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La historia del hotel de safari donde Isabel de Inglaterra se convirtió en reina (2)

En octubre de 2021 el actual Treetops, el sucesor del hotel donde la princesa Isabel de Inglaterra se convirtió en reina sin aún saberlo, cerró sus puertas, tras más de un año de pandemia sin recibir visitantes. A los cierres de fronteras y otras restricciones a los viajes se unía que, con un virus respiratorio cabalgando libremente por el planeta, a nadie le parecía la idea más sensata del mundo pagar un precio abultado para compartir un espacio estrecho durante toda una noche con un montón de desconocidos.

Aunque, que yo sepa, aún no hay noticias concretas sobre su reapertura, no me cabe duda de que llegará. El pasado febrero —cuando se cumplían 70 años de la visita histórica de Isabel y su esposo— el periodista del Mail Online Robert Hardman visitaba el hotel cerrado y observaba que todo estaba en perfecto estado de revista apuntando a una posible próxima reinauguración (este verano yo solo conseguí acercarme a la cancela, cerrada a cal y canto). Más dudoso parece el destino del Outspan Hotel, el establecimiento original que ha servido como base para las excursiones al Treetops, situado a unos kilómetros. El Outspan también permanece cerrado y, según Hardman, está a la venta.

Pero si es seguro que el Treetops superará la COVID-19, en cambio no parece tan claro su futuro a largo plazo, por otros motivos muy distintos. Durante décadas el famoso hotel-árbol, en su segunda encarnación después de que el primero ardiese a manos de la guerrilla del Mau Mau, se ha debatido entre la tentación de exprimir el negocio al máximo y la necesidad de conservar el entorno natural, sin el cual se acabó el negocio. Sobre cuál ha sido el balance de este conflicto, puede haber opiniones, pero también hay datos que no son opinables.

El Treetops en 1992. Imagen de Javier Yanes.

En tiempos de la construcción del Treetops original, en 1932, el hotel en el árbol se encontraba rodeado por el espeso bosque húmedo de las faldas de los Aberdares, una región densamente poblada de fauna. En la época de la visita de los príncipes ingleses, 20 años después, ya se había constituido el Parque Nacional de Aberdare; este y su área de conservación demarcan las fronteras entre la zona destinada solo a la conservación de la naturaleza y las tierras cultivables. La situación del Treetops, justo en el extremo de una lengua del parque que se extendía desde las cumbres hacia las tierras más bajas, lo convertía en el lugar más accesible donde se podía disfrutar de aquella profusión de fauna; era el límite exterior de toda aquella inmensa naturaleza salvaje de los Aberdares.

Sin embargo, en las décadas posteriores el desarrollo y la expansión humana lo han ido acorralando. La antigua ruta migratoria de los elefantes en la que se construyó el Treetops cayó en desuso, y las granjas y plantaciones se extendieron. En época más reciente, el parque se ha vallado casi en su totalidad para impedir que la fauna salvaje invada los cultivos y para proteger el espacio natural de la presión humana, sobre todo de la caza furtiva de rinocerontes.

Ya en nuestros tiempos, lo que se contempla desde la terraza superior del Treetops no es una vasta extensión de una África intacta; las granjas saltan a la vista, y también se atisba el intenso tráfico de la carretera principal que discurre por el valle. En cambio, otros muchos alojamientos similares que proliferaron después por toda África tienen ubicaciones más aisladas de la huella humana. Sin ir más lejos, en el propio parque de Aberdare se abrió en 1969 The Ark Lodge, un hotel de funcionamiento semejante al Treetops que se ubica en una zona más profunda del bosque.

Pero si esta parte del deterioro del enclave no es achacable a los propietarios del Treetops, otra sí lo es. Cuando en 1957 se construyó el segundo Treetops, al otro lado de la misma charca donde se hallaba el primero, los Walker quisieron aprovechar el tirón de la fama que el lugar había adquirido gracias a la visita real, y erigieron un nuevo hotel de mayor tamaño. Para tratar de mantener el espíritu original se levantó sobre postes de madera, pero esto ya era más un golpe de efecto que otra cosa, puesto que ya no era una cabaña sobre un árbol, sino una construcción sobre el suelo en torno a un árbol. Por entonces el Treetops aún estaba rodeado por un espeso bosque (compárense estos vídeos con la foto de 1992 que aparece más arriba).

En su primera versión el nuevo Treetops acogía a solo 14 visitantes, pero no tardó en ampliarse a 35 habitaciones, convirtiéndose en una enorme mole de madera cada vez más alejada de lo que un día fue. Los animales seguían acudiendo a la charca, ya que se acostumbran también a la presencia humana y sus construcciones, pero evidentemente la experiencia ya distaba mucho de lo que debió de ser en aquellos primeros tiempos.

Pero la masificación y la presión de la huella humana no han sido ni mucho menos los únicos azotes del Treetops y de su entorno natural. Durante décadas se ha mantenido la costumbre de esparcir sal junto a la laguna para atraer a los animales. Aunque aún no se conoce con todo detalle por qué los herbívoros tienen esta necesidad en su dieta, sí se sabe desde antiguo que acuden a lamer los suelos ricos en minerales allí donde afloran de forma natural, pero también en los lugares donde se dispersa sal común. La sal vertida durante años y años frente al Treetops ha matado la mayor parte de la vegetación circundante, a su vez atrayendo continuamente grandes manadas de elefantes que han aniquilado el antiguo bosque en torno a la charca.

El resultado de todo ello es que actualmente el panorama frente al Treetops consiste en una laguna rodeada por un mar de fango, sobre el que se dispersan algunas islas de arbolado fuertemente valladas para protegerlas de los elefantes. Y al fondo, las granjas y la carretera general. En fin, ya no es precisamente la imagen de la África prístina y salvaje que muchos turistas llegan buscando.

Y sí, en todo este contexto, también los animales han descendido drásticamente. Esto es claramente apreciable, pero hay datos concretos. Encontré una tesina de licenciatura elaborada en 2013 por Aimee Leigh Massey, estudiante de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Universidad de Michigan. Massey reunió los recuentos de animales en Treetops y The Ark que los llamados cazadores de guardia (una denominación ya obsoleta que necesitaría una repensada; en Kenya la caza está prohibida desde los años 70) han mantenido durante décadas. Y como ya saltaba a la vista, la pérdida general de animales ha sido mucho mayor en el Treetops.

«Encuentro fuertes evidencias del efecto orilla en el enclave más próximo a la frontera (Treetops); este enclave registró las pérdidas más fuertes en números totales de población de fauna salvaje, en biomasa agregada de fauna salvaje, en riqueza de especies y en índices compuestos de diversidad de especies», escribía Massey, señalando que este declive ha sido mucho más pronunciado desde mediados de los 90; incluso a pesar de que el vallado del parque, que comenzó en 1989, consiguió un leve repunte, ya en este siglo la caída ha sido drástica, y la antigua variedad de especies en la charca del Treetops ha quedado reducida casi en exclusiva a elefantes y búfalos. «En contraste, las poblaciones de fauna salvaje cerca de las áreas centrales (The Ark) parecen haberse mantenido relativamente estables a lo largo de los años», añade la autora.

Y curiosamente, aunque en internet abundan los comentarios muy negativos de estancias en el Treetops, parece que los turistas no se quejan tanto por la degradación medioambiental del lugar o por el pálido remedo actual de lo que fue un enclave único en su género, sino por el alojamiento en sí: critican que era incómodo, apretado, oscuro y frío (¡no hay calefacción!, protestaban algunos), que las habitaciones eran muy pequeñas, que los baños eran comunes y que la comida no era deliciosa. Todo lo cual resulta bastante delirante: ¿qué demonios esperaban? ¿Qué pensaban que habían contratado? ¿Para qué iban al Treetops?

Si el Treetops, no siendo barato, aún tenía precios relativamente asequibles para no millonarios como un servidor, era precisamente por esas incomodidades, por haber mantenido un deliberado perfil bajo. Sin infinity pools ni jacuzzis o camas de dos metros bajo las estrellas. Nadie dijo nunca que fuese un lodge de lujo; el lujo era la experiencia, el entorno. Incluso la entonces princesa Isabel, cuyos estándares de vida estaban bastante por encima de los del visitante medio del Treetops, durmió allí en un catre plegable, no en la estupenda cama de matrimonio que aparece retratada en la serie The Crown (no recuerdo dónde leí este dato, pero debió de ser en uno de los libros sobre el Treetops que tengo en mi biblioteca). Y no se quejó de incomodidad.

Por desgracia, se diría que ahora los propietarios actuales han decidido atender más a las necesidades de ese sector de público más preocupado por el tamaño de la cama que por la conservación del entorno natural. En 2012 el Treetops cerró temporalmente para una renovación profunda. Se construyó un tercer piso que hizo desaparecer la antigua azotea diáfana con visión de 360°, y con el que el Treetops ha machacado por completo lo poco que aún podía quedarle del espíritu original del hotel-árbol; ya parece un simple bloque de apartamentos. Se redujo el número de habitaciones de 50 a 36 para hacerlas más grandes y con baño incorporado. A juzgar por las fotos —no lo he visitado desde entonces—, se decoró todo el hotel en el estilo tan de moda que llaman safari chic, muy lejos del antiguo aire de refugio en la selva (selva que ya tampoco existe).

El Treetops en 2015, tras la ampliación. Imagen de Make it Kenya – Stuart Price / Flickr / dominio público.

Decoración del Treetops actual en 2015, tras la ampliación. Imagen de Make it Kenya – Stuart Price / Flickr / dominio público.

En fin, parece obvio que los propietarios actuales apuntan a un sector de mercado más alto, y que el Treetops dejará de ser asequible para los no millonarios como un servidor. Una pena. Pero aunque los clientes dejen de quejarse de los cuartos pequeños y de la comida de rancho, mientras siguen sin protestar por la degradación del entorno, lo cierto es que el Treetops se enfrenta a una dura supervivencia cuando hoy ese sector pudiente puede encontrar por toda África muchos otros alojamientos con unos estándares de lujo muy superiores a los que un bloque de apartamentos puede llegar a ofrecer, y que además aún se encuentran enclavados en entornos prístinos como lo fue el del Treetops en sus orígenes.

Y si todo lo anterior puede sonar a la lamentación de un nostálgico empedernido (que lo es), vayan aquí las palabras tristemente proféticas de la tesina de Massey sobre la degradación del entorno natural del Treetops: «A menos que estos problemas se resuelvan, los números de fauna en el Treetops continuarán declinando hasta el punto en el que el lodge perderá su atractivo para los turistas y su capacidad de generar ingresos».

La historia del hotel de safari donde Isabel de Inglaterra se convirtió en reina (1)

Hay un lugar en el mundo en el que Isabel de Inglaterra se acostó por la noche como princesa para levantarse a la mañana siguiente como reina, aunque ella no supo de esta circunstancia hasta varias horas más tarde. El 5 de febrero de 1952 ella y su esposo, el príncipe Felipe, pasaron la noche en el hotel Treetops de Kenya, por entonces aún una colonia británica que la pareja visitó como escala en su gira prevista por la Commonwealth que los llevaría hasta Australia y Nueva Zelanda.

Durante su estancia en aquel refugio en la selva kenyana, la propia joven filmó con su cámara cómo dos antílopes acuáticos se batían en duelo hasta la muerte de uno de ellos. Pero el viaje quedó truncado al día siguiente; tras la muerte del rey Jorge VI mientras dormía, la ya nueva reina y su marido regresaron de inmediato a Londres para hacer efectiva la proclamación.

La historia de cómo y dónde la joven Isabel de Windsor accedió al trono del poderoso Imperio británico es bastante conocida en su país natal, y por supuesto también en la nación africana donde sucedió. La serie de Netflix The Crown la ha dado a conocer al resto del mundo (aunque, como veremos, el escenario retratado es muy poco fiel a la realidad). Aquel episodio casi novelesco sirvió además para popularizar el Treetops, un lugar mítico por sus propios méritos que la luctuosa carambola real convirtió después en centro de atracción para famosos y millonarios.

Lo que vengo hoy a contar aquí no es una anécdota monárquica ni la historia de un hotel, aunque tiene algo de ambas. Pero es, sobre todo, el relato de dos conflictos. Uno, que tiene poco que ver con la temática de este blog pero sí mucho con las inclinaciones de su autor, yo mismo, el conflicto entre la África romántica y la real. Otro, con más justificación científica, el conflicto entre el desarrollo turístico y la conservación de las reservas naturales.

En 1932 el militar británico Eric Sherbrooke Walker y su esposa, Lady Bettie Feilding, residentes en la colonia de Kenya, construyeron una cabaña de madera sobre la copa de un mugumo, un ficus arbóreo, en las faldas de la cordillera de Aberdare. Cuatro años antes ambos habían abierto en su propiedad el Outspan Hotel a partir de una antigua granja, y quisieron ampliar la oferta de su alojamiento con aquella casa en un árbol de la selva kenyana para ofrecer a sus visitantes una experiencia única en el mundo, ya que no existía otro hotel semejante.

Hoy cualquier turista en Kenya o en otro destino de safaris tiene miles de alojamientos a su disposición, muchos de ellos habitualmente visitados por los animales, y los recorridos diarios en vehículos por las pistas de los parques nacionales y reservas les sirven las especies típicas de la fauna africana a tiro de cámara. Pero en aquellos tiempos las cosas eran muy diferentes. Aunque los animales estaban menos limitados por el desarrollo y la expansión humana, observar elefantes, rinocerontes o leones en su hábitat natural requería embarcarse en expediciones incómodas y a menudo peligrosas.

Así pues, la idea de los Walker era que su Treetops Hotel sirviera como una plataforma de observación nocturna al estilo de las que utilizaban los cazadores en la India; un lugar en el que sus huéspedes pudiesen dormir en la comodidad y seguridad de un refugio, pero teniendo a sus pies el espectáculo de la naturaleza africana en su más pura esencia. Se dice que el Treetops fue el primer safari lodge de Kenya.

El Treetops original, en el libro escrito por Jim Corbett.

La cordillera de Aberdare (Nyandarua, en kikuyu local), donde se construyó el Treetops, es un lugar habitualmente ignorado por la gran mayoría de los circuitos turísticos en Kenya; un error, dado que es un lugar de inmensa belleza y riqueza animal; un error afortunado, dado que eso lo ha mantenido hasta hoy como una joya oculta donde uno puede escapar de las hordas turísticas de otros parques. Desde el valle a sus pies las montañas ascienden hasta los 4.001 metros de su pico más alto, Ol Donyo Lesatima. A lo largo del ascenso se van sucediendo las franjas de vegetación diferentes, la selva húmeda, los bosques de bambú y los bosques de montaña alternados con praderas y páramos desnudos en las tierras más altas. Entre las quebradas discurren arroyos que se desploman en vistosas cascadas, como Gura Falls, la que sobrevolaba la avioneta de los protagonistas en Memorias de África.

El Treetops se sitúa en la parte más baja, a 1.966 metros de altura, donde la densidad de fauna es mucho mayor que en cotas más elevadas. En tiempos de los Walker el enclave elegido se hallaba en una ruta migratoria de elefantes entre los Aberdares y el Monte Kenya (con 5.199 metros, la segunda montaña más alta de África), situado al otro lado del valle. Esta ruta ya no existe, cortada por la carretera que discurre por el valle y por las plantaciones que se extienden a ambos lados. Hoy el Treetops aún se encuentra en el territorio del Parque Nacional de Aberdare, pero en un extremo denominado el Saliente, a menos de un kilómetro del límite del parque.

Originalmente el Treetops era una cabaña rústica con solo dos habitaciones, junto a una charca que atraía a los animales. Los huéspedes llegaban allí escoltados por un cazador armado y trepaban al refugio por una escalerilla que después se recogía para evitar incursiones de la fauna local. En el Treetops se veía atardecer, se servía la cena, y después los huéspedes podían pasar el tiempo que quisieran o aguantaran despiertos observando a los animales que acudían a la charca. Elefantes, rinocerontes, búfalos, jabalíes, antílopes y monos eran visitantes habituales, a los que ocasionalmente se añadía algún león o leopardo.

Ya antes de la visita real (que tuvo lugar por invitación de los Walker), el Treetops era muy popular entre la élite de la Kenya blanca y sus visitantes adinerados. Por la exclusividad de la experiencia, se decía que era el hotel más caro del mundo, pero con una larga lista de espera. Por entonces se contaban las rocambolescas extravagancias de sus excéntricos huéspedes; en aquellos años Kenya era un patio de recreo del Imperio, donde los británicos se soltaban los nudos del corsé de la estirada sociedad de su patria. El Treetops fue escenario de escándalos amatorios y de excesos propiciados por el alcohol, como el de una señorita que pidió ser descolgada por una soga para firmar el culo de un elefante con una tiza atada a un taco de billar. No lo logró, por cierto.

Con motivo de la visita de los príncipes el alojamiento se amplió a cuatro habitaciones, añadiendo postes de madera para sostener la estructura de mayor tamaño. El episodio 2 de la primera temporada de The Crown parece recrear bastante fielmente el aspecto del Treetops en aquella época, aunque todo lo demás está mal: aquello no es una llanura de sabana seca, sino un bosque húmedo de montaña. Las jirafas, cebras e hipopótamos que aparecen en la serie nunca se han visto por allí. Y aunque los protagonistas aparecen acalorados y despechugados durante su estancia nocturna, nada más lejos: también en el ecuador las noches a casi 2.000 metros son gélidas, y las lluvias y nieblas son muy frecuentes.

La imagen del Treetops en la época de la visita de la princesa Isabel en 1952, en la portada del libro escrito por Jim Corbett.

Hoy aún se conserva la página del registro del Treetops correspondiente a la jornada de la histórica visita, la noche número 794 de las estancias en el hotel; la hoja está firmada por los príncipes, sus respectivos asistentes personales (Lady Pamela Mountbatten y el comandante Michael Parker), los Walker y su hija Honor, y el coronel Jim Corbett, célebre cazador de tigres en la India, por entonces ya retirado y residente en el Outspan, y que ejercía como cazador de guardia. Corbett anotó los animales vistos: muchos elefantes, antílopes acuáticos —incluyendo los dos que pelearon a muerte—, rinocerontes y babuinos.

Después, Corbett escribiría: «Por primera vez en la historia del mundo, una joven trepó a un árbol un día siendo una princesa, y después de pasar la que describió como su experiencia más excitante, descendió del árbol al día siguiente como reina; Dios la bendiga».

Hasta aquí, la historia digamos dulce, rosa, romántica. La única que se contó entonces, y que incluso hoy en muchas ocasiones sigue siendo la única. Pero hay otra.

Tres años antes de la visita real, el creciente malestar de los nativos kikuyus contra la dominación colonial había estallado en una rebelión armada: el Mau Mau. La guerrilla se refugiaba en la profundidad de sus bosques ancestrales en las montañas de Aberdare y el monte Kenya. La situación era tan peligrosa que los encargados de la seguridad en el viaje de los príncipes desaconsejaron la visita a Kenya, pero se decidió no cancelarla por puro orgullo imperial.

Durante la estancia de los príncipes en Kenya su seguridad corrió a cargo del jefe de la fuerza policial colonial, Ian Henderson, quien lideraría toda la lucha contra el Mau Mau. Henderson ha pasado a la historia con una reputación ambigua; fue varias veces condecorado en su país, pero no solo le consideraban un carnicero sus enemigos kenyanos: en décadas recientes historiadores británicos han documentado y publicado las innumerables torturas, ahorcamientos, mutilaciones, violaciones y otros muchos abusos cometidos bajo sus órdenes.

Meses después de la visita real, en octubre del 52, la situación en las tierras altas centrales de Kenya (la región más colonizada, el territorio de los kikuyus) derivó a una guerra abierta. Se decretó el estado de emergencia y el Treetops cerró, pero los Walker lo ofrecieron como puesto de vigilancia para los King’s African Rifles, el regimiento colonial. Las tropas británicas perseguían a los Mau Mau por la selva, y la Royal Air Force bombardeaba los presuntos cuarteles ocultos en los Aberdares.

El 27 de mayo de 1954 el Mau Mau prendió fuego al Treetops, que quedó destruido. De sus cenizas los Walker rescataron la placa que habían colocado en conmemoración de la visita real, en la que se lee: «En este árbol mgumu su alteza real la princesa Isabel y su alteza real el duque de Edimburgo pasaron la noche el 5 de febrero de 1952. Estando aquí, la princesa Isabel accedió al trono por la muerte de su padre el rey Jorge VI».

Placa conmemorativa de la visita real al Treetops, rescatada del incendio del Treetops original. Imagen de Mikerigg / Wikipedia.

Aquel fue el fin del Treetops original, pero no el fin del Treetops. Mañana continuaremos con esto y con el segundo conflicto, el de desarrollo vs conservación. Pero con respecto al primer conflicto, el de romanticismo vs realidad, por aquella época también el NO-DO franquista en España mostraba a los alegres británicos en su recreo kenyano, y a los sanguinarios, bestiales y feroces terroristas del Mau Mau, un nombre que aún los españoles de mayor edad recuerdan con terror por lo que la propaganda de la época contaba aquí de ellos.

La guerra del Mau Mau fue terrible y atroz por ambas partes. Pero lo que la propaganda no contaba es que sus principales víctimas fueron los propios kikuyus: el balance de muertos fue de 32 colonos, pocos cientos de soldados británicos, y decenas de miles de kikuyus. Para esta tribu fue una guerra civil, ya que los clanes y los poblados se dividían entre los leales a la colonia y los rebeldes. Estos sometían a sus reclutas a un juramento bajo castigo de muerte, lo que llevó a los Mau Mau a cometer brutales masacres contra su propio pueblo. Y a ello se unieron los campos de concentración donde los británicos hacinaban a poblaciones enteras, sin importar si eran rebeldes o no, y donde cientos o miles murieron de hambre, enfermedades y ejecuciones.

La guerra del Mau Mau decayó a partir de 1956 con el apresamiento y la posterior ejecución de su líder, Dedan Kimathi. Los coletazos finales en los años posteriores terminarían con la independencia de Kenya en 1963. Pero antes de eso, en 1957, el Treetops había vuelto a la vida, reconstruido sobre un castaño en la orilla opuesta de la misma charca. Como contaremos mañana.

La última aventura de Richard Leakey

Hasta hace no mucho se manejaba la cifra de unos 100.000 años como la edad de nuestra especie, y este dato continúa apareciendo en muchas fuentes, incluyendo los libros de texto (algunos no nos quejamos de los abultados precios de los libros de texto si esto se justifica por el coste de actualizarlos; pero si es así, que por favor realmente los actualicen, que algunos se han quedado anclados en la ciencia de mediados del siglo pasado). Esta frontera temporal se rompió hace tiempo, empujando el origen de la humanidad hasta los 200.000 años en África oriental, aunque en Marruecos se han hallado restos de Homo sapiens de rasgos arcaicos de hace 300.000 años. Pero esta semana la revista Nature le ha dado un nuevo empujón a la prehistoria de nuestra especie en el este de África, con una datación que otorga una edad de 230.000 años a unos restos encontrados hace décadas en Omo, Etiopía.

Lo cual me da ocasión para hablar de quien dirigió aquellas excavaciones en Omo en los años 60 y 70, ya que se trata de todo un personaje que falleció el pasado 2 de enero, y a quien hace unos días prometí dedicarle unos párrafos. Porque, si quienes somos africanistas apasionados y además nos dedicamos a contar la ciencia no le dedicamos un obituario a Richard Leakey, ¿quién va a hacerlo?

Richard Leakey. Dibujo de Patrick L. Gallegos. Imagen de ELApro / Wikipedia.

Richard Leakey. Dibujo de Patrick L. Gallegos. Imagen de ELApro / Wikipedia.

A quien tenga algún interés por la paleoantropología, o por la historia de la conservación natural, o simplemente por África en general, no le resultarán extraños los nombres de Louis y Mary Leakey. Esta pareja de paleoantropólogos anglo-kenianos —Louis era hijo de misioneros anglicanos, de los que pueden casarse, en el entonces protectorado británico de África Oriental— estableció el origen de la humanidad en el este de África, sobre todo a través de sus descubrimientos en Olduvai. Louis Leakey fue también quien creó el grupo de las Trimates (juego de palabras entre trío y primates) o los Ángeles de Leakey, las tres mujeres que dedicaron su vida a la investigación y la protección de los grandes simios: Jane Goodall con los chimpancés en Tanzania, Dian Fossey con los gorilas de montaña en Ruanda, y Biruté Galdikas con los orangutanes en Borneo.

Louis y Mary tuvieron tres hijos: Jonathan, Richard y Philip. Los niños Leakey tuvieron una infancia libre y salvaje en África, viviendo en tiendas en la sabana y excavando con sus padres. Más allá del romanticismo que evoca la idea de aquel tiempo y lugar, fue también una época muy convulsa y sangrienta. En los años 50 el viejo poder colonial británico se desmoronaba. Quienes aún querían hacer de Kenya «el país del hombre blanco» respondieron con enorme brutalidad a la igualmente enorme brutalidad de la rebelión nativa del Mau Mau. Louis, como miembro de una saga familiar que ya entonces era muy prominente allí, tuvo un papel contradictorio: por un lado defendía los derechos de los nativos kikuyu y abogaba por un gobierno multirracial, pero al mismo tiempo fue reclutado para la defensa de los colonos blancos, hablando y actuando en su nombre.

Mientras, los niños Leakey vivían el final de una época y el comienzo de otra, un cambio tan turbulento como lo eran sus propias vidas. De los tres hijos de los Leakey, Richard comenzó a ganarse el perfil de personaje novelesco desde bien pequeño. La primera vez que estuvo a punto de morir fue a los 11 años, cuando se cayó de su caballo y se fracturó el cráneo. No solo sobrevivió, sino que además la reunión de la familia en torno al pequeño en peligro de muerte consiguió que Louis no abandonara a Mary por su secretaria.

Ya de adolescente, Richard se alió con su amigo Kamoya Kimeu, desde entonces su mano derecha y después ilustre paleoantropólogo keniano, para montar en la sabana un negocio de búsqueda y venta de huesos y esqueletos de animales, que después derivó hacia los safaris. Por entonces obtuvo su licencia de piloto y fue desde el aire como observó el potencial del lago Natron (entre Kenya y Tanzania) para la búsqueda de fósiles. La actitud de Richard hacia la profesión de sus padres era ambivalente: por un lado, fue el único de los tres hermanos que eligió seguir la vocación científica de sus padres, a pesar de que no se llevaba demasiado bien con la idea de seguir los caminos marcados. Pero al mismo tiempo le molestaba que no le tomaran suficientemente en serio, para lo cual había una razón: nunca fue capaz de completar estudios.

Lo intentó en Inglaterra con su primera esposa, Margaret, pero solo tuvo paciencia para obtener su graduación de bachillerato. Cuando ya había superado los exámenes para entrar en la universidad, en lugar de eso regresó a Kenya. Allí comenzó a montar lo que después serían los Museos Nacionales de Kenya, al tiempo que, con el apoyo de su padre, emprendía excavaciones en Etiopía —donde estuvo nuevamente a punto de morir cuando los cocodrilos se comieron su bote— y en el lago Rodolfo, hoy Turkana, en el norte de Kenya. Kimeu y otros colaboradores comenzaban a destellar con grandes hallazgos de restos de varias especies humanas, como Homo habilis y Homo erectus.

Una gran parte de lo que hoy sabemos de la evolución humana en el este de África se debe a las excavaciones dirigidas por Leakey. Pero en realidad muchos de aquellos hallazgos y su estudio científico fueron obra de sus colaboradores formados en la universidad, de quienes Leakey sentía celos por su propia falta de formación. Y al mismo tiempo, otros le envidiaban; de Donald Johanson, el descubridor de la famosa australopiteca Lucy, en un tiempo colaborador de Leakey y después rival, se ha dicho que él realmente quería ser Richard Leakey.

En 1969 se le diagnosticó una enfermedad renal terminal. Los médicos le dieron diez años de vida. Cuando comenzó a empeorar, recibió un trasplante de su hermano Philip, pero lo rechazó. Una vez más estuvo al borde de la muerte. De nuevo sobrevivió y salió adelante. Divorciado de su primera esposa, en 1970 se casó con la también paleoantropóloga Meave Epps, quien tomaría —junto con su hija Louise— el principal relevo de la tradición científica familiar con descubrimientos de gran alcance como el del Kenyanthropus platyops, una rama temprana del linaje humano. En 2009 tuve la ocasión de entrevistar en Madrid a Meave Leakey, una gran dama, cercana y cordial. Le pregunté cuándo tendríamos por fin una idea clara sobre la historia de la evolución humana. Me respondió que dentro de unos cien años, y a fecha de hoy aún no sé si se estaba quedando conmigo. Es lo que tiene la sutileza del humor británico.

Meave Leakey en 2014. Imagen de Pierre-Selim / Wikipedia.

Meave Leakey en 2014. Imagen de Pierre-Selim / Wikipedia.

En 1989 Richard se apartó definitivamente de la paleoantropología cuando el presidente keniano, Daniel arap Moi, le ofreció dirigir el departamento de conservación de fauna, poco después renombrado como Kenya Wildlife Service (KWS). El nombramiento fue recibido con sorpresa, ya que Leakey y Moi no eran precisamente amigos. El que fue el segundo presidente de Kenya después del héroe de la independencia, Jomo Kenyatta, gobernó el país como una dictadura fáctica, cruel y corrupta. Aquello le llevó a perder la confianza de los donantes internacionales, quienes además protestaban por la sangría de elefantes que se estaba cobrando la caza furtiva en Kenya (la caza es ilegal en todo el país desde 1977). Muchos vieron en la designación de Leakey un intento de agradar a la comunidad internacional.

Pero también es cierto que, si alguien podía actuar de forma contundente contra el furtivismo, nadie mejor que Leakey. Nótese que no estamos hablando de lugareños que cazan para su propio consumo; el perfil del furtivo en África no es, pongamos, el del extremeño. En África los furtivos son mercenarios, grupos fuertemente armados que aprovechan cualquier oportunidad para asaltar y a menudo matar a quienes tienen la desgracia de cruzarse en su camino.

Leakey emprendió una cruzada contra los furtivos, dotando patrullas armadas hasta los dientes con la orden de disparar antes de preguntar. Al estilo Leakey, organizó en el Parque Nacional de Nairobi un acto público de incineración de 12 toneladas de marfil incautado a los furtivos, que fue noticia en todo el mundo. Los restos carbonizados de aquellos colmillos hoy todavía pueden verse en el emplazamiento de la pira en el parque.

Pero si Moi esperaba con aquello corromper a Leakey y atraerlo a su bando, no lo consiguió. Leakey podía ser muchas cosas; hay quienes lo han calificado como ególatra, arrogante o engreído. Pero nunca se puso en duda su honradez. Las chispas saltaron entre él y el presidente. En 1993 Leakey pilotaba su avioneta cuando el motor falló y el aparato cayó al suelo. Una vez más sobrevivió milagrosamente, pero perdió las dos piernas por debajo de la rodilla. Él siempre mantuvo que la avioneta había sido saboteada, aunque nunca hubo pruebas. Poco después Moi acusó a Leakey de corrupción, y en 1994 este dimitió del KWS para crear su propio partido político, Safina, El Arca. El gobierno hizo todo lo que pudo por bloquear su reconocimiento legal, y lo consiguió durante años.

Pero todo aquello no era contemplado con buenos ojos por los donantes internacionales, que bloquearon las ayudas a Kenya debido a la corrupción galopante en el país. Como respuesta, Moi nombró a Leakey director de los servicios públicos, una especie de ministro de administraciones públicas. Leakey emprendió una lucha contra la corrupción que incluyó el despido de 25.000 funcionarios. Resultado: dos años después él mismo fue despedido.

Richard Leakey en 2010. Imagen de Ed Schipul / WIkipedia.

Richard Leakey en 2010. Imagen de Ed Schipul / WIkipedia.

Expulsado de la política keniana, emigró a EEUU, donde se dedicó a la conservación de la naturaleza africana. La Universidad Stony Brook de Nueva York le fichó como profesor de antropología, convalidando su falta de estudios con una vida dedicada a la investigación. Regresó a Kenya en 2015 cuando el entonces y actual presidente, Uhuru Kenyatta (hijo de Jomo), le ofreció la presidencia del KWS. Desde entonces y hasta su muerte el pasado 2 de enero de 2022 se ha dedicado a las políticas de conservación. Ya durante este siglo sobrevivió a un nuevo trasplante de riñón, a otro de hígado y a un cáncer de piel. Parecía inmortal. Pero finalmente nadie lo es.

Y si todo lo anterior les ha parecido una vida de película, frente a la cual incluso la de un Hemingway parecería aburrida, no son los únicos: hace unos años se anunció que Angelina Jolie iba a dirigir un biopic sobre Leakey con su entonces marido Brad Pitt en el papel de Richard. El proyecto tenía incluso un título, África (no muy original que digamos, es cierto), y un guion que el propio Leakey leyó y sobre el que protestó porque, según se dijo, el excesivo contenido de violencia y sexo iba a impedirle verla con sus nietos.

Pero a los problemas de presupuesto —es muy caro filmar en Kenya, aunque todo ese dinero nunca se nota en mejoras para la población local— se sumó la separación de la pareja estelar. Angelina ya no quería trabajar con su ex. Se dijo entonces que el proyecto continuaba sin ella, pero eso fue todo. Por mi parte, ignoro si sigue vivo o si se abandonó definitivamente. Ojalá algún día pudiéramos ver terminada esta película; aunque, por desgracia, el propio Leakey ya no podrá verla con sus nietos.

El mayor espectáculo del mundo se rompe en dos (dentro de millones de años)

Esta semana ha sido noticia, si bien de las que apenas nos interesan a unos pocos, el arañazo de varios kilómetros de longitud que se ha abierto de repente en el suroeste de Kenya. Ha ocurrido alrededor de la carretera de Mai Mahiu a Narok, una ruta bien conocida para todos los que frecuentamos aquellos lugares, ya que se trata de la vía más directa que une la capital, Nairobi, con la reserva de Masai Mara.

La grieta apareció en realidad hace un par de semanas, aunque la noticia ha tardado algunos días en propagarse a través de la red. El jueves lo contaba mi compadre Miguel Criado en la web de El País. El desgarrón en el suelo puede apreciarse en este vídeo tomado desde un dron para el diario kenyano Daily Nation:

El lugar donde esto ha sucedido es la sede del mayor espectáculo natural del mundo, el Gran Valle del Rift, una fractura en la faz de la Tierra que se extiende a lo largo de unos 6.000 kilómetros, desde Mozambique, al sur, subiendo por la región de los grandes lagos al este de África, cruzando el mar Rojo y terminando en el Líbano. Pero lo que lo convierte en el mayor espectáculo del mundo no es solamente una curiosidad geológica, sino sobre todo la explosión de vida que allí ha tenido lugar y que aún a duras penas se conserva.

En el sector de África Oriental, donde mejor se distingue la geografía del valle, se asientan lagos como Turkana, Nakuru, Elmenteita y Bogoria, que han ido acumulando sales a lo largo de millones de años y que congregan inmensas bandadas de flamencos y otras especies. Los lagos de agua dulce como el Naivasha, el Victoria o el Baringo, junto con sus muchos ríos y arroyos, mantienen una cantidad y variedad de animales que no pueden observarse con tanta facilidad en ningún otro lugar del planeta. La ranura que forma el valle en el paisaje africano se ve agujereada por cráteres de antiguos volcanes como el Suswa o el Longonot.

Y por supuesto, en el ecosistema formado por Masai Mara y el Serengeti se representa año a año el mayor movimiento de megafauna de la Tierra, la Gran Migración de millones de ñus, cebras, gacelas y otros herbívoros siguiendo los ciclos de las lluvias y sirviendo como enorme supermercado para miles de carnívoros. Por si aún fuera poco, durante décadas se ha considerado que el Rift era la cuna de la humanidad, dado que allí se han encontrado los restos de algunos de nuestros ancestros más antiguos. Y aunque hoy existen otras regiones candidatas en el continente africano, incluso si el Rift no llegó a ser el paritorio del ser humano, al menos sí fue el primer parquecito donde aprendimos a jugar, y no podía existir otro mejor.

He tenido la suerte de poder enseñar todas aquellas maravillas a algunas personas que las descubrían por primera vez, y he disfrutado mucho de su pasmo ante el espectáculo; tanto como si les estuviera revelando algo mío propio, que en cierto modo lo es. Mi itinerario favorito es salir de Nairobi directamente hacia el Rift, ya sea a Naivasha, Nakuru y los lagos del norte o a Masai Mara. Desde las tierras altas fértiles que bordean la capital –Nairobi está a unos 1.700 metros de altura–, la carretera se interna en el terreno ondulado y selvático de la escarpadura Kikuyu, hasta que de repente, detrás de una curva, aparece ese gigantesco cañón que se extiende a izquierda y derecha hasta donde alcanza la vista, tapizado de amarillo frente al verde de la meseta y suavemente levantado en algunas cimas mansas. Mientras la carretera se cuelga de la sierra para ir posándose al fondo del valle, hay varios miradores donde detenerse a dejar vagar la mirada por aquel río de polvo y hierba.

Esta imagen de Google Maps y este mapa (mío propio) les ayudarán a hacerse una composición de lugar. Nairobi aparece abajo a la derecha. El Rift es la franja de color pardo que corre a su izquierda, de arriba abajo, y donde destaca sobre todo el ojo redondo del cráter del monte Suswa. Masai Mara es la región con forma más o menos de trapecio que se ve a la izquierda, debajo de Talek y lindando con la frontera tanzana (la línea blanca). La carretera donde se ha abierto la grieta, la B3, pasa de izquierda a derecha justo al norte del Suswa.

Imagen de Google Maps.

Imagen de Google Maps.

© Javier Yanes / Kenyalogy.com.

© Javier Yanes / Kenyalogy.com.

La noticia de la nueva grieta y el hecho de que haya aparecido en la fractura natural del Rift ha llevado a varios medios a publicar titulares anunciando una casi inminente ruptura de África en dos. Y es cierto que el continente se partirá por esta línea, desgajando la masa de tierra en dos y abriendo un nuevo océano entre ambos bloques. Pero esto no ocurrirá hasta dentro de millones de años, cuando probablemente no quede ningún ser humano aquí para verlo. Y por supuesto, no sucederá de golpe; el Rift se está abriendo, pero a razón de como mucho un par de centímetros al año.

Lo cierto es que hoy los geólogos explican el Rift como una combinación de fenómenos relacionados pero distintos, donde ni todo lo que se ve es, ni todo lo que es se ve. La causa principal de la existencia de esta fractura es la colisión entre las placas tectónicas, los retales flotantes de los que está hecha la superficie terrestre. Desde el este y el norte, la placa India y la Arábiga empujan contra la placa Africana y la están partiendo en dos a través del Rift, donde se abren algunas fallas activas y otras antiguas, ya fosilizadas. El resultado final de este lentísimo proceso serán dos placas separadas que ya tienen nombre, la Nubia al oeste y la Somalí al este. Masai Mara, los lagos del Rift y sus volcanes quedarán entonces sumergidos bajo las aguas.

En cuanto a la nueva grieta, los geólogos ya se han apresurado a aclarar que no, que la idea de que África está comenzando a rajarse rápidamente es una fantasía sin ningún fundamento, y que si bien la trinchera abierta en el suelo de Kenya está relacionada con la inestabilidad del Rift, no es ningún principio de nada cataclísmico.

En el diario The Guardian, el sismólogo Stephen Hicks repasa las pruebas disponibles para concluir que la grieta «no es de origen tectónico», es decir, que no se debe a un brusco movimiento rápido de las placas, sino que probablemente se debe a la erosión por las lluvias recientes. En Twitter, la geóloga Helen Robinson decía: «tras contactar con el director del Servicio Geológico de Kenya a través de mi trabajo en Kenya, se cree que la causa de esto es un rápido flujo de agua subterránea como resultado de lluvias fuertes y repentinas, después de sequías prolongadas».

De hecho, incluso si hubo actividad sísmica en la zona antes de la apertura de la grieta, algo que no parece confirmado, y a pesar de lo que habitualmente podemos ver en las películas de terremotos, el geólogo David Bressan escribe en Forbes: «la idea de que durante un terremoto se abre una gran fisura es más bien una leyenda urbana».

En resumen y según los expertos, esta es la explicación más probable: la grieta no se ha abierto ahora, sino que ya existía, solo que estaba oculta. Tal vez se trate de una falla inactiva fosilizada, que estaba rellena y taponada por materiales sueltos como las cenizas volcánicas de antiguas erupciones. Sobre este suelo inestable se había formado una costra de tierra endurecida por las sequías. Las fuertes lluvias recientes en la región han empapado el suelo y han alimentado corrientes de aguas subterráneas que han arrastrado las cenizas, dejando solo la cáscara superficial que ha terminado por venirse abajo.

De hecho y como también señala Bressan, barrancos como este son frecuentes en la zona y pueden apreciarse incluso en las fotos de Google Maps. Si han visitado aquellos parajes, habrán comprobado que abundan los cauces secos estacionales, pero también que en muchos lugares se abren zanjas en el suelo sin una razón aparente. Y si aún no los han visitado, sepan que no se puede dejar pasar una vida sin conocer el más increíble espectáculo natural del planeta.

Jamás camines con un elefante

La semana pasada, un turista español falleció en el parque nacional de Chebera Churchura, en Etiopía, a causa del ataque de un elefante. Escuché la noticia por primera vez en la radio como un teletipo urgente. En ese momento los medios daban la información como un breve sin ningún tipo de detalles, así que esperé a la ampliación de la noticia en los días siguientes.

Entre los árboles, en el Parque Nacional de Aberdare. Imagen de Javier Yanes.

Entre los árboles, en el Parque Nacional de Aberdare. Imagen de Javier Yanes.

Pero la ampliación no llegó, más allá del origen del fallecido y de la referencia a medios locales etíopes como este y este, según los cuales el turista se habría bajado del coche para fotografiar más de cerca a los animales, ignorando las advertencias de sus guías, y un elefante le habría embestido para después atraversarlo con un colmillo. Pero fíjense: ambos medios etíopes citan como fuente de la noticia al IBTimes, que en su artículo a su vez refiere al diario La Vanguardia y la agencia Europa Press. ¿Y adivinan en qué fuentes se basan ambos? Eso es, en «medios locales». Así que hemos cerrado el círculo.

En resumen, y dado que al parecer ningún medio en España ha considerado la noticia lo suficientemente importante o interesante para verificar de forma independiente las circunstancias del fallecimiento (al menos que yo haya podido encontrar), la prudencia aconseja tomar los detalles como provisionales, sin que sea probable que dejen de serlo.

Debido a esto, quiero aclarar que lo escrito aquí no pretende referirse específicamente al caso de este turista español fallecido. Bastante dolor estarán padeciendo sus allegados como para además aguantar reprimendas. Y como sea que siempre tienen que surgir en Twitter los comentarios de algunos descerebrados que se consideran a sí mismos graciosos, debo explicar: no, el turista no estaba cazando elefantes, si la ubicación del suceso es correcta. En Etiopía la caza está permitida, pero en general en África esta actividad se restringe a los ranchos destinados a ello, fuera de los parques nacionales (excepto en países del sur como Suráfrica y Zimbabwe, donde la situación es más complicada).

Pero el suceso me interesa personalmente porque, como sabrán los seguidores habituales de este blog o los lectores de mis novelas, Kenya es mi gran pasión vital, un país al que llevo viajando 25 años, al que dedico también parte del tiempo que no paso allí, y sobre el cual, hasta hace solo unos meses, he mantenido en solitario la mayor guía online en castellano, Kenyalogy.com (que regresará, lo prometo). Durante años han sido muchos los que me han dicho que debería dejar todo esto y dedicarme a organizar safaris. Y quién sabe, puede que algún día les haga caso. ¿A alguien le apetece un safari científico-literario?

Aunque los españoles son poco dados a viajar al extranjero en comparación con otros europeos, y aunque quienes lo hacen no se dirigen mayoritariamente a África, nuestro puñado de locos africanistas es un puñado que ya va rebosando los dedos. Para el caso de Kenya, y aunque España ocupa solo el 19º puesto en el turismo que recibe, entre las naciones europeas hemos ascendido recientemente al sexto lugar, superando a Suecia; en 2016, 10.943 españoles viajaron a Kenya.

Y dado que estamos en verano, la estación de las vacaciones para la mayoría, y que miles de españoles viajarán próximamente a los destinos africanos de safaris («viaje» en swahili), quiero aportar mi grano de arena para que todos ellos puedan volver sanos y salvos después de disfrutar de una experiencia que sin duda les dejará enfermos del mal de África, pero del mal bueno. Así que aquí van algunos consejos y datos.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

En primer lugar, y aunque lo que sigue se refiere a los animales, debe quedar claro que la mayoría de los sucesos que afectan a extranjeros se producen por causa de los humanos, y no de otros animales. Y no es por el terrorismo, una amenaza real pero estadísticamente improbable, sino por la delincuencia común. En África hay que viajar con sensibilidad social, pero también hay que evitar ponerse uno mismo en situaciones de riesgo, entre las cuales se incluyen muchas que serían perfectamente inocuas en nuestro propio país. Por ejemplo, caminar o conducir de noche, o fiarse de desconocidos demasiado amables que pretenden llevarte a lugares solitarios.

En lo que respecta a los animales, la norma es obvia: nunca acercarse a ellos a pie. En general, en los parques nacionales y reservas de Kenya está prohibido bajar del vehículo salvo en ciertas zonas designadas. Pero entre los turistas suele existir una idea equivocada respecto a qué especies son peligrosas y cuáles no. El mensaje es este: todos los animales salvajes son potencialmente peligrosos, pero entre los más realmente peligrosos se cuentan algunos que en la cultura occidental son percibidos como mansos y bonachones. Y no lo son en absoluto.

Todo el mundo teme a un león o un cocodrilo, pero siempre hay quienes intentan acercarse a hipopótamos o elefantes basándose en una imagen errónea de gigantes pacíficos. Suelo decir que las películas de Parque Jurásico han hecho mucho daño presentando a los dinosaurios herbívoros como pacíficos e inofensivos, y a los carnívoros como bestias siempre sedientas de sangre. En realidad muchos animales herbívoros son poderosos y temperamentales, capaces de infligir mucho daño. En un país donde los toros de lidia están a diario en la discusión pública, esto debería conocerse mejor que en cualquier otro lugar.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

Circula en innumerables listas de internet y artículos periodísticos la idea de que el hipopótamo es el gran animal que más muertes humanas causa al año en África. En una ocasión investigué esta proclama sin encontrar ninguna fuente estadística fiable que la respaldara. Mi conclusión fue que seguramente es falso, ya que en los datos parciales publicados en revistas académicas o recogidos por entidades que trabajan en la naturaleza africana, los cocodrilos siempre aparecen en primer lugar. Por ejemplo, este gráfico de la Fundación Bill Gates presenta cifras aproximadas derivadas de varias fuentes: los cocodrilos causan unas 1.000 muertes al año, por 500 de los hipopótamos y 100 de los elefantes, igualados con los leones.

En el caso de los cocodrilos, su récord de víctimas se debe en parte a una circunstancia tan curiosa como trágica. Cuando hay inundaciones en España u otro país europeo, la gente puede perder sus casas o sus negocios. Cuando ocurre en África, la gente puede perder sus casas o sus negocios, y además sus vidas en las fauces de un cocodrilo. Las crecidas o inundaciones llevan los cocodrilos hasta los pueblos y poblados.

Pero sí, los hipopótamos son muy peligrosos. La mayoría de los accidentes graves se producen en tierra, por encontronazos fortuitos por la noche, cuando estos animales salen del agua y merodean por las praderas para alimentarse de los pastos. En los alojamientos de safari cercanos a ríos o lagos, siempre se advierte de que es muy peligroso acercarse a las orillas de noche. Los hipopótamos embisten y tienen colmillos como estacas, con una longitud suficiente como para atravesar la pierna o incluso el cuerpo de una persona.

Dibujo © Ana González 2000.

Dibujo © Ana González 2000.

En cuanto a los elefantes, son los protagonistas de muchos casos de conflictos entre humanos y fauna. El elefante africano necesita grandes espacios; no resiste bien la cautividad. Antiguamente recorrían largas rutas migratorias, que hoy han quedado cortadas por los asentamientos, la agricultura y las infraestructuras. Pero los elefantes son exploradores y necesitan mucho alimento. En lugares como el Parque Nacional de Aberdare, una reserva selvática y montañosa rodeada de tierras altas fértiles de uso agrícola, ha sido necesario vallar el recinto protegido para evitar las continuas incursiones de los elefantes en los cultivos. Otros parques cercanos a ciudades, como Nairobi o Nakuru, evitan la presencia de elefantes para evitar el problema.

Comúnmente se piensa que los elefantes tienen una gran memoria, y esta es una idea avalada por la ciencia. Aprenden dónde pueden conseguir alimento, y regresan. Incluso aprenden dónde pueden conseguir alcohol, y regresan; comparten con nosotros el vicio de emborracharse. En Kenya, los elefantes de Aberdares tienen fama de mal genio. Durante la guerra del Mau Mau que condujo a la independencia del país, en los años 50, los guerrilleros se ocultaban en las selvas profundas de esta sierra, donde los aviones ingleses de la RAF los acosaban lanzando bombas. Por allí se cuenta que los elefantes se volvieron locos a causa de los bombardeos, y que este es el origen de su carácter agresivo.

Es una leyenda indemostrable, pero lo cierto es que los elefantes de Aberdares, un parque montañoso con  bosques densos y con tráfico escaso, están menos acostumbrados que sus primos de las sabanas a cruzarse con moles de metal sobre cuatro ruedas, y tal vez por ello tienden más a reaccionar a esos encuentros con exhibiciones intimidatorias, agitando la cabeza, barritando, levantando la trompa y desplegando las orejas.

Una mente inteligente y con una gran memoria. Imagen de Javier Yanes.

Una mente inteligente y con una gran memoria. Imagen de Javier Yanes.

De hecho, no es raro que todo elefante con suficiente experiencia de la vida y con su gran memoria pueda recordar algún encontronazo con esos monstruos brillantes que avanzan sobre patas redondas. Científicos como Joyce Poole, una de las mayores expertas del mundo en elefantes, sugieren que estos animales pueden sufrir trastorno de estrés postraumático. Se dice que los elefantes identifican a los humanos como su peor enemigo, pero no hay motivos para pensar que puedan relacionar a las personas con los coches: dentro del vehículo somos parte de un gran y temible animal, mientras que fuera de él somos seres frágiles y escuálidos que no tenemos medio trompazo.

Personalmente he vivido algunos de esos encuentros. En casos así, lo adecuado es esperar pacientemente. Somos intrusos en su casa. La mayor parte de las veces es una fanfarronada; solo quieren asustar y dejar claro quién manda. Si se obstinan en ocupar la pista por donde tenemos que pasar, hay un truco que suele funcionar: pisar el acelerador en punto muerto. Deben de interpretar el sonido del motor como el rugido de una bestia con la que es mejor no enfrentarse, y en general se apartan. Pero si amenazan con cargar, es preferible meter la marcha atrás y retirarse.

Y desde luego, jamás se me ocurriría bajar del coche. En una ocasión, pinchamos una rueda justo cuando acabábamos de dejar atrás a un viejo macho solitario con malas pulgas. No fue en Aberdares, sino en Samburu, una reserva de sabana, pero aquello ocurrió junto al río, donde la cobertura vegetal es más densa, la visibilidad es menor y no hay rutas de escape. Bajamos con cautela para empezar a preparar el cambio de neumático, pero entonces vimos que el elefante aparecía entre los árboles para acercarse a curiosear, y no nos quedó otro remedio que correr a buscar refugio dentro del coche. El animal pegaba la cara a las ventanillas para inspeccionar y entender qué estaba pasando allí. Tuvimos que esperar durante horas a que se cansara de nosotros para poder cambiar la rueda y regresar al camp, ya de noche cerrada.

Elefante joven dándose un baño en el río Ewaso Ngiro, Reserva de Samburu. Imagen de Javier Yanes.

Elefante joven dándose un baño en el río Ewaso Ngiro, Reserva de Samburu. Imagen de Javier Yanes.

Por último, un comentario sobre los guías. Aunque yo prefiero viajar por libre, la mayoría de los visitantes utilizan tours organizados. Hay un detalle sobre la información del suceso de Etiopía que no me cuadra. La noticia dice que el fallecido bajó del coche para acercarse a los elefantes, y que los guías trataron de ahuyentarlos con disparos al aire. Ignoro si en Etiopía las cosas funcionarán de otra manera. Pero al menos en Kenya, quienes van armados son los rangers, los guardas de los parques. Los rangers escoltan los safaris a pie, pero no van a bordo de los vehículos turísticos.

En cualquier caso, mi último consejo es este: no pongan su vida en manos de los guías. Son profesionales, mejores o peores, que velarán por su seguridad dentro de lo que les compete y resulta razonable. Pero son guías turísticos; no son héroes, ni tienen por qué serlo. Aunque solo con las propinas reúnen un sueldo que ya quisieran la mayoría de los kenianos, no les pagan para jugarse la vida por los turistas, sobre todo los que no respetan las advertencias. Incluso teniendo cerca a un ranger armado, las mejores garantías de seguridad contra los ataques de los animales no son las balas, sino la prudencia, la sensatez y el sentido común.

No se jueguen la vida por un selfie; si algo sobra en la foto de un animal africano, somos usted y yo. Y los selfies causan más muertes que los ataques de tiburón. Que pasen unas felices vacaciones.

6.200 ñus mueren ahogados cada año para que otros animales vivan

El otro día dejé pendiente contarles un estudio que por primera vez ha puesto cifras a las muertes masivas de ñus en el río Mara y ha analizado qué papel juega esta criba natural de la gran migración en el funcionamiento del ecosistema Serengeti-Mara.

Un equipo de investigadores dirigido por los ecólogos (no confundir con ecologistas; los primeros suelen ser también lo segundo, pero no necesariamente al revés) Emma Rosi, del Instituto Cary de Estudios de los Ecosistemas, y David Post, de la Universidad de Yale (EEUU), en colaboración con los Museos Nacionales de Kenya y Mara Conservancy (la entidad que gestiona el sector occidental de la reserva de Masai Mara), está llevando a cabo el Proyecto Mara (aquí y aquí), destinado a analizar cómo funciona la ecología del río Mara, la arteria fundamental que aporta agua y nutrientes a todo el escenario de la gran migración.

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

Rosi, Post y sus colaboradores han recopilado datos históricos de 2001 a 2010 en la reserva de Masai Mara, la parte del ecosistema en territorio keniano. A ello han añadido sus propios estudios de campo de 2011 a 2015, en los que han empleado observaciones sobre el terreno, cámaras de vigilancia y análisis químicos del agua del río, de los peces y de los restos de los ñus.

Estos son los resultados, publicados en la revista PNAS: cada año mueren en el río una media de 6.200 ñus, lo que suma unas 1.100 toneladas de biomasa, el equivalente a diez cadáveres de ballenas azules. Durante el período estudiado por los investigadores, hubo ahogamientos masivos de ñus en 13 de 15 años.

Entrando en los detalles, el primer dato interesante es que solo un 2% de toda esta masacre animal sirve como comida para los cocodrilos. A pesar de lo que suelen mostrar los documentales sobre la gran migración, lo cierto es que los reptiles son una preocupación anecdótica para los ñus.

Como conté anteriormente, la mayoría de los animales mueren ahogados. Las orillas del Mara son muy escarpadas en la mayor parte de su recorrido a través de Masai Mara. Unos pocos ñus se descalabran al descender, empujados por la manada, y quedan abandonados a su suerte en el río. Pero la mayoría de los ahogamientos se producen al pisotearse unos a otros en el agua y, sobre todo, por la avalancha de animales que se acumula en la orilla de destino mientras tratan de trepar por la ribera empinada hacia la seguridad de la llanura. Al contrario de lo que dicen algunas webs, no son arrastrados por los rápidos; el río Mara no suele tener rápidos, al menos con el régimen habitual de lluvias.

Sí hay zonas de rocas, pero sin estrechamientos del cauce, y el caudal normal no suele forzar un régimen de aguas rápidas a través de estos tramos. Uno de ellos es el que, como expliqué ayer, marca el límite sur de Masai Mara y la frontera con Tanzania y el Serengeti. En aquel lugar hay un puente que cruza el río comunicando los sectores oriental y occidental de la reserva. Allí las rocas suelen atrapar los cadáveres que bajan desde el norte arrastrados por las aguas.

Cuando se producen ahogamientos en masa, el resultado es un festín para los carroñeros, sobre todo marabús, buitres dorsiblancos, buitres moteados y buitres encapuchados. Las fotos de esta página muestran uno de esos banquetes junto al New Mara Bridge en 2001. Y aunque aún no se han inventado las fotos con olor, puedo asegurar que era preferible contener el aliento para no vomitar debido al intenso hedor de aquel paisaje de muerte.

Pero en realidad, ¿qué parte de toda esa masa de ñus muertos consumen los carroñeros? Pues no mucho: según los datos de Rosi y Post, solo entre un 6 y un 9% de los tejidos blandos de los cadáveres. Así pues, ¿qué ocurre con la inmensa mayoría de la materia orgánica que ni los cocodrilos ni los buitres consumen? La respuesta está bajo el agua, y el dato es sorprendente: cuando los restos de los ñus invaden el río, los peces obtienen entre un 34 y un 50% de su dieta de esta fuente de alimento. Así que los grandes devoradores de las víctimas de la migración no son los cocodrilos ni las aves carroñeras, sino los peces.

Sin embargo, no todo este alimento procede directamente de los cadáveres; los investigadores sugieren que es así en parte, pero que el resto procede del procesamiento previo de los restos por parte de otras especies. Rosi, Post y sus colaboradores cuentan que los tejidos blandos de los ñus se descomponen en 2 a 10 semanas, pero después quedan los huesos, y estos pueden persistir en el agua durante siete años, acumulando la mitad de la biomasa total que recibe el río, liberando lentamente sus nutrientes y prestando soporte al crecimiento de tapices microbianos formados por bacterias, algas y hongos.

Según los autores del estudio, algunas de las especies de peces del Mara obtienen su alimento comiéndose estos tapices o devorando los insectos que previamente se han alimentado de los cadáveres. Meses después de un ahogamiento masivo, entre un 7 y un 24% de la dieta de los peces aún procede de estos tapices, según revela el análisis de isótopos realizado por los científicos.

«Este dramático aporte libera nitrógeno, fósforo y carbono terrestres a la cadena alimenticia del río», dice Rosi. «Primero, los peces y los carroñeros se ceban en los tejidos blandos, y después los huesos de los ñus liberan lentamente nutrientes al sistema, alimentando a las algas e influyendo sobre la cadena alimenticia en una escala de décadas».

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

El trabajo de estos investigadores subraya aún más la necesidad de preservar un fenómeno hoy casi único en la Tierra, pero que solía ser común en los ríos de un planeta aún no tan alterado por el ser humano como el que nos ha tocado vivir. Según la primera autora del estudio, Amanda Subalusky, «lo que ocurre allí es una ventana al pasado, cuando los grandes rebaños migratorios eran libres para recorrer los paisajes, y los ahogamientos probablemente desempeñaban un papel importante en los ríos de todo el mundo».

Tristemente, se da la circunstancia de que actualmente la segunda mayor migración terrestre del mundo tiene lugar en el Parque Nacional de Bandingilo, un enclave situado en un país asolado por la guerra y el hambre como es Sudán del Sur; y lógicamente, uno de los parques nacionales menos visitados del mundo, que sin embargo podría ser una fuente de riqueza para el que se ha convertido en un Estado fallido desde su independencia en 2011. A la tragedia humana, que siempre es la preocupación prioritaria, se superpone la pérdida de la biodiversidad cuyos efectos son mucho más sutiles e indirectos, pero cuyas consecuencias a largo plazo, como los huesos en el río, continuarán liberando un legado de muerte durante décadas.

La gran migración: cuándo y dónde

Después de presentarles la gran migración y antes de contarles un estudio que la explica, se me ocurre que tal vez a algunos de ustedes les apetezca orientarse un poco más sobre el terreno, sobre todo si el tema les interesa o si piensan viajar allí próximamente. Lo que les dejo aquí son algunos mapas básicos de elaboración propia. Los hice años atrás para mi web de Kenya Kenyalogy.com, actualmente cerrada por falta de recursos pero que sin duda algún día volveré a abrir (y el escribir de nuevo sobre ello me recuerda que debo hacerlo).

Este primer mapa muestra el esquema general de la gran migración entre el Serengeti y Masai Mara. Las reservas aparecen pintadas en rosa, a ambos lados de la línea fronteriza artificial que separa Tanzania, al sur, de Kenya, al norte. Masai Mara ocupa el extremo superior del ecosistema.

Esquema de la gran migración en el ecosistema Serengeti-Mara. Imagen © Javier Yanes.

Esquema de la gran migración en el ecosistema Serengeti-Mara. Imagen © Javier Yanes.

Entre noviembre y abril, los rebaños de ñus están concentrados al sur del Serengeti y en sus reservas adyacentes. La estación de cría tiene lugar entre enero y febrero, y en cuanto los recién nacidos que han logrado sobrevivir están en condiciones de comenzar la migración, los animales empiezan a marchar hacia el norte, concentrándose en el sector noroccidental del Serengeti entre mayo y junio. En esta época, las lluvias en Masai Mara están haciendo brotar la hierba nueva.

Atraídos por el alimento fresco, los ñus cruzan la frontera hacia el norte para recorrer las praderas de Masai Mara entre julio y octubre, uniéndose a otro pequeño contingente que llega a la reserva desde las llanuras de Loita, al este. El río Mara entra en Masai Mara desde el norte, recibe varios afluentes y cruza la frontera tanzana para seguir camino hacia el oeste y desembocar en el lago Victoria. Pueden verlo con un poco más de detalle en este mapa de la región de Masai Mara, que muestra las carreteras de acceso a la reserva desde Nairobi y otras áreas cercanas.

Mapa de la región de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Mapa de la región de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Finalmente, este mapa muestra la geografía de Masai Mara y los principales lugares de interés. La lista de los lodges, o alojamientos de safari, no está actualizada. Algunos de los que figuran en la lista han desaparecido o cambiado de nombre, pero sobre todo en los últimos años han surgido muchos otros nuevos en las zonas adyacentes a la reserva; hoy son más de cien.

Mapa de la reserva de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Mapa de la reserva de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Lo más importante es notar que el río Mara corre de norte a sur, dividiendo la reserva en dos sectores de tamaños desiguales llamados tradicionalmente Narok (este) y Trans Mara (oeste). Ambos están gestionados por entidades distintas, y cada una cobra su propia entrada para acceder a la zona del parque que controla.

Como pueden ver en el mapa, la única comunicación por carretera entre los sectores occidental (también llamado Mara Triangle) y oriental se encuentra justo donde el río cruza la frontera entre Kenya y Tanzania, o Masai Mara y el Serengeti. Allí existe un puente llamado New Mara Bridge, que vadea el río sobre una zona de cauce rocoso. Aparte de este paso, el Mara solo puede atravesarse en un vehículo por otro puente al norte, fuera de los límites de la reserva.

Por otro lado, la reserva es solo una pequeña parte del ecosistema del Mara; los territorios colindantes al oeste, norte y este pertenecen a las comunidades maasáis locales. Estos Group Ranches, que así se llaman, albergan la mayor parte de los lodges, y también cobran una entrada a los visitantes que se alojan en ellos.

Este año la migración ha llegado a Masai Mara en junio, antes de lo habitual. Los grandes rebaños ya están presentes en la reserva y cruzando sus cauces cuando se topan con ellos a lo largo de su camino. Aunque esto ocurre en todas las corrientes de agua, marcadas en azul en el mapa, las travesías más espectaculares se producen en el propio Mara, que lleva el caudal más abundante.

Nuestro verano es invierno en Masai Mara. Aunque la reserva se encuentra próxima a la línea ecuatorial, el régimen climático de Kenya se ajusta más al patrón de estaciones del hemisferio sur. Sin embargo, las diferencias de temperatura entre el verano, de diciembre a marzo, y el invierno, de junio a septiembre, son mucho menores que en nuestras latitudes. En octubre, con la llegada de las grandes lluvias de la primavera, los rebaños comenzarán a invertir su camino de regreso al sur, donde llegarán a tiempo para que en enero una nueva generación de ñus venga al mundo, tomando el relevo de un asombroso ciclo natural que se repite año tras año sin principio ni fin.

Este es el mayor espectáculo natural del mundo, y está pasando ahora mismo

Si hubiera que escoger un espectáculo natural que todo ser humano debería contemplar antes de abandonar este mundo, mi recomendación es esta: la gran migración anual en el ecosistema Serengeti-Mara, un movimiento animal en masa a través de un pedazo de tierra africana que una línea en el mapa divide entre los territorios no históricos, sino deliberadamente artificiales, de Kenya y Tanzania. Y aunque el Serengeti es más popular en los documentales, mi elección particular es la reserva de Masai Mara, en Kenya; un país al que llevo viajando ya un cuarto de siglo.

Algunas imágenes de la gran migración en Masai Mara (Kenya). Fotos de Javier Yanes.

Algunas imágenes de la gran migración en Masai Mara (Kenya). Fotos de Javier Yanes.

Ya sé, ya sé: reconozco ostensiblemente que no todo ser humano puede costearse semejante viaje. Pero un poco más abajo voy a explicarles por qué sería un desastre que todo ser humano pudiera costearse semejante viaje. Y de todos modos, admitámoslo: posesiones o experiencias son dos enfoques distintos de la vida, a menudo incompatibles para la sufrida clase media a la cual la mayoría pertenecemos. En las numerosas ocasiones en que tratamos de convencer a amigos para que nos acompañen a Kenya, las objeciones al precio suelen venir cuando la factura se suma a los gastos del apartamento en la playa, el coche de marca, la moto, el equipo de esquí o la bicicleta de carreras. La vida es cuestión de prioridades.

Eso sí; uno de los atractivos de la gran migración es al mismo tiempo un inconveniente para quienes vayan a viajar allí solo una vez: su imprevisibilidad. Durante unos 15 años mantuve mi web sobre Kenya, Kenyalogy.com, un recurso gratuito con toneladas de información para viajeros que hoy está desactivada porque ahora me es imposible mantenerla mínimamente actualizada (pero que algún día regresará). Y entre los cientos o miles de consultas a las que respondí, la migración era uno de los temas recurrentes: ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?

Pero la gran migración no tiene horarios, ni pases, ni convocatorias, ni recintos acotados. Es un fenómeno natural variable sin garantías ni derecho a devolución. Y parte de la gloria del espectáculo depende de cómo vengan las lluvias ese año, lo que determina el caudal del Mara y de sus tributarios como el Talek o el Sand River.

De julio a septiembre, ahora mismo, es la época ideal para encontrar los grandes rebaños de ñus merodeando plácidamente por los pastos de Masai Mara, atravesando los territorios de los clanes de leones que los acechan al amanecer y al atardecer. Cuando se topan con la escarpada orilla del río Mara o de sus afluentes, se acabó la placidez: los animales comienzan a apelotonarse y a mugir nerviosamente, hasta que la necesidad vence al miedo y se lanzan en tropel a vadear el cauce. No todos lo consiguen; algunos mueren ahogados bajo la avalancha de la manada, y otros son arrastrados bajo el agua por los cocodrilos que vigilan la escena.

Para presenciar estos cruces del río se requieren, sobre todo, paciencia, observación y perseverancia, las dotes del científico; imagino que es esta fusión de viajes, naturaleza y ciencia la que a algunos nos engancha irremediablemente a aquel lugar sobre todos los demás en la Tierra. Claro que quienes viajan con un safari organizado cuentan con la ayuda de los soplos que los conductores profesionales se transmiten unos a otros por radio. Pero créanme, no hay nada como hacerse con un coche de alquiler, un GPS y unos buenos mapas de los de siempre, y ser uno mismo quien descubra aquellas maravillas.

Nos faltarán la experiencia de los profesionales y la ayuda de la radio, pero a cambio podremos contemplar el teatro de la naturaleza durante todo el tiempo que nos apetezca, sin las prisas de un conductor deseoso de tachar cuanto antes todos los animales de la lista para ganarse la propina y terminar su jornada. Recorriendo las sabanas al propio albedrío se disfruta al máximo de la emoción de la búsqueda y el rececho; pero a diferencia de los cazadores, nosotros solo capturamos memorias e imágenes, y solo matamos el tiempo y el hambre de libertad.

La migración del Serengeti-Mara es el mayor movimiento terrestre de animales que los humanos aún no hemos destruido, como ocurrió con las vastas manadas de bisontes que poblaban las praderas de Norteamérica antes de la expansión de los colonos hacia el oeste. África solía albergar varias de estas voluminosas circulaciones cíclicas de herbívoros, la mayoría de ellas hoy desaparecidas excepto por pequeños testimonios residuales en lugares como Amboseli (Kenya), Tarangire (Tanzania) o en otros países del sur del continente.

Tradicionalmente se cifra la muchedumbre bovina en 1,2 millones de ñus, a lo que se añaden grupos numerosos de antílopes, cebras y jirafas; aunque ignoro si alguien ha contrastado recientemente los datos. El ecosistema cuenta con toda la protección teórica que se le puede prestar, pero también está sujeto a múltiples amenazas, desde la construcción de infraestructuras –recientemente se logró impedir la construcción de una carretera de asfalto a través del Serengeti– hasta la expansión de los asentamientos humanos y sus actividades asociadas, como la ganadería. Y cómo no, también la presión turística, promovida por los propios maasáis que habitan la región: en el último par de decenios han proliferado inmensamente los alojamientos de safari, sobre todo en los ranchos colindantes con la reserva, que son propiedad de las comunidades locales.

Tristemente, el ecosistema ha ido transformándose en las últimas décadas en una pequeña ciudad dispersa que cada vez soporta más carga de visitantes; y los conductores de safaris, ávidos de propinas, se saltan los límites de los caminos marcados para acercarse lo más posible a los animales. El tráfico dentro de la reserva crece sin control, abriendo cada vez más cicatrices de roderas en las cada vez menos prístinas praderas, y congregando cada vez más masas de animales de cuatro ruedas en torno a los cada vez menos salvajes y más acosados animales de cuatro patas…

Comprenderán ahora que todo esto debe tener un precio. Si costara como la Costa del Sol, sería como la Costa del Sol. Pero por otra parte, Kenya vive en gran parte de sus visitantes; el país renunció en 1977 a los jugosos beneficios económicos de la caza mayor que otros países africanos sí continúan explotando, pero depende de los ingresos del turismo para salir de una miseria y un subdesarrollo que aún asfixian a la mayoría de sus habitantes. Es un complicado equilibrio, y por ello la armonía entre conservación y explotación turística es el santo grial siempre perseguido por la (siempre corrupta) administración keniana.

Por el momento y pese a todo, el ecosistema se defiende con salud. Mañana les contaré un estudio que pone interesantes datos a lo que cada año, en este ciclo sin fin de la vida, sucede sobre las sabanas de Kenya y Tanzania. Mientras, si aún no han decidido qué hacer este verano y están dispuestos a prescindir del apartamento en la playa y la bicicleta de carreras, anímense a conocer algo que permanecerá en su recuerdo hasta el último día en que la memoria les acompañe.

Por Navidad, adopta un elefante huérfano

Aquí va una idea para Navidad: adoptar un elefante huérfano. No para tenerlo en el salón, claro, sino para ayudar a sostener su crianza en el David Sheldrick Wildlife Trust de Nairobi (Kenya) hasta que algún día pueda reintegrarse a su medio natural.

El David Sheldrick Wildlife Trust (DSWT) tiene su origen en la labor de una pareja keniana de origen británico que ha desempeñado un papel esencial en la historia de la conservación en África Oriental. En 1948, David Sheldrick asumió el puesto de guarda fundador del Parque Nacional de Tsavo, el segundo creado en la entonces colonia británica, y hoy el más grande del país sumando sus sectores este y oeste.

Un elefante toma su biberón en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Un elefante toma su biberón en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

A quienes no hayan viajado por aquella región, tal vez el nombre de Tsavo no les resulte muy familiar, en comparación con los de otros parques más retratados en los documentales como Masai Mara o el Serengeti. Pero quizá recuerden una película de 1996 titulada Los demonios de la noche, en la que Val Kilmer y Michael Douglas se enfrentaban a la amenaza de dos leones devoradores de hombres durante la construcción de un ferrocarril. La historia era real y ocurrió en Tsavo, una región mítica por su naturaleza árida y hostil que durante siglos impuso una barrera a las incursiones de los colonizadores desde la costa.

Por su extensión inabarcable y sus impenetrables bosques de espino seco, Tsavo ha sido tradicionalmente un territorio favorito de los furtivos, lo que equivale a decir un lugar donde la vida de cualquier animal, tenga dos o cuatro patas, corre serio peligro. Durante casi cuatro decenios y gracias a su experiencia militar, Sheldrick mantuvo el orden en Tsavo y desarrolló el parque para que hoy puedan disfrutarlo miles de visitantes cada año. Él y su esposa Daphne emprendieron entonces la tarea de recoger y criar los animales huérfanos que el furtivismo iba dejando a su paso.

Cuando David Sheldrick falleció en 1977 de un ataque cardíaco, Daphne decidió fundar en su memoria la entidad que lleva su nombre en una propiedad adyacente al Parque Nacional de Nairobi, junto a la capital del país. Desde entonces, esta ONG ha criado y después liberado en las sabanas de Tsavo más de 150 elefantes huérfanos recogidos de todo el país, además de otros animales como rinocerontes o avestruces.

El DSWT no es un zoo. De hecho, solo está abierto al público durante una hora cada día, de 11 a 12 si no recuerdo mal, y con el fin de dar a conocer su labor y recaudar una tarifa de entrada que se dedica al sostenimiento de los animales. Durante esa hora de visita, los elefantes son guiados hasta un cercado donde el público puede ver cómo juegan, se toman su biberón –o dos– tamaño elefante, se dan un placentero baño de barro y polvo, y se pelean como buenos hermanos.

Elefantes huérfanos después de su baño de barro y polvo en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes huérfanos después de su baño de barro y polvo en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Todo el que alguna vez haya recogido un polluelo caído de un nido sabe lo complicado que es sacar adelante a un animal huérfano, y los elefantes no son una excepción. Con su larga experiencia, el DSWT se ha convertido en el centro de cría de elefantes huérfanos más exitoso del mundo. Su método incluye una fórmula especial de leche desarrollada por Daphne Sheldrick a lo largo de décadas de ensayo y error. La cría de los elefantes se asigna a cuidadores que actúan como una familia postiza durante todo el período que los animales permanecen en el centro, hasta que a los diez años de edad se les integra en alguno de los clanes salvajes del Parque Nacional de Tsavo Este.

Un cuidador da el biberón a un elefante en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Un cuidador da el biberón a un elefante en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

El programa de adopción del DSWT solicita una aportación mínima anual de 50 dólares para ayudar a la cría del animal que el donante elija. La lista de todos los elefantes con su historia está disponible en la web. A cambio de la donación, los padrinos reciben un certificado con toda la información sobre su animal adoptado y cada mes tienen acceso al diario de los cuidadores para ver cómo su ahijado va creciendo.

Además del orfanato, el DSWT mantiene otras actividades, entre las cuales destaca la lucha contra el furtivismo en la región de Tsavo. A pie o en vehículos y con apoyo aéreo, las unidades del DSWT patrullan continuamente por las fronteras del parque y sus áreas de expansión, desactivando cada año miles de trampas y cepos, arrestando a cientos de furtivos con la colaboración de los guardas armados del Servicio de Parques (KWS) y prestando asistencia veterinaria a los animales heridos.

Gracias a esta labor, los animales liberados tienen más posibilidades de sobrevivir y llegar a reproducirse en un país donde la caza legal está prohibida desde 1977, pero donde nunca se ha dejado de cazar ilegalmente.

Lo que nunca se ve en los documentales de naturaleza

Dejando de lado el insondable misterio de las audiencias reales de los documentales de la 2 (y otras cadenas televisivas), parece comprensible que el humano civilizado de hoy, ahogado por su bufanda de cemento y asfalto, desee de vez en cuando abrir una ventana desde su salón a una naturaleza prístina cada vez más difícil de encontrar. En los documentales, los leones asedian a las cebras a su antojo en un paraje que luce virgen, como si manos o pies humanos jamás hubieran dejado huella en él.

Y sin embargo, el «detras de las cámaras» a menudo puede ser algo bastante parecido a esto:

Vehículos apiñados junto al río Mara en la reserva de Masai Mara (Kenya). Imagen de Javier Yanes.

Vehículos apiñados junto al río Mara en la reserva de Masai Mara (Kenya). Imagen de Javier Yanes.

La imagen fue tomada hace cuatro años en Masai Mara, Kenya; una de esas reservas que en los documentales parecen intactas e inmaculadas. Y el motivo de la aglomeración de vehículos todoterreno y minivans de turistas no era ningún suceso excepcional, sino algo cotidiano allí: los coches se apiñaban a la orilla del río Mara a la espera de presenciar cómo los rebaños de ñus vadeaban la corriente siguiendo su migración anual.

Se supone que el concepto de parque nacional o similar siempre tiene como objetivo común la conservación de la naturaleza, pero su aplicación es diferente según los casos. Sin mencionar la gestión de los parques que obliga a intervenciones, suelen existir usos compatibles más allá de la estricta preservación, normalmente relacionados con actividades tradicionales como la ganadería, la artesanía o la explotación de recursos a pequeña escala.

Otra de las actividades habituales en los parques nacionales es la científica, que incluye la investigación y la divulgación. Los espacios protegidos han prestado servicios impagables a la ciencia, al ofrecer la oportunidad de conocer la dinámica del entorno natural y de las criaturas que lo habitan. En los parques africanos, los equipos de investigación y de divulgación a menudo deben pagar una tasa especial por el derecho a filmar o a desarrollar sus proyectos científicos. Para los países africanos, esta es una vía más de sacar un rendimiento económico a su naturaleza privilegiada.

Pero filmación, investigación, turismo y conservación no siempre forman un puzle bien encajado. Por no hablar de la caza, prohibida en Kenya pero permitida en otros países africanos. Los equipos de investigación quieren trabajar sin interferencias molestas, y los realizadores de documentales tendrían que descartar el metraje si en sus tomas se colara el minivan de una agencia de safaris. Pero los visitantes, que pagan su entrada, tienen derecho a disfrutar de los parques sin que sus movimientos se vean restringidos por una señal de «no pasar».

¿Cómo se conjugan todos estos elementos entre sí y con el presunto objetivo principal del parque, la conservación de la naturaleza? Difícilmente. Y más en lugares como Masai Mara, donde la gallina de los huevos de oro de los safaris está convirtiendo un paraje antiguamente prístino en una pequeña ciudad dispersa por la que cada día pululan cientos de vehículos en busca de esa mítica escena de los leones y las cebras.

En 2010, un estudio llevado a cabo por investigadores británicos reveló que las poblaciones de grandes mamíferos han mermado un 59% entre 1970 y 2005 en los parques africanos, incluyendo espacios como Masai Mara y su reflejo al otro lado de la frontera tanzana, el Serengeti. Hace dos años, una revisión a gran escala de estudios publicados sobre áreas protegidas de todo el mundo descubría que parques y reservas ayudan a preservar los bosques, pero los datos relativos a la conservación de especies fueron débiles e inconcluyentes.

Tal vez estos datos no sorprendan, pero deberían servir para mantener encendida la sirena de alarma. O algún día los documentales de naturaleza deberán hacerse por animación digital.