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No existe el horario de invierno, y no ahorra energía porque no es su propósito

Un año más como cada último domingo de octubre, y atendiendo a las cuestiones que realmente nos afectan directamente a todos, vuelve a circular la misma pregunta: ¿el horario de invierno ahorra energía? A estas alturas ya debería existir suficiente información disponible para que, quien quiera conocer la cuestión sin opinar sobre vacío, pueda hacerlo. Pero reconozco que es difícil contar con una población informada cuando, año tras año por estas fechas, multitud de medios se empeñan en continuar publicando artículos cuya línea va más o menos por estos derroteros:

¿Es beneficioso el cambio de hora? Los expertos cuestionan que el horario de invierno en realidad suponga un ahorro de energía, como pretende hacernos creer XXXXX [rellénese con la entidad que a cada uno le caiga particularmente antipática], y en cambio advierten de sus posibles efectos nocivos en la salud y el bienestar.

Imagen de pexels.com/Monoar Rahman/CC.

Imagen de pexels.com/Monoar Rahman/CC.

No quiero plagiarme a mí mismo, porque ya he contado aquí y en otros medios prácticamente todo lo relevante que puede contarse sobre este asunto. Pero como esta mañana he vuelto a encontrarme con algún artículo en algún medio que sigue dando vueltas a este mismo torno, parece claro que conviene seguir insistiendo sobre ello resumiendo las ideas principales. Aquí van (y para quien quiera ampliar añadiendo además algún comentario biológico, ahí están los enlaces):

No existe el horario de invierno. El horario que tendremos a partir de las 3 de la próxima madrugada es nuestro horario normal. El nuestro. El normal. El horario.

Por lo tanto, tampoco existe un horario de invierno diseñado para ahorrar energía. Dado que no hay un horario de invierno, el no-horario de invierno no ahorra nada, ni energía, ni fuerza, ni preocupaciones, ni dolores de cabeza, ni euros, pesetas o doblones.

Por el contrario, sí existe un horario de verano diferente del normal. Es decir, que lo que ocurre el último domingo de marzo es que nos apartamos de nuestro horario habitual para adelantar una hora los relojes.

Así que la pregunta que tiene sentido es: ¿comporta algún beneficio el horario de verano? Para responderla debemos remontarnos al propósito original de este cambio por parte de quienes lo inventaron.

El propósito de quienes inventaron el horario de verano fue añadir una hora más de luz por las tardes en los meses estivales. Respecto a los fines concretos que perseguían, había motivaciones personales que se ampliaron a la búsqueda de beneficios generales. El primer proponente de la idea, el británico-neozelandés George Vernon Hudson, entomólogo aficionado, quería tener más tiempo de sol por las tardes para recolectar insectos, pero también reducir el consumo de luz artificial en los atardeceres de verano. Por otra parte, el inglés William Willett, que tuvo la misma idea de forma independiente y a quien se considera el padre del cambio horario de verano que seguimos hoy, deseaba también contar con más tiempo de luz en las tardes de verano para practicar sus aficiones, como la caza y el golf. Pero dejarlo en el capricho de un constructor acaudalado sería una frivolización sesgada. Willett dedicó su vida a promover el cambio horario de verano y a tratar de demostrar que el cambio estival ahorraría energía en verano, al posponer el anochecer. Y aunque murió en 1915 sin conseguirlo, pronto algunos países comenzarían a adoptar el cambio horario en verano, que se generalizó en los años 70 con la crisis del petróleo.

Así que, resumiendo: con el cambio horario de esta noche no ganamos nada porque no está pensado para ganar nada. En todo caso, dejaríamos de ganar lo que ganaríamos en verano, si es que lo ganamos, cuando nos apartamos de nuestro horario normal. Y para despejar los condicionales de la frase anterior, la versión más directa y sencilla es esta: el horario de verano se diseñó para ganar una hora más de luz por las tardes. ¿Ganamos en verano una hora más de luz por las tardes con el cambio horario? Pues eso.

Todo lo cual también tiene implicaciones de cara a esa corriente que pretende cambiar nuestro huso horario peninsular y balear (UTC+1, UTC+2 en verano) para integrarnos en el de Canarias, Portugal y Gran Bretaña (UTC, UTC+1 en verano). Si nos atenemos exclusivamente al mapa, desde luego es innegable que por nuestra longitud geográfica deberíamos pertenecer al huso horario de Reino Unido, Portugal, Canarias y Marruecos, y no al de Alemania, Polonia, Noruega y Siria; así como el cambio horario de verano viene obligado por la Unión Europea, en cambio cada estado es libre de regirse según un huso horario u otro.

Pero está claro que la vida es mucho más que geografía. ¿Queremos tener una hora menos de sol todas las tardes del año? Puede que en verano no notáramos gran diferencia. Pero en el centro de la península, donde vivo, en invierno anochecemos sobre las 6 de la tarde. ¿Nos apetece que en enero el sol se marche a las 5 de la tarde? ¿Que los niños salgan del colegio casi de noche?

Naturalmente, quienes defienden este cambio de huso horario pretenden con ello modificar nuestras costumbres a semejanza de otros países europeos: comer más temprano, decir adiós a nuestros jefes a las 5 de la tarde, cenar antes y acostarnos prontito. Por supuesto que las costumbres pueden cambiarse por decreto; como caso típico, no hay dictadura que se resista a ello. Pero ¿hablará alguien con los jefes y jefas de ustedes para que les permitan salir del trabajo a las 5? ¿Y han paseado por Helsinki a las 9 de la noche? Hasta un apocalipsis zombi tiene más animación.

Esta pretensión resulta curiosa teniendo en cuenta, además, que el invento del horario de verano nació precisamente como una iniciativa británica para escapar de la tiranía de las noches tempranas, al menos durante los meses en que el clima de aquellas islas permite disfrutar de las actividades al aire libre. ¿Vamos a renunciar voluntariamente a nuestras largas tardes de sol?

Por qué el horario de invierno no ahorra energía

Respuesta: sencillamente, porque no está pensado para ahorrar energía. De hecho, no existe algo llamado «horario de invierno». El horario que tenemos desde el pasado domingo es el estándar, el normal, el nuestro, al que regresamos cada último domingo de octubre desde el horario de verano, –este sí– diseñado para ahorrar energía durante los meses de abril a octubre al brindarnos una hora más de luz por las tardes.

Imagen de Pixabay.

Imagen de Pixabay.

Si alguien está interesado en conocer los detalles de quién y por qué inventó el cambio de hora, el fin de semana publiqué un reportaje sobre ello en otro medio. Pero ante la cantidad de comentarios confusos, erróneos o simplemente infundados que he escuchado o leído en días pasados sobre la cuestión, me parece oportuno aclarar algunas ideas; empezando por la de que no existe un «horario de invierno», sino que el último domingo de marzo cambiamos el reloj durante siete meses para regresar en octubre a nuestro horario normal.

Algo que me dejó patidifuso la semana pasada fue la declaración institucional aprobada ¡por unanimidad! por el Parlament balear para «mantener el horario de verano». ¿De verdad que ni uno solo de los diputados/as del Parlament Balear sabe que el horario de verano viene obligado por una Directiva de la Unión Europea, y que por tanto ni es optativo, ni ningún gobierno de la UE tiene competencias para decidir libremente sobre ello?

Es comprensible que en las islas deseen más tiempo de sol en las tardes de invierno. Pero también he oído vincular este debate con el de la reforma horaria, el que ciertos grupos promueven para abandonar el huso horario de Europa Central al que actualmente pertenece España con la excepción de Canarias (UTC+1, siendo el Tiempo Universal Coordinado el equivalente actual a lo que antes se llamaba Hora del Meridiano de Greenwich) e integrarnos en el que sería nuestro huso horario geográfico natural, el UTC; el de Canarias, Portugal y Reino Unido. Al contrario de lo que ocurre con el cambio de hora, los Estados sí tienen libertad para decidir qué huso horario adoptan.

El problema es que la reforma horaria estudiada para todo el Estado y la propuesta del Parlament Balear no van en la misma línea, sino que son justamente opuestas, contrarias y antagónicas. Mientras que en Baleares quieren una hora más de sol por las tardes (lo que les llevaría en invierno al horario de países del este como Grecia, Bulgaria o Rumanía), nuestro posible cambio al huso horario UTC robaría una hora de sol por las tardes, tanto en verano como en invierno.

En el centro de la Península, donde vivo, anochece sobre las 6 en invierno. Si cambiáramos a la hora británica, a las 5 de la tarde se acabaría el sol. Los niños saldrían del colegio de noche. Por tanto, el cambio deseado por Baleares y el que muchos apoyan en la Península son mutuamente incompatibles. Por supuesto que a todos nos gusta disfrutar de más tiempo de luz por las tardes (para eso se inventó el horario de verano); pero, o corremos todo el planeta uno o dos husos horarios, o tenemos que aguantarnos con lo que la mecánica celeste nos impone.

Centrándome en el cambio de huso horario que algunos defienden, lo que me viene a la cabeza es una frase que solía repetir una de las personas de las que más he aprendido sobre el mundo del periodismo. Cuando alguien le presentaba una página o una portada y él pedía que le explicaran los motivos para la elección de tal o cual diseño, acababa repitiendo invariablemente la misma frase: «me gusta más así no es un motivo suficiente».

En el caso del cambio de huso horario, a cada uno nos puede gustar más una opción o la contraria. Pero ¿cuáles son las verdaderas razones que aconsejan o no el cambio? Apenas puedo creer la cantidad de afirmaciones insustanciadas que circulan por ahí sobre los presuntos efectos en la salud de tales o cuales horarios; sin ofrecer fuentes científicas documentadas, o incluso empleando conceptos seudocientíficos nuevaeristas como la energía natural o los ritmos cósmicos, expresiones vacías de contenido porque no representan ninguna entidad real.

Que quede claro: para sostener efectos sobre la salud de la pertenencia a un huso horario o a otro, o de la adopción de un horario u otro, hay que documentarlos debidamente. Y esto requeriría llevar a cabo un cierto número de ensayos clínicos controlados que permitan un análisis conjunto de resultados obtenidos por distintos científicos, en diferentes lugares y con variadas muestras de población lo suficientemente amplias. Y de modo que en cada uno de esos ensayos clínicos se desvinculen variables habitualmente vinculadas, como los horarios de comidas y los de vigilia o sueño.

Me explico con un ejemplo: encontrar alteraciones de ciertos niveles metabólicos durante la noche no es motivo suficiente para basarlos en el ritmo circadiano, ya que podrían estar relacionados en su lugar con el patrón horario de ingesta y actividad. He leído por ahí ciertas afirmaciones sobre una presunta regeneración del hígado durante el sueño que son para llevarse las manos a la cabeza. Que yo sepa, no hay estudios científicos publicados que relacionen directamente la proliferación celular hepática con los ciclos de vigilia y sueño (repito, proliferación celular, que es la medida de regeneración de un tejido; y repito, que yo sepa; si alguien los conoce, agradeceré referencias).

La principal enzima limitante de la función catabólica del hígado, la glucógeno fosforilasa, está regulada por la ingesta de alimento y por la actividad muscular. En otras palabras: si esta actividad enzimática está en mínimos mientras dormimos, no es por el sueño ni la oscuridad, sino porque durante esas horas no comemos ni hacemos ejercicio físico. La enzima no tiene nada que hacer, y duerme. Pero del mismo modo podría hacerlo a cualquier otra hora sin ninguna conexión con los ciclos exteriores de luz y oscuridad.

No voy a entrar en los horarios comerciales o en la eficiencia productiva, áreas que no me corresponden y sobre las que no puedo aportar un punto de vista autorizado. Tengo mis opiniones, como todos: me sorprende encontrar la A-6 atascada por miles de coches a las 10 de la mañana, cuando se supone que a esa hora la gran mayoría ya debería estar ocupando su puesto de trabajo.

Pero cambiar esto, a saber, lograr que en este país se cumpla la puntualidad en la hora de entrada al trabajo, que deje de estar mal visto marcharse cuando el reloj marque la hora de salida, que se coma en menos tiempo y se reduzca la jornada laboral, que se generalice el teletrabajo, que los niños salgan antes del colegio y no lleguen a casa cargados de deberes, que se sustituya eso que llaman «presentismo laboral» por una verdadera eficiencia basada en objetivos, pero también que en este país dejen de dedicarse horas de trabajo al WhatsApp, el Twitter, el juego de moda online o la elaboración de memes… Todos podríamos ser más altos y rubios. Pero en esto la genética funciona como las costumbres: no pueden cambiarse por decreto.

Termino insistiendo: en lo que respecta a los presuntos efectos sobre la salud, mi único mensaje es que no se dejen engatusar por cualquiera que les presente datos sobre la incidencia de tal enfermedad o el consumo de tales o cuales medicamentos en una u otra década o en uno u otro país. Relacionar estos datos con los horarios de actividad, o con cualquier otra variable separada del resto de su contexto geográfico-alimentario-genético-climático-etcétera, y escogida oportunamente por quien pretende bañar sus argumentos en un barniz que suene científico, no es más que manipulación torticera.