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Einstein: cien años no es nada (según el punto de vista del observador)

Hoy parece curioso que Einstein no considerara la relatividad una idea revolucionaria, adjetivo que reservaba solo para su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico; gracias al cual, por cierto, recibió el Nobel en 1921. Estas reflexiones de Einstein las detallaba Abraham Pais en su libro El Señor es sutil: La ciencia y la vida de Albert Einstein, que muchos físicos consideran la mejor biografía científica del alemán.

Albert Einstein en 1921. Imagen de F. Schmutzer / Wikipedia.

Albert Einstein en 1921. Imagen de F. Schmutzer / Wikipedia.

Einstein supo que su descubrimiento de que la luz venía en pequeños paquetes de energía, o cuantos, que más adelante se denominarían fotones, y que por tanto la luz se propagaba como una onda, pero que interaccionaba con la materia como una partícula, era un descubrimiento esencial para la teoría cuántica que empezaba a tomar forma a principios del siglo XX. En cambio la relatividad, tanto la especial como la general, fue en palabras de Pais una «transición ordenada». Einstein quitó importancia a su hallazgo, presentándolo como una «consecuencia directa» y una «terminación natural» del trabajo previo de otros científicos como Faraday, Maxwell y Lorentz.

Evidentemente, el juicio de Einstein era demasiado modesto, teniendo en cuenta que su teoría es hoy uno de los dos pilares de la física moderna, junto con la mecánica cuántica. Pero sí es cierto que quizá el público en general, el que naturalmente conoce de sobra el nombre de Einstein, posiblemente ignora los de Faraday, Maxwell y Lorentz, así como otros que han sido fundamentales en el desarrollo moderno de otras disciplinas científicas. Y es que si Einstein fue tan popular como para haberse convertido en un icono, o en un meme, tal vez esto ha sido hasta cierto punto independiente del verdadero peso científico de sus aportaciones.

[TRIVIAL: ¿Cuánto sabes sobre Einstein?]

Esto interesará especialmente a los periodistas: Einstein fue posiblemente (a su pesar) el primer científico mediático de la historia, o el primer caso de un científico convertido en famoso (en cursiva, en el sentido de los famosos del ¡Hola!, no de los de Nature) gracias a, o por culpa de, la prensa. Esta idea, que no es mía ni es nueva, queda profusamente desarrollada en la reciente obra del alemán Jürgen Neffe Einstein: A Biography, lamentablemente no traducida al castellano.

Primera página del manuscrito de Einstein explicando la teoría general de la relatividad (1915). Imagen de Wikipedia.

Primera página del manuscrito de Einstein explicando la teoría general de la relatividad (1915). Imagen de Wikipedia.

Neffe inicia su relato el día en que la vida de Einstein cambió para siempre, el 7 de noviembre de 1919. Aquella mañana el periódico The Times dio cuenta de un experimento que demostraba por primera vez la teoría de la relatividad general de Einstein, gracias a las fotografías que un equipo de astrónomos británicos había tomado de un eclipse de sol y que confirmaban la curvatura de la luz de las estrellas debida a la masa solar, como el físico había predicho. El Times calificó la relatividad como una «revolución de la ciencia» y «uno de los pronunciamientos más trascendentales, si no el más trascendental, del pensamiento humano».

Esta euforia del diario londinense apenas tuvo eco en España o Francia, pero en los países anglosajones provocó una reacción en cadena. Según Neffe, la prensa de Gran Bretaña y Estados Unidos de inmediato se subió con entusiasmo al carro de la revolución científica abanderada por aquel físico alemán que ya gozaba de gran prestigio entre sus colegas, pero que hasta entonces era un perfecto desconocido para el público. «Albert Einstein renació como leyenda y mito, ídolo e icono de toda una era», escribe Neffe.

Y todo ello, a pesar de que pocos se hacían la menor idea sobre qué demonios decía aquella teoría revolucionaria. Según Neffe, el diario The New York Times advertía a sus lectores de que «nadie se molestara en tratar de comprender la nueva teoría», porque «solo doce hombres sabios eran capaces de entenderla».

Este lunes leí un estupendo reportaje en El País de mi colega y amigo Manuel Ansede sobre la visita de Einstein a España en 1923. Conozco a Manolo y su afición por las historias de berlanguismo científico, aquellas que marcan el contraste de los avances de la modernidad occidental con la España cañí. Aunque es dudoso que el sueco medio tuviera (o incluso tenga ahora) un mejor conocimiento de ello que el español de a pie, lo cierto es que las reacciones en la sociedad y en la prensa españolas durante aquellas dos semanas «surrealistas» ilustran perfectamente cuál era la idea general sobre el trabajo de Einstein; o más bien la falta de ella.

El libro en el que se basa el reportaje de Manolo, Einstein y los españoles: ciencia y sociedad en la España de entreguerras, de Thomas F. Glick, incluye también una anécdota que plasma cuál fue y es la comprensión (errónea, anticipo) que ha quedado a pie de calle de lo que Einstein aportó a la ciencia. Como en toda anécdota, hay varias versiones, pero me quedo con la que parece más fiel a la realidad, la que aparece en la tesis doctoral del filólogo Samuel Michael Weis Bauer, leída en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2012.

La anécdota tiene como protagonista al dibujante y humorista Antonio de Lara Gavilán (1896-1978), más conocido como Tono. En 1931, Tono viajó a Estados Unidos para probar suerte en Hollywood, y allí conoció a Charlie Chaplin, pero también a Einstein. Cito las palabras de Tono según la tesis de Weis:

A Einstein lo conocí poco después, y en casa de Charlot. Era un hombre sencillo y con gran sentido del humor… Estuve más de una hora charlando con él, a pesar de que yo no sabía inglés ni alemán, ni él sabía español ni francés… Cuando Neville y López Rubio me preguntaron de qué habíamos hablado, les respondí, naturalmente: “Le he dicho que todo es relativo”.

Y aquí está el problema. Igual que ya desde tiempos de Darwin algunos tergiversaron interesadamente la «supervivencia del más apto» para convertirla en un equivocado «solo los fuertes sobreviven» que fue la raíz del darwinismo social, también hay un einstenismo social basado en algo que Einstein jamás dijo y que, de hecho, está muy lejos de sus teorías: «todo es relativo». La frase aparece citada, atribuyéndola a Einstein, casi en cualquier artículo en el que venga a cuento, normalmente para favorecer las tesis del articulista.

Ahora que se celebra el centenario de la teoría de la relatividad general (1915), muchos medios ya han aprovechado para explicar algunos de sus aspectos, el tejido del espacio-tiempo, su curvatura, la luz que se dobla, el principio de equivalencia entre gravedad y aceleración… No veo necesario insistir en todo esto. Pero sí hay algo que creo conveniente destacar: la teoría de la relatividad no dice que todo es relativo. Sino más bien lo contrario.

Desde Galileo (o incluso antes, pero ya hablaré de esto otro día) se consideraba que el tiempo y el espacio eran absolutos, y que la definición física de la naturaleza dependía del observador: un hombre caminando hacia la proa sobre la cubierta de un barco en movimiento tenía en realidad una velocidad igual a la suya sumada a la de la nave. Había un marco de referencia preferido sobre otro, el del muelle frente al del propio barco. Einstein le dio la vuelta a esto al postular que era al contrario: las leyes físicas son invariantes, inmutables, y es la realidad la que se deforma, por lo que el espacio y el tiempo no son absolutos. Una nave en movimiento rápido acorta su longitud, su masa se hace infinita al aproximarse a la velocidad de la luz, y el reloj corre de distinta manera dentro y fuera de ella.

De hecho, cuentan que Einstein se refería a su teoría como Invariententheorie, o «teoría de los invariantes», y que fue Max Planck quien eligió el nombre que ha perdurado. Precisamente Einstein venía a decir que las leyes físicas eran las mismas en cualquier lugar del universo, en cualquier instante y a cualquier velocidad, que no había un marco de referencia privilegiado sobre otro, y que las mismas ecuaciones debían servir en todas las situaciones posibles de un observador. Sin embargo, triunfó el nombre que hace alusión al hecho de que, como consecuencia de esto, el espacio y el tiempo son relativos.

Ortega y Gasset (primero por la izquierda) con Einstein (cuarto por la izquierda) en Toledo, en 1923.

Ortega y Gasset (primero por la izquierda) con Einstein (cuarto por la izquierda) en Toledo, en 1923.

Volviendo a la visita de Einstein a España en 1923, hubo alguien ajeno a la física que comprendió perfectamente este sentido que subyacía a la teoría del alemán. Claro que no era un cualquiera: Ortega y Gasset se entrevistó con Einstein, lo presentó en su conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, tradujo sus palabras del alemán al castellano y al día siguiente acompañó al físico y a su mujer en una visita a Toledo. La visión de Ortega sobre la relatividad quedó explicada en su ensayo El sentido histórico de la teoría de Einstein, en el que escribía:

¿Cómo la teoría de Einstein, que, según oímos, trastorna todo el clásico edificio de la mecánica, destaca en su nombre propio, como su mayor característica, la relatividad? Este es el multiforme equívoco que conviene ante todo deshacer. El relativismo de Einstein es estrictamente inverso al de Galileo y Newton. Para éstos las determinaciones empíricas de duración, colocación y movimiento son relativas porque creen en la existencia de un espacio, un tiempo y un movimiento absolutos.

[…]

La más trivial tergiversación que puede sufrir la nueva mecánica es que se la interprete como un engendro más del viejo relativismo filosófico que precisamente viene ella a decapitar. Para el viejo relativismo, nuestro conocimiento es relativo, porque lo que aspiramos a conocer (la realidad tempo-espacial) es absoluto y no lo conseguimos. Para la física de Einstein nuestro conocimiento es absoluto; la realidad es la relativa.

Así que ya lo saben: la próxima vez que oigan o lean eso de «como dijo Einstein, todo es relativo», no se dejen engatusar.

Para terminar, ¿qué tal un poco de música? ’39, de Queen, compuesta por el eminente músico y astrofísico Brian May, es una canción que retrata el efecto de la dilatación del tiempo según la teoría de la relatividad. ’39 es un tema de inspiración country-folk, como aquellos que recitaban los largos peregrinajes de los colonos irlandeses a través del océano con la esperanza de hallar en América su tierra prometida. Y esto es precisamente lo que relata ’39, pero con un giro: en este caso, los pioneros viajan al espacio en busca del nuevo mundo. Un año después regresan con buenas noticias, solo para descubrir que en la Tierra ha transcurrido tanto tiempo que apenas queda ya nada de lo que conocieron. La versión que traigo es post-Mercury; pertenece al doble álbum en directo Live in Ukraine (2009), grabado en septiembre de 2008 en Járkov (Ucrania). ’39 es un himno evocador y emocionante, de esos que se cantan a grito ronco con un brazo alrededor del hombro de un amigo y el otro haciendo bailar una pinta de cerveza. Espero que lo disfruten.