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Primer, la vuelta al tiempo en 77 minutos

Calificar Primer como película complicada es una broma. Las películas complicadas, como Origen o Memento, quedan reducidas a capítulos de Pocoyó en comparación con el endiablado destrozacerebros parido por el director, productor, guionista, montador, músico y actor –¡ah, y matemático!– Shane Carruth con los 7.000 dólares mejor aprovechados de la historia del cine. Debo advertir que este artículo contiene los llamados spoilers; quien no haya visto la película y planee hacerlo, sin embargo, puede seguir leyendo con toda tranquilidad, porque, en el caso de Primer, hay que verla cómo mínimo un par de veces para entenderla someramente, y eso si después de la primera vez uno tiene la precaución de armarse con explicaciones de la trama y esquemas como los que figuran más abajo.

Para quien no sepa de qué estoy hablando, Primer es un filme indie de presupuesto irrisorio realizado en 2004 por el californiano Shane Carruth (1972), matemático e ingeniero de software antes de dedicarse al cine (y por tanto, otro apóstol para la causa de las ciencias mixtas). La película dejó al jurado del festival de Sundance de 2004 con la boca tan abierta y el cerebro tan frito que no tuvieron otra sino concederle el Gran Premio, uno de los varios que ha pescado esta cinta, calificada por muchos –a los que me sumo– como la mejor ciencia-ficción desde 2001 (la película, no el año). En cuanto a su estructura narrativa, es un puzle audiovisual de mil piezas. El crítico de Esquire Mike D’Angelo escribió de ella: «todo el que ha visto Primer una sola vez y dice haberla entendido es un genio o un mentiroso».

¿De qué va? Ah, sí. La película narra las vicisitudes de Aaron (el propio Carruth) y Abe (David Sullivan), una pareja de amigos que, como actividad extraescolar de su trabajo en una gran corporación, mantienen un laboratorio de garaje en el que investigan en ingeniería electrónica. Hartos de esta monotonía, deciden emprender un proyecto más ambicioso, construir una máquina que reduce el efecto de la gravedad sobre los objetos. El aparato funciona, pero con un efecto secundario imprevisible: el objeto introducido en la máquina se ve atrapado en un bucle temporal iterativo. Una vez que Aaron y Abe logran ajustar los momentos de encendido y apagado de la máquina en función del bucle temporal, ya está: han inventado el viaje en el tiempo. Después de dudar sobre publicar el hallazgo, deciden mantenerlo en secreto y utilizarlo para invertir en Bolsa conociendo de antemano la evolución de las cotizaciones. La historia se complica cuando ambos comienzan a actuar a espaldas del otro, aparecen nuevas copias de la máquina, y la relación entre ellos se deteriora de manera irremisible. Más o menos, hasta ahí puedo leer.

Desde el punto de vista cinematográfico, la película consigue mesmerizar al espectador por sus elecciones narrativas y estéticas, que se ciñen a un tono aséptico e implacable sin concesiones: la iluminación fluorescente, los colores planos y la sobreexposición confieren a toda la escenografía un inconfundible sabor (o falta de él) a laboratorio, a lo que contribuye la indumentaria de los personajes, siempre ataviados con su uniforme corporativo de camisa blanca y corbata de saldo. En cuanto a la narración, Carruth omite deliberadamente todo guiño al espectador. Los protagonistas se limitan a hablar entre sí como científicos reales que ya han pasado suficientes años de su vida machacándose las neuronas en la Universidad como para tener que molestarse en explicar a la pasmada audiencia de qué diantres están hablando o qué demonios está ocurriendo. Ellos se entienden, y basta. En los escasos 77 minutos de metraje no se pronuncia una sola vez la expresión «viajar en el tiempo» ni ninguna de sus variaciones.

Curiosamente, Carruth ha declarado en alguna entrevista que sus principales intereses eran desvelar cómo muchos hallazgos científicos son fruto de la casualidad (algo que ya he abordado aquí) y cómo la relación de amistad se ve enturbiada por las derivaciones del experimento. Sin embargo, como era de esperar, si Primer se ha convertido en película de culto no se debe a un análisis de tramas psicológicas que el cine ya ha abordado anteriormente siete millones de veces, sino a la suprema calidad de su ficción científica y a lo endemoniadamente enrevesado de su trama.

En cuanto a su ciencia, Primer acierta en primer lugar, anzolando así a científicos y escépticos, al derribar la ley fundamental contra los viajes en el tiempo, algo sobre lo que modestamente he escrito en el pasado antes de saber que Stephen Hawking había dicho lo mismo: el hecho de que nunca hayamos recibido a ningun visitante del futuro es la prueba de que los viajes en el tiempo jamás serán realidad. Incluso, en un alarde juguetón, me permití formular una versión periodística de esta ley, que explica por qué los natalicios de personajes célebres son las únicas noticias de alcance que jamás aparecen en la prensa diaria (el mundo sería diferente si en su día algún periódico hubiese publicado: «Nace Adolf Hitler»). Pero por supuesto, esta ley tiene una salvedad evidente que personalmente me he guardado de revelar en alguna discusión con amigos: esto es así, SALVO QUE…

Salvo, claro está, que exista un momento límite para los viajes hacia atrás en el tiempo, un punto cero hacia antes del cual no sea posible viajar, y que ese punto cero aún no haya llegado. La opción más evidente es que ese punto cero sea el de la construcción y/o activación de la primera máquina capaz de abrir esa ventana temporal. La propuesta no solo es irrebatible con las pruebas actuales, sino que resulta más congruente pensar en el viaje en el tiempo limitado a la presencia de una máquina que imaginar, como en el relato clásico de H. G. Wells y en otros muchos experimentos de ficción, que el aparato es capaz de aparecer en una época en la que no existía previamente.

El segundo acierto de Carruth es proponer que la máquina, o la caja, como se refieren a ella los protagonistas, no es un AVE capaz de viajar a toda velocidad por los raíles del tiempo, sino que simplemente es una especie de jaula de Faraday temporal en cuyo interior, según lo explicado sobre el bucle, el reloj corre a velocidad natural rebotando entre dos momentos. En otras palabras: para retroceder seis horas, es necesario esperar seis horas dentro de la caja. Para facilitar la comprensión del mecanismo, he aquí el diagrama que explica con claridad cristalina el funcionamiento del viaje en el tiempo de la película:

Funcionamiento del viaje temporal en 'Primer'. Tom-B/MJL.

Funcionamiento del viaje temporal en ‘Primer’. Tom-B/MJL.

El esquema deja claro que Carruth no rehúye ese espinoso tabú que otras ficciones sobre travesías temporales evitan, la coexistencia de dos versiones diferentes de la misma persona. De hecho, Primer se lanza de cabeza a ello: cada vez que un personaje se introduce en la caja, surge una iteración de sí mismo y se inaugura una nueva cronología alternativa. Durante la película llegan a convivir hasta siete clones del mismo personaje evolucionando a lo largo de nueve cronologías simultáneas, según el siguiente diagrama elaborado por un fan de la película, se supone que con la ayuda de varias cajas de aspirinas, y en absoluto cristalino, sino inimaginablemente complejo (aquí un enlace a la versión en alta resolución):

Las nueve cronologías alternativas en 'Primer'.

Las nueve cronologías alternativas en ‘Primer’.

Claro que también existe esta otra versión:

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Así, los personajes se sienten embridados por la obligación de no violar la consistencia de la causalidad, pero son conscientes de que se ha roto la simetría temporal cuando una misma llamada al móvil de Aaron es recibida por dos versiones distintas del personaje en cronologías paralelas. En uno de los escasos detalles técnicos explicados en la película, esto se debe a que el sistema de telefonía móvil detiene su búsqueda una vez que ha encontrado el número solicitado por primera vez. A medida que la lógica temporal se va diluyendo, los personajes llegan a experimentar con múltiples repeticiones de la misma situación, una fiesta en la que irrumpe un hombre armado.

Sin embargo, ninguno de estos sucesos plantea una verdadera paradoja temporal al estilo de «¿qué ocurriría si viajas al pasado y matas a tu abuelo?», algo clásico en este subgénero. De hecho, las paradojas en Primer quedan soslayadas y, si existen, solo sugeridas. Dobles de Aaron y Abe llegan a secuestrar a versiones previas de sí mismos de las cuales depende su propia existencia, pero en ningún momento se explicita que esto les impida acudir a su cita con las cajas en el momento debido (si bien es cierto que estas versiones previas podrían elegir no propiciar la creación de dobles que les han agredido). La paradoja más fuertemente insinuada afecta a un tercer personaje llamado Granger, el único que viaja en el tiempo además de Abe y Aaron, y a cuyo doble los dos protagonistas encuentran en estado comatoso, presumiblemente por haber abandonado la máquina de forma prematura. Sin embargo, no se explica cómo ni por qué Granger ha conocido la existencia de las cajas y las ha empleado. Dado que Aaron y Abe pretendían solicitar el patrocinio financiero de este personaje, se puede deducir que en algún momento futuro le informarían de todo ello, pero esto no llega a suceder, tal vez porque el accidente sufrido por Granger les retrae de involucrarlo, aunque esto se deja plenamente abierto a la interpretación del espectador.

Con todo, sí existe una paradoja nunca abordada en la película, y que afecta al propio mecanismo de funcionamiento de las cajas. Imaginemos que, cuando Abe y Aaron activan las máquinas a las 12 del mediodía y se marchan, nos quedamos a observar cómo sus dobles emergen y abandonan el local. Si entonces abriéramos las cajas, ¿qué encontraríamos? Nada, puesto que los dobles ya no están allí. Si encontráramos a Abe y Aaron en su interior, las máquinas generarían más de un doble por viaje, lo que no es posible (tantos como veces abriéramos la caja y expulsáramos a su ocupante). Y sin embargo, cuando a las 6 de la tarde Abe y Aaron se introducen en las máquinas y recorren el tiempo a la inversa, se supone que ambos permanecen dentro de las cajas durante las seis horas de regreso hasta el mediodía. De hecho, en la película se afirma que las cajas son de un solo uso para una franja temporal concreta, ya que durante ese viaje están ocupadas. Siendo así, la paradoja consiste en que, si abrimos una caja en cualquier momento entre el mediodía y las 6 de la tarde, el personaje debe estar dentro, pero al mismo tiempo no estará. ¿Les suena? Por si los atractivos de la película no bastaran, Carruth ha logrado además, ignoro si de forma deliberada o casual, una maravillosa paradoja con reminiscencias del gato de Schrödinger y que recuerda poderosamente a una interpretación minoritaria de la mecánica cuántica llamada Formalismo de Vector de Dos Estados. En la que, si acaso, ya entraremos otro día.

En resumen: aunque se pierdan, no se la pierdan.

(Nota: Primer no aborda la otra modalidad de viaje en el tiempo, hacia delante. Este caso no resulta tan intrigante desde el punto de vista teórico quizá por ser más factible, por el conocido principio relativístico según el cual el tiempo discurre más lentamente dentro de una nave que se desplaza a gran velocidad. Un ejemplo brillante de ello fue la versión clásica de El planeta de los simios (1968). Por lo demás, si obviamos el efecto del envejecimiento y entendemos el viaje en el tiempo hacia delante como la superación de un período temporal determinado en condiciones que reduzcan la percepción de su duración para el sujeto, lo cierto es que esto podemos hacerlo hasta dormidos.)