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El despertar de la Fuerza, sin ciencia ni política (por fin)

El despertar de la Fuerza me ha devuelto a mi infancia en 1977. No más mociones de censura al canciller, plenos del Senado de la República ni franquicias de la Federación de Comercio; todos aquellos engendros pergeñados por George Lucas que habían hecho de Star Wars un equivalente a lo que ocurriría si a Indiana Jones le diera de repente por dejarse en casa el revólver y el látigo, contratar a un par de postdocs y a un equipo de becarios, hacer cola en el Ayuntamiento para solicitar los permisos, cuadricular el yacimiento, excavar con pincel y finalmente sentarse a escribir un paper para la revista Science.

Imagen de Walt Disney Studios Motion Pictures.

Imagen de Walt Disney Studios Motion Pictures.

Quien busque política soporífera puede incluso meterse una sobredosis de ella sin necesidad de acudir al cine; no hace falta que explique más. Y quienes buscamos ciencia, la buscamos en otro lugar. El despertar de la Fuerza es aventura, espectáculo, y punto, como lo fueron las tres películas originales.

Tampoco en esta nueva visión de J. J. Abrams hay la más mínima concesión a los midiclorianos, esa aberración nacida de un fenómeno clásico; digamos que uno inventa, por ejemplo, algo como los Teletubbies, un grupo de muñecos de felpa destinados a hacer reír a los bebés. De repente acaece que los Teletubbies se convierten en un éxito mundial, y entonces la borrachera de éxito le provoca a uno un complejo de trascendencia que le lleva a declarar que en realidad los Teletubbies son una metáfora de la sociedad contemporánea en la cual los distintos colores de los muñecos son un reflejo de la polifonía del relato social y blablablá.

En el caso de la trilogía-precuela, Lucas decidió ponerse estupendo al convertir el origen de la Fuerza en «una metáfora de una relación simbiótica que permite la existencia de vida», como conté en un reportaje reciente. Alguien debió de hablarle un día de las mitocondrias, los orgánulos celulares encargados de la producción de energía, y de la teoría endosimbiótica enunciada por Lynn Margulis, y con todo esto a Lucas le entró ese complejo de trascendencia metafórica por el cual decidió hacer de la Fuerza una especie de reflejo de la evolución biológica.

Tal vez alguien piense que un (ex)científico, biólogo, debería aplaudir este intento de Lucas de hacer de Star Wars algo más próximo a la ciencia. Pero al menos en mi caso, no es así. A cada uno lo suyo: puede ser divertido buscarle los tres pies al gato mediante el ejercicio de comparar los argumentos de Star Wars con lo que la ciencia sabe o no sabe, pero la fantasía es la fantasía y la aventura es la aventura; o como bien decía Hemingway cuando el éxito de El viejo y el mar llenó su agenda de periodistas preguntándole por metáforas, «el viejo es el viejo, el pez es el pez y el mar es el mar».

Ray Bradbury solía decir que la ciencia ficción es «el arte de lo posible». El maestro sostenía que Fahrenheit 451 era su única obra de este género, ya que planteaba un escenario prospectivo plausible, mientras que Crónicas Marcianas era una novela (o colección de relatos) de fantasía. Es decir, que su narración de las sucesivas expediciones de exploradores y colonos a Marte no pretendía parecer de ninguna manera algo coherente con la realidad presente o futura, sino que era un mero producto de la imaginación. Star Wars no es ciencia ficción, ni pretendió serlo, ni debería serlo. Sus naves viajan a la velocidad de la luz; de hecho, es la propia luz la que no viaja a la velocidad de la luz, ya que podemos ver cómo los haces de rayos láser avanzan a través del espacio.

En realidad, es precisamente cuando el guionista siente de pronto la tentación de hacerse el científico cuando nos hace torcer las cejas. En una secuencia de El despertar de la Fuerza, Rey trata de reparar el Halcón Milenario, advirtiendo a Finn del riesgo de un escape de gas venenoso. Cuando los soldados de asalto están a punto de invadir la nave, ambos deciden repeler el ataque dejando escapar el gas. Y dice Finn: «los cascos de los soldados pueden filtrar el humo, pero no las toxinas».

¿?

Venga ya, Finn. Las toxinas son sustancias venenosas producidas por los organismos vivos. Los gases venenosos como el cloro, el sarín o el gas mostaza, no contienen toxinas. Sí el gas pimienta, ya que su ingrediente activo, la capsaicina, se extrae de las guindillas o chiles. ¿Es que el Halcón Milenario funciona a base de guindillas? ¿Y por qué el casco de los soldados de asalto puede filtrar «el humo» incluyendo, es de suponer, moléculas pequeñas como el monóxido de carbono o los óxidos de nitrógeno y azufre, y en cambio deja pasar moléculas orgánicas muy grandes como suelen ser las toxinas?

En resumen, dejemos a Star Wars en el reino de la fantasía, donde todo lo sobrenatural es posible. Aunque, en realidad, lo verdaderamente sobrenatural en El despertar de la fuerza es algo que requiere una explicación urgente: ¿Cómo es posible que Max von Sydow tenga ahora exactamente el mismo aspecto que hace 42 años en El exorcista? ¿Acaso aprovechó aquella ocasión para firmar un pacto con el diablo?