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¿En qué ‘hablarán’ los alienígenas? ¿En microondas? ¿En infrarrojos?

Siempre achacamos al cine de Hollywood el defecto de pecar de usacentrismo, si se me permite esta monstruosidad léxica. Es decir, la presunción de creer que Estados Unidos es el ombligo del universo y que todo ha de acontecer allí: si cae un meteorito, es en Estados Unidos. Si toca apocalipsis zombi, es en Estados Unidos. Si aterrizan los alienígenas, es en Estados Unidos.

Un fotograma de la película 'E. T., el extraterrestre'. Imagen de Universal Pictures.

Un fotograma de la película ‘E. T., el extraterrestre’. Imagen de Universal Pictures.

Pero lo cierto es que si una raza de extraterrestres inteligentes decidiera algún día programar su primera visita oficial a la Tierra con publicidad, séquito y banda de cornetas, lo natural sería que dichos seres se ocuparan antes de hacer sus deberes con el fin de asegurarse de que su dardo espacial iba a dar en todo el medio. Y en ese caso, el lugar elegido no debería ser otro que el territorio de la primera potencia mundial. Quizá el cine no andaría tan desatinado: es posible que los E. T. llegaran hablando inglés.

Algo muy diferente es imaginar cómo podríamos comunicarnos a distancia dos civilizaciones alejadas entre sí desconociéndolo absolutamente todo la una de la otra. Cuando los humanos hemos lanzado mensajes embotellados al espacio, como en las sondas Pioneer y Voyager, lo hemos hecho en formatos sonoros y visuales; suponiendo, o confiando en, que los presuntos alienígenas estarían dotados de órganos sensibles a las longitudes de onda del espectro electromagnético que nosotros captamos a través de los ojos y los oídos, y que la atmósfera de su mundo permitiría una adecuada propagación del sonido. Es decir, suponiendo que podrían ver y oír. Lo cual tal vez sea mucho suponer.

Claro que los mensajes de las Pioneer y Voyager son solo flechas al aire, iniciativas románticas de tiempos más románticos promovidas por un romántico del espacio, el gran Carl Sagan. Si existiera alguna posibilidad de contactar con alguien ahí fuera no sería a través de estas botellas espaciales, sino de mensajes transmitidos mediante una máquina al océano cósmico, en la esperanza de que algún ser con una máquina similar los recibiera. Pero aquí vuelven a aparecer los problemas.

A primera vista podría parecer fácil establecer una comunicación entre dos civilizaciones; y sin embargo, no es tan obvio: es necesario elegir un medio y un lenguaje. Respecto a este último, siempre hemos dado por hecho que el idioma común entre cualesquiera civilizaciones del universo sería el de las matemáticas, que no dependen de ninguna variable del entorno. Y para relacionar las cantidades matemáticas con las cosas reales, podemos contar con los átomos; en especial el del hidrógeno, el más abundante del universo, que nos proporciona magnitudes de tiempo y espacio constantes en cualquier lugar.

Así, la idea es que si detectamos alguna señal cuyo contenido sigue patrones matemáticos, podemos suponer que su naturaleza es artificial, y que por tanto nos están llamando. El problema es que no siempre es así. En estos días ha corrido por los medios un estudio elaborado por tres astrónomos según el cual unas emisiones extragalácticas detectadas por primera vez en los últimos años y llamadas Fast Radio Bursts (Brotes Rápidos de Radio, FRB) apuntan sospechosamente a un origen artificial. Los tres científicos han descubierto que un parámetro de los 11 FRB captados hasta ahora (el primero de ellos en 2007) corresponde siempre a múltiplos enteros de un mismo número. Y según los investigadores, la posibilidad de que esto sea una coincidencia es de 5 entre 10.000. Lo que ha llevado a varios medios a especular si no estaremos ante mensajes construidos deliberadamente por alguien.

Sin embargo, el astrónomo jefe del Instituto SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), Seth Shostak, se ha apresurado a calmar los ánimos. Según escribe Shostak en un artículo, la historia ya nos ha presentado ocasiones en las que ciertas señales de radio parecían artificiales, hasta que se descubrieron sus orígenes perfectamente naturales, como púlsares y cuásares. De hecho, Shostak recuerda que en 1967, cuando se descubrió la primera fuente de radio con pulsos regulares, el que sería el primer púlsar, los astrónomos británicos que lo detectaron lo llamaron LGM, siglas en inglés de Little Green Men, hombrecitos verdes.

En realidad, si lo pensamos detenidamente, las posibilidades de llegar a captar un mensaje alienígena son tan escasas que casi parece estadísticamente imposible. Regresamos al otro parámetro de la comunicación que habíamos dejado atrás: el medio. Desde que existen los programas SETI, los astrónomos se han centrado en intentar captar ondas de radio, solo una pequeña franja de todo el espectro electromagnético. En concreto, los esfuerzos se concentran en la banda de las microondas, una gama muy estrecha de las ondas de radio.

Hay buenos motivos para elegir este rango. Primero, estas ondas pueden surcar enormes distancias sin perderse entre el polvo y el gas del espacio. Segundo, tampoco tienen problemas en atravesar nuestra atmósfera, por lo que podemos emitirlas y recibirlas desde la superficie terrestre. Tercero, esta ventana de microondas es una especie de remanso de silencio, en el que no hay demasiado ruido cósmico de fondo. Y por último, en esta franja caen precisamente las emisiones de radio de los átomos del agua, una banda que en inglés se denomina water hole. Esta expresión también designa a las charcas a donde los animales acuden a beber. Y del mismo modo que los habitantes de la sabana se congregan en torno al agua, los astrónomos confían en que los seres inteligentes del universo podamos encontrarnos en la banda de radio del líquido que, según suponemos, es esencial para la vida.

Opacidad de la atmósfera terrestre a las distintas longitudes de onda del espectro electromagnético. La atmósfera es más transparente a las ondas de radio. Imagen de NASA.

Opacidad de la atmósfera terrestre a las distintas longitudes de onda del espectro electromagnético. La atmósfera es más transparente a las ondas de radio. Imagen de NASA.

¿No son demasiadas suposiciones? Si a todo lo anterior sumamos que los radiotelescopios solo pueden vigilar un punto concreto del cielo cada vez, y en una estrecha banda de frecuencias, y que las distancias que nos separan de posibles planetas habitados son enormes, y que esto impone unos retrasos en las comunicaciones que pueden alcanzar los miles de millones de años… En fin, se comprende que tal vez en este preciso momento millones de civilizaciones podrían estar gritando hacia el cielo sin que jamás llegáramos a enterarnos.

Por todo esto, siempre es una buena noticia que los esfuerzos SETI se diversifiquen en busca de otras posibles fuentes alternativas de emisiones. Desde hace tiempo existe también el SETI óptico, la búsqueda de señales luminosas en la franja del espectro electromagnético que podemos ver con los ojos, lo que llamamos luz visible. Estas ondas se pierden y se dispersan demasiado en el universo, pero las posibilidades de recorrer grandes distancias aumentan cuando se utiliza el láser. Así, el programa de SETI Óptico rastrea el cielo en busca de flashes láser que puedan delatar la presencia de alguna lejana baliza luminosa de origen alienígena. La ventaja en este caso es que, a diferencia de las ondas de radio, no hay interferencias terrestres. La desventaja es que, para detectar uno de estos flashes, el rayo debería ir orientado precisamente hacia la Tierra, lo que es difícilmente concebible si no saben que estamos aquí; de hecho, llevamos muy poco tiempo aquí, y el SETI Óptico solo puede detectar señales en un radio de unos cientos de años luz.

El Observatorio Lick de la Universidad de California, en la primera noche de actividad del NIROSETI. Imagen de UC.

El Observatorio Lick de la Universidad de California, en la primera noche de actividad del NIROSETI. Imagen de UC.

Ahora, el campo de búsqueda se ha ampliado con la puesta en marcha del primer detector de láser de infrarrojos destinado a SETI. El aparato, llamado NIROSETI por las siglas en inglés de SETI Óptico en el Infrarrojo Cercano, es obra de Shelley Wright, investigadora de la Universidad de California en San Diego. El infrarrojo cuenta con la ventaja de que en su rango cercano, el que está inmediatamente por debajo de la luz visible en la banda de frecuencias, puede atravesar sin problemas el gas y el polvo interestelar, por lo que amplía el radio del SETI Óptico tradicional al orden de miles de años luz. Además, el telescopio permitirá detectar señales que duren apenas una milmillonésima de segundo. El NIROSETI comenzó a funcionar el pasado 15 de marzo en el Observatorio Lick de la Universidad de California.

La desventaja, una vez más, es que para detectar una señal esta debería ir dirigida deliberadamente hacia nosotros. Pero para el astrónomo Frank Drake, pionero del SETI en los años 60 del siglo pasado y también involucrado en el NIROSETI, esto nos daría la seguridad de que, si alguien quiere comunicarse, es que no alberga intenciones de destruirnos. «Si obtenemos una señal de alguien que apunta hacia nosotros, podría significar que hay altruismo en el universo», dice Drake. «Me gusta esa idea. Si quieren ser amistosos, es a estos a quienes encontraremos».