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Pasen y vean cómo la tierra se lo traga todo a su paso

El terremoto de Nepal y la erupción del volcán chileno Cabulco nos recuerdan que los fenómenos naturales se abren paso sin avisar entre el hormigueo de los pequeños asuntos cotidianos que casi todos los días rellenan los contenidos informativos. Y que nuestra tecnología aún no basta para que podamos neutralizar su amenaza o incluso aprovecharla en nuestro beneficio: se ha publicado que la energía liberada por el terremoto de Nepal fue de unos 100 megatones (100 millones de toneladas de TNT), lo que equivale a unos 420 petajulios, que a su vez se traducen en casi 117 millones de megavatios hora.

Es decir, suficiente energía para abastecer de electricidad a toda Noruega durante un año (115.600.000 megavatios hora consumidos en 2008). Y según el geólogo indio Harsh Gupta, el seísmo solo liberó un 5% de la energía acumulada en la región. Si algún día fuéramos capaces de evitar la devastación ocasionada por estos fenómenos y lográramos convertirla en energía utilizable, podríamos llegar a considerarnos una verdadera civilización.

Pero por el momento, la diferencia entre un fenómeno natural y una catástrofe natural depende sobre todo de los estándares de vida de la población a la que le toca sufrirlo. Esto resulta evidente cuando las cifras de muertos superan el punto de los miles, o de los cientos de miles como en el tsunami de 2004, pero también en los casos contrarios: el volcán Kilauea, en la Isla Grande de Hawái, lleva en erupción desde enero de 1983. Aunque mantiene una actividad tranquila sin explosiones bruscas, es probable que sus ríos de lava hubieran provocado graves desgracias en otros países menos desarrollados, donde seguramente habrían arrasado barrios de infraviviendas construidos en los terrenos más inseguros.

Aún peor es cuando los desastres no son cien por cien naturales, sino que vienen favorecidos por la propia actividad humana. Hoy traigo aquí un vídeo que se grabó hace un mes en un lugar desconocido de Rusia, sin más información de contexto, y que muestra cómo un escalofriante deslizamiento de tierras se lo traga todo a su paso, torres eléctricas, árboles y carretera, mientras el cámara anónimo desprecia el riesgo de que un posible brusco acelerón del corrimiento le acabe sepultando.

El vídeo fue recogido por el geólogo Dave Petley en su blog especializado en deslizamientos en la web de la Unión Geofísica de EE. UU. (AGU). El estudio del vídeo y los detalles aportados por otros usuarios permitieron a Petley concluir que se trata de un deslizamiento provocado por el vertedero de una mina en la región centro-sur de Siberia y del que no se ha informado oficialmente.

Según Petley, el deslizamiento de este tipo de terrenos viene favorecido por el deshielo, que da una consistencia viscosa al terreno, y fue una suerte que en este caso ocurriera durante el día y en una zona sin casas. En otras ocasiones, deslizamientos de residuos mineros han causado enormes tragedias. En 1966 la localidad de Aberfan, en Gales (Reino Unido), se vio sorprendida por 107.000 metros cúbicos de escombro de una mina de carbón que se encontraban peligrosamente apilados en las laderas cercanas. El derrumbe se cobró 144 víctimas mortales, con el agravante de que 116 eran niños; la escuela primaria fue uno de los edificios devorados por el derrubio.

En otros casos, los deslizamientos no cuentan con la colaboración directa de la acción humana, pero muchos no pueden elegir otra opción sino vivir en lugares marcados por la amenaza del desastre: en 1999 los desprendimientos en el estado venezolano de Vargas, propiciados por las fuertes lluvias, borraron del mapa poblaciones enteras. Ni siquiera se pudo determinar el número de víctimas; aunque se estimó en decenas de miles, solo pudieron recuperarse unos mil cuerpos. Más recientemente, en 2011, las lluvias torrenciales en el estado brasileño de Río de Janeiro provocaron avalanchas de barro que acabaron con la vida de casi mil personas.

Dejo aquí otro vídeo que recoge varios corrimientos de tierras capturados en directo por las cámaras. Las secuencias invitan a imaginar el terror que pueden producir estos fenómenos; cuando la tierra se descompone, es difícil concebir algo más parecido al fin del mundo.

Lo imposible es lo cotidiano en la vida de un planeta

Aunque a nuestros ojos puedan parecer lo imposible, los cataclismos naturales llevan miles de millones de años moldeando la arcilla de este planeta. Para el pequeño accidente terrestre que es el ser humano, son inmensas tragedias que jamás se olvidarán. Pero para esta roca mojada no son más que retoques de cutis apenas perceptibles, como pinceladas del photoshop planetario. Incluso los mayores desastres, como el tsunami del Índico del que pronto se cumplirán diez años y que en pocos minutos arrastró más de 200.000 vidas, son para la Tierra como la ceniza que cae sobre el papel y que se barre con el canto de la mano.

Hace 180 años, un abogado y geólogo inglés llamado Charles Lyell concluyó de sus observaciones que la Tierra no se formó por una ráfaga súbita de grandes procesos catastróficos, sino por la acumulación de los mismos cambios constantes, casi inapreciables para el ojo humano, que hoy se suceden. Esta teoría del actualismo, que ya antes de Lyell había sido propuesta por el escocés James Hutton, fue a la geología lo que la evolución darwiniana a la biología. De hecho, Lyell fue amigo de Charles Darwin, y sus Principios de Geología, de los cuales se deducía que nunca existió un Diluvio Universal sino simples chaparrones frecuentes, fueron una de las principales inspiraciones para el padre de la evolución.

Entre estos fenómenos cotidianos y sigilosos no solo están la erosión del viento o el aluvión de los ríos, sino también los que a nuestros ojos son catástrofes extremas: terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, impactos de asteroides… En los países anglosajones, estos fenómenos aún se conocen en lenguaje legal como «actos de Dios», según el origen que durante siglos se les atribuía. Hoy conocemos sus causas, pero nuestra tecnología aún se queda corta a la hora de predecirlos. En 2012, seis científicos italianos fueron condenados a seis años de cárcel por el homicidio involuntario de 309 personas al no haber pronosticado adecuadamente el terremoto de L’Aquila en 2009, una muestra más de que las mayores fallas no son las geológicas, sino las existentes entre la ciencia y la sociedad. El día 10 de este mes, el tribunal de apelación ha revocado la sentencia, absolviendo a los científicos acusados.

Litografía de la erupción del Krakatoa de 1883, creada en 1888. Imagen de Wikipedia.

Litografía de la erupción del Krakatoa de 1883, creada en 1888. Imagen de Wikipedia.

Pero sin duda, los menos sigilosos entre los sigilosos son los volcanes. Y el que menos, el Krakatoa. El 26 y 27 de agosto de 1883, este volcán indonesio sufrió una serie de colosales explosiones que volatilizaron la mayor parte de su isla y alteraron profundamente la geografía de otras cercanas. De la noche a la mañana, el archipiélago de Krakatoa quedó irreconocible. Pero esta no fue una explosión cualquiera: su potencia se calcula en unas 13.000 bombas de Hiroshima. El pasado septiembre, la revista de ciencia Nautilus publicaba un artículo en el que el periodista y físico Aatish Bhatia analizaba el ruido producido por la explosión del Krakatoa, el sonido de mayor volumen jamás escuchado en la historia escrita del planeta.

Bhatia señala que el estallido del volcán llegó a escucharse a casi 5.000 kilómetros de distancia, como de Dublín a Boston. El autor cita las palabras que el capitán del navío británico Norham Castle, a solo 65 kilómetros de la isla, escribió en su cuaderno de bitácora: «Las explosiones son tan violentas que han reventado los tímpanos a más de la mitad de mi tripulación. Mis últimos pensamientos están con mi querida esposa. Estoy convencido de que ha llegado el Día del Juicio Final». Basándose en los datos recogidos, Bhatia calcula que a 160 kilómetros de distancia del volcán el nivel de ruido fue de 172 decibelios, un volumen que el autor describe como «inimaginablemente alto»: el ruido junto a un motor de avión es de 150 decibelios, y cada 10 de aumento la percepción es que el volumen se duplica. De acuerdo a los registros de los barómetros en distintas ciudades del mundo, el autor estima que el sonido dio la vuelta al globo entre tres y cuatro veces a lo largo de unos cinco días.

Erupción del volcán Kilauea (Hawái) en 2009. Imagen de Javier Yanes.

Erupción del volcán Kilauea (Hawái) en 2009. Imagen de Javier Yanes.

Y aún hay que decir que esto no es nada si se compara con la explosión del supervolcán de Yellowstone acaecida hace 2,1 millones de años. Según datos publicados, esta erupción fue 2.500 veces mayor que la del Monte Santa Helena en 1980, la cual a su vez fue equivalente a 1.600 bombas de Hiroshima. Así que una sencilla cuenta con fines puramente recreativos arroja que la erupción de Yellowstone fue como cuatro millones de bombas atómicas. O, para el caso, más de 300 Krakatoas explotando al mismo tiempo y en el mismo lugar. La palabra inimaginable se queda corta para describirlo. Y en cuanto al sonido que esta explosión pudo producir, baste decir que los 220 decibelios de un cohete espacial al despegar son suficientes para fundir el hormigón, motivo por el cual los ingenieros deben situar sistemas de reducción de ruido para que este no destruya el propio cohete.

Para deleitarnos con la belleza letal de los volcanes, dejo aquí unos vídeos de la lava del Kilauea. Este volcán en la Isla Grande de Hawái lleva en erupción continua desde 1983. Cuando tuve la ocasión de contemplarlo, hace cinco años, la lava aún caía directamente al mar a través de un tubo subterráneo, ofreciendo imágenes apocalípticas como la que acompaña a este artículo. Pero recientemente la lava ha comenzado a fluir también hacia el interior de la isla, cortando carreteras y amenazando a las poblaciones cercanas. Lo que también ha dado ocasión de producir vídeos como estos, alguno de ellos con cierto ánimo de experimentación gamberra.