versiones artificiales a pequeña escala, las cabinas de bronceado, ocupan el top del cáncer de la Organización Mundial de la Salud junto con agentes como el tabaco, el alcohol, la contaminación atmosférica, la píldora anticonceptiva, la carne procesada o ciertos compuestos de la Medicina Tradicional China. Pero en el grupo inmediatamente inferior está la luz artificial nocturna, junto a factores como el herbicida glifosato o la carne roja, entre muchos otros.

El motivo de esta acción nociva de la luz nocturna es que rompe los ritmos circadianos, nuestros ciclos metabólicos de día/noche, por lo que las personas que trabajan en turnos de noche soportan el mayor riesgo, pero también todas aquellas expuestas a un exceso de iluminación nocturna. Si añadimos a ello que la contaminación lumínica daña los ecosistemas naturales, y que según algún estudio además obstaculiza la limpieza natural de la contaminación atmosférica que se produce en las ciudades por las noches, queda claro que se trata de algo mucho más serio que el placer de tumbarse a ver las estrellas.

La novedad ahora es que tenemos nuevos datos más precisos, gracias a un nuevo estudio de Falchi y sus colaboradores, publicado en la revista Journal of Environmental Management. En su anterior atlas, los autores dibujaban el panorama general de la contaminación lumínica en el mundo, pero era evidente que las regiones con el problema más agudizado serían las más pobladas, desarrolladas e industrializadas, sobre todo las grandes ciudades. Es decir, que los datos crudos no se ponían en el contexto del nivel de desarrollo de las distintas zonas del mundo y de su cantidad de población, con lo cual no había una medida de la eficiencia en la gestión de la iluminación nocturna.

Esto es precisamente lo que aborda el nuevo estudio. Los investigadores han relacionado ahora los datos de contaminación lumínica para las distintas regiones administrativas –en el caso de España, provincias, islas individuales o ciudades autónomas– con el nivel de bienestar económico y el tamaño de la población, con el fin de saber si esas distintas áreas geográficas son más o menos virtuosas en su gestión de la iluminación.

Y aquí tampoco salimos bien parados. Es más, se revela la desastrosa gestión de la iluminación nocturna en nuestro país y en otros del sur de Europa en comparación con naciones más desarrolladas como Alemania y Reino Unido. Basta echar un vistazo al siguiente mapa, que muestra las unidades de luz por habitante. Los azules y verdes representan un flujo menor de luz per cápita, mientras que amarillo, naranja, rojo y morado señalan las regiones que derrochan más luz por persona.

Mapa de flujo de luz nocturna per cápita en Europa. Imagen de Falchi et al, Journal of Environmental Management 2019.

Mapa de flujo de luz nocturna per cápita en Europa. Imagen de Falchi et al, Journal of Environmental Management 2019.

Al primer vistazo queda claro que el sur de Europa, y especialmente España y Portugal (Escandinavia es un caso aparte a comentar más abajo), es la región que más luz malgasta por habitante en comparación sobre todo con las islas británicas y Europa central y oriental, que hacen un uso mucho más comedido de la iluminación nocturna de acuerdo al tamaño de su población. En concreto, Alemania ocupa el primer puesto global en el uso racional de la iluminación nocturna.

Según me cuenta Falchi, “nosotros, los de los países del sur, usamos más luz que la misma cantidad de gente en Europa central. No creo que la diferencia se deba a las luminarias más o menos apantalladas”; es decir, que el director del estudio no atribuye la diferencia a que aquí usemos farolas menos dirigidas hacia el suelo, sino simplemente a que derrochamos más luz.

Llama la atención el morado extendido por Escandinavia e Islandia, pero según Falchi esto es un artefacto debido simplemente a que la nieve refleja más luz hacia el cielo y a que las auroras son poco luminosas, lo que también revela en mayor grado la iluminación nocturna. Lo mismo ocurre en Alaska, en el caso de EEUU.

Con todos estos datos, los autores han creado una clasificación de “el bueno, el feo y el malo”, como en la película de Sergio Leone. Y en lo que se refiere a la iluminación con relación al nivel de desarrollo y la población, estamos una vez más en la parte fea y mala. En el top 25 de “el bueno” tenemos únicamente un lugar: una vez más, la isla de La Palma, que ocupa el sexto puesto de Europa en esta escala de gestión eficiente. Por lo demás, el top 25 europeo está copado por Alemania (17 regiones), seguida por Suiza (3) y por Dinamarca, Lituania, Austria y Rumanía, que como nosotros aportan cada uno una zona.

En contraste, en la clasificación de “el feo y el malo” aportamos cuatro provincias entre las 50 peores de Europa: Cádiz (5º puesto, de mejor a peor), Murcia (14º), Alicante (25º) y Melilla (32º). Esta ciudad autónoma es, por tanto, la que más luz derrocha en nuestro país con relación a su nivel de desarrollo y el tamaño de su población, mientras que en la España peninsular el premio al malgasto de luz se lo lleva la provincia de Alicante.

En cuanto a los países europeos con más regiones derrochadoras, la clasificación la encabeza Portugal, con 13 entre las 50 peores, seguido de Italia con 9, Finlandia con 7, Países Bajos con 6, España con 4, 3 en Reino Unido y Bélgica, 2 en Noruega y una en Croacia, Islandia y Francia (si bien en el caso de los países nórdicos se aplica lo dicho antes; por ejemplo, Islandia cuenta como una sola región, pero este dato se considera falseado).

Los autores del estudio llaman la atención sobre la necesidad de aplicar regulaciones más estrictas para el uso de la iluminación nocturna, especialmente en aquellas regiones que más lo necesitan, como es el caso de nuestro país. Sin embargo, advierten también contra una confusión frecuente: mayor eficiencia energética no siempre significa menor contaminación lumínica.

De hecho, las luces LED blancas, que en muchos lugares han sustituido a las bombillas incandescentes y a las tradicionales farolas amarillas de sodio por su mayor eficiencia energética, no aminoran la contaminación lumínica, sino que, al contrario, la agravan, ya que emiten más luz azul, la más contaminante. No ocurre lo mismo con las luces LED de color ámbar, una solución más respetuosa con ese patrimonio natural que a veces apreciamos tan poco, la oscuridad.

Gemínidas y cuadrántidas: más estrellas que en Belén, pero la luz las oculta

Para muchos, la lluvia de estrellas fugaces es algo tan ligado al verano como la playa, las sandalias y la sangría. Pero en realidad las perseidas, o lágrimas de San Lorenzo, no son la única ni la mayor lluvia de meteoros que podemos contemplar. Simplemente, en pleno agosto es más factible y agradable tumbarse al fresco de la noche junto a unas cervezas y a la persona que a uno le apetezca tener al lado. Sin embargo, en la época cercana a la Navidad tenemos otros dos fenómenos incluso más intensos. Si es que podemos llegar a verlos.

Del 7 al 17 de diciembre nos visita la lluvia de meteoros de las gemínidas, con su pico hoy día 14. Y con el cambio de año y hasta la noche de Reyes llegarán las cuadrántidas, con su máximo el día 3. Según me cuenta el físico italiano Fabio Falchi, «estas lluvias, debidas a partículas de polvo procedentes de dos pequeños asteroides –probablemente los núcleos de dos antiguos cometas–, están entre las más ricas, llegando a 120 meteoros por hora en su pico, con una media de dos estrellas fugaces por minuto».

Lluvia de meteoros de las gemínidas. Imagen de Asim Patel / Wikipedia.

Lluvia de meteoros de las gemínidas. Imagen de Asim Patel / Wikipedia.

Pero el motivo por el que hoy traigo aquí a Falchi no es para que nos explique cómo se produce el fenómeno, sino por qué difícilmente vamos a lograr ver algo. Y no solo porque las nubes amenacen con ocultarnos la vista (que también), sino por una razón que queda aclarada en el nombre de la entidad a la que Falchi dedica el tiempo libre que le deja su trabajo como profesor, el Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica de Italia (ISTIL).

Hoy las ciudades, al menos las de nuestro entorno, han conseguido dejar atrás una buena parte de aquel lastre que las convertía en insalubres y amontonadas jaulas de cemento. Las urbes actuales intentan abrir espacios a la naturaleza y atenuar su pulso frenético con más calles peatonales y zonas de esparcimiento. Pero como decía Willy Loman, el viajante de Arthur Miller, hay que partirse el cuello para ver una estrella. Desde el valle donde vivo no se ve Madrid, pero por las noches es fácil saber dónde está: no hay más que buscar la mancha luminosa que rebosa sobre la línea de la colina.

Falchi lleva años dedicado al estudio de la contaminación lumínica, un problema cada vez más acuciante que no solo dificulta el trabajo astronómico, sino que nos impide disfrutar de uno de los espectáculos naturales más hermosos. Fruto de su esfuerzo, en colaboración con otros investigadores, es el mayor y más completo atlas mundial del brillo del cielo nocturno, publicado el pasado junio en la revista Science Advances y que revelaba algunos datos descorazonadores, como que un tercio de la humanidad –un 60% de los europeos– ya no puede ver la senda de la Vía Láctea en el cielo, el Camino de Santiago.

Y lo que es peor, como conté hace unos meses en un reportaje, es que el problema va a peor: los expertos como Falchi advierten de que el cambio de las luminarias clásicas por luces LED blancas por motivos de consumo energético aumenta aún más la polución lumínica. Los astrónomos aconsejan en su lugar el empleo de luces LED de color ámbar.

Según Falchi, hay varias razones que nos impiden disfrutar de las lluvias de meteoros en todo su esplendor. Por ejemplo, este año las gemínidas nos coinciden con una luna llena, algo que no ocurrirá en las cuadrántidas. Pero sobre todo, dice, «el mayor enemigo de las estrellas fugaces es la contaminación lumínica, presente todas las noches, todo el año». «En las áreas contaminadas por la luz puedes perdértelas todas, o tener que esperar una hora para ver una sola» en lugar de docenas o cientos que podríamos ver bajo un cielo prístino. Y esto afecta a la mayoría de los habitantes de Europa.

Para quien tenga la posibilidad de desplazarse, Falchi y sus colaboradores del ISTIL, junto con la Administración Atmosférica y Oceánica y el Servicio de Parques Nacionales de EEUU, el centro alemán de geociencias GFZ y la Universidad israelí de Haifa, han preparado un mapa mundial interactivo en el podemos localizar las regiones cercanas de cielos más prístinos. «Busca las regiones de color negro, gris o azul, y ahí tendrás un cielo oscuro», dice.

Y ya les adelanto la conclusión: España es uno de los países con mayor contaminación lumínica del mundo, pero donde el desigual reparto de la población permite que aún se abran algunos cielos relativamente limpios en ciertas áreas de Guadalajara-Cuenca-Teruel y Toledo-Ciudad Real-Extremadura. Y por supuesto, en zonas de Canarias: La Palma goza del cielo más oscuro de Europa occidental en el Roque de los Muchachos.

Contaminación lumínica en España. Las regiones más oscuras corresponden a cielos más limpios. Imagen del Atlas de Contaminación Lumínica de Falchi et al, tomada de http://cires.colorado.edu/artificial-sky.

Contaminación lumínica en España. Las regiones más oscuras corresponden a cielos más limpios. Imagen del Atlas de Contaminación Lumínica de Falchi et al, tomada de http://cires.colorado.edu/artificial-sky.

Falchi ha publicado también para el gran público una versión de divulgación del atlas (en inglés), The World Atlas of Light Pollution, disponible en Amazon; un buen regalo navideño para los aficionados a la astronomía. Dado que tanto él como sus colaboradores italianos han elaborado el atlas de forma desinteresada y sin financiación alguna, Falchi confía en que los fondos recaudados con la venta del libro le permitan proseguir con sus investigaciones tan necesarias sobre la contaminación lumínica.