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El uso de la violencia no reduce el apoyo a los grupos violentos, pero sí a los no violentos

Soy perfectamente consciente de que el titular que cubre estas líneas puede resultar algo confuso e incluso trabalingüístico. Pero con la que está cayendo hoy, y siendo quizá una de las pocas personas de este país que no van a opinar sobre el tema, en cambio me ha llamado la atención encontrarme justo en estos momentos con este bonito estudio, cortesía de tres investigadores de las universidades de Carolina del Sur, Stanford (California) y Toronto.

Y cuya conclusión es exactamente la que resume el título: cuando un grupo político o ideológico del que se espera un comportamiento no violento se enzarza en altercados violentos, se reduce su apoyo popular. Sin embargo y al contrario, la conducta violenta no menoscaba el apoyo popular hacia aquellos de los que ya se supone que son violentos. Lo cual, obviamente, da mucho que pensar.

Imagen de US Marine Corps.

Imagen de US Marine Corps.

Para su estudio, publicado en la revista Socius: Sociological Research for a Dynamic World, los sociólogos Brent Simpson, Robb Willer y Matthew Feinberg han reclutado a un grupo de 800 voluntarios y les han sometido a un experimento consistente en responder a un test después de leer distintas versiones modificadas de artículos de periódico referentes a un mismo suceso: las confrontaciones entre supremacistas blancos y manifestantes contra el racismo en dos lugares de EEUU, Charlottesville (Virginia) y Berkeley (California).

Los investigadores descubren que «el uso de la violencia lleva al público en general a ver a un grupo de protesta como menos razonable, una percepción que reduce la identificación con el grupo. Esta menor identificación, a su vez, reduce el apoyo público para el grupo violento». Como consecuencia, prosiguen los autores, la violencia aumenta el apoyo hacia los grupos que se oponen al grupo violento.

Lo anterior podría parecer más o menos esperable si uno piensa en esos grupos violentos como aquellos de los que habitualmente no se espera otra cosa que violencia, como los supremacistas.

Lo curioso es que, según descubre el estudio, en realidad no es así como funciona: los actos de violencia por parte de los grupos antirracistas erosionan el apoyo hacia ellos, aumentando la simpatía hacia los supremacistas, mientras que la violencia de estos no afecta a su apoyo, «quizá porque el público ya percibe estos grupos como muy poco razonables y se identifica con ellos a bajos niveles», escriben los autores.

Resultados curiosos, y de los que se podrían extraer varias enseñanzas. No todas ellas buenas. Y mejor lo dejamos ahí.

La campaña #coNprueba: buena intención, mal enfoque

Las pseudoterapias matan.

En España y según un informe reciente, a entre 1.200 y 1.400 personas al año, una cifra similar a la de las víctimas mortales de accidentes de tráfico. Citando un artículo de hace unos años escrito por el ingeniero químico argentino Eduardo Nicolás Schulz, «la pseudociencia no es un crimen contra la ciencia sin víctimas». No es una cuestión de ideologías o creencias. Es una cuestión de salud pública.

Conviene repetirlo todas las veces que sea necesario, porque esta es además una epidemia silenciosa. En parte, porque tradicionalmente ha sido ignorada. En parte, porque para los responsables públicos es una piedra en el zapato. Y en parte, porque a quienes manejan los hilos de la opinión pública les suele pillar revisando los apuntes. En estos días, la eutanasia y el suicidio asistido han vuelto a saltar a titulares a raíz del caso de actualidad. Sobre esto no hay comentarista que no tenga opinión, en muchos casos marcada por apriorísticos ideológicos. Pero cuando se trata de pseudoterapias… Porque la homeopatía es una ciencia milenaria, ¿no? Y los alemanes y los franceses la utilizan mucho…

La puesta en marcha del plan del gobierno contra las pseudoterapias es una magnífica noticia, con independencia de cuál sea el partido político que lo impulse. Escribiría esto mismo si lo hubiera impulsado el bando contrario, solo que esto no ha ocurrido; por desgracia, el bando contrario ha fulminado sistemáticamente los ministerios de Ciencia y ha puesto al frente de los de Sanidad a filólogos y abogadas inmobiliarias.

Pero sí, este plan será una incómoda china en el zapato para el próximo gobierno, sea del color que sea, y aún deberemos verlo para creer que pueda llevarse a buen puerto. Y no solo por las enormes y poderosas resistencias que genera; esto era esperable, dado que amenaza a un gran negocio. Pero es que, además, las dificultades inherentes a la propia definición del plan y a su implantación serán un enorme escollo a superar. Entre otras muchas razones, quizá la menos importante, incluso quienes estamos a favor tampoco vamos a callarnos nuestras opiniones si pensamos que algo no se está haciendo como debería.

Esto es precisamente lo que quiero traer hoy, y se refiere a la campaña #coNprueba, el vehículo de comunicación puesto en marcha para divulgar y publicitar el plan contra las pseudoterapias y pseudociencias. Si uno bucea en la información disponible en la web publicada al efecto, encuentra contenidos interesantes. Pero parece probable que solo van a bucear en esta información los ya convencidos, a quienes no les hace falta. Aquellos a quienes se supone que debería ir dirigida la campaña, los pacientes de pseudoterapias o los ciudadanos indecisos, no van a bucear, sino que van a estar expuestos únicamente a lo más superficial, los carteles publicitarios y los anuncios en radio y televisión. Y respecto a estos, tengo dos críticas.

Primera crítica:

Pero ¿de verdad alguien ha pensado que mostrar a un tipo tratando de arreglar un móvil por (algo que claramente es una parodia del) reiki va a servir para algo?

El uso del humor no es de por sí algo reprobable. Vivimos en la sociedad del humor. Se puede ser influencer en YouTube o Twitter sin tener nada realmente valioso que aportar, pero solo si se es gracioso. El humor abre la mente para que entren los mensajes, incluso cuando no los hay.

En especial, es un recurso muy útil el uso de la ironía, como la parodia que realmente pretende el sentido contrario al expresado literalmente. Como ejemplo y preaviso de lo que hoy quiero decir, ayer publiqué aquí un texto que pretendía ser una sátira de las pseudoterapias. Pero, y esto es lo esencial, estaba cien por cien basado en la realidad; no había nada en él que no tenga un parangón real. Si alguien piensa que la ficticia suriaterapia es un disparate imposible, que lo piense dos veces. Ejemplos:

La pseudoterapia de las flores de Bach, de la que hablé aquí hace unas semanas, se basa en recoger el espíritu de las plantas que el sol de la mañana transmite al rocío. La homeopatía es solo agua; en el caso de las píldoras, agua seca, ya que se rocían con ella las pastillas de azúcar que luego se dejan secar.

Hay homeópatas que creen en la posibilidad de transmitir por correo electrónico las presuntas vibraciones curativas de sus aguas (nota al margen: uno de los defensores de esta idea es el excientífico Luc Montagnier, y aunque a los homeópatas les encanta esgrimir esta figura como fuente de autoridad, curiosamente no suelen promover esta práctica; ¿será porque este do-it-yourself arruinaría el negocio de vender viales y píldoras?). Hay quienes creen sinceramente que el agua recoge las buenas o malas vibraciones de la palabra que se escribe en la etiqueta del envase que la contiene, y que estas vibraciones del agua pueden curar.

Para delatar lo ridículo de las pseudociencias solo hay que mostrarlas tal cual; son en sí mismas ridículas, sin necesidad de añadir un extra de ridiculización mostrando a un tipo haciéndole reiki a un móvil. Este sarcasmo, que va más allá de la ironía, puede servir para provocar unas risas a los ya convencidos, a los defensores del pensamiento crítico y la medicina basada en ciencia. Nadie podrá negar que el efecto de autocomplacencia está bien conseguido.

Pero obviamente, este no es el objetivo. Y el único efecto que puede provocar en los pacientes de las pseudoterapias es llevarles a pensar que los están llamando imbéciles. E incluso, posiblemente el efecto que provoque en el ciudadano indeciso sea llevarle a empatizar con aquellos a quienes se está ridiculizando. En definitiva, el anuncio en cuestión va de cabeza a los ejemplos de libro del efecto bumerán, los casos en que un mensaje corre el riesgo de lograr justo el efecto contrario al que pretende.

Como corolario, me gustaría añadir algo más. Sí, el humor ayuda a que entre el mensaje, como el agua ayuda a tragar la pastilla. Pero el humor puede considerarse algo improcedente cuando se trata de ciertos mensajes o de ciertas causas. Jamás se utilizaría una campaña humorística contra la violencia de género o contra el abuso infantil. Hace ya décadas se decidió que la publicidad contra la siniestralidad en las carreteras debía mostrar las consecuencias de los accidentes con toda su crudeza, porque nadie cree que en este asunto quepa la menor frivolidad. ¿Y he dicho ya que las pseudoterapias matan?

Segunda crítica:

Pero ¿de verdad alguien ha pensado que mostrar una foto de astronomía y otra de una vidente bajo el mensaje «solo hay una forma de entender los astros» va a servir para algo?

De nuevo estamos ante el efecto bumerán, tal como lo expliqué recientemente a propósito de un estudio que había analizado la influencia de las series de televisión en las creencias conspiranoicas. Repito las palabras de los investigadores que ya cité entonces: «Las personas pueden percibir el mensaje persuasivo como un intento de restringir su libertad de pensamiento o expresión y por tanto reafirmarse en esta libertad rechazando la actitud defendida por el mensaje». Solo hay una forma de entender los astros. ¿Quién lo dice? ¿El gobierno? ¿El PSOE? ¿Pedro Duque? ¿La ciencia?

Toda persona tiene el libre derecho a creer que la posición de Júpiter en la semana del 8 de abril va a determinar el éxito de su entrevista de trabajo, el resultado de la cita con esa persona o el diagnóstico de su enfermedad. Por delirante que sea creer esto. Porque al reconocimiento de este carácter delirante no se llega por real decreto ni porque lo diga un cartel, sino por el conocimiento profundo de cómo funciona la realidad y cómo la ciencia, a diferencia de la magia, es capaz de explicar cómo funcionan las reglas de la realidad.

Una de las corrientes de investigación más interesantes de la ciencia actual es el estudio de cómo y por qué la mente humana cree en lo irracional, lo improbable o lo refutado, como las supersticiones, las pseudociencias o las conspiranoias. El estudio que acabo de mencionar es un ejemplo.

Un dato ya suficientemente contrastado y difundido, aunque a algunos no termine de entrarles en la cabeza, es que las personas que creen en la magia y lo esotérico no son en general menos inteligentes que el resto, ni han sido peor educadas. De hecho, muchos académicos coinciden en señalar que la actual prevalencia de estas supersticiones es heredera del revival del movimiento esotérico que cobró fuerza en Alemania y Austria entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, y que prendió en los ambientes cultos y bohemios de los cafés, entre las clases medias-altas. Esta tendencia pervivió abrazada e impulsada por el nazismo, que imprimió a lo esotérico, las filosofías orientales, la moda de lo natural, la pseudociencia y la anticiencia ese estatus de modernidad del que todavía hoy disfrutan en la percepción de muchos ciudadanos del siglo XXI (para quien quiera saber más, sugiero un par de reportajes que escribí sobre esto, aquí y aquí; y por cierto, los títulos no son míos: nunca utilizo la palabra magufos).

Entre la comunidad investigadora que se dedica a estas cosas, hay una conclusión en la que confluyen distintos enfoques, y es una que también he traído ya aquí en varias ocasiones: contra las pseudociencias es esencial explicar cómo se hace la ciencia, no solo sus resultados.

Para llegar a comprender por qué la ciencia ofrece respuestas donde otros presuntos sistemas de conocimiento no alcanzan, es indispensable comprender el porqué. Y a diferencia de esos otros sistemas, la ciencia no es una caja negra, sino una totalmente transparente. La percepción de esta transparencia y la comprensión de lo que esa transparencia permite observar son requisitos necesarios –aunque no suficientes– para fomentar el pensamiento crítico: no se trata de que el gobierno o la ciencia traten de imponer ninguna clase de pensamiento único. Es que, cuando se mira la realidad, lo que se ve es esto. Pero uno tiene que verlo por sí mismo. De nada sirve contar lo que se ve si no se logra convencer de que antes hay que abrir los ojos.

¿Las líneas de la mano de Pedro Sánchez? ¿En serio?

A veces se diría que los medios se esfuerzan en parodiarse a sí mismos. O a ver si no cómo se explica que uno de los diarios nacionales de mayor tirada publique un reportaje sobre las líneas de la mano del actual presidente del gobierno y candidato del PSOE en las próximas elecciones: aunque el chivatazo vía Twitter me lo dio una buena amiga periodista cien por cien fiable, dado que la –por llamarla algo– información procedía de otra fuente, tuve que comprobarla por mí mismo para asegurarme de que no se trataba de un fake o un meme.

Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo, en enero de 2019. Imagen CC-BY-4.0: © European Union 2019 – Source: EP.

Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo, en enero de 2019. Imagen CC-BY-4.0: © European Union 2019 – Source: EP.

¿Se ha borrado definitivamente la línea que separa la información del espectáculo? ¿Hasta dónde vale el atropello de eso que solían llamar periodismo con tal de conseguir unos clics? Que, sin duda, el reportaje ha logrado, incluyendo mi propio clic; aunque, si me disculpan, no voy a facilitarles el suyo aquí con un enlace.

Dicha pieza podría entenderse dentro de la oleada de pseudociencias que nos invade, de no ser porque, como ya advertí aquí, debemos ser cuidadosos de otorgar el calificativo de pseudociencias solo a las que realmente lo merecen; concedérselo a la adivinación por las líneas de la mano es hacerle un enorme favor a algo que se sitúa en el escalón más bajo de la superchería y la charlatanería.

Esto último no lo digo yo solo; como retal de muestra, les entresaco aquí algunos párrafos de un artículo editorial aparecido en la revista Science a propósito de la publicación de un libro sobre la adivinación por las rayas de la mano.

Aunque en apariencia está escrito curiosamente con algo parecido a una intención honesta, este libro es un absurdo montón de disparates; deducciones completamente irrelevantes a partir de conjeturas monstruosas, artificios de imposible recuerdo entremezclados con una masa de mera jerga, calculada para sonar como ciencia a los profanos. El conjunto resulta tan farragoso como para enviar a su autor al manicomio […]

El arte de la adivinación por la palma de la mano es una de las más viejas y extendidas supersticiones, y la de más larga supervivencia.

La astrología, por la extensión de sus proclamas y la dignidad de su pretendido objeto de estudio, la acción de las estrellas, siempre ha ostentado el primer puesto en la jerarquía de los camelos. A continuación le siguen la interpretación de los sueños, la adivinación por signos, la quiromancia, y por último una variedad de medios de adivinación menos definidos, el vuelo de los pájaros, el aspecto de sus entrañas, etc.

Todos ellos descansan en la idea de la similitud en la naturaleza que precede a la comprensión de la causa y el efecto. El ser humano está siempre dispuesto a encontrar en las inexploradas nubes de la naturaleza un gran parecido con una ballena, o una joroba como un camello, al alcance de cualquiera que se atribuya un discernimiento superior y prometa descorrer el velo del futuro.

Libros como este marcan los restos del viejo impulso de búsqueda de la verdad, el cual en su primera forma activa nos dio la superstición, pero que finalmente, unido a un espíritu crítico, nos dio el verdadero conocimiento.

La adivinación tiene en la mente común un lugar más alto de lo que muchas personas bien formadas estarían dispuestas a admitir: incluso en nuestras comunidades mejor educadas es todavía hoy, como antaño, una profesión bien pagada.

Este autor está informado de que una buena cantidad de especuladores basan su futuro en las predicciones que obtienen de estos magos. Hemos conseguido barnizar a nuestro pueblo estadounidense con una apariencia de modernidad; pero nuestro sistema educativo, con su imperfecta educación científica, no planta batalla de forma eficiente contra estas perniciosas reliquias del pasado. Deja al niño sin ese sentido de la ley natural que por sí solo puede desterrar tales supersticiones.

No podemos pasar por alto estas indicaciones de un nivel mental bajo con la mueca con que uno estaría tentado de tratarlas. Que una parte considerable de nuestra gente aún crea en brujería es ciertamente un asunto serio.

El artículo de Science dibuja un panorama alarmante que conocemos bien hoy, la nueva ofensiva de lo que se ha dado en llamar el movimiento anti-Ilustración (un término paraguas que comprende pseudociencias, anticiencia, conspiranoias, paranormalidades y supersticiones varias). Y sin embargo, lo curioso es que este artículo no ha salido precisamente en un número reciente de la revista: se publicó el 19 de diciembre de 1884.

Quiromancia. Imagen de Malcolm Lidbury (aka Pinkpasty) / Wikipedia.

Quiromancia. Imagen de Malcolm Lidbury (aka Pinkpasty) / Wikipedia.

Quizá quienes de ustedes estén más familiarizados con las revistas científicas ya habían sospechado que no era un texto actual. Hoy la revista Science difícilmente se ocuparía de comentar el lanzamiento de un libro sobre adivinación; no porque ya no merezca una respuesta, sino porque actualmente es tal el volumen de publicaciones contrarias al pensamiento racional que no quedaría espacio en la revista para hablar de otra cosa.

Pero sin duda es pasmoso cómo lo escrito hace 135 años sigue teniendo tanta vigencia hoy, algo que habría desolado al autor anónimo del comentario. Más de un siglo después, no hemos mejorado mucho. Más bien al contrario: el autor se refería a una publicidad que un célebre adivino insertaba en cada edición del periódico local de mayor tirada. Pero como nos demuestra la pieza que ha motivado estas líneas, hoy la adivinación ha saltado del espacio de los anuncios al de la información. Y con proclamas tan delirantes como esta que copio:

MONTE DE LUNA Y LÍNEA DE MERCURIO. El claro adelgazamiento en la zona inferior externa del monte lunar confirma un importante desgaste vital y nervioso. La abundancia de líneas horizontales y profundas en esta zona, y sobre todo la longitud y profundidad de la línea mercuriana, alerta sobre sensibilidad a fármacos y sustancias que en exceso, como el café, pueden dañarle el estómago.

Que los adivinos (adivina, en este caso) se atrevan con “sensibilidad a fármacos y a sustancias” demuestra que la charlatanería se reinventa para mantener, como decía el viejo artículo de Science, “una masa de mera jerga, calculada para sonar como ciencia a los profanos”. Hay cosas que cambian para no cambiar.

Pero, espera… –dirán algunos–. Si la ciencia no ha demostrado la falsedad de la quiromancia, ¿con qué atrevimiento osamos fulminarla? La respuesta, mañana: como contaré, hay al menos dos buenas razones por las que la ciencia jamás ha demostrado, ni demostrará, ni probablemente deba intentar demostrar, que estudiar las líneas de la mano de alguien no sirva para otra cosa que para conocer la palma de su mano como… como la palma de su mano.

Los órganos de los presos políticos impulsan el avance de la ciencia china

A finales de enero las autoridades chinas publicaron los primeros resultados de la investigación sobre He Jiankui, el científico que dijo haber creado los primeros bebés con genomas manipulados. Según la agencia estatal Xinhua, He falsificó la aprobación ética de su universidad y «condujo su investigación en busca de fama y fortuna personal».

La situación actual de He es confusa: se dijo que el investigador estaba bajo arresto domiciliario y que incluso podía enfrentarse a una sentencia de muerte, mientras que al parecer él mismo contó a un colega que se encontraba bien y que estaba vigilado por «mutuo acuerdo» para su propia protección, pero que tenía libertad de movimientos. En cualquier caso, parece confirmado que ha sido expulsado de su universidad y que aún deberá afrontar las consecuencias legales de sus presuntos delitos. Que no se sabe cuáles son; ni las consecuencias legales, ni los delitos.

El caso de He sirve para introducir lo que vengo a contar hoy: desde el principio ha sido una historia narrada en forma de rumores, desde los propios experimentos de He –que aún no se han publicado– hasta su situación actual –si es libre, ¿por qué no ha declarado públicamente para desmentir las alegaciones sobre su cautiverio?–. Y frente a esta opacidad informativa por parte de las autoridades chinas, ha contrastado su reacción exageradamente teatral a los experimentos de He, calificándolos como «extremadamente abominables».

Ahora la pregunta es: ¿reaccionarán estas mismas autoridades chinas con la misma contundencia contra su propia y extremadamente abominable práctica de trasplantar órganos extraídos de presos políticos y de condenados a muerte?

Operación de trasplante de órgano. Imagen de Global Panorama / Flickr / CC.

Operación de trasplante de órgano. Imagen de Global Panorama / Flickr / CC.

La revista BMJ Open ha dado a conocer un estudio dirigido por investigadores australianos, en el que se han analizado 445 trabajos de investigación publicados entre 2000 y 2017 por científicos chinos. En estos estudios, difundidos en revistas en lengua inglesa y con sistema de revisión por pares, se daba cuenta de un total de 85.477 trasplantes de pulmón, hígado o corazón.

Como puede imaginarse, toda investigación basada en trasplantes de órganos debe ir acompañada por la aprobación ética de los procedimientos, incluyendo la fuente del material trasplantado y el consentimiento del donante. Así lo exigen los estándares internacionales de la Sociedad de Trasplantes. Pero en el caso de China, investigaciones anteriores ya habían hecho notar una discrepancia entre las cifras de donantes de órganos y el número de trasplantes, y se ha alegado que muchos de los órganos trasplantados proceden de presos políticos y de condenados a muerte.

El nuevo estudio pone cifras a la situación: mientras que el 73% de estos estudios chinos dice contar con la aprobación de comités éticos, el 99% no especifica la donación voluntaria de los órganos, y el 92,5% no aclara si los órganos proceden de presos ejecutados. Más chocante, entre los que sí dicen no haber utilizado órganos de presos se encuentran 2.688 trasplantes anteriores a 2010, el año en que se puso en marcha el programa de donación voluntaria de órganos en China.

En un artículo publicado en The Conversation, dos de los autores del estudio escriben:

Un volumen creciente de pruebas creíbles sugiere que la recolección de órganos no se limita a presos condenados, sino que también incluye presos políticos. Por lo tanto, es posible –aunque no verificable en ningún caso particular– que las revistas revisadas por pares puedan contener datos obtenidos de presos de conciencia asesinados con el fin de extraer sus órganos.

Para añadir a lo ya de por sí extremadamente abominable, algunos de estos estudios se han publicado en la revista Transplantation, editada por la Sociedad de Trasplantes, la cual prohíbe la publicación de trabajos que incluyan trasplantes en los que no se especifique con total transparencia el origen de los órganos y su aprobación ética.

Los autores del estudio piden una moratoria para la publicación de cualquier trabajo sobre trasplantes procedente de China, y sugieren la celebración de una cumbre internacional en la que se solidifiquen los compromisos éticos que la comunidad médica y científica debe respaldar en relación con los trasplantes. Entretanto, solicitan la retractación de todos los estudios dudosos, algo que difícilmente va a ocurrir.

Un cartel contra la recolección de órganos para trasplante en China. Imagen de 上達 葉 / Flickr / CC.

Un cartel contra la recolección de órganos para trasplante en China. Imagen de 上達 葉 / Flickr / CC.

Hace unos días se ha celebrado en todo el mundo el año nuevo chino, una fiesta que ilustra cómo la superstición está fuertemente enraizada en todos los aspectos de la vida cotidiana en China, a un nivel que las sociedades occidentales han dejado atrás. Esto incluye también el gran arraigo de la pseudomedicina, por lo que el avance de la ciencia china es sin duda un progreso; ya he contado aquí que China está escalando hacia el primer puesto de la ciencia mundial en número de publicaciones, y que le está respirando en la nuca al líder, EEUU.

Pero mientras se discuten y condenan los abusos contra los derechos humanos en otros países, parece que China se mantiene fuera de todo debate, siempre que continúe fabricando productos baratos y comprando los nuestros.

La ciencia, que no es una institución sino simplemente el mejor sistema de conocimiento que ha inventado el ser humano, no debería caer en este juego de vendarse los ojos y doblegarse ante el yuan; su supervivencia y su credibilidad dependen de la transparencia y el respeto a los estándares éticos aceptados por la comunidad.

Las revistas científicas son negocios, y muy lucrativos. Pero si aceptan el abundante dinero de la investigación china tapándose la nariz, actúan en su propio beneficio perjudicando el fin al que sirven. Y facilitando que el liderazgo de la ciencia global caiga en manos de un sistema regido por la opacidad, la arbitrariedad y el abuso. Será una vuelta a tiempos más oscuros, cuando las instituciones políticas y religiosas decidían qué y cómo debía conocerse.

Bisfenol A, vacunas… Sin educación científica, es el país de los ciegos

Decía Carl Sagan que hoy una verdadera democracia no es posible sin una población científicamente educada. “Científicamente” es la palabra clave, la que da un sentido completamente nuevo a una idea que a menudo se ha aplicado a otra educación, la cultural.

Pero en cuanto a esto último, no por muy repetido es necesariamente cierto. Al fin y al cabo, la cultura en general es una construcción humana que no acerca a ninguna verdad per se; y sabemos además, creo que sin necesidad de citar ejemplos, que a lo largo de la historia pueblos razonablemente cultos han regalado su libertad en régimen de barra libre a ciertos sátrapas. Por tanto, es como mínimo cuestionable que cultura equivalga a democracia.

En cambio, la realidad –el objeto del conocimiento científico– no es una construcción humana, sino una verdad per se. A veces ocurre que cuando hablamos de “la ciencia” parece que nos estamos refiriendo a una institución, como “el gobierno” o “la Iglesia”. Pero no lo es; la ciencia es simplemente un método para conocer la realidad; por tanto, “la ciencia dice” no es “el gobierno dice” o “la Iglesia dice”; no es algo que uno pueda creer o no. “La ciencia dice” significa “es” (por supuesto, la ciencia progresa y mejora, pero también rectifica y se corrige; está en su esencia, a diferencia del gobierno y la Iglesia).

Por ejemplo, a uno puede gustarle más un color u otro, pero la existencia de la luz es incuestionable; no es algo opinable. Y sin embargo, la falta de un conocimiento tan obvio podría llevar a una visión deformada del mundo. Así lo contaba H. G. Wells en su relato El país de los ciegos, en el que un montañero descubre un valle andino aislado del mundo cuyos habitantes nacen sin la facultad de ver. El montañero, Núñez, trata de explicarles la visión, pero se encuentra con una mentalidad cerrada que solo responde con burlas y humillaciones. Así, Núñez descubre que en el país de los ciegos el tuerto no es el rey, sino un paria y un lunático.

Imagen de pixabay.com.

Imagen de pixabay.com.

Ignoro cuál era el significado que Wells pretendía con su relato. Se ha dicho que el autor quería resaltar el valor de la idiosincrasia de otras culturas, por extrañas o absurdas que puedan parecernos, y la necesidad de respetarlas sin imponer la nuestra propia. Lo cual podría ser una interpretación razonable… si el autor fuera otro.

Pero no encaja con Wells. Científico antes que escritor, era un entusiasta de las posibilidades de la ciencia para mover el mundo y mejorar las sociedades. En una ocasión escribió sobre el “poder cegador” que el pasado puede tener en nuestras mentes. Y por si quedara alguna duda, en 1939 añadió un nuevo final a su relato de 1904: en la versión original, Núñez terminaba escapándose sin más. Sin embargo, en su posterior director’s cut contaba cómo Núñez, en su huida, observaba que un corrimiento de tierra amenazaba con arrasar el valle. Advertía a sus habitantes, pero una vez más se reían de aquella imaginaria facultad suya. Como resultado, el valle quedaba destruido. Así, parece claro que El país de los ciegos no habla de la multiculturalidad, sino de la ignorancia frente a la ciencia: Núñez puede equivocarse, pero ve.

Si este es el verdadero sentido del relato, entonces Wells se adelantó una vez más a su tiempo, como hacía en sus obras de ciencia ficción. En su día mantuvo un acerado debate con George Orwell, un escéptico de la ciencia –1984 es una distopía tecnológica, con sus telepantallas al servicio del Gran Hermano–. Ambos vivieron en una época de grandes cambios; uno de ellos fue que la ciencia dejó de ser algo que solo interesaba a los científicos, con sus discusiones sobre la estructura de los átomos y la evolución de las especies, para comenzar a estar cada vez más implicada en las cosas que afectan a la gente: en aquella época, Segunda Guerra Mundial, podían ser cosas como el triunfo contra las infecciones –la penicilina–, la energía –el petróleo– o la tecnología bélica –la bomba atómica–.

Años después, fue Sagan quien recogió este mismo testigo, porque la ciencia continuaba aumentando su implicación en esas cosas que afectan a la gente. En 1995, un año antes de su muerte, escribía en su libro El mundo y sus demonios:

Hemos formado una civilización global en la que la mayoría de los elementos más cruciales –transportes, comunicaciones y todas las demás industrias; agricultura, medicina, educación, entretenimiento, protección del medio ambiente; e incluso la institución democrática clave, el voto– dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos hecho las cosas de modo que casi nadie entiende la ciencia y la tecnología. Esta es una prescripción para el desastre. Podemos salvarnos durante un tiempo, pero tarde o temprano esta mezcla combustible de ignorancia y poder va a estallarnos en la cara.

Una aclaración esencial: con este discurso, Sagan no trataba de ponderar la importancia de la ciencia en la democracia. Bertrand Russell escribió que “sin la ciencia, la democracia es imposible”. Pero lo hizo en 1926; desde que existen la ciencia moderna y la democracia, han sido numerosos los pensadores que han trazado sus estrechas interdependencias. Pero lo que Sagan subrayaba –y junto a él, otros como Richard Feynman– es la imperiosa necesidad de una cultura científica para que la población pueda crecer en libertad, a salvo de manipulaciones interesadas.

Hoy ese repertorio de cosas de la ciencia que afectan a la gente no ha cesado de crecer y hacerse más y más prevalente. El cambio climático. La contaminación ambiental. Las nuevas epidemias. Las enfermedades emergentes. Las pseudomedicinas. El movimiento antivacunas. La nutrición sana. El riesgo de cáncer. La salud cardiovascular. El envejecimiento, el párkinson y el alzhéimer. Internet. Los teléfonos móviles. Y así podríamos continuar.

Y sin embargo, no parece evidente que el nivel de cultura científica haya crecido, lo que no hace sino subir la temperatura de esa mezcla combustible de la que hablaba Sagan. Cualquier estudio irrelevante que no ha descubierto nada nuevo puede disfrazarse de noticia, y venderse arropándolo convenientemente con un titular suficientemente alarmista. La manipulación explota el temor que nace de la ignorancia, y es rentable; los clics son dinero. Porque en realidad, ¿quién diablos sabe qué es el bisfenol A?

Un ticket de papel térmico. El calor hace que se oscurezca. Imagen de IIVQ - Tijmen Stam / Wikipedia.

Un ticket de papel térmico. El calor hace que se oscurezca. Imagen de IIVQ – Tijmen Stam / Wikipedia.

El del bisfenol A (BPA) –y aquí llega la percha de actualidad– es uno de los dos casos de esta semana que merece la pena comentar sobre esas cosas de la ciencia que afectan a la gente. Con respecto a los riesgos del BPA, nada ha cambiado respecto a lo que conté aquí hace más de cuatro años, y recuerdo: «La exposición típica al BPA procedente de todas las fuentes es unas 1.000 veces inferior a los niveles seguros establecidos por las autoridades gubernamentales en Estados Unidos, Canadá y Europa».

Y por otra parte, descubrir que los tiques de la compra contienen BPA es como descubrir que el zumo de naranja lleva naranja; el BPA se emplea como revelador en la fabricación del papel térmico, no aparece ahí por arte de magia. En resumen, un titular como «No guarde los tiques de compra: contienen sustancias que provocan cáncer e infertilidad» es sencillamente fake news, aunque se publique en uno de los diarios de mayor tirada nacional.

El segundo caso tiene implicaciones más preocupantes. Esta semana hemos sabido que una jueza ha dado la razón a una guardería municipal de Cataluña que denegó la admisión a un niño no vacunado por decisión de sus padres. Casi sobra mencionar que en este caso la ignorancia cae de parte de los padres, convirtiéndolos en víctimas fáciles de la manipulación de los movimientos antivacunas. Al parecer, durante la vista los padres aseguraron que los perjuicios de la vacunación superan a sus beneficios, como si el beneficio de conservar a su hijo vivo fuera superable.

Por suerte, en este caso la jueza ha actuado bien informada, denegando la matriculación del niño por el riesgo que comportaría para sus compañeros. Pero no siempre tiene por qué ser así. A los jueces no se les supone un conocimiento científico superior al nivel del ciudadano medio. Y si este nivel es excesivamente bajo, las repercusiones de esta carencia pueden ser especialmente graves en el caso de quienes imparten justicia, ya que un juez con una educación científica deficiente puede también ser víctima de manipulación por parte de presuntos asesores o peritos guiados por intereses anticientíficos.

Mañana contaré otro caso concreto de cómo la falta de información y formación científica es la raíz de uno de los mitos más clásicos y extendidos sobre cierto avance tecnológico de nuestro tiempo.

Seis diferencias entre una tesis doctoral y otras cosas que no lo son

Antes me haría un nudo en los intestinos que arrojarme al debate que parece dominar la actualidad estos días. No tengo el menor interés en saltar a ninguna de las dos trincheras desde las que unos a otros se están arrojando volúmenes encuadernados en piel o títulos enmarcados en madera de roble. Además, ni conozco la tesis doctoral del personaje en cuestión, ni pienso conocerla, ni tengo ningún interés en defender a su autor, ni en machacarlo. Pero consumidos por la irracionalidad de su tuerta visión del mundo, escucho que ciertos tertulianos y periodistas están lanzando afirmaciones confusas e inexactas, no sobre una tesis concreta que ignoro, sino en general sobre el proceloso mundo de las tesis doctorales y sus circunstancias. Así que allá voy.

Imagen de Pexels.

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Diferencia entre tesis doctoral y novela: se puede plagiar sin copiar

En estos días se está hablando muy generosamente de plagio, pero ¿qué es plagio? ¿Quién y cómo decide qué lo es y qué no, de modo que las reglas no vengan determinadas por la inclinación política de cada cual? En una novela, bastaría una frase copiada literalmente de otra para que casi cualquiera lo considerase plagio. Y sin embargo, nadie acusaría de ello a los cientos de novelas y películas con argumentos básicamente similares. Por el contrario, el mundo académico es más complicado, ya que de hecho puede existir el plagio de ideas o hipótesis ajenas sin copiar una sola palabra, y esta es una falta más grave que la transcripción literal de un texto.

Diferencia entre tesis doctoral y reportaje periodístico: se puede no plagiar citando literalmente y sin comillas

En el caso de la copia literal de frases, continúa siendo igualmente complicado, asegure lo que asegure quien pueda aparecer en los telediarios citando porcentajes como si fueran los ingredientes de un yogur. En los trabajos académicos, una gran parte de lo escrito se dedica a explicar el trabajo de otros. Una norma universal que nunca debe quebrantarse es que cualquier copia literal de las palabras de otra persona debe ir atribuida a sus autores. Y aunque en un trabajo periodístico estas citas exactas deben entrecomillarse, en los trabajos académicos es más habitual el estilo indirecto, a no ser que interese enfatizar la literalidad. Por lo tanto, lo más apropiado sería refrasear una cita atribuida que no va entrecomillada. Lo contrario puede ser signo de un trabajo perezoso o descuidado, pero no necesariamente es un plagio. Siempre, claro, que uno no se atribuya lo que no le pertenece.

Diferencia entre tesis doctoral y máster: toda

Lo anterior se explica por el hecho de que en una tesis doctoral realmente importa más el contenido que el continente. Con todo mi respeto a los alumnos y titulados de másteres (yo mismo he hecho dos y mi periodismo es de máster, no de carrera), esa idea que parece circular de que un máster de postgrado es algo inmediatamente inferior a un doctorado no se corresponde en absoluto con la realidad. Una tesis doctoral es un largo trabajo de investigación original emprendido durante años, y con dedicación exclusiva en el caso de las ciencias experimentales, mientras que un trabajo de fin de máster es algo más parecido a un trabajo escolar, sin tratar de ofender a nadie. En mi máster en Ciencia, tecnología y sociedad, mi trabajo final comparaba la prospectiva tecnológica en dos escenarios literarios distópicos, los de Un mundo feliz de Huxley y 1984 de Orwell. Disfruté escribiendo aquel trabajo al que dediqué largos ratos durante algunos meses, pero de ningún modo es algo comparable a una tesis doctoral.

Diferencia entre tesis doctoral y oposición: no es un examen y uno elige a su tribunal

En contra de lo que se está difundiendo, la lectura de una tesis doctoral no es un examen, como pueda serlo una oposición. En primer lugar, el tribunal de tesis lo elige el propio doctorando. Obviamente, lo habitual es seleccionar a expertos en el área de competencia del trabajo de tesis a los que uno previamente conoce, y con los que muy posiblemente uno haya colaborado anteriormente. No son amiguetes, sino personas que dominan el área y están familiarizadas con la investigación llevada a cabo por el doctorando. Por supuesto, nada impide que alguien seleccione para su tribunal a completos desconocidos. Pero dado que estos deben analizar la tesis por anticipado antes de la lectura, es probable que se nieguen, dado que meterse de repente entre pecho y espalda (o mejor dicho, entre frente y nuca) cientos de páginas de un trabajo que hasta entonces ignoraba por completo, realizado por un becario del que jamás ha oído hablar, no suele ser el ideal con el que un investigador se levanta por las mañanas.

Diferencia entre tesis doctoral y examen de conducir: sobresaliente cum laude es la nota estándar

Dado que la lectura de tesis no es un examen, el objetivo de estas sesiones no es aprobar o suspender al doctorando. Nunca he conocido un caso en el que la calificación de una tesis doctoral haya sido otra que sobresaliente cum laude, y existe una buena razón para ello. A diferencia de un examen de conducir, los calificadores no llegan de repente a ver cómo pasa las rotondas el calificado. Como he dicho, los miembros de un tribunal de tesis reciben el trabajo (incluso en borrador) con la suficiente antelación y se supone que deben analizarlo por anticipado. Si alguno de ellos tiene alguna objeción o piensa que la tesis no reúne el suficiente nivel de calidad para llegar a la máxima calificación, lo esperable sería que se pusiera en contacto con el doctorando para que este amplíe o corrija aquello que sea necesario. Por supuesto que tras la lectura de la tesis los miembros del tribunal interpelan al doctorando, y las discusiones pueden ser tan agrias como pueda imaginarse. Pero si alguien llegara un día para sentarse en un tribunal de tesis habiéndose callado objeciones graves al trabajo del doctorando con el fin deliberado de privarle del cum laude, sería de inmediato calificado por toda la comunidad como un maldito hijo de puta.

Diferencia entre tesis doctoral y blog: se escribe en papel, ese material tan antiguo, y existe aunque no esté en internet

Hay quien dice que aquello que no puede leerse en internet simplemente no existe. Quienes así piensan probablemente ignoran que con ello están negando la existencia de buena parte de la ciencia. Las tesis doctorales se han escrito y siguen presentándose en papel, y de muchas de ellas no existen copias digitales. Por ejemplo, la de un servidor. Es cierto que en aquel 1997 la sociedad no estaba ni mucho menos tan digitalizada como ahora. Pero sí, teníamos internet, utilizábamos el correo electrónico y escribí mi tesis en Word, no con pluma de ganso. Y sin embargo, ni se entregaba ni se depositaba ningún archivo digital, que yo tampoco conservo. Pero incluso en lo que se refiere a las copias en papel, que yo recuerde jamás se me preguntó si quería que mi tesis estuviera accesible públicamente. Y de hecho, parece que no lo está: en la base de datos TESEO aparece solo la referencia, y en el repositorio de la Universidad Autónoma de Madrid figura como de «acceso restringido». Aunque es inimaginable que alguien llegara a proponerme para un cargo de ministro, y más aún que yo lo aceptara, en un universo paralelo donde algo así fuera concebible es de suponer que cualquiera podría acusarme de querer ocultar mi tesis con algún propósito oscuro.

Para terminar y ya que hemos hablado de másteres, les dejo con el más recomendable que me viene a la mente.

#StopPseudociencias: nada que celebrar, mucho que lamentar y perseguir

Termina una semana que se ha cerrado con el triste colofón de la campaña #StopPseudociencias en Twitter, una iniciativa que sus organizadores planificaron con una duración de 12 horas el pasado jueves y que la comunidad tuitera prolongó espontáneamente durante todo el día de ayer viernes. Hoy sábado aún continúan goteando incesantemente los tuits bajo este hashtag.

Pero he dicho «triste» colofón. Y es que, pese al enorme éxito de visibilidad en Twitter –y en varios medios que se hicieron eco–, esto no puede ni mucho menos considerarse una celebración o una victoria. No es el Día de la Bicicleta, o ni siquiera el del Orgullo (aunque este último también tenga un potente ingrediente de denuncia de las fobias contra las minorías sexuales). Un día de #StopPseudociencias no es una ocasión festiva, no hay carrozas, ni verbenas, ni bailes. No se trata de una comunidad de escépticos resentidos echándose a las calles de internet para reivindicar sus opiniones o su visión del mundo, como algunos aún parecen interpretar.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Para explicar la diferencia, valgan algunos ejemplos. Durante el curso de la campaña hemos conocido un caso expuesto por Joaquim Bosch-Barrera, oncólogo del Institut Català d’Oncologia y profesor de la Universidad de Girona. Bosch-Barrera contó cómo, durante una guardia en Urgencias el pasado diciembre, atendió a una mujer que llegó con un pecho «totalmente putrefacto» por un cáncer de mama que se estaba tratando con pseudoterapias, probablemente homeopatía. La paciente había rechazado el tratamiento médico por indicación de su curandero. Cuando Bosch-Barrera vio el espeluznante estado del pecho, en carne viva, con necrosis y una infección abierta y sangrante, le preguntó a la paciente:

–¿Y tu terapeuta alternativo, qué te dice de esto?

–Dice que si sale fuera de la piel es bueno, porque significa que se está oxigenando.

La mujer falleció hace dos semanas, según contaba ayer el oncólogo. El caso se difundió extensamente en Twitter (aún hoy se está haciendo) y varios medios lo recogieron (como aquí y aquí). Ante la enorme resonancia del caso, Bosch-Barrera decidió retirar la impactante fotografía por respeto a la paciente y su familia (no se le veía el rostro, pero sí el catastrófico estado de su pecho), aunque aún aparece en Twitter y en los medios.

También durante la campaña se han recordado otros muchos casos, como el de otra mujer que había tratado de combatir su cáncer de mama con ayurveda, ingesta de orina y ese preparado ilegal de lejía llamado MMS. O el caso, también muy divulgado en su día, de Mario Rodríguez, el estudiante de físicas que murió tras rechazar el tratamiento médico de su leucemia y ponerse en manos de un curandero. O el del bebé envenenado por el plomo de una pulsera homeopática que sus padres le daban a morder como remedio contra el dolor de la dentición.

También hemos sabido de individuos que pretenden curar el autismo, o de sujetos que culpan a los propios pacientes de sus enfermedades por sus “conflictos emocionales” y que recomiendan a los enfermos que imaginen a un animal devorando su cáncer. Y de canciones sanadoras, curación por imposición de manos, cristales o flores. Y se nos ha recordado que toda esta mojiganga no es inocua, sino que los pacientes que siguen terapias alternativas además de su tratamiento médico duplican su riesgo de muerte.

Un curioso cartel contra la homeopatía en la isla de Antigua. Imagen de David Stanley / Flickr / CC.

Un curioso cartel contra la homeopatía en la isla de Antigua. Imagen de David Stanley / Flickr / CC.

Frente a todo esto, en Twitter han aparecido reacciones diversas. Los más nihilistas y misántropos hablan de darwinismo, de dejar que las personas que se dejan atrapar por estas pseudoterapias eliminen sus propios genes del pool humano, alegando que legislar contra ello es paternalista y que se trata de una cuestión de libre elección. Es tanto como culpar al paciente de su suerte, al timado de dejarse timar, al allanado de no haber instalado una alarma en su casa, al atracado de caminar de noche por lugares oscuros o a la violada de no haberse resistido lo suficiente o de llevar minifalda. Legislar contra el abuso, el engaño y la agresión no es paternalismo, sino la obligación de los gobernantes de proteger a sus gobernados, y es nuestro derecho exigir que se nos proteja.

El argumento nihilista se apoya también en la abundancia de información que hoy existe para quien libremente quiera buscarla y asimilarla. Pero mercachifles, timadores y vendedores de humo sin escrúpulos se están lucrando a costa no tanto de la superstición o la ignorancia, sino sobre todo de la desesperación. Como ya he explicado aquí anteriormente, los estudios muestran que las personas que caen víctimas de las pseudoterapias no tienen estadísticamente un nivel educativo inferior a la media de la población, y ni siquiera un menor interés por la ciencia. Sin embargo, en muchos casos sí están desesperadas.

Los mecanismos por los cuales las pseudociencias triunfan entre la población mejor educada y formada de la historia, y por los cuales parte de esa población cree en su eficacia, reciben nombres como sesgo cognitivo, ilusión causal, ilusión de control o confusión entre causalidad y correlación, y todo esto es algo que no se arregla solo con información y divulgación. Con motivo de la campaña en Twitter, la psicóloga de la Universidad de Deusto Helena Matute nos lo ha recordado rescatando este artículo que recomiendo y del que cito unos párrafos:

El ejemplo clásico son las antiguas danzas de la lluvia. Cuando nuestros antepasados no sabían cómo producir lluvia se dedicaban a inventar métodos para lograrlo. Y alguien descubrió la danza de la lluvia. Lo curioso es que solía coincidir. Si un día bailaban, normalmente llovía el día siguiente, y si no el siguiente, o a lo sumo quizá hubiera que repetir el ritual al cabo de unas semanas, pero al final llovía. Así es, más o menos, como funciona nuestro sistema de asignación de causas a efectos. El primer día coincide por puro azar el evento deseado con algo que acabamos de hacer. Por tanto, repetimos esa conducta y antes o después volverá a coincidir, por lo que la asociación (ilusoria) entre nuestra conducta y el resultado esperado se irá fortaleciendo.

Así es como funcionan también muchas pseudociencias. Alguien nos comenta que determinado medicamento alternativo le ha curado. Lo probamos y nos funciona. Pero no nos damos cuenta de que cuando decimos “me funciona”, si solo tenemos un caso, dos, unos pocos, no es fiable. Lo único que podemos decir es: “ha coincidido”. Eso no es causalidad.

Para saber si A causa B debemos conocer con qué frecuencia ocurre B cada vez que ocurre A, pero también con qué frecuencia ocurre B cuando no ocurre A. Cuando un supuesto medicamento no acaba de ser reconocido oficialmente como medicamento, es porque no acaba de demostrar que la probabilidad de curarnos cuando tomamos ese medicamento sea mayor que la probabilidad de curarnos cuando lo que tomamos es un placebo. Un placebo es un producto inocuo (por ejemplo, una pastilla de sacarina), pero si nos lo dan de forma que parezca un medicamento efectivo (por el envase, el tamaño, el precio, y otra serie de factores que hacen que aumente la percepción de eficacia), y si además nos lo recomienda alguien en quien confiamos, tiene un efecto beneficioso, ante dolencias leves, y a menudo reduce también el dolor. Este efecto es psicológico, es real y está bien comprobado. También funciona con animales y con bebés. Un producto que no demuestre ser mejor que el placebo no puede ser reconocido como medicamento. Pero a menudo nos los venden en farmacias. La ley lo permite.

En este sesgo cognitivo a menudo tiene mucho que ver el rechazo al establishment médico y a la industria farmacéutica. Curiosamente, he podido comprobar que a menudo quienes repiten ese eslogan del capitalismo atroz y los abusos de las farmacéuticas no solo no son capaces de citar un solo caso concreto de corrupción o escándalo protagonizado por estas empresas, sino que, sin internet a mano, ni siquiera son capaces de citar correctamente el nombre de dos o tres compañías farmacéuticas.

Por supuesto que el abuso y la corrupción existen en la industria farmacéutica. Como en la telefonía móvil, la construcción, los hipermercados o los automóviles. Pero no parece que las ventas de coches en general hayan disminuido tras el escándalo de las emisiones (en el caso de las farmacéuticas, se repercuten los casos individuales en todo el sector). El comportamiento de una industria no anula la validez de sus productos. Ni el hecho real de que son los únicos que curan. En el fondo, e incluso con los casos reales en la mano, el argumento de la Big Pharma no es una razón motivadora, sino una justificación para tratar de disfrazar de racionalidad un sesgo cognitivo.

En resumen y como subraya Matute en su artículo, además de educar, informar y divulgar, también hay que legislar. No es paternalismo, sino protección de la población contra un abuso que en el peor de los casos mata, y en el mejor despoja a los afectados de su dinero sin ofrecerles ningún beneficio a cambio.

Por todo lo anterior, no hay nada que celebrar. Salvo quizás, un detalle. Mientras lamentablemente gobiernos como el catalán se dedican a hacer stage diving sobre los practicantes de las pseudociencias, los nuevos responsables de Ciencia (Pedro Duque) y de Sanidad (Carmen Montón) del gobierno del Estado se han sumado a la campaña #StopPseudociencias, pronunciándose explícitamente en contra de estos peligrosos abusos. Lo celebraremos cuando consigan, si es que lo consiguen, superar la oposición que van a encontrar entre sus propias filas para que estas posturas individuales se conviertan en leyes y políticas de Estado.

Hoy, día contra las pseudociencias y sus peligros: #StopPseudociencias

Las pseudociencias matan. Los bulos antivacunas matan a niños desprotegidos por la ignorancia de sus padres, e incluso a otros niños protegidos por el buen conocimiento de sus padres, pero desprotegidos por su propio sistema inmunitario. Los fraudes médicos matan a las personas que abandonan sus tratamientos, o les roban preciados meses o años de vida antes de un final igualmente inevitable. Las engañifas de las terapias alternativas matan la esperanza –y en muchos casos los ahorros– de quienes creen que los milagros existen, pero que están silenciados por la enésima conspiración internacional.

Por primera vez en la historia de este país, tenemos a un científico como ministro de Ciencia y a una médica como ministra de Sanidad. Personalmente, durante años en este blog se me han desgastado las yemas de los dedos pidiendo precisamente lo que ahora tenemos, y es una oportunidad que no debemos dejar escapar.

Imagen de Wikipedia / FDA / Michael J. Ermarth.

Imagen de Wikipedia / FDA / Michael J. Ermarth.

Por el momento, resulta esperanzador que se aplique desde un gobierno del Estado un lenguaje claro a probados fraudes de largo recorrido como la homeopatía, que hasta ahora siempre se han tratado aquí con guante de seda, disfrazando medidas favorables a la pseudomedicina con un barniz de presunto castigo para no disgustar a nadie, ni a la potente industria homeopática ni a los defensores de la realidad científica. Aunque, por cierto, a estos últimos no se les consiga engañar.

La ministra Carmen Montón ha dicho que «la homeopatía no cura». El cielo es azul, la Tierra no es plana, los cuerpos caen y el agua moja. El agua moja, pero no cura. En el siempre ambiguo y farragoso lenguaje de los políticos es difícil encontrar manifestaciones tan claras sobre cuestiones tan evidentes que no sean simples eslóganes. Pero ¿llegará a traducirse en medidas y políticas reales?

Hoy, 19 de julio, un grupo de colectivos encabezado por la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) lanza en Twitter su segunda campaña #StopPseudociencias, después del éxito de la primera edición en febrero de 2017 que dio difusión a casi 2000 reportes de promociones de pseudociencias y pseudoterapias. Para esta nueva edición, los grupos organizadores de la iniciativa han reunido otro par de miles de reportes de este tipo de abusos contra la salud pública.

Este es el propósito de la iniciativa, en palabras de uno de sus organizadores, Emilio Molina, vicepresidente de APETP: «Otro año más, corroboramos que las pseudoterapias no suponen un problema anecdótico, y que tras ellas subyace una marea de desinformación sanitaria y movimientos peligrosos organizados, que siguen generando víctimas silenciosas. Esperamos que el cambio político conlleve una mayor atención ministerial a este problema, tomando acciones de oficio, estableciendo campañas de alerta social contra pseudociencias, facilitando herramientas a Consejerías y Colegios para la lucha contra intrusismo y mala praxis, y controlando la aplicación de las muchas leyes existentes en la materia que se están vulnerando sistemática e impunemente”.

Así, me sumo a la campaña animándoles a que participen, denunciando en Twitter los casos de pseudociencias y pseudoterapias que conozcan, haciéndolos llegar a la ministra Carmen Montón (@CarmenMonton) y/o al ministerio de Sanidad (@SanidadGob) bajo el hashtag #StopPseudociencias. Incluso si no tienen a mano ningún caso particular que quieran difundir, pueden colaborar entrando en esta página y haciendo clic en el botón para compartir en Twitter los reportes que aparecen en ella, reunidos por los organizadores de la campaña: http://stoppseudociencias.gplsi.es/Expendedor.php.

En resumen, la campaña es un clamor para que esta oportunidad histórica no se desperdicie, y para que las intenciones manifestadas por el nuevo gobierno respecto a la ciencia y la pseudociencia lleguen a materializarse en un verdadero cambio de rumbo de la política frente a este tipo de fraudes. Que a los españoles nos temieran los mercachifles de aceite de serpiente, y no solo los equipos deportivos de otros países, sí sería un auténtico motivo para sentirnos orgullosos.

Pedro Duque, un astronauta para el despegue de la ciencia española

Imagino que quienes tenemos alguna relación con el mundo de la ciencia, incluso los que no nos adherimos a ninguna bandera, esperábamos casi como apuesta segura que el nuevo rumbo político pusiera fin a lo que ha sido en los últimos años un desmantelamiento del sistema científico español por activa y por pasiva.

Cualquiera que haya querido interesarse por ello ha podido leer en los medios que la desidia práctica del anterior gobierno con respecto a la ciencia y la tecnología no era una cuestión de apreciaciones partisanas coloreadas por sesgos ideológicos, sino una realidad que en los últimos años ha hecho retroceder a España un puesto en el ránking mundial por número de publicaciones, según datos del Journal & Country Rank de SCImago.

Y esto por citar solo un ejemplo concreto de una de las principales magnitudes que miden objetivamente el desempeño científico de un país, sin entrar siquiera en el malestar y el desánimo que han cundido entre la comunidad científica; en otros sectores, una falta de sintonía tan evidente suele hacerse muy visible a través de medidas como las huelgas generales. En ciencia los efectos de esta situación no se ven mirando por la ventana, sino que se sienten a largo plazo, y es por esto que la política cortoplacista prefiere barrerlos bajo la alfombra.

Pero además de la esperada noticia de la restauración del Ministerio de Ciencia, hoy ha sido una magnífica sorpresa la designación de Pedro Duque a su frente. El astronauta (ellos suelen decir que «ex» no se es) e ingeniero es, por primera vez en la historia de este país, una persona con sólida competencia científica al frente de un Ministerio de Ciencia. No, no me he olvidado de otras personas que asumieron el mismo cargo, y me reafirmo en lo dicho.

Pedro Duque. Imagen de GTRES.

Pedro Duque. Imagen de GTRES.

Pedro Duque cuenta, en mi opinión, con rasgos que le convierten en un ministro de ciencia ideal, tanto por lo que es como por lo que no es. Respecto a esto último, no han faltado en Twitter las opiniones (minoritarias, hasta donde he podido ver) que reprochan al nuevo presidente Pedro Sánchez el haber elegido a un técnico, y no a un fiel soldado. En este blog ya me he declarado cien por cien partidario de la tecnocracia cuando se trata de gestionar asuntos que solo una persona con la formación técnico-científica necesaria puede comprender. Los bustos parlantes no arreglan problemas, sino que se limitan a tratar de hacer ver que no existen.

Es más: hoy muchos de los países más desarrollados cuentan también con comités científicos asesores con interlocución al más alto nivel en los gobiernos, ya que hoy es imposible gobernar sin contar con aquello que los científicos tienen que decir sobre el impacto de la actividad humana en múltiples campos que a su vez tienen una influencia clave en la economía.

Pero además, el hecho de que Duque no sea un personaje político le convierte en una figura transversal, cuya gestión al frente de la ciencia española podrá ser evaluada también de forma transversal. La ciencia depende de la política y, por lo dicho, la política depende de la ciencia mucho más de lo que algunos quieren creer. Pero con independencia de las inclinaciones políticas que predominen entre los miembros del estamento científico, la política científica no puede estar sujeta a quién clava su bandera en la colina.

Otro mérito de Duque es su amplia experiencia mixta, en lo público, en lo privado, en el terreno internacional y en el ámbito interdisciplinar. Los astronautas asignados a funciones científicas en la Estación Espacial Internacional (ISS) deben tener la capacidad de actuar como aquellos naturalistas de las antiguas expediciones de exploración que sabían de todo, ya que deben manejarse con experimentos de distintas disciplinas, desde la física a la biología, tanto en su ejecución directa como en la interlocución con los investigadores responsables. Además, su carrera como creador de empresas innovadoras le convierte en un buen conocedor de cómo funciona ese torrente sanguíneo que da vida al sistema de ciencia y tecnología, el flujo desde la investigación básica a la aplicada, al desarrollo de nuevas tecnologías y a su traducción en el impulso innovador de un país.

Pero añadido a todo lo anterior, Pedro Duque es una figura de autoridad universalmente conocida y reconocida en este país, y no hay muchas personas más que cumplan este perfil. A través de su popularidad, puede actuar también hacia el gran público como canalizador de la ciencia y como concienciador de su importancia.

Por último, tampoco es un detalle irrelevante que su sector de especialización sea el aeroespacial. Se trata de una disciplina cada vez más pujante en todo el mundo y que está atravesando transformaciones con un inmenso potencial. En España su situación es ambigua: existe una base muy potente de investigadores y empresas, pero a menudo se han quejado del insuficiente apoyo en un país que ni siquiera cuenta con una agencia espacial propia.

En resumen, Pedro Duque tiene por delante un reto complicado, devolver la ciencia española al lugar del que nunca debió salir. Pero ya tiene experiencia en despegues.

«En los drones militares autónomos falta la tecnología para distinguir a los objetivos de los civiles»

En los últimos años y más aún en los últimos meses, tanto en los medios políticos como en los científico-tecnológicos se viene hablando de los distintos avances que se están acometiendo hacia el desarrollo de drones militares autónomos, aquellos que podrían seleccionar sus objetivos y abatirlos (eufemismo de «matar») sin intervención humana, guiándose por sus propias decisiones basadas en algoritmos de Inteligencia Artificial (IA) y aprendizaje automático.

Actualmente existen drones militares armados como el MQ-9 Reaper de General Atomics, que forma parte del arsenal de varios países; España comenzará a utilizarlos en 2019. Estos aparatos pueden volar solos, aunque suelen pilotarse a distancia; pero no matan solos.

Dron MQ-9 Reaper. Imagen de USAF.

Dron MQ-9 Reaper. Imagen de USAF.

La posibilidad de que algún día despeguen drones capaces de decidir por sí mismos sobre la vida y la muerte de seres humanos no solo es escalofriante, sino que según los expertos estas armas serían considerablemente más difíciles de vigilar que las nucleares, químicas o biológicas. Para estas se necesitan instalaciones militares específicas que pueden ser monitorizadas con mayor o menor facilidad, incluso vía satélite. Por el contrario, dicen los expertos, lo que distingue a los drones autónomos de los actuales es el software, y esto no puede vigilarse desde el espacio; menos aún teniendo en cuenta que gran parte de la tecnología implicada es de origen civil.

Por si aún dudan sobre la conveniencia de que estas tecnologías lleguen a ver la luz, les recomiendo ver este vídeo titulado Slaughterbots (Robots asesinos), elaborado por la Campaña contra los Robots Asesinos promovida por el Comité Internacional para el Control de las Armas Robóticas (ICRAC) y otras organizaciones. Hay quienes lo han tildado de alarmista. Pero necesariamente alarmista.

Mientras trabajaba en un reportaje para otro medio, me pareció interesante recabar y traerles aquí una breve visión de uno de los mayores expertos en esta área. El científico computacional Jeremy Straub, profesor de la Universidad Estatal de Dakota del Norte (EEUU) y director adjunto del Instituto de Investigación y Formación en Ciberseguridad, trabaja en IA y en sus aplicaciones autónomas aeroespaciales. Por tanto, Straub es uno de los científicos que se encuentran en esa incómoda encrucijada, desarrollando tecnologías que pueden aportar notables beneficios a la humanidad, pero que también pueden aplicarse para causar un inmenso daño.

¿Existe ya la tecnología de drones autónomos?

Actualmente ya se utiliza bastante autonomía en el vuelo de drones. Incluso muchos drones personales tienen navegación por GPS de punto a punto. Los drones militares pueden hacer uso de la misma tecnología de autopilotado. Los drones deben tener también la capacidad de operar de forma autónoma hasta cierto punto, en caso de que las comunicaciones se pierdan o sean interferidas por un enemigo, por lo que esto también está presente en los aparatos militares actuales.

¿Qué podría salir mal?

En el presente hay algunos obstáculos técnicos. Uno de los principales es la necesidad de identificar de forma precisa a los posibles objetivos. En particular, falta la tecnología necesaria para distinguir a los objetivos legítimos de los civiles o transeúntes. Para estas decisiones se requiere un contexto significativo, algo que ahora no es técnicamente práctico.

¿Cree posible que llegue a acordarse un veto internacional para este tipo de armas, como están impulsando varias organizaciones?

Personalmente me sorprendería bastante que se llegara al acuerdo de cualquier tipo de veto, porque ciertas naciones tienen más capacidades que otras en esta área, y lo ven como una ventaja competitiva. Además, los países podrían estar preocupados por el posible desarrollo secreto de estas armas por parte de los no firmantes del tratado, lo que les haría recelar de abandonar o limitar sus propios programas.

Si no se llega a un veto, ¿podría el desarrollo de los drones autónomos llevar a una situación similar a la de las armas nucleares en la Guerra Fría, de no agresión por disuasión?

Una limitación del uso basada en la disuasión, al estilo de la de la Guerra Fría, parece una situación plausible. Dado que el uso de los vehículos aéreos no tripulados no crea el mismo tipo de destrucción a gran escala que las armas nucleares, no estoy completamente seguro de que esto llegara a suprimir por completo el uso de los drones y sus ataques. Sin embargo, probablemente sí impediría un ataque masivo a gran escala que sería respondido de forma similar por la propia flota de drones del país atacado.