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¿Es creíble el New Space? Dos autores de ciencia ficción opinan

El fundador de SpaceX, Elon Musk, pretende llevar el año próximo a una pareja de pasajeros en un vuelo alredor de la Luna, además de fundar una colonia en Marte en la próxima década. Otras empresas del llamado New Space, del que hablé hace unos días, quieren popularizar los vuelos espaciales, extraer recursos minerales extraterrestres o limpiar la órbita terrestre de la basura espacial acumulada. Pero ¿son creíbles todas estas promesas?

Hay quienes ya han hecho realidad objetivos como estos, aunque solo en las páginas de sus libros. Dicen que el papel lo aguanta todo, pero ciertos autores de ciencia ficción asientan sus obras sobre una formación y experiencia científicas que les convierten en augures privilegiados del futuro que nos espera.

Lo cual no implica que mi pregunta sobre el New Space tenga una respuesta inmediata y única. Prueba de ello es esta muestra de dos autores escogidos a los que he preguntado, y que les traigo hoy: David Brin y B. V. Larson. Ambos, escritores de ciencia ficción y científicos de formación. Brin es, además de ganador de premios como el Hugo y el Nebula (autor, entre otras, de Mensajero del Futuro, llevada al cine por Kevin Costner), astrofísico, asesor de la NASA y consultor futurólogo para varias corporaciones y agencias del gobierno de EEUU. Por su parte, Larson es una presencia habitual en la lista de los más vendidos de ciencia ficción de Amazon, pero además es profesor de ciencias de la  computación y antiguo consultor de DARPA, la agencia de investigación avanzada del Departamento de Defensa de EEUU.

Los escritores David Brin (izquierda) y B. V. Larson (derecha). Imágenes de Wikipedia y YouTube.

Los escritores David Brin (izquierda) y B. V. Larson (derecha). Imágenes de Wikipedia y YouTube.

Ambos sostienen opiniones opuestas sobre el futuro del New Space. Brin considera que la evolución de la aventura espacial desde los gobiernos a los operadores privados es algo natural que ya hemos visto antes en nuestra historia. “El príncipe Enrique el Navegante subvencionó la exploración naval portuguesa, y después las iniciativas privadas tomaron el relevo”, me dice. El autor recuerda otros ejemplos, como la aviación, y pronostica que “estamos entrando en una era en la que 50 años de inversión gubernamental en el espacio por fin van a dejar paso a una actividad motivada por el comercio, la ambición e incluso la diversión”.

Y no solo se trata de un proceso históricamente repetido, opina Brin, sino repetido con éxito. El autor destaca la reutilización de naves y cohetes como un hito conseguido por las compañías del New Space que facilitará enormemente el acceso al espacio en el futuro, aunque “nadie ha dicho que vaya a ser fácil”. Brin reconoce que los más entusiastas están prometiendo demasiado, pero afirma que “el progreso es indiscutible”.

En cambio, más pesimista se muestra Larson. Este autor admite que las promesas del New Space están captando eficazmente la atención de los medios y del público; “pero eso no cambiará los resultados”, añade.

¿Y cuáles serán para Larson estos resultados? “Yo diría que todas las ambiciones del New Space probablemente fracasarán”, sugiere. Como Brin, Larson también basa su argumento en la trayectoria histórica, pero en un sentido diferente. Según este autor, los cambios tecnológicos comienzan con una edad dorada de rápida innovación durante unos 50 años, seguida por un estancamiento que solo puede superarse con un gran nuevo descubrimiento o aplicación capaz de impulsar de nuevo el desarrollo tecnológico. “Hay incontables ejemplos”, sostiene Larson: la aviación avanzó de forma espectacular desde los hermanos Wright en 1903 hasta la aviación comercial. Pero “una vez que los aviones se hicieron comunes en los años 50, el progreso frenó; un avión de pasajeros hoy vuela a la misma velocidad y altitud que hace 50 años”.

Larson cita también el ejemplo de los ordenadores. “¿Qué hemos hecho con ellos en la última década? Los hemos hecho un poco más pequeños, un poco más rápidos, más conectados y más portátiles, pero eso es todo, solo refinamientos; el iPhone debutó en 2007, el portátil en los años 90, y funcionan esencialmente hoy igual que entonces”.

Lo mismo ocurre con los viajes espaciales, prosigue Larson. Desde la carrera espacial de los años 60 no han surgido innovaciones radicales; los propulsores de los cohetes y otros elementos son básicamente similares a como eran entonces. “Estamos estancados en un tiempo de espera”, dice, y solo podremos avanzar a la siguiente casilla, la popularización y el abaratamiento de los vuelos al espacio, con un cambio de enfoque o una nueva motivación económica que nos empuje hacia el espacio. Hasta entonces, “el coste superará al beneficio”, asegura el autor. “Este es el motivo por el que estas ideas sobre el New Space de las que oyes hablar siempre parecen desvanecerse”.

Dos expertos, dos posturas distintas. Pero nadie ha dicho que pronosticar el porvenir sea fácil. Por el momento, solo podemos preparar un bol de palomitas, sentarnos en el sofá y mirar cómo el futuro va pasando por nuestra pantalla.

Old Space vs New Space, la carrera espacial del siglo XXI

Recientemente he escrito para otro medio un artículo sobre lo que ahora llaman New Space, que viene a ser algo así como la liberalización del espacio. No es que existiera ningún oligopolio legal, sino que hasta hace unos años solo las grandes agencias públicas tenían los recursos económicos, técnicos y humanos para actuar como operadores espaciales, mientras que las compañías privadas preferían hacer negocio suministrándoles productos y servicios.

Pero entonces llegaron personajes como Elon Musk (PayPal, Tesla Motors, y ahora SpaceX), Jeff Bezos (Amazon, y ahora Blue Origin) o Richard Branson (Virgin, y ahora Virgin Galactic), junto con otros muchos no tan conocidos. Llegaron con una pregunta: ¿por qué no lo hacemos nosotros? Sin el control público, sin la burocracia, sin las jerarquías interminables, sin miedo al riesgo; con dinero, con ideas nuevas, con nuevos modelos y con ganas. El New Space es a la NASA lo que en su día el Silicon Valley fue para los gigantes como IBM. De hecho, muchas compañías del New Space han surgido en el Silicon Valley.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Hablo de la NASA, aunque el fenómeno del New Space no es algo ni mucho menos restringido a EEUU. Pero sí lo es su parte más visible, la que se refiere a los viajes espaciales tripulados, dado que la NASA ha sido el único operador del mundo occidental que ha lanzado sus propias naves tripuladas, y el único de todo el mundo que ha enviado humanos más allá de la órbita baja terrestre. Lo cierto es que el New Space no trata solo de mandar gente al espacio: hay empresas que quieren recoger basura orbital o que fotografían la Tierra desde satélites.

Sin embargo, es indudable que todo esto no habría causado tanto revuelo si no fuera porque varias compañías del New Space, que son por ello las más visibles, sí pretenden que las próximas naves tripuladas no lleven una bandera, sino un logotipo corporativo. Y porque quieren llevarlas además adonde las de la bandera no han vuelto desde 1972 (la Luna) o donde no han ido nunca (Marte).

Más allá del tono aséptico que requería el artículo mencionado al principio, lo cierto es que la entrada del New Space ha hecho saltar chispas en el Old Space, es decir, en la NASA. Oficialmente, la agencia pública de EEUU y las nuevas compañías mantienen relaciones comerciales que esperan sean beneficiosas para ambas partes. Pero ya les conté aquí lo que ocurrió cuando Elon Musk, fundador de SpaceX, anunció que se propone llevar el año próximo a una pareja en la luna de miel más literal de la historia, en vuelo alrededor de la Luna, y que lo hará en la cápsula Dragon 2 costeada por la NASA: cuando la agencia felicitó a SpaceX, lo hizo recordándole sus obligaciones contractuales, como un padre estrechando la mano a su nuevo yerno mientras le advierte que ya puede portarse bien con su hija o…

De hecho, el roce entre Old Space y New Space no parece tan bien engrasado como podría pensarse. Todavía colea un episodio que comenzó en febrero, cuando Charles Miller, un miembro del equipo de transición de la NASA nombrado por el gobierno de Donald Trump, escribió un correo en el que parecía alentar una competición entre ambos modelos dentro de la propia agencia, para ver cuál resultaba ganador en una nueva carrera de regreso a la Luna.

El correo de Miller se filtró al diario The Wall Street Journal, y así comenzó el lío, cuando algunos comenzaron a especular que la NASA podría abandonar el desarrollo de sus nuevos cohetes, en los que ya se ha invertido mucho dinero. Esta posibilidad ha sido después desmentida, pero aún no puede decirse que todo vaya sobre ruedas. Como muestra, de las fuentes de la NASA con las que cuento para algunos de mis artículos, ninguna quiso opinar; no sobre el asunto de Miller, sino sobre el New Space en general. “Soy un empleado de la NASA y no se me permite hablar sobre estos asuntos”, me dijo uno de ellos. Otros directamente evitaron responder.

Con independencia de cómo evolucione esta incómoda relación entre ambos modelos espaciales, queda otra gran pregunta muy difícil de responder: ¿lograrán las compañías del New Space cumplir lo que prometen? ¿O algunas de esas promesas (por ejemplo, la de Musk de fundar una colonia en Marte) serán como los vestidos de alta costura de las pasarelas de moda, simples reclamos vistosos para luego vender jerséis?

Los expertos aún no parecen tener muy claro cuál es la respuesta a esta pregunta. Pero aparte de los analistas y tecnólogos, había otra opinión que me interesaba: la de quienes han cumplido estos objetivos en la imaginación, pero lo han hecho sabiendo de lo que hablaban. Es decir, escritores de ciencia ficción que también son o han sido científicos. He consultado a un par de ellos. Mañana les contaré lo que me han dicho.

¿Nos llevará Elon Musk a Marte?

Lo que nos separa de Marte no es un problema técnico, sino político. Como ya he explicado aquí varias veces, si se hubiera mantenido el ritmo de inversión en exploración espacial de la década de los 60, como mínimo ya habríamos puesto el pie en Marte varias veces.

Si al público de entonces (hablo del público con algo de formación en ciencia, no de los negacionistas) le asombró que en 12 años se pasara de chutar una pelota de metal a la órbita, a llevar gente a la Luna, hoy no debería sorprendernos, sino noquearnos de la pura estupefacción: jamás se ha vuelto a dar una progresión semejante en la exploración espacial.

Pero he dicho político, y no económico; y es que el fin de aquella lluvia de millones no se debió solo a la guerra de Vietnam ni al carpetazo a la misión cumplida. La mentalidad comenzó a cambiar. Una vez que ya no era preciso demostrar quién lo tenía más grande (el cohete), las suelas de políticos, científicos e ingenieros extinguieron los rescoldos de aquel «to boldly go where no man has been before«, que los discursos de JFK habían ayudado a prender. Solo quedó la ciencia, y las misiones robóticas podían hacer toneladas de ciencia por mucho menos dinero que las tripuladas. Mandar gente ahí arriba era demasiado caro, y el riesgo de una pérdida era imposible de descartar por mucho que se duplicaran, triplicaran y cuadruplicaran los sistemas de seguridad.

El problema es que al público en general no le importa demasiado la ciencia. Quiero decir, la de verdad, no esa que correlaciona cosas como la esperanza de vida y el lado al que se lleva la raya del pelo. Y así, el espacio quedó relegado a esos 20 segundos que los directores de los telediarios no saben con qué rellenar.

Hoy, por fin, algo está rompiendo este marasmo. Cada vez hay más miembros de la comunidad aeroespacial preocupados por el insignificante interés que la ciencia espacial actual despierta en los bares, los lugares donde fluye el único pulso de la calle que resulta admisible para más de un redactor jefe chusquero. Cada vez hay más miembros de la comunidad aeroespacial dispuestos a reconocer, aunque sea sotto voce, que tal vez las pérdidas deban entrar en la ecuación; incluso que tal vez no haya que cerrar la puerta a las misiones tripuladas sin billete de vuelta, o al menos con billete abierto.

Elon Musk, en una presentación reciente. Imagen de Wikipedia.

Elon Musk, en una presentación reciente. Imagen de Wikipedia.

Y luego está Elon Musk.

En los últimos años se viene hablando de lo que se ha dado en llamar «Old Space vs. New Space«. Old Space es el sistema público, su burocracia, su velocidad de caracol con la concha de su gran aparato a las espaldas, y su aversión al riesgo humano y económico. El espíritu del Old Space ha quedado monumentalizado en ese inmenso ganso orbital llamado Estación Espacial Internacional (ISS), que vuela sobre nosotros a una distancia como la que separa Madrid de Córdoba.

New Space es la iniciativa privada de las start-ups con ideas nuevas, agilidad, audacia y sentido del riesgo. El New Space es el equivalente actual de aquella NASA que lanzó al espacio el Apolo 13 y luego se las ingenió para que sus tripulantes pudieran salvar la vida encajando filtros cuadrados de CO2 en huecos circulares. La NASA de hoy es Old Space. New Space es SpaceX de Musk (fundador de PayPal), Blue Origin de Jeff Bezos (fundador de Amazon) o Virgin Galactic de Richard Branson (más conocido como fundador de la aerolínea Virgin, excepto para quienes le debemos gratitud por los discos de Sex Pistols, Devo o Simple Minds). Solo por citar tres ejemplos célebres de entre miles de pequeñas compañías frescas e innovadoras en países de todo el mundo.

Avanzando por un camino sembrado de baches, pero gracias a sus menores costes y a sus soluciones imaginativas, los impulsores del New Space están arrebatando trozos del pastel al Old Space, como las misiones no tripuladas de reabastecimiento a la ISS. Sin embargo, es evidente que compañías como SpaceX no nacieron para comerse un pastel rancio, sino para cocinar el suyo propio. Y Musk quiere llevarnos a Marte.

Hace unas pocas semanas, Musk pronunció en un congreso espacial en Guadalajara (México) el que se ha calificado como el discurso más importante de su vida. En la charla, el también fundador de Tesla Motors expuso su plan de crear una colonia en Marte durante la próxima década y detalló el proyecto del Interplanetary Transport System (ITS), un sistema de cohete y nave tripulada con capacidad para cien personas. Pero sobre todo, Musk reveló algo infinitamente más significativo; y es que todo lo demás, los pagos por internet, los coches eléctricos, la inteligencia artificial o las energías limpias, son medios para un fin, su verdadera misión en la vida: hacer del ser humano una especie interplanetaria.

Y es que, por todo lo que he explicado más arriba, actualmente la conquista de Marte no puede plantearse como un objetivo científico, técnico, económico o político; hoy solo puede alcanzarse si se aborda como un objetivo ideológico. Y esta es precisamente la visión de Musk. Es cierto que, por abultada que sea su cartera, ni mucho menos le da para pagar esta ronda. Pero veámoslo así: hasta ahora, Elon Musk es la persona con mayor capacidad de hacer realidad lo que se proponga que se ha propuesto ir a Marte.

Otro aspecto del esquema de Musk que me incita a ovacionarle hasta descarnarme las palmas es su intención de democratizar el espacio. Se acabó la eugenesia espacial, ese requisito del Old Space de ser un Superman o una Superwoman para ser admitido en el club de los que pueden subir allí arriba. Los pasajeros de SpaceX no deberán tener la cabeza de Einstein sobre los hombros de Usain Bolt: cualquier humano podrá tener su hueco. Tal vez alguien alegue que los 100.000 o 200.000 dólares a los que Musk espera rebajar el coste de sus billetes no sean precisamente precios populares. Pero es que no se trata de unas vacaciones. ¿Cuánto cuesta una vivienda en la Tierra? ¿Cuánto cuesta una vida en la Tierra? El pasaje para Marte será la inversión de toda una vida, ya que los viajeros no serán cruceristas, sino colonos.

Por último, hay también otro motivo por el cual el paso adelante de Musk es trascendental, y es el efecto de arrastre que ejercerá sobre sus posibles competidores, incluidos los del Old Space: apenas un par de semanas después de aquella charla, el mismísimo Barack Obama publicó un artículo en la web de la CNN declarando la firme determinación de su país de «enviar humanos a Marte en la década de 2030 y devolverlos sanos y salvos a la Tierra, con la ambición última de algún día permanecer allí durante largo tiempo». ¿Casualidad?

Y por cierto, y aunque la NASA lleva tiempo trabajando en preciosas presentaciones de Power Point de su plan marciano llamado Journey to Mars, en algo el Old Space sí se parece al New Space: tampoco tiene el dinero.

Un fotograma del vídeo promocional de SpaceX sobre su sistema de transporte a Marte ITS.

Un fotograma del vídeo promocional de SpaceX sobre su sistema de transporte a Marte ITS.