Un año más como cada último domingo de octubre, y atendiendo a las cuestiones que realmente nos afectan directamente a todos, vuelve a circular la misma pregunta: ¿el horario de invierno ahorra energía? A estas alturas ya debería existir suficiente información disponible para que, quien quiera conocer la cuestión sin opinar sobre vacío, pueda hacerlo. Pero reconozco que es difícil contar con una población informada cuando, año tras año por estas fechas, multitud de medios se empeñan en continuar publicando artículos cuya línea va más o menos por estos derroteros:
¿Es beneficioso el cambio de hora? Los expertos cuestionan que el horario de invierno en realidad suponga un ahorro de energía, como pretende hacernos creer XXXXX [rellénese con la entidad que a cada uno le caiga particularmente antipática], y en cambio advierten de sus posibles efectos nocivos en la salud y el bienestar.
No quiero plagiarme a mí mismo, porque ya he contado aquí y en otros medios prácticamente todo lo relevante que puede contarse sobre este asunto. Pero como esta mañana he vuelto a encontrarme con algún artículo en algún medio que sigue dando vueltas a este mismo torno, parece claro que conviene seguir insistiendo sobre ello resumiendo las ideas principales. Aquí van (y para quien quiera ampliar añadiendo además algún comentario biológico, ahí están los enlaces):
No existe el horario de invierno. El horario que tendremos a partir de las 3 de la próxima madrugada es nuestro horario normal. El nuestro. El normal. El horario.
Por lo tanto, tampoco existe un horario de invierno diseñado para ahorrar energía. Dado que no hay un horario de invierno, el no-horario de invierno no ahorra nada, ni energía, ni fuerza, ni preocupaciones, ni dolores de cabeza, ni euros, pesetas o doblones.
Por el contrario, sí existe un horario de verano diferente del normal. Es decir, que lo que ocurre el último domingo de marzo es que nos apartamos de nuestro horario habitual para adelantar una hora los relojes.
Así que la pregunta que tiene sentido es: ¿comporta algún beneficio el horario de verano? Para responderla debemos remontarnos al propósito original de este cambio por parte de quienes lo inventaron.
El propósito de quienes inventaron el horario de verano fue añadir una hora más de luz por las tardes en los meses estivales. Respecto a los fines concretos que perseguían, había motivaciones personales que se ampliaron a la búsqueda de beneficios generales. El primer proponente de la idea, el británico-neozelandés George Vernon Hudson, entomólogo aficionado, quería tener más tiempo de sol por las tardes para recolectar insectos, pero también reducir el consumo de luz artificial en los atardeceres de verano. Por otra parte, el inglés William Willett, que tuvo la misma idea de forma independiente y a quien se considera el padre del cambio horario de verano que seguimos hoy, deseaba también contar con más tiempo de luz en las tardes de verano para practicar sus aficiones, como la caza y el golf. Pero dejarlo en el capricho de un constructor acaudalado sería una frivolización sesgada. Willett dedicó su vida a promover el cambio horario de verano y a tratar de demostrar que el cambio estival ahorraría energía en verano, al posponer el anochecer. Y aunque murió en 1915 sin conseguirlo, pronto algunos países comenzarían a adoptar el cambio horario en verano, que se generalizó en los años 70 con la crisis del petróleo.
Así que, resumiendo: con el cambio horario de esta noche no ganamos nada porque no está pensado para ganar nada. En todo caso, dejaríamos de ganar lo que ganaríamos en verano, si es que lo ganamos, cuando nos apartamos de nuestro horario normal. Y para despejar los condicionales de la frase anterior, la versión más directa y sencilla es esta: el horario de verano se diseñó para ganar una hora más de luz por las tardes. ¿Ganamos en verano una hora más de luz por las tardes con el cambio horario? Pues eso.
Todo lo cual también tiene implicaciones de cara a esa corriente que pretende cambiar nuestro huso horario peninsular y balear (UTC+1, UTC+2 en verano) para integrarnos en el de Canarias, Portugal y Gran Bretaña (UTC, UTC+1 en verano). Si nos atenemos exclusivamente al mapa, desde luego es innegable que por nuestra longitud geográfica deberíamos pertenecer al huso horario de Reino Unido, Portugal, Canarias y Marruecos, y no al de Alemania, Polonia, Noruega y Siria; así como el cambio horario de verano viene obligado por la Unión Europea, en cambio cada estado es libre de regirse según un huso horario u otro.
Pero está claro que la vida es mucho más que geografía. ¿Queremos tener una hora menos de sol todas las tardes del año? Puede que en verano no notáramos gran diferencia. Pero en el centro de la península, donde vivo, en invierno anochecemos sobre las 6 de la tarde. ¿Nos apetece que en enero el sol se marche a las 5 de la tarde? ¿Que los niños salgan del colegio casi de noche?
Naturalmente, quienes defienden este cambio de huso horario pretenden con ello modificar nuestras costumbres a semejanza de otros países europeos: comer más temprano, decir adiós a nuestros jefes a las 5 de la tarde, cenar antes y acostarnos prontito. Por supuesto que las costumbres pueden cambiarse por decreto; como caso típico, no hay dictadura que se resista a ello. Pero ¿hablará alguien con los jefes y jefas de ustedes para que les permitan salir del trabajo a las 5? ¿Y han paseado por Helsinki a las 9 de la noche? Hasta un apocalipsis zombi tiene más animación.
Esta pretensión resulta curiosa teniendo en cuenta, además, que el invento del horario de verano nació precisamente como una iniciativa británica para escapar de la tiranía de las noches tempranas, al menos durante los meses en que el clima de aquellas islas permite disfrutar de las actividades al aire libre. ¿Vamos a renunciar voluntariamente a nuestras largas tardes de sol?