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¿Y si el cáncer fuera una enfermedad infecciosa, contagiosa y… curable?

Si alguna vez se han preguntado por qué el cáncer no es una enfermedad contagiosa, sepan que no están incurriendo en ninguna estulticia. Al contrario, demuestran tener una mente inquisitiva y curiosa sobre los hombros.

De hecho, sí existen cánceres transmisibles en la naturaleza, y no me refiero a los agentes infecciosos que pueden provocarlo, como el Virus del Papiloma Humano (VPH), sino a la enfermedad causada directamente en un individuo por las células malignas procedentes de otro.

El caso más famoso es el del tumor facial del diablo de Tasmania (en realidad hay dos diferentes, el segundo descrito este mismo año), que se disemina entre los individuos sobre todo a través de los mordiscos y que está devastando la población de esta especie ya de por sí rara. Hay más casos, como un cáncer venéreo en los perros, y otro en los hámsters que se contagia cuando un mosquito absorbe células tumorales de un animal afectado y luego las inyecta a otro.

El último se acaba de publicar en Nature, y consta de varias líneas clonales que afectan a los moluscos bivalvos y que pueden transmitirse incluso entre especies diferentes, como mejillones, almejas o berberechos. En estos dos últimos, los cánceres transmisibles se han encontrado en criaderos de la ría de Arousa (Pontevedra).

¿Y en humanos? Hay al menos un suceso documentado, el de un cirujano que contrajo el cáncer de un paciente a través de una herida. Más raro es el caso de un hombre colombiano a quien a finales de 2015 se le descubrió un rarísimo cáncer que no estaba formado por sus propias células, sino por las de un parásito parecido a una tenia llamado Hymenolepsis nana, que se habían vuelto malignas y habían colonizado su organismo.

Células HeLa. Imagen de Wikipedia.

Células HeLa. Imagen de Wikipedia.

Si pudiéramos hacernos un borrado total de memoria y nos enfrentáramos al cáncer por primera vez, habría dos maneras de interpretar lo que ocurre en esta enfermedad. Una de ellas sería la tradicional de la oncología: el cáncer es un fenómeno proliferativo incontrolado, y como tal, los tratamientos deben centrarse en sistemas que pongan coto a ese crecimiento sin freno, ya sean genéticos o físico-químicos. Entre estos últimos se cuentan las terapias actuales más utilizadas, como la radio o la quimio. Estas atacan la proliferación celular en todo el organismo. Y aunque consiguen matar células malas, también hacen lo mismo con las buenas que sí deben proliferar, como las encargadas del crecimiento del pelo.

Pero mirémoslo de esta otra manera: como si fuera una enfermedad infecciosa. El organismo puede sufrir la invasión de múltiples parásitos, ya sean celulares como bacterias y hongos, o acelulares como los virus. Muchos de ellos no son capaces de reproducirse dentro de nosotros, y por eso una arquea que vive en manantiales sulfurosos no es un patógeno humano. En cambio, muchos de ellos sí hacen de nosotros su hogar. Y aunque nuestro sistema inmunitario está especializado en distinguir entre lo propio y lo ajeno, respetando lo primero y destruyendo lo segundo, en ocasiones no basta: bichos como los del ébola o el cólera nos matan si no hay una ayuda terapéutica o un empujón en forma de vacuna.

Los científicos llevan mucho tiempo tratando de llevar estas dos interpretaciones hacia un puente de los espías donde ambas puedan darse la mano y encontrar una solución de común acuerdo. Yo mismo hice mi tesis doctoral en un departamento de Inmunología y Oncología donde se trabajaba en el intento de construir ese puente. Estamos acostumbrados a que el cáncer no es transmisible porque el sistema inmunitario es especialmente eficaz cuando se trata de matar las células ajenas de nuestra misma especie, gracias a un fenómeno llamado histocompatibilidad. Esto es un obstáculo para los trasplantes de órganos, pero también una ventaja que nos protege del cáncer de otros.

De hecho, algunos casos de cánceres transmisibles tienen mucho que ver con esto. La población del demonio de Tasmania es tan pequeña y localizada que sus individuos han llegado a parecerse mucho unos a otros en esos marcadores de los tejidos que normalmente diferencian a un individuo de otro. Podría decirse que todos son casi donantes y receptores compatibles, y por eso el cáncer de uno, que en realidad tampoco es suyo, puede prender fácilmente en otro. Por otra parte, los bivalvos poseen un sistema inmune muy básico. Y en el caso del hombre colombiano, padecía una infección por VIH que había debilitado su sistema inmune. Se ha observado también que el sarcoma de Kaposi, un cáncer frecuente en personas inmunodeprimidas, puede contagiarse directamente a través de las células del tumor.

Henrietta Lacks. Imagen de Wikipedia.

Henrietta Lacks. Imagen de Wikipedia.

Pero una célula cancerosa puede llegar a ser algo tan alterado y distinto de su original que podría contemplarse como un parásito ajeno, no propio. Tal vez el cáncer más famoso de la historia sea el de Henrietta Lacks, una mujer estadounidense que murió en 1951 de un tumor de cuello de útero enormemente agresivo. La razón de su fama es que sus células malignas se cultivaron para investigación y se convirtieron en una de las líneas celulares más utilizadas en los laboratorios de todo el mundo. Prácticamente no hay biólogo celular o molecular de sistemas humanos que no haya trabajado en algún momento con células HeLa, incluido un servidor. Si ustedes alguna vez han estado enfermos y han tomado cualquier medicamento, es casi seguro que las HeLa han estado presentes en alguna fase de su investigación y desarrollo. El tumor que mató a Henrietta ha salvado millones de vidas.

Pues bien, las células HeLa son un absoluto engendro genético: 82 cromosomas en lugar de nuestros 46 normales. Parte de su genoma no es humano, sino del VPH que causó el tumor de Henrietta. Tan diferentes son de las células humanas normales que incluso un ilustre biólogo evolutivo, Leigh Van Valen, sugirió que podían considerarse como una especie microbiana nueva a la que denominó Helacyton gartleri. La propuesta no fue generalmente aceptada, pero la especie está registrada en la web de taxonomía Paleobiology Database.

Y todo esto nos lleva a lo siguiente: si desde este punto de vista las células cancerosas pueden considerarse como un agente infeccioso extraño, ¿no podría utilizarse este enfoque para combatir el cáncer como se hace con las enfermedades infecciosas, utilizando las armas del sistema inmunitario?

La respuesta es sí. Puede que esta visión no llegue a erradicar una enfermedad que tal vez jamás pueda erradicarse. Pero el futuro de la terapia oncológica podría estar en la inmunología. Mañana contaré más detalles.