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Cómo salir de un coche en caso de emergencia, y por qué

Imaginen la situación. El coche vuelca. Resultamos casi ilesos (si llevamos el cinturón de acuerdo a la legalidad vigente), con las tripas del revés, pero todo dentro de su caja; conscientes, pero desorientados. Debido al choque, el mecanismo de apertura de la puerta se ha quedado trabado. ¿Cómo salir del coche?

Imagen de Wikipedia.

Imagen de Wikipedia.

Fácil, si uno ha visto cualquiera de las miles de películas de Hollywood en las que se recrea un trance similar. Damos una patada al parabrisas, este se desprende de su marco, y salimos tranquilamente por el amplio hueco que deja. ¿No?

No crean todo lo que ven. El cine de acción está plagado de convenciones que se transmiten de una película a otra, probablemente porque sus directores y guionistas las han visto antes en otra película, pero que guardan escasa relación con cómo las cosas suceden realmente. Si alguna vez han tratado de abrir una puerta de una patada a lo Chuck Norris ya lo habrán podido comprobar. De esta curiosa falta de concordancia entre realidad y ficción en efectos cinematográficos naturalmente asumidos por todos se han ocupado algunos científicos y periodistas de ciencia, incluido un servidor.

Por ejemplo, todos damos por hecho que una colilla encendida arrojada sobre un charco de gasolina provocará un incendio, de consecuencias catastróficas si la escena acontece en una gasolinera. No les voy a animar aquí a que lo prueben por sí mismos, pero tampoco es necesario: el ingeniero y profesor Tom Rogers ya se ocupó de repetir el experimento con un total de 223 cigarrillos de 11 tipos diferentes, «sin que nunca se prendiera la gasolina», escribía en su web Insultingly Stupid Movie Physics (Física de cine insultantemente estúpida). Un cigarrillo puede llegar a prender los vapores, pero nunca la gasolina líquida.

Algo similar puede ocurrir con la patada en el parabrisas. Si logramos romperlo, abriremos un hueco del tamaño del pie. El parabrisas está formado por dos láminas de vidrio unidas por una película intermedia de plástico destinada a conservar su integridad estructural cuando se fractura, de manera que no nos rebane por la mitad en caso de accidente. Con la fuerza suficiente sería posible desprenderlo del marco, pero en el minuto posterior a un accidente es probable que nuestras fuerzas estén más bien mermadas.

Obviamente, la respuesta correcta es salir por la ventanilla. Pero cuidado: romperla también tiene su truco.

El porqué lo explica Destin Sandlin en el siguiente vídeo de su canal de YouTube, Smarter Every Day. Destin es uno de esos casos que demuestran que la red de vídeos preferida por todos no es solo un coto para coreanos con gafas de sol pretendiendo hacer como que cantan, y que ser un yutuber es perfectamente compatible con emplear el cerebro, además de algo de equipo profesional para producir vídeos de alta calidad que no se limitan a un tipo contando algo a la cámara, sino que incluyen experimentación recreativa. Destin utiliza cámaras de alta velocidad para revelar procesos que escapan a nuestra percepción; en este caso, cómo se rompe el vidrio.

En el vídeo, Destin explica la diferencia entre el vidrio del parabrisas y el de las ventanillas. Este último es vidrio templado, que típicamente estalla en mil pedazos cuando se rompe. Quién no ha heredado de sus padres o abuelos alguno de esos vasos Duralex que duran, duran y duran. Pero eso sí, cuando se rompen, varias generaciones continuarán sacando trocitos de debajo de los muebles.

La luna trasera de un coche, vista (abajo) con un filtro polarizador. Imagen de Etan J. Tal /Wikipedia.

La luna trasera de un coche, vista (abajo) con un filtro polarizador. Imagen de Etan J. Tal /Wikipedia.

El patrón de rotura del vidrio templado tiene como propósito evitar los fragmentos grandes que puedan cortarnos. Esto se consigue gracias al proceso de templado, consistente en enfriar rápidamente el vidrio después de moldearlo. El resultado de este enfriado rápido es que la parte exterior ejerce compresión sobre el interior, que a su vez empuja con fuerza de tensión. Si alguna vez han mirado la luna trasera de un coche con gafas de sol polarizadas, habrán observado que aparece un patrón de manchas regulares; son las variaciones en la tensión interna del vidrio, visibles a la luz polarizada.

Es este equilibrio el que otorga al vidrio templado su alta resistencia, como demuestra Destin al atizarle un martillazo sin lograr romperlo. Este tipo de material no se emplea para los parabrisas porque su rotura dejaría al conductor sin visibilidad, pero sí se utiliza para las ventanillas y la luna trasera.

Pero el vidrio templado tiene un secreto, y es que es mucho más resistente en el centro que en los bordes. Los márgenes se enfrían rápidamente, por lo que carecen de la resistencia del templado. No se pierdan lo que ocurre cuando Destin deja caer el vidrio acoplando una pequeña llave metálica al borde. Y naturalmente, cuando el vidrio se rompe, estalla en pedazos debido a que se liberan las tensiones internas. Así que ya lo saben: rompan la ventanilla para salir del coche, pero golpéenla en el borde.

Termina la semana Nobel, esos días tan entrañables…

¡Aaah, no hay nada como saborear las viejas tradiciones! Finaliza la semana de los premios Nobel con ese hogareño regusto al café molido en aquel viejo molinillo de la abuela: ningún español gana un Nobel de ciencia y todo el que es alguien ya conocía al galardonado en Literatura antes del premio (¡cómo no, Patrick, genial escritor!). El de Economía no se conocerá hasta el lunes, pero… ¡esperen, no me lo digan! A que va a ser un prestigiosísimo economista elogiado por todos los expertos, pero a quien nunca se le pedirá que explique cómo sus estudios han contribuido a mejorar el bienestar de la humanidad (algo que invariablemente parece suponerse a los ganadores de los premios científicos).

Para conmemorar el momento, nada mejor que celebrar la propia ciencia regresando a sus raíces, a lo que nos deja con la boca abierta, recordándonos lo que nos empuja a descubrir cómo funciona la asombrosa naturaleza que nos rodea. Hoy recojo aquí un puñado de vídeos que nos muestran algunos experimentos y descubrimientos que nunca ganarán un Nobel. Pero molan.

Comenzamos con un clásico que a muchos recordará a aquellos quimicefas de nuestra infancia. Al sumergir alambres de hierro en una solución de sulfato de cobre, los átomos del primero se disuelven cediendo sus electrones al cobre y uniéndose a los iones de sulfato, mientras que el cobre recoge los electrones del hierro, precipita y se vuelve sólido. Es una reacción de desplazamiento por oxidación y reacción, o redox, que finalmente produce cobre metálico y sulfato de hierro. El resultado es un bonito bosque de cristales que puede adoptar muchas variantes según la forma del material utilizado.

¿Quién no ha oído hablar de la reacción entre los caramelos Mentos y la Coca-Cola? Este experimento casero es ideal para entretener a los niños en un cumpleaños con algo de ciencia recreativa. Yo lo hice en una ocasión en una fiesta de mis hijos, y el resultado fascinó tanto a los peques que agradecí haber comprado reservas de sobra, porque el exigente público, completamente entregado, continuó pidiendo bises hasta que se me agotó el material. El vídeo que aparece aquí es el récord mundial, conseguido en Cincinnati, Ohio, en 2007, con la participación de medio millar de personas.

Señoras y señores, ante ustedes, la moneda que tirita de frío cuando se la clava en un bloque de hielo seco (también llamado nieve carbónica). En realidad no se trata de una tiritona del pobre John F. Kennedy, sino de un efecto provocado por una corriente de gas. El hielo seco está compuesto por dióxido de carbono (el que las plantas se comen de día y desprenden de noche) congelado a unos 80 grados bajo cero. Cuando el calor de la moneda se transfiere al hielo, este se sublima, se transforma directamente en CO2 gaseoso, y la corriente que crea produce el movimiento.

El efecto que sigue fue muy popular como juego pirotécnico hace décadas, hasta que su extrema toxicidad obligó a retirarlo del mercado. Se trata de la conocida como «serpiente del faraón». La descomposición del tiocianato de mercurio(II) por el calor produce un sólido serpenteante que crece y crece como si surgiera de la nada. El resultado es una especie de churro con aspecto de torrezno o de costilla asada, y fue precisamente su apariencia de algo comestible la que indujo a varios niños a comerlo, con trágicas consecuencias.

Terminamos con un espejismo marino que no es tal, sino un efecto óptico causado por un increíble animalillo llamado zafirina o zafiro de mar, perteneciente a un grupo de crustáceos llamados copépodos que a menudo parasitan a otras especies. El zafiro de mar despliega esos espectaculares destellos azules debido a que sus células poseen microscópicas láminas de cristal tan próximas entre sí como la longitud de onda de la luz azul. Es decir, no se trata de ningún pigmento; no es un color real, sino un efecto debido a las características ópticas de la estructura. A menudo sus tonos varían del azul al dorado, lo que ocurre solo en los machos. Las hembras viven parasitando a un tipo de medusa y no muestran estas brillantes tonalidades, pero en cambio tienen grandes ojazos sensibles al color, por lo que quizá utilizan este rasgo de los machos para encontrar pareja. Como el animal es muy pequeño para nuestra escala humana –solo unos milímetros– y por tanto difícil de distinguir, a menudo los buceadores creen estar alucinando cuando comienzan a ver chispazos de colores donde aparentemente no hay nada.