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I want to believe, pero… Cinco razones para no creer en los ovnis

Vaya por delante: que cada uno crea en lo que mejor le encaje en la mollera. No vengo ni he venido nunca, cuando se trata de argumentaciones, a coleccionar prosélitos, sino a expresar mi opinión como cualquiera, guste o no (suele ser que no, pero las democracias sirven para disentir, o eso me han dicho). Los proselitismos, incluso los ultracientíficos, me producen ictericia, sarpullido, roncha. No voy a demostrar aquí la inexistencia de los ovnis (nota 1: ovnis como entendemos los ovnis cuando hablamos de ovnis, y no O. V. N. I.) (nota 2: demostrar la inexistencia de los ovnis es imposible), sino simplemente a desgranar solo unas razones a vuelapluma por las que la defensa de este fenómeno tiene una lógica más bien endeble.

En realidad, y esto es una confesión, personalmente me encantaría que existieran. Me apunto a ese famoso «I want to believe» del póster de Mulder en Expediente X, que regresa con fuerza para los fans de la serie (entre los que me incluyo). Todo descubrimiento revolucionario, cualquier cambio de paradigma, es científicamente apasionante, y este en particular sería un caramelo para un periodista de ciencia. Tendríamos que derribar, recordar, reanalizar, reenfocar; daría a la ciencia más visibilidad en los medios, y más trabajo a los periodistas como yo. Sería un privilegio poder vivir ese momento como periodista de ciencia. Así que me encantaría equivocarme. Pero el believing sin pruebas no es conocimiento, sino religión. Y al menos de momento, esto es lo que hay:

Un fotograma de 'Expediente X'. Imagen de 20th Television.

Un fotograma de ‘Expediente X’. Imagen de 20th Television.

1. No es (biológicamente) absurdo pensar que podríamos estar solos en el universo. Y de momento, no hay razones para pensar otra cosa.

«Es ______ pensar que estamos solos», arguyen algunos defensores del fenómeno ovni. He dejado un espacio en blanco porque los calificativos varían: hay quienes lo rellenan con «arrogante». Bueno, tal vez lo sea. Pero el hecho es que la existencia o no de otros planetas habitados no depende de nuestra arrogancia, así que no hay ninguna relación entre este juicio de valor concreto y el hecho de que realmente estemos o no solos. Dicho de otro modo: la arrogancia no implica necesariamente estar equivocado. Otra cuestión es cuando el hueco se rellena con la palabra «absurdo». Y no, no es absurdo.

Dado que aún no conocemos más vida que la de aquí, sobre esta cuestión escuchará usted a biólogos manteniendo posturas contrarias, todas solo opiniones/intuiciones/sospechas, todas respetables. Este biólogo que escribe, en concreto, sostiene el argumento de la inexistencia del Segundo Génesis. A saber: una vez que se ha disparado el proceso de la vida, todo lo demás viene rodado, sean cuales sean los rumbos evolutivos que se tomen. De ese primer paso es del que aún no sabemos nada, y por tanto ignoramos su probabilidad real. Pero algo sí sabemos: en la Tierra, en algo más de 4.500 millones de años, la aparición de la vida solo se ha producido UNA VEZ. Una sola y única vez en 4.500 millones de años (que sepamos hasta ahora).

Es decir: si, como defiende la hipótesis contraria, la vida emerge de manera casi automática allí donde se dan las condiciones, en 4.500 millones de años debería haberse producido lo que se conoce como (al menos) un Segundo Génesis, un segundo evento independiente de aparición de la vida en un planeta tan propicio para ella como la Tierra. En 2010 parecía que por fin lo habíamos encontrado, cuando una investigadora descubrió una bacteria en el lago Mono (California), a la que denominó GFAJ-1, que parecía emplear arsénico en su ADN donde todos los demás seres terrestres empleamos fósforo. Por desgracia, el hallazgo se cayó; se debía a un error experimental. Aquella bacteria era rara, pero era como nosotros.

Los defensores de la hipótesis de la vida omnipresente podrían argumentar que la selección natural favorecería solo un linaje de partida, eliminando los demás. Este argumento es razonable. Es más: es cierto que un linaje triunfante modifica la química terrestre de modo que se cierra el espectro de posibles soluciones biológicas. Pero esto sucede una vez que un linaje ha podido crecer y extenderse lo suficiente como para ejercer esa supremacía. En un momento inicial podrían haberse desarrollado diferentes linajes independientes, con distintas soluciones, sin competencia directa geográfica (ni química) entre ellos. Y alguno de ellos podría haber sobrevivido en forma de vida simple y altamente especializada, tal y como habría sido el caso de las bacterias extremófilas del lago Mono.

La vida en la Tierra apareció hace unos 4.000 millones de años. Si podemos asumir que tal vez pasaron como mínimo 1.000 millones de años hasta que el único génesis conocido se extendió (tal vez incluso 2.000, si tomamos como referencia la aparición del oxígeno en la atmósfera), hubo tiempo de sobra para que se produjeran fenómenos locales de evolución de distintos linajes. Si algún día se descubre un Segundo Génesis terrestre, las cosas cambiarán radicalmente. De momento, solo podemos decir que la aparición de la vida es un fenómeno extremadamente raro: no lo conocemos en otro lugar, y en la Tierra solo ha surgido una única vez.

2. Del «no estamos solos» al «están aquí» media un abismo que precisa la violación de varias leyes fundamentales de la física.

Supongamos la hipótesis más favorable de las anteriores: que, en efecto, no estamos solos, que la vida es omnipresente en el universo. Pero en este caso, y aunque existan por ahí miles o millones de civilizaciones, lo más probable es que jamás lleguemos a tener noticia de su existencia; el universo es apabullantemente inmenso, y las distancias son demasiado grandes incluso para comunicarnos, no digamos ya para llegar a estrecharnos la mano.

El «no estamos solos» no conduce inmediatamente a «por tanto, están aquí». Para salvar el abismo lógico que conduce hasta los ovnis deberían ser capaces además de violar varias (inviolables) leyes de la física, lo que los convierte no en alienígenas muy avanzados, sino en semidioses. Si creemos los relatos habituales de ovnis, sus naves flotan en el aire sin ejercer una propulsión vertical que las sostenga ahí; son capaces de inmensas aceleraciones instantáneas y de detenerse en seco en el aire, y todo ello sin la aparente presencia de ningún tipo de propulsor o la expulsión de un propelente.

Todo esto no es simplemente una proeza tecnológica, sino una imposibilidad física, ya que violaría la ley de conservación de la cantidad de movimiento (una consecuencia de la vieja ley de acción y reacción de Newton), además de escapar a la gravitación universal que es, pues eso, universal. Además, si realmente no utilizaran un propelente o combustible, los ovnis violarían la ley de la conservación de la energía. Por no hablar además del límite físico de la velocidad de la luz, si es que sus naves van y vienen de su planeta a la Tierra como quien coge el metro de Sol a Tirso de Molina.

3. La imagen del «platillo volante» fue un invento de la prensa.

Sintiéndolo mucho, lo cierto es que los «platillos volantes» fueron creados por un titular periodístico. Esta es la historia. Segunda Guerra Mundial: el cielo comienza a ser frecuentado por una gran cantidad de aeronaves, y empiezan a acumularse los informes de pilotos que observan extraños objetos; reciben el nombre de Foo Fighters, y las descripciones generalmente hablan de «bolas de fuego», es decir, objetos esféricos.

Resulta entonces que en 1947 un piloto privado llamado Kenneth Arnold ve una flotilla de raras naves en el cielo, y al contarlo a los periodistas no es demasiado concreto sobre su forma, pero sí sobre su movimiento: dice que se mueven a sacudidas, como si fueran «platillos saltando sobre el agua». El diario The Chicago Sun recoge esta descripción y se inventa un titular atractivo: «flying saucers«, o «platillos volantes». Y de repente, Estados Unidos se llena de avistamientos de naves con forma de platillo volante. En un mes, ya había informes en 40 estados. ¿Qué ocurrió? ¿Los alienígenas leyeron el Chicago Sun y les pareció buena idea cambiar el diseño de sus ovnis, de bolas a platillos?

4. ¿Por qué los ovnis llevan luces?

Parece una razón tonta, pero hay lógica. Veamos. ¿No habíamos quedado en que nos observan pero no quieren mostrarse? De otro modo, décadas atrás ya se habrían plantado en mitad de Times Square o del Mall de Washington. La teoría ovni, supongo, asume que nos observan secretamente y que los avistamientos son casuales, no deliberadamente provocados por los alienígenas.

Bien. Siendo así, si quieren esconderse, ¿por qué sus naves llevan luces? La mayoría de los avistamientos refieren elementos luminosos que se asemejan a los utilizados en nuestros aviones o helicópteros, y que no sirven para ver, sino para ser vistos y así evitar colisiones. En otros casos, el propio ovni es luminoso en su totalidad. Nuestras aeronaves, aunque seamos tecnológicamente primitivos, ofrecen la opción de apagar sus luces cuando operan en misiones secretas, e incluso hemos desarrollado sistemas para reducir el ruido de los helicópteros. ¿Es que los ovnis no llevan un interruptor?

5. ¿Dónde se esconden cuando no los estamos avistando?

De acuerdo, admitamos todo lo anterior. Hay vida en muchos otros planetas, vida inteligente, alienígenas muy avanzados capaces de construir naves que violan las leyes de la física. Nos vigilan en secreto sin que lo sepamos, aunque a veces conseguimos verlos. Y algún diseñador inepto ha colocado en sus naves luces que les resultan útiles cuando vuelan por su propio planeta, pero que por algún motivo no pueden apagarse cuando quieren vigilarnos en secreto.

Y cuando no los vemos, ¿dónde están? Si a lo largo de la historia los hemos visto decenas, cientos de miles de veces, ¿dónde tiene su base toda esta inmensa flota? ¿Dónde está el gran ufódromo? En otros tiempos se creía que podían refugiarse en la cara oculta de la Luna, o en Marte. Pero ya hemos llegado hasta más allá de Plutón y no hemos encontrado nada. Ni rastro. Ni siquiera un tapacubos caído. Salvo que puedan desmaterializarse a voluntad (y en tal caso, ir directamente a la última frase al pie), todas esas naves necesitarán infraestructuras, puertos, talleres, reparaciones, recambios y una gran cantidad de personal… ¿Dónde está todo eso? Salvo, claro está, que vayan y vuelvan cada vez de su planeta a través de puertas interdimensionales que les permitan viajar instantáneamente a través del universo. En cuyo caso volvemos al punto 2, porque esto es, por desgracia, físicamente imposible.

Como conclusión de todo lo anterior, a menudo suele rebatirse la existencia de los ovnis caso a caso, demostrando que los avistamientos corresponden a fenómenos naturales o que son simples fraudes. Pero esta aproximación nunca podrá cubrir todos los testimonios, por lo que siempre quedará un agujero, una duda. Por otra parte, muchos tratan de probar la existencia de los ovnis demostrando la conspiración destinada a mantenernos en la ignorancia («la verdad está ahí fuera»); algo que hasta hoy nadie ha logrado, a pesar de que muchos han dedicado sus vidas enteras a este empeño (y con razón: la prueba definitiva haría millonario a quien la consiguiera). Pero por encima de todo esto existe una realidad obstinada, y es que la existencia de los ovnis, tal como creemos conocerlos, es sencillamente una improbabilidad lógica. O sea: salvo que exista algo muy gordo sobre cómo funciona la naturaleza que se nos haya escapado hasta ahora, los ovnis pertenecen al terreno de la creencia en fenómenos sobrenaturales.

…Y si Hillary Clinton nos descubre otra cosa, también lo contaré aquí.