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Las ratas de Nueva York no están tan sucias (fiebre hemorrágica aparte)

Cápsidas icosahédricas de adenovirus al microscopio electrónico. Imagen de GrahamColm / Wikipedia.

Cápsidas icosaédricas de adenovirus al microscopio electrónico. Imagen de GrahamColm / Wikipedia.

Ninguno estamos a salvo de morir a causa de un virus, pero un biólogo no puede dejar de maravillarse ante estas criaturas. Desde mis tiempos como estudiante siempre sentí una especie de malsana atracción por los parásitos, esos seres que han evolucionado en hostil armonía con sus hospedadores, a los que necesitan y hieren, pero a los que no pueden destruir (como especie, se entiende) so pena de eliminarse a sí mismos.

Y entre todos los parásitos es imposible no asombrarse ante los virus, esos minúsculos puñados cartesianos de moléculas ordenadas que son como kits mínimos de supervivencia capaces de invadir, hackear y rendir la resistencia de organismos millones de veces mayores que ellos, y contra los cuales toda nuestra tecnología aún no ha conseguido encontrar una penicilina, un arma universal. El virus de la viruela, por citar uno de los más viejos enemigos del ser humano, desapareció de la naturaleza sin que fuéramos capaces de encontrar una cura para la infección. Puedo imaginar el estupor del primer tipo que vio una perfecta cápsida poliédrica al microscopio electrónico, o del que observó por primera vez un fago lambda o un T4, esos virus de bacterias con aspecto de módulos lunares alienígenas.

Estructura del virus bacteriófago T4. Imagen de CUA.edu.

Estructura del virus bacteriófago T4. Imagen de CUA.edu.

Apartando el debate sobre si los virus son o no criaturas vivas, dejémoslo en que son los entes biológicos más abundantes del planeta. Nos rodean por todas partes (incluido nuestro interior): en 200 litros de agua de mar hay unos 5.000 genotipos virales, y en torno a un millón en un kilo de sedimento marino. Nadie sabe cuántos virus existen en la naturaleza. Una estimación del virólogo de la Universidad de Columbia Vincent Racaniello arrojaba un número superior a los 100 millones de virus, sin contar los que infectan a organismos unicelulares como bacterias y protozoos. Una cifra que suele manejarse es la de 10 elevado a 31, o 10 quintillones. Siempre hablando de estimaciones de servilleta de bar, los astrónomos calculan que en el universo existen unas 10 a la 24 estrellas; o sea, un cuatrillón. Esto implica que en la Tierra hay diez millones de virus por cada estrella del universo. Son unos cuantos. Y solo se conocen unos pocos miles.

Por eso no es raro que los virólogos cuenten sus criaturas por cientos, como los 600 que ha descubierto a lo largo de su carrera el investigador de la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia Ian Lipkin. Este científico fue uno de los coautores del trabajo que describió en 2011 el virus de Lloviu, ese pariente del ébola que mata a los murciélagos en cuevas de la Península Ibérica y Francia y cuyo efecto sobre los humanos aún es desconocido. Lipkin y un grupo de colaboradores acaban de publicar ahora un curioso estudio en la revista mBio de la Sociedad Estadounidense de Microbiología en el que se analiza la vida interior de las ratas de Nueva York. Es decir, qué microorganismos llevan consigo y por tanto pueden transmitir a los humanos.

Las ratas de Nueva York ya estaban de actualidad cuando la semana pasada las autoridades de la ciudad informaron de un aumento del 10% en las protestas relacionadas con estos roedores en solo un año, de 2012 a 2013. Estos animales se han convertido en un problema tan serio en la Gran Manzana que cuentan con su propia entrada en la Wikipedia, e incluso el Departamento de Salud e Higiene Mental de la ciudad ofrece en internet un Portal de Información de Ratas (en inglés R. I. P., humor ante todo), en el que cualquier neoyorquino puede comprobar la densidad de roedores en su calle.

Según cuenta Lipkin en una nota de prensa, la idea del nuevo estudio nació a raíz de sus conversaciones con el microbiólogo y premio Nobel Joshua Lederberg (ya fallecido), quien descubrió que las bacterias pueden pasarse genes como los niños de una guardería comparten microbios. Lipkin y Lederberg pensaron que las ratas eran un catálogo viviente de los microorganismos peligrosos que pululan por una ciudad, y que sería importante disponer de esta foto en caso de brote epidémico de alguna enfermedad infecciosa nueva.

Los investigadores recogieron un total de 133 ratas de la ciudad, con especial atención a las que vivían en edificios residenciales, y estudiaron los microbios que llevan de un lugar a otro. El resultado ha caído como noticia espeluznante entre los neoyorquinos, ya que, como no podía ser de otra manera, en las ratas se han encontrado un protozoo (Cryptosporidium parvum) y al menos ocho bacterias que causan enfermedades en humanos, incluyendo Bartonella, Salmonella, Clostridium difficile (responsable de las infecciones multirresistentes en los hospitales), Clostridium perfringens (el bicho de la gangrena), Yersinia enterocolitica (un primito intestinal de la peste) o Escherichia coli de las que te descomponen por dentro.

Ratas comiendo restos de comida en un parque de Nueva York. Imagen de Center for Infection and Immunity, Mailman School of Public Health, Columbia University.

Ratas comiendo restos de comida en un parque de Nueva York. Imagen de Center for Infection and Immunity, Mailman School of Public Health, Columbia University.

El capítulo que más revuelo ha levantado es el de los virus. En las ratas de Gotham, Lipkin y su equipo han hallado decenas de virus de todo tipo, incluyendo 18 hasta ahora desconocidos. Pero sobre todo, el descubrimiento más sorprendente y aterrador ha sido encontrar en ocho de las 133 ratas el Hantavirus de Seúl, que causa fiebre hemorrágica y que se detecta por primera vez en Nueva York. Según los investigadores, su genética revela que se trata de un emigrante reciente, pero la enfermedad ya ha causado problemas anteriormente en Maryland y Los Ángeles. Como virólogo, sin embargo, Lipkin, destaca otro hallazgo, y es el de dos virus emparentados con el de la hepatitis C humana, NrHV-1 y NrHV-2, que según el científico pueden convertirse en grandes herramientas para estudiar la dolencia en ratas.

Y aún con todo lo anterior, hay otra manera de mirar el estudio que resulta casi más asombrosa, y es que 14 de las ratas estudiadas, más o menos un 10% del total, estaban completamente libres de polvo y paja. Un 23% de los animales no tenían ningún virus, y un 31% estaban libres de patógenos bacterianos. De hecho, entre todas las situaciones posibles que combinan el número de virus con el número de bacterias, la de cero virus y cero bacterias resulta ser la más prevalente, la de mayor porcentaje que el resto. Solo 10 ratas estaban infectadas con más de dos bacterias, y ninguna de las 133 con más de cuatro. Solo 53 ratas tenían más de dos virus, y solo 13 más de cinco. Teniendo en cuenta que, sobre todo en esta época del año, no hay humano que se libre de una gripe (influenza) o un resfriado (rinovirus), y sumando las ocasionales calenturas y otros herpes, algún papiloma y hepatitis, además del Epstein-Barr que casi todos llevamos o hemos llevado encima (y sin contar bacteriófagos, retrovirus endógenos y otros), parece que después de todo no estamos mucho más limpios que las ratas.