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El último mastodonte ibérico vivió en el ‘Serengeti español’

Al inicio del Pleistoceno, entre 2 y 2,5 millones de años atrás, un hipotético visitante habría podido disfrutar de un auténtico safari en lo que hoy es la comarca granadina de Guadix. Elefantes, jirafas, felinos con dientes de sable, rinocerontes, guepardos, lobos, cebras o hienas, y así hasta 38 tipos de animales, incluyendo 24 grandes mamíferos, poblaban un ecosistema en el que convivían especies autóctonas con inmigrantes africanos y asiáticos, y que no tiene parangón en todo el registro fósil de la época en la Península Ibérica.

Interior del Centro Paleontológico Fonelas P-1. IGME.

Interior del Centro Paleontológico Fonelas P-1. IGME.

Dos millones de años después, científicos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) están rescatando y preservando este colosal tesoro fósil gracias a la Estación Paleontológica Valle del Río Fardes, la primera instalación estatal de su clase en España dedicada a la investigación, la divulgación y la docencia. Su primera fase, el Centro Paleontológico Fonelas P-1, abrirá sus puertas al público la próxima Semana Santa para quien quiera pasar sus vacaciones viajando a un Serengeti prehistórico y rematar el safari con una tapa de jamón de Trévelez, solo o con habas.

La última joya del enclave ha aparecido en forma de mandíbula de elefante, una pieza que los investigadores del IGME Guiomar Garrido y Alfonso Arribas rescataron a menos de un kilómetro de Fonelas P-1 y que se describe en un estudio publicado en la revista de acceso abierto Palaeontologia Electronica. Y no es un elefante cualquiera: las características del maxilar y de los dos molares que conserva no solo demuestran que se trata de una nueva subespecie nunca antes descrita, sino que además representa el último mastodonte que habitó la Península Ibérica, entre 2,5 y 2,4 millones de años atrás.

Reconstrucción de un 'Anancus arvernensis' en el Parque del Plioceno en Dorkovo (Bulgaria). Спасимир/Wikipedia

Reconstrucción de un ‘Anancus arvernensis’ en el Parque del Plioceno en Dorkovo (Bulgaria). Спасимир/Wikipedia.

«Rápidamente lo asignamos a un mastodonte, pero ya en el laboratorio descubrimos que tenía características que no eran comunes a la típica especie que habitaba la Península Ibérica por entonces, el Anancus arvernensis«, resume Garrido a Ciencias Mixtas. «Tenía caracteres muy primitivos, pero otros más evolucionados, como el menor tamaño, lo que corresponde a animales más modernos. Este es el mastodonte más pequeño registrado, y el más moderno en la Península Ibérica». El animal, también llamado gonfoterio, ha sido bautizado como Anancus arvernensis mencalensis. Era bastante similar a un elefante actual, ligeramente más pequeño que el africano con una altura de entre 2,5 y tres metros, pero con unos colmillos descomunales.

Adiós, mastodontes; hola, mamuts

Uniendo las piezas del puzle prehistórico, los investigadores de Fonelas reconstruyen qué estaba ocurriendo por entonces en la campiña granadina cuando aquel último mastodonte mordió el polvo en la Hoya de Guadix. «Justo en ese período de cambio del Plioceno al Pleistoceno se produce una crisis climática en África y se observan cambios faunísticos en la Península Ibérica», señala Garrido. «Esta población de mastodontes quedó aislada y tuvo que adaptarse a un clima más árido. Luego comenzaron a llegar los primeros mamuts y estos mastodontes se extinguieron».

Fragmento de mandíbula de mastodonte hallado en Fonelas. Garrido y Arribas, IGME.

Fragmento de mandíbula de mastodonte hallado en Fonelas. Garrido y Arribas, IGME.

Pese a todo, el nuevo mastodonte es para Garrido casi «una anécdota» en el contexto de Fonelas, «un punto caliente de biodiversidad hace dos millones de años» y un regalo que debemos agradecer a unos animales no siempre bien apreciados: las hienas. «Fonelas P-1 era un cubil de hienas en el margen de un meandro abandonado, y los huesos de sus presas quedaron atrapados bajo el agua en la siguiente estación de lluvias», explica Garrido, que no disimula el orgullo al repasar el elenco de su prehistórico zoo: «Entre las especies tenemos la cabra más antigua conocida, y una jirafa, que pensábamos que en la Península se habían extinguido en el Plioceno, y que sin embargo es la misma que se ha hallado en Grecia, Rumanía, Turquía y Tayikistán».

Fue por entonces cuando otros peculiares animales irrumpieron en aquel Edén biológico. «Es el ecosistema que vieron los primeros homínidos cuando comenzaron a llegar en aquella época», dice la paleontóloga. El resto ya es historia: nosotros permanecimos, ellos desaparecieron. En otro estudio publicado esta semana en la revista PNAS, investigadores daneses muestran que los grandes mamíferos eran los arquitectos de los paisajes templados europeos antes de su extinción asociada a la presencia del hombre moderno, y lanzan una curiosa propuesta: repoblar nuestros campos con grandes herbívoros para restaurar ecosistemas variados y autosostenibles. El coautor del trabajo Rasmus Ejrnæs, de la Universidad de Aarhus, sugiere así «hacer sitio a los grandes herbívoros en el paisaje europeo y posiblemente reintroducir animales como ganado salvaje, bisontes e incluso elefantes».