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Una máquina descubre el octavo planeta en un sistema extrasolar

Investigadores de la Universidad de Texas en Austin y de la compañía Google han revelado esta tarde, en una rueda de prensa celebrada por la NASA, el primer hallazgo de dos exoplanetas no realizado por un ser humano, sino por un sistema de Inteligencia Artificial. Uno de los nuevos planetas, llamado Kepler-90i, hace el número ocho de los que orbitan en torno a la estrella Kepler-90, lo que convierte a este sistema en el primero conocido con el mismo número de planetas que el nuestro.

Ilustración del sistema Kepler-90. Imagen de NASA/Wendy Stenzel.

Ilustración del sistema Kepler-90. Imagen de NASA/Wendy Stenzel.

Hoy el descubrimiento de un nuevo planeta extrasolar ya no suele ser carne de titulares como lo era hace un cuarto de siglo, cuando se descubrieron los primeros. Se han confirmado ya más de 3.700 planetas fuera de nuestro Sistema Solar, por lo que la idea de que toda estrella podría tener al menos un planeta, como piensan algunos expertos, ya no sorprende. Solo los planetas más parecidos al nuestro, potencialmente aptos para la vida, suelen abrirse paso hasta las páginas y las webs de los medios generales, sobre todo si no están demasiado lejos de nosotros.

No es el caso de Kepler-90i; este planeta rocoso, un 30% más grande que la Tierra, orbita una estrella similar al Sol a 2.545 años luz, y no es precisamente acogedor: los científicos estiman que su temperatura ronda los 427 grados centígrados, similar a la de Mercurio y suficiente para fundir el plomo.

Sin embargo, Kepler-90i tiene dos argumentos para marcar un hito en la astronomía. El primero de ellos es que se trata del segundo «octavo planeta» jamás conocido por el ser humano. Desde que Plutón fue expulsado del club planetario, nuestro sistema se quedó con ocho, siendo Neptuno el octavo. Hasta ahora se había encontrado un puñado de estrellas con siete planetas a su alrededor; una de ellas, TRAPPIST-1, fue noticia el pasado febrero por albergar varios planetas en su zona habitable.

Kepler-90 también era hasta ahora un sistema de siete planetas, descubiertos gracias a los datos de la sonda Kepler de la NASA. Este telescopio espacial es un sofisticado cazador de planetas: rastrea unas 150.000 estrellas en una porción de la Vía Láctea y las vigila en busca de una pequeña atenuación que revele el tránsito de un planeta delante de ellas, como si tapamos parte del foco de una linterna con un dedo. Solo que las atenuaciones debidas al tránsito de planetas son ínfimas; las herramientas informáticas pueden identificarlas, pero es tan ingente la cantidad de datos recogidos por Kepler que los astrónomos y sus ordenadores tienen que centrarse en las señales más evidentes. Y esto implica que tal vez estén pasando por alto algún que otro planeta.

Aquí es donde entra el segundo gran argumento de Kepler-90i: es el primer planeta descubierto por una red neuronal de Inteligencia Artificial (IA). La historia comienza cuando Christopher Shallue, investigador en IA de Google, se entera de que los científicos dedicados a la búsqueda de exoplanetas hoy tienen tantos datos a su disposición que están desbordados; incluso con el uso de potentes ordenadores y con la colaboración de voluntarios a través de internet, el volumen de información es casi inmanejable.

Así, Shallue vio una oportunidad perfecta para dar de comer a sus redes neuronales, sistemas basados en algoritmos que tratan de imitar la forma de aprendizaje del cerebro humano. Los expertos en IA suelen decir que, por inmensas y complejas que sean las operaciones que un ordenador puede realizar en una fracción de segundo, hay algo en lo que la máquina más sofisticada del mundo es más torpe que el más torpe de los humanos: reconocer patrones. Algo tan elemental para nosotros como distinguir un perro de un gato es una tarea colosal para una máquina. Las redes neuronales capaces de aprender están progresando en esta habilidad que los humanos manejamos con soltura.

Shallue se puso en contacto con Andrew Vanderburg, astrónomo de la Universidad de Texas, y entre ambos entrenaron al sistema de Google para aprender a reconocer patrones de indicios de exoplanetas en los datos de atenuación de luz de estrellas recogidos por Kepler. Y allí donde los científicos habían encontrado siete planetas, en la estrella Kepler-90, la máquina encontró uno más, el octavo, con una señal tan débil que había escapado a los astrónomos. Lo mismo ocurrió con otra estrella, Kepler-80, donde el sistema de Google descubrió un sexto planeta, Kepler-80g. El estudio de los dos investigadores se publicará próximamente en la revista The Astronomical Journal.

Y esto es solo el principio. En la rueda de prensa, Vanderburg y Shallue apuntaron que por el momento solo han aplicado la red neuronal a 670 estrellas, pero que su intención es pasar los datos de las 150.000 observadas por Kepler. El sistema Kepler-90 es parecido al nuestro en el número de planetas y en su distribución, con los pequeños más cercanos a la estrella, pero es como una versión comprimida, ya que todos ellos están muy próximos a su sol; de ahí las altas temperaturas. Pero hoy los científicos ya sospechan que los sistemas multiplanetarios, incluso con muchos más planetas que el nuestro, probablemente sean algo muy corriente en nuestra galaxia. Y con la avalancha de datos de Kepler y la pericia de la máquina de Shallue, todo indica que pronto sabremos de algún sistema tan parecido al nuestro, con un planeta tan parecido al nuestro, que la presencia de vida allí parezca algo casi inevitable.

Invasión de anuncios de pseudociencia en Google

Últimamente, el mundo académico y científico viene preocupándose por el hecho de que internet, con todas sus indudables ventajas (el que suscribe no podría trabajar en lo que trabaja y como trabaja sin la existencia de internet), ha traído un daño colateral difícil de paliar: la dificultad de distinguir el grano de la paja, o la noticia real del rumor o la simple invención (ver, por ejemplo, comentarios aquí, aquí, aquí o aquí, y estudios aquí, aquí, aquí o aquí).

En el gran caldero de la red todo se mezcla de modo que el origen de los diferentes ingredientes resulta indistinguible. Por supuesto que no tiene el mismo valor de rigor y veracidad una noticia aparecida en el New York Times que lo dicho por cualquier tuitero o YouTuber, por muchos millones de seguidores que tengan; incluso hoy, el periodismo de verdad sigue sirviendo para algo. Pero para el lector acrítico y perezoso, el origen del material se pierde una vez que forma parte de la pulpa hirviente del caldero de internet.

Anuncio publicado por Google Ad Services.

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Con lo de «lector acrítico y perezoso» no pretendo afearle la conducta a nadie en particular, o a ningún colectivo concreto en general. Todos, en algún momento, podemos ser lectores acríticos y perezosos. Pero me llama la atención el caso de Twitter. Casi a diario, cuando publico el titular de uno de mis artículos enlazando al texto, me encuentro con respuestas al titular del artículo. Es decir, gente que no se ha molestado, ni piensa hacerlo, en leer el artículo, y que simplemente tuitea opinando sobre lo que dice el titular. A menudo además esas respuestas tratan de ser graciosas u ocurrentes, y entonces me pregunto qué tiene Twitter que ha hecho del graciosismo una forma de vida online.

Evidentemente, falta profundidad: lectura, comprensión, reflexión. A esto me refiero con lo de lector perezoso. Pero por otra parte está la falta de herramientas para la formación de un juicio crítico. Un ejemplo offline aplicable online: suelo evitar hablar con mis amigos de temas relacionados con la diferencia entre ciencia y pseudociencia. Como he dicho aquí varias veces, no tengo vocación de martillo de herejes, y no pretendo ofender a nadie con esta expresión; cada uno tiene su papel en la vida. Yo me crié en los 80 (en lo que se refiere a la transición a la madurez). Pero cuando algún amigo menciona tal o cual patraña dándole visos de veracidad (homeopatía, los peligros de las vacunas o de los transgénicos, etcétera), no tengo más remedio que, como decía Woody Allen, introducir un término en esa coyuntura.

Y a menudo pasa esto: después de explicar, evitando ser cargante ni petulante, qué es la homeopatía y por qué no sirve para nada, tal vez mi amigo responde a mi explicación comenzando con esta fórmula: «pues yo opino que…». Y entonces me vienen a la mente esas películas, parodiadas en Aterriza como puedas, en las que un piloto experto da instrucciones por radio a un pasajero para aterrizar el avión: «mueve la palanca hacia abajo…». ¿Respondería entonces el pasajero: pues yo opino que es mejor moverla hacia arriba?

Es decir: cuando explico qué es la homeopatía y por qué no sirve, no estoy opinando; estoy exponiendo datos. No tengo motivo para pensar que mis opiniones deban ser más dignas de consideración que las de cualquier otro. Pero sí mis datos; sin tratar de resultar petulante ni cargante, en esos casos yo soy el piloto y mi amigo es el pasajero tratando de pilotar, como lo sería al contrario si yo le preguntara a él sobre otra cosa de la que él supiera y yo no tuviera la menor idea; por ejemplo, cómo se programa en Java o cómo se tira un córner. De algo debería servir llevar casi 30 años dedicado a esto; si no, sería preferible que hiciera el hatillo.

Pero claro, la situación podría tornarse incómoda, y este es el motivo por el que trato de evitar este tipo de conversaciones con mis amigos. Porque, y en contra de la visión simplista, la lucha contra las pseudociencias NO es (solo) cuestión de educación. No lo digo yo; por si no lo he dicho (que sí lo he dicho), mis opiniones importan poco; lo dicen los expertos que dedican su trabajo a esta cuestión, y que llegan a conclusiones muy trabajadas y valiosas como para que aquí salga cualquiera, sea yo u otro, diciendo que esto se arregla con educación. Que no. No voy a explicarlo otra vez; ya lo hice aquí.

Sí puedo poner un ejemplo personal; aunque repito por enésima vez: es lo que dicen los expertos, que no cuentan casos personales, sino que estudian amplias muestras de población y sacan conclusiones generales y generalizables. Pero ahí va mi ejemplo: una persona amiga mía, con toda una carrera de ingeniería de las más difíciles, y con muchos años de experiencia de puesta en práctica de esa carrera de ingeniería, cree muy sinceramente que el color de las cortinas del salón de su casa puede determinar su suerte a la hora de encontrar un empleo.

O eso es poco más o menos lo que afirma esa patraña tronchante y mondante que circula por ahí en forma de libro con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo bajo el título El secreto, y que viene a decir: si tu vida va mal, es culpa tuya, porque tienes pensamientos negativos y entonces las piezas de tu vida no encajan bien. Ten pensamientos positivos y desea las cosas muy fuerte muy fuerte muy fuerte, y entonces el universo conspirará para hacer realidad tus deseos.

No, no es la última de Disney. Para quien no lo conozca, esto realmente es un libro que los adultos compran, leen y muchos se creen, y cuya pretendida eficacia se avala (naturalmente) con infinidad de testimonios de los convertidos a la secretología o como se llame. Es la versión New Age del clásico «sé bueno y Dios te premiará; sé malo y Dios te castigará». Es la religión para los no religiosos, o los desengañados con las religiones tradicionales. Se ve que la humanidad aún no ha acumulado suficientes pruebas de que, ni karmas, ni pepinillos en salmuera; si hay alguien que castigue a los malos, es como mucho la legalidad vigente, y depende.

En un estudio que comenté recientemente sobre la creencia en las pseudociencias, los autores prestaban apoyo a una hipótesis que, esta vez sí, sostengo como opinión personal: que las pseudociencias no están en declive a pesar de la mayor abundancia y facilidad de acceso a la información científica, sino que al contrario, están viviendo una época dorada. Los autores del estudio observaban un «auge del movimiento anti-ilustración», y lo explicaban alegando que actualmente ha disminuido la influencia de la ilustración, o el seguimiento consensuado de las conclusiones científicas por parte de los liderazgos políticos y sociales.

Sería un buen asunto de debate si ahora tenemos aquí y en otros países los líderes políticos y sociales (insisto, y sociales; no piensen solo en personas con cargos, sino también en lo que ahora llaman influencers) menos ilustrados casi desde el nacimiento de la propia Ilustración; por cierto que hace unos días escribí un reportaje sobre Thomas Jefferson, el tercer presidente de EEUU que fue un entusiasta de la ciencia y, aunque equivocado en sus teorías, un pionero de la paleontología de vertebrados en su país. Pero desde luego, dudo que alguien defienda que hoy tenemos los líderes más ilustrados de la historia.

Las señales del auge del movimiento anti-ilustración llegan a extremos que nos habrían parecido inconcebibles hace solo unos años. Últimamente se viene hablando bastante del resurgimiento de la idea de que la Tierra es plana, apoyada por algunas llamadas celebrities.

Hoy quiero mencionar otra señal más de ese auge del movimiento anti-ilustración, y es una repentina e insólita invasión de pseudociencias en los anuncios de Google que muestran muchas páginas web, incluyendo esta que están ustedes leyendo. Suelen decir que los anuncios se adaptan según los historiales de navegación; pero si algún algoritmo realmente ha deducido de mi perfil algún tipo de interés en las pseudociencias, deberían darle el premio a la Inteligencia Artificial Menos Inteligente. No solo la mayor parte de mi navegación se mueve en páginas de ciencia por cuestiones de trabajo, sino que ni siquiera suelo ocuparme a menudo de las pseudociencias, como sabrán los lectores de este blog.

Escribir sobre ciencia junto a un anuncio que afirma «sintoniza tu poder de energía sanadora», «sana tus heridas emocionales o traumas pasados», «curso gratis para revelar los secretos de la sanación de chakras: solo cinco días para desbloquear tus chakras para mejorar tu salud, amor, riqueza y creatividad», «da el siguiente paso en tu ascensión espiritual» o «revelado el método número uno de meditación: descubre los secretos de las personas más extraordinarias», viene a ser como publicar un artículo sobre violencia de género junto a una publicidad de aquella discoteca que prometía copas gratis y cien euros a las mujeres que acudieran sin bragas. A ver si se nos mete en la cabeza. No es solo cuestión de educación; sobre esto sí haría falta algo más de meditación.