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Las ratas vuelven a demostrar que son buenas personas

Ratas y humanos hemos estado juntos durante tiempos inmemoriales, y seguiremos estándolo. No son palabras de un humano, sino de una rata. Una de ficción, claro: Remy, el protagonista de Ratatouille. El DVD de la película de Disney Pixar incluye un corto titulado Tu amiga la rata, en el que Remy y su hermano Emile exponen un alegato para redimir a las ratas de su clásico sambenito de alimañas indeseables, contando al mismo tiempo la historia de la tensa y larga relación entre sus especies y la nuestra. Divertido y divulgativo; si están en edad de criar y tienen el DVD en casa, no se lo pierdan.

Póster del corto 'Tu amiga la rata'. Imagen de Disney Pixar.

Póster del corto ‘Tu amiga la rata’. Imagen de Disney Pixar.

Lo cierto es que las ratas no suelen ganar el premio a la simpatía entre los de nuestra especie. Casi es innecesario enumerar los motivos, pero es evidente que son los animales menos apreciados de entre toda la fauna urbana, al menos de la visible. Si las palomas invaden un parque, se les da pan. Si son las ratas, se les da veneno. Es probable que una buena parte de la infamia de estos roedores proceda de la peste negra del siglo XIV; aunque, como bien explican Remy y Emile, no fueron ellas, sino sus pulgas, quienes transmitieron el agente de la enfermedad. Y según añadía en un artículo la antropóloga Birgitta Edelman, «la información de que los perros y los gatos pueden portar estas pulgas infestadas, y de que los gatos pueden llevar ellos mismos la bacteria, se ha extendido mucho más lentamente entre el público».

De hecho, un estudio que comenté aquí el año pasado mostraba que las ratas de Nueva York están más limpias de lo que cabría suponer. De 133 ejemplares capturados y analizados, uno de cada diez estaba completamente libre de patógenos, y casi un tercio no llevaba ninguna bacteria peligrosa. Lo cual no implica que sea sensato acariciar a cualquier rata que uno se encuentre en su ciudad; en la última secuencia del corto de Pixar, corre por la pantalla una advertencia sobre el peligro de interactuar con estos animales, que Emile intenta censurar apartándolo de la pantalla y arrojándose de panza sobre las líneas de texto.

Tampoco es necesario mencionar que gran parte de la medicina actual no existiría sin la contribución forzosa de estos sufridos animales que han servido como modelos de experimentación mayoritarios junto con sus primos más pequeños, los ratones. Por desgracia, aún no hemos desarrollado la tecnología suficiente como para prescindir de los animales de laboratorio. Y en contra de lo que algunos creen, aún estamos muy lejos de ello.

Un clásico en la experimentación con ratas es el laberinto. El aprendizaje, la memoria y las funciones cognitivas nos han revelado sus secretos gracias a la enorme habilidad de las ratas resolviendo intrincadas redes de pasadizos, una capacidad entrenada a fuerza de evolución en un animal acostumbrado a reptar por madrigueras subterráneas. Pero en los últimos años, el estudio más detallado del comportamiento de las ratas ha permitido descubrir un insospechado rasgo de su conducta.

Hace poco más de un par de semanas resumí aquí los experimentos anteriores que han desvelado los comportamientos prosociales de las ratas. Hoy cuento otro nuevo. Investigadores del Centro Champalimaud para lo Desconocido (un instituto biomédico en Lisboa), dirigidos por Cristina Márquez y Marta Moita, prepararon un dispositivo en el que una rata podía elegir entre dos compuertas: o bien una que solo le ofrecía comida a ella misma, u otra que dispensaba alimento tanto a ella como a una compañera. Es decir, la rata encargada de la elección obtenía una recompensa idéntica en cualquiera de los dos casos.

El resultado del experimento, publicado en la revista Current Biology, es contundente: en el 70% de los casos, las ratas eligen la opción prosocial, es decir, la que también beneficia a su compañera. De los 15 animales que han participado en el ensayo, curiosamente solo uno se ha empecinado en escoger una y otra vez la opción egoísta. Los datos están en consonancia con experimentos previos, por lo que no resultan del todo sorprendentes. Quizá lo más novedoso en este caso es que las ratas puestas a prueba solo se decantan por la elección del mutuo beneficio cuando el segundo animal, el que espera al otro lado, señala específicamente cuál de las dos compuertas prefiere que su compañera abra. Según los científicos, una equivalencia podemos encontrarla en el comportamiento humano: si no pides ayuda, el otro no sabe que la necesitas.

Los investigadores añadieron una variación más, en la que se entrenaba a la segunda rata para señalar una de las compuertas pero en la que la apertura de cualquiera de las dos dispensaba comida a ambas. Y en este caso, la primera rata abría una u otra indistintamente; es decir, que no estaba condicionada por la preferencia de su compañera, sino que solo actuaba guiada por el propósito de que ambas obtuvieran la comida.

Regresando al corto de Pixar, es evidente que nuestro sesgo antropomórfico debe quedar confinado a los dibujos animados. La tarea de etólogos y psicobiólogos es definir, explicar y poner nombre a estos comportamientos. Los autores del estudio lo describen como comportamiento prosocial, a diferencia del altruismo, en el que el bien ajeno se busca incluso a costa del propio (por ejemplo, cuando alguien dona un riñón en vida). Pero otros experimentos anteriores con ratas en los que, a diferencia de este caso, se introducían condiciones de estrés, han demostrado que estos animales también son capaces de ayudar a otros superando su reacción fisiológica normal de miedo, que es quedarse paralizados y no actuar. Dado que una respuesta activa en estos casos equivale a despreciar un posible riesgo, algunos verían aquí algo parecido al altruismo.

En cualquier caso, y nombres aparte, lo que queda claro es que Remy y Emile tienen razón: deberíamos evitar que el nombre común de su especie designe lo peor del ser humano, cuando estos animales nos están demostrando una y otra vez que poseen alguno de esos rasgos que tradicionalmente hemos asociado a lo que hace a alguien digno de llamarse persona.

A ver si aprendemos empatía de las ratas

No es mi estilo ir hisopando moralina por el mundo, pero es difícil ignorar las lecciones que últimamente nos vienen dando ciertos animalitos tradicionalmente desdeñados por nuestra especie. Cuando equiparamos a las personas tacañas o despreciables con las ratas, el diccionario está de acuerdo, pero no la realidad: varios experimentos de comportamiento animal nos están demostrando que las ratas son mejores personas que las personas.

Dos ratas albinas en una jaula. Imagen de Nobuya Sato / Animal Cognition.

Dos ratas albinas en una jaula. Imagen de Nobuya Sato / Animal Cognition.

El hecho de que muchos animales responden a las emociones de otros no es una sorpresa. Pero sí lo es, desde hace unos años, el grado en el que algunos pueden llegar a mostrar comportamientos que antes creíamos reservados al ser humano y otros primates. En 2011, un estudio publicado en Science revelaba que a las ratas les importaba el sufrimiento de sus congéneres: cuando se situaba a un animal libre junto a otro encerrado, el primero liberaba al segundo una vez que aprendía a accionar el mecanismo. En cambio, cuando el recinto cerrado estaba vacío o contenía un objeto, las ratas no lo abrían. Es más; si junto al animal preso se situaba otra celda idéntica con chocolate, el roedor libre también ayudaba a su compañero, y luego entre ambos se repartían la comida.

Experimentos anteriores ya habían descubierto que las ratas eran capaces de contagiarse las emociones. Es decir, que un animal adopta reacciones de miedo o dolor cuando observa a otro sufriendo. Pero para los investigadores de la Universidad de Chicago (EE. UU.), dirigidos por la neurobióloga Peggy Mason, fue toda una sorpresa descubrir esta conducta de ayuda, ya que conlleva la necesidad de que las ratas superen su respuesta natural de quedarse paralizadas. Estamos acostumbrados a pensar que el instinto de conservación prima en el comportamiento de los animales; pero en este caso, la rata ignora las posibles consecuencias de sus actos cuando acude a socorrer a su congénere, actuando de manera diferente a como lo haría en una situación de peligro.

Con todo, los científicos reconocían que sus experimentos no permitían desentrañar en profundidad las motivaciones de las ratas. Desde nuestra tendencia a antropomorfizar a los animales y sus comportamientos, es inmediato emplear palabras como empatía, altruismo o compasión. Pero fuera del mundo de los dibujos animados, los científicos buscan una explicación fisiológica a esta conducta. Podría ser, arguyen, que el gesto de auxilio sea una manera de aliviar la propia angustia que el animal sufre debido a su contagio emocional, y que tal vez exista un mecanismo mediado por feromonas. Pero los investigadores tampoco descartan la posibilidad de que haya una verdadera motivación de ayudar. O quizá sea una mezcla de ambas cosas.

Para seguir indagando en esta conducta de las ratas y en sus motivaciones, Mason y sus colaboradores ampliaron sus experimentos con el fin de esclarecer qué tipo de vínculos son capaces de desencadenar la respuesta de ayuda. Según un estudio publicado en enero de 2014 en la revista eLife, los roedores socorren tanto a los compañeros de jaula como a los extraños, pero, en principio, siempre que sean de la misma cepa. Las ratas de laboratorio se diferencian de las salvajes en que pertenecen a líneas puras, obtenidas por cruces sucesivos a lo largo del tiempo hasta que se establece lo que se conoce como un background o fondo genético conocido y controlado. Dos cepas distintas pueden tener aspecto diferente; por ejemplo, en el experimento se emplearon ratas albinas y otras blancas y negras.

Las investigadoras de la Universidad de Chicago Peggy Mason (derecha) e Inbal Bartal observan a una rata que se dispone a liberar a otra. Imagen de Kevin Jiang.

Las investigadoras de la Universidad de Chicago Peggy Mason (derecha) e Inbal Bartal observan a una rata que se dispone a liberar a otra. Imagen de Kevin Jiang.

Pero aún más sorprendente es que, incluso cuando se trata de extraños de otra cepa diferente, la ayuda también aparece si esas ratas de distinta raza previamente han compartido jaula. Y cuando esto ocurre, los roedores también prestarán auxilio a otros extraños de la cepa con la que previamente se han familiarizado. En cambio, las ratas criadas desde pequeñas con miembros de otra cepa diferente de la suya no asistirán a los de su propia línea, a menos que se les haya habituado antes. Con todo esto, los investigadores concluían que el comportamiento prosocial no depende de la identidad genética, sino de la familiaridad social.

Con ocasión del nuevo estudio, la propia Mason no pudo evitar hacer una extrapolación de sus resultados: «La exposición y la interacción con distintos tipos de individuos las motiva para actuar bien con otras que pueden o no parecerse a ellas. Pienso que estos resultados tienen mucho que decir sobre la sociedad humana». Como conclusión de sus experimentos, Mason sospecha que la motivación de las ratas no es otra que «una versión de la empatía en roedores».

Ahora, otro nuevo experimento viene a reforzar las conclusiones de Mason. En este caso, investigadores de la Universidad Kwansei Gakuin de Japón han sometido a las ratas a un entorno de estrés: una piscina. Los científicos construyeron un recinto con dos compartimentos, uno seco y otro con un cierto volumen de agua que obligaba a los roedores a nadar. Al situar a un animal en cada uno de los dos habitáculos, los investigadores han descubierto que la rata en tierra seca abre la compuerta para permitir que su compañera escape del agua, y que el auxilio es más rápido cuando el propio roedor salvavidas ha sufrido antes la experiencia de la piscina en sus propias carnes. En cambio, la rata no abre la compuerta si no existe otro animal en peligro.

En otro experimento, el recinto contenía tres habitáculos; a un lado, la piscina; en el centro, el recinto seco; y en el extremo contrario, un compartimento con chocolate, accesible por una compuerta idéntica a la que conducía a la piscina. En la mayoría de los casos, escriben los investigadores en su estudio publicado en Animal Cognition, la rata elige socorrer a su compañera antes que acceder a la comida. Para el director del estudio, Nobuya Sato, sus resultados «sugieren que las ratas pueden mostrar un comportamiento prosocial, y que las ratas que ayudan pueden estar motivadas por sentimientos similares a la empatía hacia sus compañeros en apuros».

Después de todo lo anterior, y como comparación ilustrativa, no puedo evitar terminar con este vídeo. No tiene nada que ver con las ratas, pero sí mucho con la humanidad de los humanos. Se trata de un experimento social en el que se colocó en la calle a un chico en camiseta, aterido de frío en pleno invierno neoyorquino a -15 grados centígrados. Si quieren saber qué sucedió, no se pierdan la grabación completa. Verdaderamente, en algún momento de nuestro proceso evolutivo hemos perdido la compasión, la empatía y la solidaridad que distinguen a las ratas de nosotros, y no al revés.