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El primer retrato completo de la Tierra desde una nave habitable en medio siglo

Sé que hoy debía contar aquí algo sobre las vacunas, pero lo dejaremos para el próximo día, porque se ha interpuesto en el camino otra cosa que merece ser comentada. Y es esto:

Imagen de la Tierra en blanco y negro captada por la misión Artemisa 1 de camino hacia la Luna. Imagen de NASA / JSC.

Bueno, una foto más de la Tierra, como miles de otras, dirán algunos.

Esta semana los medios han hablado del lanzamiento de la largamente esperada y retrasada misión Artemisa 1 de la NASA, la primera del programa sucesor del Apolo que llevará a los humanos de vuelta a la Luna. Pero se ha contado de una forma algo confusa. Se ha dicho que el primer alunizaje tripulado, Artemisa 3, se llevará a cabo en 2024, cuando esta fecha se retrasó el año pasado a 2025, este año se ha dicho que no antes de 2026y contando.

Se ha dicho, ante la pregunta de «¿para qué volver a la Luna?» —la cual es muy legítima, aunque es curioso que nadie esté preguntando «¿para qué un Mundial de fútbol?» que va a costar en unas semanas más del doble que todo el programa Artemisa a lo largo de 13 o 15 años—, que la razón de este nuevo programa lunar es dar después el salto a Marte.

Pero lo cierto es que la NASA no tiene dinero para viajar a Marte. De hecho, que yo sepa y a riesgo de haberme perdido algo, solo las tres primeras misiones de Artemisa están presupuestadas. La NASA tampoco tiene la tecnología necesaria para viajar a Marte (y sobrevivir allí). Y no es probable que vaya a tener nada de esto en un futuro previsible. A menos que muchas cosas cambien rápida y sorpresivamente, Marte aún está a décadas de distancia, si es que llega a estar. Hablar ahora de Artemisa como peldaño hacia Marte es una carta a los Reyes Magos. Cuando no un gancho publicitario, como dicen otros.

Entonces, ¿para qué Artemisa? Ciencia. Exploración. Desarrollo tecnológico. Aprovechamiento de recursos. Puesta a prueba de un nuevo modelo de colaboración público-privada con proyección que permita que la futura exploración espacial se pague sola (o al menos tienda a ello). Hay muchas razones para ello, aunque su valoración dependerá de las inclinaciones de cada cual.

Pero hoy quiero quedarme con una en concreto, quizá algo cursi en apariencia, pero en absoluto en el fondo:

Inspiración.

El día de Nochebuena de 1968 el astronauta William Anders, a bordo de la misión Apolo 8 en la órbita lunar —el primer alunizaje no llegaría hasta el año siguiente con el Apolo 11—, tomó esta foto, bautizada después como Earthrise (la salida de la Tierra):

Earthrise. Imagen de NASA.

No fue la primera imagen de la Tierra completa desde el espacio, algo que ya habían hecho antes algunos satélites y los propios astronautas del Apolo 8 en los días anteriores. Fue, eso sí, la primera imagen en color de la Tierra completa tomada por un humano desde las proximidades de otro cuerpo celeste, la Luna.

Al día siguiente, el día de Navidad, el diario The New York Times publicó su crónica de la misión Apolo 8 junto al comentario de quien pensaron que mejor podía expresar lo que la información no llegaba a transmitir: un poeta. El trabajo se encargó a Archibald MacLeish, ganador de tres premios Pulitzer. Lógicamente MacLeish no había visto la imagen Earthrise, que no se revelaría hasta el regreso de los astronautas a la Tierra; solo había visto las transmisiones por televisión. Pero cuando posteriormente el comandante del Apolo 8, Frank Borman, declaró ante el Congreso de EEUU, hizo suyas las palabras de MacLeish que el Times publicó aquel día:

Ver la Tierra como realmente es, pequeña y azul y preciosa en ese eterno silencio en el que flota, es vernos a nosotros mismos como jinetes juntos sobre la Tierra, hermanos en esa hermosura brillante en el frío eterno —hermanos que saben ahora que son verdaderamente hermanos.

Cuatro años después, en 1972, los tripulantes del Apolo 17, Gene Cernan, Ronald Evans y Harrison Schmitt, tomaron esta otra foto en ruta de la que sería la última misión lunar tripulada hasta hoy:

The Blue Marble. Imagen de NASA.

Esta imagen, la primera y única jamás tomada por un humano que muestra el disco terrestre completo, se llamó The Blue Marble (la canica azul). Se ha dicho que quizá sea la imagen más reproducida de la historia, aunque probablemente otras puedan disputarle este título.

Pero Earthrise primero, y después The Blue Marble, no solo inspiraron a poetas como MacLeish. Ambas se han reconocido como inspiración clave para el movimiento medioambiental que por entonces cobraba fuerza en el mundo occidental. Ambas imágenes despertaron en millones de personas la conciencia de vivir en un hogar común tan grandioso como frágil y delicado, y una u otra fotografía se convirtieron en símbolos asociados a la defensa de la conservación ambiental, una influencia que se ha prolongado hasta la batalla actual contra el cambio climático.

Pero estas imágenes no solo han inspirado a poetas y ambientalistas, sino que también han hecho nacer vocaciones científicas. No es raro hablar con astrónomos, científicos planetarios, biólogos y especialistas en otras disciplinas que confiesan cómo en aquel tiempo la increíble aventura espacial del ser humano prendió en ellos el deseo de descubrir el universo y sus moradores.

Y estas imágenes no solo han inspirado a poetas, ecologistas y científicos. Volvamos a aquella Nochebuena de 1968 en la que Anders tomó la foto Earthrise. Aquel mismo día, Anders y sus dos compañeros, Borman y Jim Lovell, quedaron tan estremecidos con la visión de la Tierra desde el vacío frío y lejano que aprovecharon la ocasión de la fecha para leer el comienzo del Génesis bíblico, retransmitido por radio a todo el mundo. Aquella grabación, que por cierto aparece parcialmente reproducida al comienzo del álbum de Mike Oldfield The Songs of Distant Earth, es conmovedora como simple apelación a la condición humana, incluso sin necesidad de profesar una religión o creer en un creador. La visión de nuestro mundo desde el espacio también ha sido inspiración para las personas religiosas, como tradicionalmente lo eran entonces los astronautas de la NASA.

Y, por todo ello, esto:

Imagen de la Tierra en blanco y negro captada por la misión Artemisa 1 de camino hacia la Luna. Imagen de NASA / JSC.

Esta imagen tomada por la misión Artemisa 1 tal vez no pase a la historia como las anteriores. Todo sea dicho, tampoco es la primera fotografía de la Tierra completa captada desde 1972. Ha habido muchas otras, todas ellas tomadas desde satélites, aunque quizá no tantas como cabría pensar: los objetos que circulan en la órbita baja terrestre, como la Estación Espacial Internacional, a solo 400 kilómetros de altura, están demasiado cerca como para encuadrar el disco terrestre completo. Solo pueden hacerlo los que ocupan órbitas mucho más lejanas, y de estas hay sobre todo dos opciones: la órbita geoestacionaria, a 36.000 kilómetros, una órbita terrestre preferida por su estabilidad, si bien los satélites que la ocupan tienen la limitación de que siempre ven la misma cara de la Tierra, ya que se mueven en sincronía con la rotación. La otra opción son los puntos lagrangianos, en realidad órbitas alrededor del Sol; el satélite climático DSCOVR es un ejemplo de estos que toma constantes imágenes de la Tierra. Por supuesto, también las sondas que se envían a otros mundos del Sistema Solar pueden mirar hacia atrás y tomar imágenes de la Tierra, y algunas lo han hecho.

Pero todas esas fotos se han tomado desde artefactos automáticos, digamos drones espaciales. Aunque los tripulantes de Artemisa 1 son de plástico, el comandante Moonikin Campos —»Mannequin Skywalker» ya estaba cogido, lo usó Jeff Bezos para una prueba de su Blue Origin— y sus compañeras Helga y Zohar, esta es la primera imagen de la Tierra completa tomada desde una nave habitable desde 1972. Porque es la primera vez que una nave habitable, que puede alojar humanos, escapa más allá de la órbita baja terrestre desde 1972. Nos recuerda que estamos de nuevo ahí, llamando a la puerta de nuestra próxima frontera natural. Y esto a algunos nos resulta inspirador.

El día en que Neil Armstrong estuvo a un segundo de morir

El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong tuvo que poner en valor sus 20 años de experiencia como piloto para completar el aterrizaje más complicado de su carrera, el primero que no era tal, sino un alunizaje. Al comprobar que el módulo lunar (LEM) Eagle se dirigía a una zona de la superficie que no era practicable, tomó el control de los mandos y corrigió el rumbo para orientarlo hacia un lugar más propicio.

Cuando por fin cortó la propulsión para tomar tierra, a la nave le quedaba combustible para menos de un minuto. Fueron momentos de terror para el centro de control de la misión en Houston. Pero no para los dos astronautas a bordo de aquella jaula con paredes de papel metálico. Realmente aquella gente estaba hecha de una pasta especial, lo que Tom Wolfe llamó “the right stuff”. Porque, en aquellos momentos, muy probablemente Armstrong recordó una situación similar, un año antes, en la que se quedó a un segundo de morir.

Neil Armstrong en el módulo lunar, el 20 de julio de 1969. Imagen de NASA / Edwin E. Aldrin, Jr. / Wikipedia.

Neil Armstrong en el módulo lunar, el 20 de julio de 1969. Imagen de NASA / Edwin E. Aldrin, Jr. / Wikipedia.

En estos días de celebración del medio siglo del primer alunizaje –habría otros cinco más hasta 1972–, a uno, que de costumbre se dedica a escribir sobre cosas como estas, le resulta difícil elegir qué contar hoy. Puede parecer paradójico, pero el caso es que a nadie le gusta repetirse a sí mismo, y en realidad cualquier cosa que un servidor pueda contar hoy ya la ha contado antes infinidad de veces. Para quienes hayan podido acercarse hoy a este rincón de internet en busca de algo sobre la Luna y el Apolo 11, y si les apetece, les apunto aquí algunas cosas que ya he escrito previamente y que quizá les interese leer. Si gustan.

En primer lugar, siempre recomiendo leer la historia del Apolo 1, la primera misión del programa lunar que nunca llegó a despegar del suelo. El 27 de enero de 1967, la nave ardió durante una simulación en la plataforma de lanzamiento, matando a sus tres tripulantes, Virgil Ivan Gus Grissom, Edward Higgins White y Roger Bruce Chaffee. Aquella tragedia dejó al descubierto numerosos errores que se encadenaron para propiciar el desastre, y que se corrigieron a partir de entonces. La muerte de Grissom, White y Chaffee logró que sus compañeros en misiones posteriores volaran en condiciones más seguras. De no haber sido por aquello, tal vez la desgracia habría acaecido en el espacio en alguna otra misión, lo que quizá habría herido de muerte a todo el programa Apolo.

Una historia de signo muy distinto fue la del Apolo 13, la tercera que debía posarse en la Luna. Sobra explicar el famoso “Houston, tenemos un problema” –aunque en realidad fue “Houston, hemos tenido un problema”–, pero merece la pena recordar cómo las mentes brillantes de ingenieros y astronautas y el trabajo en equipo lograron salvar de manera casi milagrosa a James Lovell, Fred Haise y Jack Swigert, que parecían condenados a morir tras una explosión en el módulo de servicio que inició una serie de desafortunados contratiempos durante su vuelo hacia la Luna.

Tampoco es un mal día para recordar a los héroes del bando contrario, que también apostaron sus vidas por alcanzar aquel logro de pisar la Luna. Para ambas potencias en liza era una ambición política estratégica, pero para los protagonistas involucrados era además la culminación de un sueño. El 24 de abril de 1967, tres meses después de la tragedia del Apolo 1, Vladimir Komarov pasaba a la historia como la primera víctima mortal de un vuelo espacial. En su nave Soyuz 1 falló prácticamente todo lo que podía fallar, y Komarov pagó con su vida la urgencia por vencer al enemigo. Pese a todo y en contra de ciertos mitos difundidos, afrontó su muerte con valor y entereza. También al otro lado del telón de acero andaban sobrados de the right stuff.

Y en cuanto a lo que está por venir, parece que la ocasión del 50º aniversario ha servido también para revitalizar los proyectos de regresar a la Luna en los próximos años, aunque aún falta el dinero para hacerlo. Pero ahora la idea ya no consiste en una excursión, sino en una presencia permanente apoyada por la irrupción de nuevas compañías privadas y con la que se pretende explotar los recursos lunares. Se ha hablado bastante del helio-3, un isótopo abundante en la Luna que podría suministrar un combustible para producir energía limpia por fusión nuclear, aunque para muchos expertos es una perspectiva poco realista.

Pero volvamos a Armstrong. Estábamos hablando de cómo su accidentado alunizaje probablemente le recordó el día en que se quedó a un segundo de morir. El 6 de mayo de 1968, algo más de un año antes, y como todos los astronautas del programa Apolo, el veterano piloto acudió a la base aérea de Ellington para entrenarse de cara al alunizaje en el Lunar Landing Research Vehicle (LLRV).

No era posible simular el alunizaje en un vehículo idéntico al Eagle, ya que este estaba concebido para la débil gravedad lunar y además sus materiales eran demasiado frágiles para operar en la Tierra. Así que los ingenieros habían construido el LLRV, lo más parecido posible para que los astronautas se entrenaran; una plataforma voladora que se pilotaba de modo similar al Eagle y que era conocida como la cama volante (flying bedstead), porque recordaba al armazón de una cama antigua. Según contaban, manejar aquel aparato era como mantener un plato sobre el palo de una escoba.

Aquel día, algo falló durante el vuelo de Armstrong. Una fuga de combustible hizo que se apagara uno de los propulsores, y la nave se volvió inestable. El astronauta intentó equilibrarla por todos los medios, pero era inútil. No le quedó otro remedio que eyectar su asiento, lo que hizo aproximadamente un segundo antes de que el aparato se estrellara contra el suelo y estallara en llamas. Este vídeo recoge el momento:

Armstrong se mordió la lengua al impactar contra el suelo. Fue el único daño físico de su momento al borde de la muerte. En cuanto a sus daños emocionales y psicológicos, como se cuenta en el vídeo, un rato después su compañero Alan Bean charlaba con él sin estar enterado del incidente, y a Armstrong ni siquiera le pareció lo suficientemente relevante como para mencionarlo. Cuando después Bean supo de ello, regresó a Armstrong y le preguntó si aquello era cierto. A lo que este respondió: “oh, sí”. The right stuff.

No, China no ha enviado gusanos de seda a la Luna, por una razón muy simple

Entre los diversos experimentos que la sonda china Chang’e 4 está llevando a cabo en la cara oculta de la Luna, los medios han mencionado la presencia de una minibiosfera, un pequeño contenedor sellado cuyo propósito es estudiar el desarrollo de ciertas especies terrestres en un hábitat de condiciones controladas sobre la superficie lunar. Según contaron la mayoría de los medios, la minibiosfera contiene semillas de algunas plantas como la patata, además de huevos de gusanos de seda. Lo cual resulta muy apropiado para una misión china, aparte de dar un buen titular.

Pero ¿realmente la Chang’e 4 lleva huevos de gusanos de seda?

No, no los lleva. Y la razón principal por la que esto no es posible es la más simple que pueda imaginarse: ¿qué iban a comer?

Gusanos de seda. Imagen de Fastily / Wikipedia.

Gusanos de seda. Imagen de Fastily / Wikipedia.

Entre los muchos logros científicos y tecnológicos del ser humano, no se cuenta el haber convencido a los gusanos de seda para que coman otro alimento diferente de las hojas de morera y otro puñado de especies relacionadas. Dado que la minibiosfera lunar de la Chang’e 4 solo lleva semillas de plantas, difícilmente sería viable conseguir una producción de hojas con la suficiente rapidez para abastecer a los voraces gusanitos una vez que los huevos eclosionaran. Morirían sin remedio.

Pero si es imposible que la Chang’e 4 lleve huevos de gusanos de seda, ¿por qué prácticamente todos los medios han contado esta historia? La explicación hay que buscarla en lo que ayer comenté sobre la escasa transparencia de la ciencia china.

En el campo de la exploración espacial, EEUU lleva una clara delantera en lo referente a información y comunicación; cualquier misión cuenta con una o varias miniwebs dedicadas, además de las páginas de las instituciones implicadas donde los científicos e ingenieros cuentan los proyectos y experimentos con todo lujo de detalles. A esto se añaden equipos de comunicación formados por verdaderos profesionales (debería ser siempre así, pero no lo es) que mantienen una intensa actividad en los distintos canales informativos. Incluso a nuestra Agencia Europea del Espacio (ESA) le cuesta alcanzar ese listón, que para otros países como Rusia o China está a una altura estratosférica.

En concreto, la versión en inglés de la web de la Adminsitración Nacional Espacial de China (CNSA) resulta muy escasa, sin detalles sobre misiones y con informaciones demasiado escuetas firmadas por la todopoderosa Xinhua, la agencia de prensa oficial del gobierno. Incluso la versión original en chino (el traductor de Google no hace milagros, pero sí apaños) parece más institucional que informativa.

Entonces, ¿dónde podemos encontrar información detallada y fiable sobre el proyecto de la minibiosfera lunar? Es posible que la historia original sobre los gusanos de seda proceda de una noticia publicada por Xinhua en abril de 2018, ocho meses antes del lanzamiento de la misión Chang’e 4. En aquella historia se decía que la CNSA había seleccionado el proyecto de entre más de 200 propuestas, y que contaba con la participación de 28 universidades chinas bajo la dirección de la Universidad de Chongqing.

Según la información de Xinhua, la minibiosfera constaría de un recipiente cilíndrico de aleación de aluminio de 18 cm de altura y 16 cm de diámetro, con un volumen neto de 0,8 litros (lo cual invita a suponer que el resto hasta los 3,6 litros estará ocupado por los equipos) y un peso de 3 kilos. Contendría agua, nutrientes y aire, además de instrumentos como una cámara y un transmisor de datos. La luz solar entraría a través de un tubo. En cuanto a las especies que vivirían en este pequeño mundo, Xinhua mencionaba semillas de patata y arabidopsis (una planta empleada como modelo vegetal en los laboratorios), y “probablemente algunos huevos de gusanos de seda”.

El esquema parecía más o menos claro: las plantas mantendrían el nivel de oxígeno en la minibiosfera mediante la fotosíntesis, que reconvertiría en oxígeno el CO2 producido por la respiración de los gusanos mientras crecen comiendo… espera, ¿comiendo… qué?

Parece que este pequeño detalle no estaba contemplado en aquella explicación del experimento, que Xinhua atribuía a “una conferencia sobre innovación científica y tecnológica de la Municipalidad de Chongqing”; no exactamente el tipo de fuente oficial que uno esperaría. Pero parece que aquella idea sobre los gusanos de seda fue recogida por algunos medios occidentales, y luego rebotada de unos a otros, hasta que los gusanos espaciales llegaron a servir de titular en los telediarios e incluso a colarse en la Wikipedia.

Salvo que jamás han existido. La lista (presuntamente) real de las especies presentes en la minibiosfera lunar de la Chang’e 4 la facilitaba Xinhua después del alunizaje de la sonda, el 3 de enero: algodón, colza, patata, arabidopsis, levadura y mosca de la fruta. Esto ya tiene bastante más sentido: las plantas requieren luz, agua y nutrientes, la levadura produce unos nutrientes a partir de otros sin necesidad de luz y las moscas de la fruta son poco exigentes en su alimentación, bastándose con caldos de cultivo como los que se utilizan para criarlas en los laboratorios.

Así pues, nada de gusanos de seda. Pero más allá de aclarar este falso dato, ¿cuáles son los detalles del experimento? Gusanos o no, es la primera vez que especies terrestres van a vivir y crecer en la Luna; si todo funciona según lo previsto, incluso habrá flores, las de arabidopsis. Pero aparte de la webcam que retransmitirá el devenir de aquel minúsculo jardín lunar, ¿con qué sensores cuenta el recipiente? ¿Qué datos van a recogerse? ¿Cuáles son los resultados esperados? A pesar de tratarse del primer experimento de vida en otro cuerpo celeste distinto de la Tierra (que sepamos, el primero en todo el universo), parece que con la ciencia china vamos a quedarnos, una vez más, a oscuras.

La reconquista de la Luna, la gran carrera del siglo

La sonda china Chang’e 4 ha sido la primera en posarse sana y salva en la cara oculta de la Luna, la que permanece siempre invisible para nosotros debido al llamado acoplamiento de marea, que sincroniza la rotación lunar con su tránsito alrededor de la Tierra. En esta cara lunar solo existe otro artefacto humano, la Ranger 4 estadounidense, que en 1962 se estrelló según lo previsto, pero sin enviar datos a causa de una avería durante el descenso.

No es la primera vez que China conquista la Luna. En 2009 la Chang’e 1 fue estrellada deliberadamente contra la superficie lunar después de 16 meses en órbita. Su sucesora, la Chang’e 2, orbitó la Luna antes de partir para explorar el asteroide Tutatis. En 2013 la Chang’e 3 se posó en la cara lunar visible con su rover Yutu, siendo la primera misión en operar sobre la superficie del satélite terrestre desde la sovietica Luna 24 en 1976.

El rover Yutu 2, tras su descenso al suelo desde la sonda Chang'e 4. Imagen de CNSA.

El rover Yutu 2, tras su descenso al suelo desde la sonda Chang’e 4. Imagen de CNSA.

Sin embargo y a pesar de la novedad que supone pisar la cara oculta de la Luna –este hemisferio ya había sido fotografiado numerosas veces por sondas orbitales rusas y estadounidenses–, en realidad la Chang’e 4 es una repetición de la Chang’e 3, una misión de transición hacia el siguiente paso del programa lunar chino: traer muestras lunares a la Tierra, algo que hizo por última vez la Luna 24 y que será el objetivo de la Chang’e 5 en diciembre de este año y de la Chang’e 6 en 2020. Más adelante, en la década de los 30, llegará el gran salto de China a la Luna con las misiones tripuladas y la posible construcción de una estación lunar.

Desde que EEUU y la antigua URSS abandonaron la Luna como objetivo de sus landers (sondas aterrizadoras), el satélite terrestre se ha convertido en la meta de otras potencias emergentes. El próximo mes está previsto que India e Israel lancen sus respectivas misiones lunares no tripuladas, Chandrayaan 2 y Beresheet. Tras el retraso de la misión india, cuyo despegue estaba previsto para comienzos de este mes, ambas naciones compiten ahora por ser la cuarta del mundo que posa un aparato en la superficie lunar.

Otro país que quiere unirse al club lunar es Japón; después de la cancelación de la misión SELENE/Kaguya 2, la agencia nipona JAXA ha revitalizado el programa lunar con la intención de enviar una sonda robótica en un par de años y con la aspiración de plantear quizá más adelante misiones tripuladas.

Primera imagen de la superficie lunar enviada por la sonda china Chang'e 4. Imagen de CNSA.

Primera imagen de la superficie lunar enviada por la sonda china Chang’e 4. Imagen de CNSA.

Así, parece que para la próxima década se abre una nueva carrera lunar; pero a diferencia de la que EEUU y la URSS libraron en el siglo pasado, esta vez el motivo de conquistar la Luna no es meramente plantar una bandera, sino que también hay dinero en juego, el que puede rendir la explotación de los recursos lunares para el primero que se haga con ellos. Obviamente, este no es un objetivo inmediato, pero en el camino se abren grandes oportunidades de negocio para quienes aporten la tecnología necesaria. Es el viejo dicho: si hay fiebre del oro, vende palas.

Todo ello ha llevado a las potencias tradicionales a desempolvar sus programas lunares. EEUU, la Unión Europea y Rusia han reaccionado con nuevos planes y alianzas para no perder la posición de cabeza en la que promete ser, por ahora, la gran carrera espacial de este siglo.

Pero para quienes seguimos esta carrera desde las sillas de la grada, no será indiferente quién se lleve los triunfos. Según reflejaba esta semana el South China Morning Post, el diario de referencia de Hong Kong en lengua inglesa, algunos observadores chinos ven en esta nueva carrera una extensión de la actual guerra comercial entre China y EEUU. Y como contaré mañana, la ciencia y la exploración espacial pueden ser las víctimas inocentes de la opacidad informativa que envuelve toda guerra.

En las antípodas no caminan cabeza abajo, y por eso ven la Luna al revés

A propósito de mi tema anterior sobre el vuelo de las moscas dentro de vehículos en movimiento, mi vecina de blog y amiga Madre Reciente tuiteaba recomendando su lectura a sus seguidores, sobre todo, decía, «si sois de los que aún no entendéis por qué en las antípodas no caminan cabeza abajo».

El astuto comentario de MR merece una explicación. Alguien podría preguntar: ¿cómo que no caminan cabeza abajo? Sí, ¿no? Es decir, no es que vayan arrastrando la cabeza por el suelo y moviendo las piernas en el aire, pero están al revés. ¿No?

Recuerdo que hace años, durante un viaje a Nueva Zelanda, se me ocurrió de repente pensar que la intuición y la costumbre nos hacen a todos un poco terraplanistas. Es decir, si en aquel momento alguien me hubiera preguntado hacia dónde estaba mi casa, probablemente mi impulso inmediato habría sido señalar hacia el horizonte en dirección noroeste, por el hábito de ver los mapamundis con la proyección de Mercator, centrados en el océano Atlántico y con el norte arriba.

Pero en realidad, si me hubiera parado un momento a pensarlo, tendría que haber apuntado con el dedo en perpendicular hacia el suelo. Porque lo cierto es que la ruta más corta de vuelta a mi casa habría sido, si tal cosa fuera posible, perforando el suelo y siguiendo todo recto, como en aquel desafortunado remake de Desafío total.

Por desgracia solo pude recorrer la isla sur, así que no pude pisar las antípodas de mi casa, que caen en algún lugar de la isla norte de Nueva Zelanda. Habría sido interesante buscar la casa más cercana a la coordenada precisa y contarles a sus habitantes que la mía estaba justo al otro lado del mundo. Igual hasta me invitaban a una cerveza. Siempre que no fueran terraplanistas, claro.

Pero con respecto a las antípodas, sí hubo un detalle que me llamó especialmente la atención, y que no solemos tener en cuenta por muy obvio que sea: en el hemisferio sur la Luna se ve al revés. Es fácil entenderlo si lo pensamos: ellos y nosotros vemos el mismo objeto en el cielo, pero ellos realmente tendrían que caminar cabeza abajo para verlo en la misma orientación que nosotros. Para ilustrarlo he improvisado este gráfico que copio chapuceramente de otro publicado en Science Alert:

Imágenes de la Tierra y la Luna de la NASA. Gráfico de elaboración propia.

Imágenes de la Tierra y la Luna de la NASA. Gráfico de elaboración propia.

La luna llena desde el hemisferio norte (izquierda) y desde el sur (derecha). Imágenes de NASA y A. Sparrow / Flickr / CC.

La luna llena desde el hemisferio norte (izquierda) y desde el sur (derecha). Imágenes de NASA y A. Sparrow / Flickr / CC.

Por supuesto, en realidad todo el firmamento se ve al revés, pero el caso de la Luna es especialmente llamativo. Del mismo modo, las fases lunares también van al contrario: aquí la luna con forma de D es creciente y la C es menguante, mientras que en el sur es al revés.

Otro caso curioso es el de la Luna en el ecuador. Como allí el Sol recorre el cielo, digamos, por su mitad (es decir, al mediodía queda en todo lo alto), cuando la Luna se pone, el Sol está bajo los pies, iluminando la Luna desde abajo. Y por ello la media luna se ve como una sonrisa. Ignoro cómo se llama esto en castellano; en inglés lo llaman wet moon, pero también se conoce como luna de Cheshire, por la sonrisa del gato de Alicia en el país de las maravillas:

Luna de Cheshire. Imagen modificada de John Flannery / Flickr / CC.

Luna de Cheshire. Imagen modificada de John Flannery / Flickr / CC.

Pero sobre nosotros y las antípodas, norte y sur, arriba y abajo, al derecho y al revés… Es necesario aclarar que todos son conceptos convencionales, ya que no hay ninguna razón para que el norte esté arriba; simplemente nos hemos acostumbrado a verlo de este modo porque nuestra representación de los mapas tradicionalmente ha sido eurocéntrica y nortecéntrica, algo de lo que se quejan en el hemisferio sur, y con razón.

O sea, que en realidad no, en las antípodas no caminan cabeza abajo, porque la Tierra flota en el espacio, y en el espacio no hay ni arriba ni abajo. Como en el caso de la mosca y el avión, todo es relativo dependiendo de a qué sistema lo referimos, pero no existe ningún sistema mejor o más correcto que otro.

Precisamente por este motivo el emblema de Naciones Unidas se diseñó con un mapa del mundo centrado en el polo norte con los continentes a su alrededor, para no dar primacía a unos países o continentes sobre otros.

Emblema de las Naciones Unidas. Imagen de Wikipedia.

Emblema de las Naciones Unidas. Imagen de Wikipedia.

Por supuesto, también se podría haber centrado en el polo sur, pero imagino que no tendría mucho sentido colocar la Antártida, que no es un país de las Naciones Unidas, en el centro del mundo. Claro que el sistema elegido es también engañoso, porque crea la impresión de que la Antártida está en el extremo opuesto del mundo al sur de África y América… Cualquier representación mental distinta de un mundo redondo desde todos sus ángulos es equívoca; porque en realidad, como decía Karen Blixen, «la Tierra se hizo redonda para que nunca podamos ver el final del camino». Bueno sí, también está aquello del equilibrio hidrostático. Pero es mucho menos romántico.

Ahora va en serio: volvemos a la Luna, y esta vez para quedarnos

Si, como contaba ayer, en realidad todo y todos no somos sino personajes de una simulación, se diría que el posthumano del cual depende nuestra existencia debe de ser un hacker adolescente con una fértil imaginación y un peculiar sentido del humor: ¿quién iba a pensar que Trump nos llevaría de vuelta a la Luna?

Como ya he contado aquí en numerosas ocasiones, la NASA lleva unos cuantos años correteando como pollo sin cabeza en lo que respecta a la exploración humana del espacio. Quemó sus naves, los shuttles, sin tener aún un plan B, o teniendo uno que luego fue cancelado y sustituido por un plan C, cuyo propósito ha sido incierto. Durante años la NASA ha pegado las narices al escaparate marciano deseando lo que había dentro y haciéndose ilusiones con unos bonitos Power Points, pero siendo consciente de que no podía pagárselo.

Ahora, por fin, parece que comienza a haber un objetivo claro. Renunciar a Marte es doloroso, pero inevitable. Y al menos, siempre nos quedará la Luna. Este mes, la NASA insinuó que estaba preparada para olvidarse del planeta vecino y desplazar el foco hacia nuestro satélite, un objetivo más asequible y al alcance de las nuevas naves y cohetes actualmente en desarrollo. La agencia esperaba la respuesta de la nueva administración, y esta llegó primero en forma de un artículo firmado por el vicepresidente Mike Pence en The Wall Street Journal, donde anunciaba la restauración del National Space Council (NSC).

Concepto de hábitat lunar. Imagen de ULA/Bigelow Aerospace.

Concepto de hábitat lunar. Imagen de ULA/Bigelow Aerospace.

El NSC es un órgano del máximo nivel, que mete directamente la cabeza de la exploración espacial en la Oficina Ejecutiva del Presidente. Fue creado en 1989, pero en 1993 se desmanteló por disensiones internas debidas a la diferencia de criterios entre la NASA y los responsables políticos. Obama prometió resucitar el NSC, pero nunca llegó a hacerlo.

Según escribió Pence y ratificó en una conferencia con motivo de la primera reunión del nuevo NSC, astronautas estadounidenses volverán a pisar la Luna. Añadió que de este modo se asentarán los cimientos para futuras misiones «a Marte y más allá».

Esto último ya cae en el folclore habitual en tales ocasiones. Pero en realidad el empujón de la administración Trump a la exploración espacial tripulada no es sorprendente. Como ya conté aquí, era previsible que el furor patriotero del nuevo presidente buscara llevar de nuevo estadounidenses al espacio como una manera de Make America Great Again, según su eslogan.

Entre los recortes presupuestarios y los titubeos de la NASA, en los últimos años EEUU se ha quedado mirando las estelas de los cohetes rusos y sintiendo en la nuca el aliento de China. El mensaje de Pence es recuperar el liderazgo espacial para su país, y no solo por una cuestión de sacar pecho: la fórmula actual del New Space deja buena parte del liderazgo en manos de las empresas, que tradicionalmente se limitaban a actuar como contratistas, para convertir el espacio en el nuevo filón comercial.

Una de estas nuevas compañías espaciales acaba también de apuntarse a la renovada carrera hacia la Luna. En colaboración con el fabricante de cohetes United Launch Alliance (ULA), Bigelow Aerospace ha anunciado que construirá un hábitat hinchable en la órbita terrestre para después enviarlo a la órbita lunar, y todo ello en 2022. La empresa del magnate hotelero Robert Bigelow ya ha demostrado que sus estructuras hinchables son una opción viable, versátil y asequible para establecer hábitats orbitales.

La propuesta de Bigelow ilustra también cuál será otra de las diferencias entre esta nueva carrera lunar y la de los años 60: esta vez es para quedarnos. Los hábitats de Bigelow proporcionarían una estación permanente en órbita, pero en paralelo ya existen otras ideas de las principales agencias espaciales del mundo, incluyendo la europea (ESA), destinadas a construir asentamientos en la Luna. En general estos planes contemplan colaboraciones entre distintas potencias. Por mucho que Trump y Pence se empeñen, la Luna ya no será cosa de un solo país: EEUU y Rusia cooperarán en el proyecto Deep Space Gateway para situar una estación en la órbita de la Luna, mientras que la ESA y China podrían compartir esfuerzos en la construcción de una base lunar.

Concepto de base lunar. Imagen de ESA.

Concepto de base lunar. Imagen de ESA.

Entonces, ¿nos olvidamos de Marte? Nada de eso. Elon Musk, el creador de SpaceX, continúa adelante con sus planes de enviar humanos al planeta vecino en 2024. Y aunque este plazo es sencillamente imposible de creer –el propio Musk lo definió como «aspiracional»–, parece claro que un astuto empresario de tan probada solvencia no va a embarcarse en una aventura marciana para cometer un suicidio financiero. Musk ha puesto ya demasiados huevos en esta cesta. Y el último es de avestruz: recientemente anunció el soporte destinado a hacer realidad su sueño de colonización marciana, un sistema de lanzamiento todo-en-uno que de momento responde al nombre de BFR, por Big Falcon Rocket o, también, Big Fucking Rocket.

Houston, tenemos un problema: SpaceX

Hace unos días escribí en un reportaje que, 45 años después del último salto del ser humano más allá de la órbita baja terrestre (Apolo 17, en 1972), los viajes espaciales se iban haciendo tan distantes en el pasado como aún nos lo parecen en el futuro. Si no fuera porque el diario en el que escribí esto es digital, haría como el año pasado hizo un columnista del Washington Post, que literalmente se comió sus columnas en las que había asegurado que Donald Trump jamás sería el candidato republicano a la Casa Blanca.

Bien, tampoco es que lo mío fuera exactamente una predicción, sino más bien un comentario colateral, pero confieso que no esperaba tener que informar aquí tan pronto de lo que parece será un muy pronto regreso de los terrícolas al espacio profundo. Si Elon Musk cumple su promesa.

El fundador de SpaceX –entre otros ambiciosos y visionarios proyectos que están dejando a otros famosos genios tecnológicos como simples fabricantes de teléfonos– ha anunciado que su compañía está ya formalmente inmersa en una operación destinada a enviar a dos civiles a un vuelo alrededor de la Luna, como hizo por primera vez la misión Apolo 8 en 1968. La identidad de los dos pasajeros no ha sido revelada, ni he leído que hayan empezado las especulaciones al respecto; lo único que se supone de ellos es su condición de milmillonarios.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Si tuviera que apostar, y dado que este artículo tampoco se publicará en papel, diría que alguno de los pasajeros de pago que volaron a la Estación Espacial Internacional (ISS), o alguno de los que reservaron billete pero no llegaron a hacerlo, tendría el dinero y las ganas necesarias para ocupar uno de esos dos asientos. Pero ya veremos.

Musk se propone lanzar esa histórica misión de circunvuelo lunar a finales del próximo año. Un retraso sería esperable; las nuevas compañías espaciales suelen arriesgar en sus anuncios de previsiones. Antes de eso, Musk necesita demostrar que su cohete y su nave funcionan. Respecto a la segunda, la versión 1 de la cápsula Dragon, no tripulada, ya ha volado al espacio e incluso a la ISS. De hecho una de ellas, lanzada al espacio el pasado 19 de febrero, se encuentra actualmente anclada a la estación. Pero la versión tripulada, la Dragon 2, aún no ha debutado; se espera que lo haga en noviembre sin ocupantes en una misión a la ISS, y que en el segundo trimestre de 2018 vuele con sus primeros tripulantes, astronautas de la NASA.

Respecto al cohete, también queda mucho camino por delante. Para la Dragon 1, SpaceX ha estado utilizando su propulsor ligero, el Falcon 9. Pero el monstruo que deberá llevar la Dragon 2 a la Luna, el Falcon Heavy, aún no ha debutado. El cohete más potente que jamás ha volado desde el Saturno V de las Apolo debía haberse estrenado a comienzos de este año. La previsión actual de Musk es que lo haga el próximo verano.

Y la NASA, ¿qué opina de esto? La relación entre Musk y la agencia espacial de su país adoptivo es más que cordial: es comercial. SpaceX es una de las compañías contratadas por el gobierno estadounidense para proporcionar los nuevos vehículos espaciales con los que aquel país evitará tener que seguir comprando carísimos pasajes en las Soyuz rusas. Actualmente SpaceX tiene previstas, según su contrato con la NASA, cuatro misiones Dragon 2 a la ISS cada año, de las cuales tres serán de carga y una de tripulación.

Lo que esto significa es que quien ha pagado el desarrollo de la Dragon 2 es la NASA. Y ahora, de repente, Musk se descuelga con el anuncio de que utilizará su cápsula pagada por los contribuyentes para pasear a millonarios.

No es que la NASA debiera tener objeciones al respecto, dado que los precios astronómicos que (muy apropiadamente) SpaceX cargará a sus dos pasajeros (aún no se han revelado las cifras) ayudarán a reducir los costes para el gobierno a largo plazo, según el comunicado de la compañía.

Y sin embargo, fíjense en lo que dice la segunda de las cuatro escuetas frases con las que la NASA ha reaccionado al anuncio de Musk: «Trabajaremos estrechamente con SpaceX para garantizar que cumple con seguridad las obligaciones contractuales de devolver el lanzamiento de astronautas a suelo estadounidense y continuar transportando suministros con éxito a la Estación Espacial Internacional». No suena demasiado a felicitación, ¿no creen? Yo diría que más bien la frase podría resumirse aún más en solo tres letras: ¿WTF?

Esta canica azul y su bolita gris, vistas desde Marte

Tras la visita de la sonda New Horizons al explaneta Plutón en julio de 2015, la Tierra alberga ya un inmenso álbum fotográfico de todos los principales objetos del Sistema Solar. Este año tendremos nuevos retratos inéditos de Júpiter, gracias a la sonda Juno, y de Saturno, por mediación de la Cassini, que morirá en el planeta anillado el próximo 15 de septiembre.

Pero al contrario que el terrícola medio, la Tierra aún tiene carencias en su repertorio de selfies. Entiéndase: fotos del planeta se disparan todos los días a mansalva desde satélites de diversos tipos. Pero la gran mayoría de ellas se toman desde la órbita baja y solo nos muestran porciones concretas de la superficie terrestre, como quien se hace un selfie de la nariz o los dientes.

En cambio, no tenemos tantas oportunidades de mirarnos desde lejos, y por eso cada nueva foto que nos muestra nuestro hogar en su conjunto suele convertirse en una imagen icónica. Ocurrió con la «canica azul», como se llamó a un hermoso claro de Tierra fotografiado en 1972 por la tripulación del Apolo 17 de camino hacia la Luna, y que luego ha tenido imágenes sucesoras obtenidas por sondas no tripuladas. Aún más estremecedora fue la fotografía tomada a petición de Carl Sagan por la Voyager 1 a 6.000 millones de kilómetros de distancia, bautizada como «el pálido punto azul».

Hoy tenemos una nueva foto para el álbum. Como parte de las operaciones de calibración de su cámara, la sonda de la NASA Mars Reconnaissance Orbiter (MRO) ha enviado esta vista de la Tierra y la Luna fotografiadas desde la órbita marciana. Aunque la imagen aparezca borrosa y pixelada, lo que revela realmente es la asombrosa capacidad de la cámara: desde Marte, la Tierra se ve solo como un puntito luminoso. La ampliación de la fotografía es enorme, y aun así pueden distinguirse perfectamente los detalles: Australia en el centro, sobre ella el sureste de Asia y la Antártida en la parte inferior. Las otras manchas blancas son masas de nubes.

Imagen tomada el 20 de noviembre de 2016 por la sonda MRO. NASA/JPL-Caltech/University of Arizona.

Imagen tomada el 20 de noviembre de 2016 por la sonda MRO. NASA/JPL-Caltech/University of Arizona.

La imagen es en realidad una superposición de dos capturas a distintas exposiciones, ya que la Tierra es mucho más brillante que la Luna. Llama la atención la aparente cercanía entre ambas, pero esto es solo un efecto de la perspectiva: en el momento de la foto, la Luna se disponía a pasar por detrás de la Tierra en su órbita. En realidad la distancia entre las dos es de unas 30 veces el diámetro terrestre.

Este último dato nos recuerda lo difícil que es apreciar las escalas cuando escapamos de la Tierra, algo que ya les traje aquí con algunos de esos magníficos vídeos que se publican por ahí y que nos ayudan a sentirnos todo lo pequeños que realmente somos (aquí y aquí). Así que aprovecho la ocasión para traerles otro más: este vídeo, producido por la agencia espacial rusa Roscosmos, nos enseña cómo sería el aspecto de nuestro cielo si el Sol se reemplazara por alguna otra estrella de las que conocemos, como el sistema Alfa Centauri, Arturo, Vega, Sirio o, en el gran final, Polaris, la estrella polar. ¿Piensan que el Sol es grande? Miren y pásmense.

¿Superluna? No esperen nada espectacular

Será mejor dejarlo claro antes de que se lleven la decepción por ustedes mismos: sí, la luna llena de la noche del domingo al lunes será la más grande desde enero de 1948, y no volverá a estar tan cerca de nosotros hasta noviembre de 2034.

Pero si esperan un espectáculo sobrecogedor como en esas fotografías tomadas con teleobjetivo que muestran gigantescos discos lunares, desengáñense: esta noche la Luna estará a 348.400 kilómetros de nosotros, y la diferencia de estos especialmente cercanos perigeos (máximo acercamiento orbital) es como máximo de unos 160 kilómetros, una minucia en comparación con el abismo que nos separa.

Haciendo una grosera conversión de distancias, imaginen que están sentados en el sofá de casa viendo la tele exactamente a tres metros de distancia. Ahora acérquense al televisor 1,38 milímetros. ¿Lo ven más grande? Solo los ojos muy bien entrenados notarán la diferencia a simple vista.

Imagen de Pixabay.

Imagen de Pixabay.

Dicho todo esto, siempre es una buena ocasión para mirar al cielo y renovar nuestra sorpresa por las maravillas que nos presenta cada noche sin que habitualmente prestemos demasiada atención. Pásmense ante la luna, aunque no sea súper.

¿Pero por qué entonces hablan de «Superluna»? Eso pregúntenselo al astrólogo Richard Nolle. Repito: astrólogo. No astrónomo. Según cuentan por ahí diversas fuentes y confirma él mismo en su web, fue Nolle, astrólogo profesional certificado, quien en 1979 acuñó el término Superluna para la revista Dell Horoscope; cuyo último número, por cierto, nos ofrece una mirada a los tres planetas exteriores para entender «las tendencias en las finanzas globales, los avances tecnológicos, las crisis ideológicas y la geopolítica explosiva».

Con este solemne acto de invención de palabras digno de Matías Martí, Nolle pretendía advertirnos de las «grandes tormentas, terremotos y erupciones volcánicas» causadas por estos perigeos lunares. Pero ¿hay algo de verdad en todo ello? Mareas más fuertes, seguro. En cuanto a lo demás, ha sido objeto de discusión durante largo tiempo.

Precisamente un estudio publicado en septiembre en Nature Geoscience correlacionaba datos sobre estrés mareal y seísmos, para concluir que «los grandes terremotos son más probables durante períodos de elevado estrés mareal», añadiendo que «la probabilidad de que una diminuta grieta en la roca se expanda a una ruptura gigantesca aumenta con los niveles de estrés mareal». Pero cuidado: los propios autores reconocían que «aún falta una clara relación causal entre los pequeños terremotos y la fase de estrés mareal». En resumen, los autores no defienden que el abrazo gravitatorio de la luna provoque los temblores, sino que aquellos que tienen lugar coincidiendo con mareas más intensas (todos los días se producen terremotos) tienen mayor probabilidad de alcanzar niveles catastróficos.

Claro que, si hay que atribuirle a alguien la autoría original de todo esto, desde aquí reclamo la primicia para el maestro Fogerty, quien 10 años antes que Nolle ya nos advertía sobre el influjo de la luna en los terremotos, tormentas y huracanes.

Europa y Rusia, ¿romance espacial a la luz de la Luna?

El desenlace de la carrera espacial de los 50 y 60, con Armstrong ejecutando su famoso paso-salto, fue en cierto modo una victoria inesperada para el bando estadounidense. La Unión Soviética había ganado en todas las metas previas: entre otras, el primer satélite (Sputnik 1, 1957), el primer animal en órbita (Laika, 1957), el primer hombre en el espacio (Yuri Gagarin, 1961), el primer paseo espacial (Alexei Leonov, 1965) y las primeras sondas lunares no tripuladas.

Después, la historia es sabida: EE. UU. pisó la Luna cinco veces más después de Armstrong y Aldrin, pero la pérdida del interés público y político resultó en la cancelación de las tres últimas misiones Apolo planeadas, las 18, 19 y 20, mientras la NASA veía cómo su financiación se desplomaba. Por su parte, la URSS se concentró en las misiones no tripuladas y en las estaciones espaciales, logrando también situar la primera en órbita en 1971, Salyut 1.

Han pasado 43 años desde que el hombre pisó la Luna por última vez. En este casi medio siglo la Unión Soviética se ha desarbolado, nuevas potencias han saltado a la arena espacial (Europa, China, India, Japón, Canadá…), y la exploración más allá de la órbita baja terrestre se ha concentrado en las misiones no tripuladas, más baratas y rentables desde el punto de vista científico. En este período, la ciencia espacial ha progresado espectacularmente, pero la ausencia del factor humano ha alejado al público de la aventura del espacio. La interesante ciencia que se practica a bordo de la Estación Espacial Internacional apenas logra abrirse camino en las páginas de los medios. De hecho, solo Alfonso Cuarón y su Gravity han conseguido atraer el interés general hacia la única presencia humana actual más allá de nuestro planeta.

Algunos analistas hablan de una nueva edad de oro de las misiones tripuladas, aunque de momento se trata solo de embriones de planes. La NASA ya tiene una nueva cápsula, Orión, pero aún necesita un cohete que la lleve de un lugar a otro. La agencia estadounidense tiene la vista puesta en Marte, un caro sueño para el que no tiene dinero. China también baraja misiones tripuladas más allá de la órbita baja.

Rusia ha anunciado que pretende enviar misiones tripuladas a la Luna, y hace unos días puso fecha a estos planes: 2029. Cinco años antes, una sonda llamada Luna 25 o Luna-Glob se posará en el polo sur lunar para estudiar la posibilidad de fundar allí una base permanente. Este proyecto se ha demorado ya varias veces desde que empezó a concebirse en 1997, pero se diría que ahora va en serio; el pasado junio, la agencia espacial rusa Roscosmos presentó un modelo de la sonda en una feria aeroespacial en París.

Además de esto, otro factor aporta más solidez al proyecto lunar de Rusia. Hace dos semanas, la BBC reveló detalles de una misión conjunta ruso-europea llamada Luna 27 que dentro de cinco años explorará el polo sur lunar en busca de los recursos necesarios con vistas a esa base permanente, un objetivo que forma parte de los planes de la ESA y que cuenta con el respaldo del nuevo director general de la agencia, el alemán Johann-Dietrich Wörner.

Concepto de la ESA para una base lunar, diseñada por el estudio del arquitecto Norman Foster. Imagen de ESA / Foster + Partners.

Concepto de la ESA para una base lunar, diseñada por el estudio del arquitecto Norman Foster. Imagen de ESA / Foster + Partners.

¿Veremos a los astronautas europeos (re)conquistando la Luna? La colaboración entre dos grandes agencias como la rusa y la europea sería crucial para alcanzar metas tan ambiciosas. Pero al mismo tiempo, no parece que la tendencia actual del gobierno ruso avance hacia una mayor apertura en materia de ciencia, sino más bien al contrario: la semana pasada, la revista Nature informaba de una decisión de Vladimir Putin que camina de vuelta hacia los tiempos de oscurantismo y opacidad de la URSS.

En mayo, Putin amplió una ley de 1993 que obligaba a los científicos a obtener aprobación del Servicio Federal de Seguridad (el neo-KGB) para publicar resultados de interés industrial o militar. Con el nuevo decreto, esta exigencia se extiende a todo lo que se denomina «nuevos productos». Tal vez por la vaguedad de este término, y según Nature, un instituto de biología de Moscú ya ha comunicado a sus investigadores que todos los estudios deberán pasar el filtro de seguridad.

La pregunta es obvia: en un campo tan estratégico como el de la tecnología espacial, ¿podrá Europa confiar en el futuro de una alianza con un socio tan suspicaz?