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¿Más allá de una duda razonable? No para el glifosato

La ciencia y el derecho son disciplinas de galaxias tan lejanas que un encuentro entre ambas podría parecer improbable. Y sin embargo, esto ocurre a diario incontables veces en los tribunales, siempre que un juez solicita un peritaje de contenido científico. Es más, estos testimonios a menudo son determinantes en el desenlace del proceso.

Lo cual es problemático: como ya expliqué aquí, un informe del Consejo de Asesores en Ciencia y Tecnología del presidente de EEUU denunciaba a propósito de la ciencia forense que “los testigos expertos a menudo sobreestiman el valor probatorio de sus pruebas, yendo mucho más allá de lo que la ciencia relevante puede justificar”.

O sea, que muchas sentencias se basan en una presunta certeza científica que en realidad no existe. Y como también conté aquí, no todos los expertos están de acuerdo, por ejemplo, en que un trastorno mental deba actuar como atenuante o eximente. Más aún cuando no todo en psicología tiene el carácter científico que se le supone.

El resultado de todo esto es que puede incurrirse en una contradicción de consecuencias fatales para un acusado: un ignorante en derecho como es un servidor está acostumbrado a oír aquello de que solo debe emitirse una sentencia condenatoria cuando se prueba la culpabilidad más allá de una duda razonable. Si esto es cierto, y no solo un cliché de las películas de abogados, hay multitud de casos con intervención de peritajes científicos en los que esto no se cumple.

Tenemos ahora de actualidad otro flagrante ejemplo de ello. Esta semana hemos conocido que la empresa Monsanto, propiedad de Bayer, ha sido condenada a resarcir con más de 2.000 millones de dólares a una pareja de ancianos de California, quienes alegaron que los linfomas no Hodgkin que ambos padecen fueron causados por el uso del herbicida glifosato, que Monsanto comercializa bajo la marca Roundup y que, vencida ya la patente, es el más utilizado en todo el mundo. El caso no ha sido el primero. De hecho, Monsanto y Bayer se enfrentan a más de 9.000 demandas en EEUU. Y muchas más que llegarán, si una demanda a Monsanto es la gallina de los huevos de oro.

Roundup de Monsanto. Imagen de Mike Mozart / Flickr / CC.

Roundup de Monsanto. Imagen de Mike Mozart / Flickr / CC.

Por supuesto que a la sentencia se le ha hecho la ola. Si sumamos el típico aplauso popular a quienes atracan el furgón del dinero, al odio que ciertos sectores profesan hacia la industria farmacéutica en general, y al especial aborrecimiento que concita Monsanto, esta condena es como la tormenta perfecta del populismo justiciero, el movimiento anti-Ilustración y el ecologismo acientífico.

Pero más allá de esto, y de la simpatía que toda persona de bien siente hacia una pareja de ancianos enfermos de cáncer, si se supone que nuestro sistema occidental se basa en un estado de derecho, se supone también que es inevitable preguntarse si se ha hecho justicia.

Y la respuesta es no.

Porque ni se ha demostrado ni es posible demostrar si el glifosato causó el cáncer de los ancianos, o si (mucho más probable, estadísticamente hablando) el causante fue algún otro factor de su exposición ambiental, simples mutaciones espontáneas y/o factores genéticos.

A todo lo más que puede llegar la ciencia es a valorar el potencial cancerígeno del glifosato en general. No voy a entrar en detalles sobre lo que ya habrán leído o han podido leer en otros medios si el asunto les interesa: que tanto la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU como la Agencia de Seguridad Alimentaria de la Unión Europea consideran hasta ahora que el glifosato no es carcinógeno en su uso recomendado, y que en cambio en 2015 la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo incluyó en el grupo 2A, “probablemente carcinógeno para humanos”, a pesar de que los propios autores del estudio reconocieron que si bien había datos en modelos animales, en humanos eran escasos.

Debido a ello, el dictamen fue criticado por muchos científicos bajo la acusación de haber maximizado algunos datos y haber minimizado otros, como un gran estudio que ha seguido a más de 90.000 granjeros en EEUU desde 1993 y que no ha encontrado relación alguna entre el glifosato y el linfoma.

Pero es esencial explicar qué significa esta clasificación de la IARC para situar las cosas en su contexto. Existen cuatro grupos, desde el 1, los que son seguros carcinógenos, como el tabaco, el sol, las bebidas alcohólicas, las cabinas de bronceado, la contaminación ambiental, la píldora anticonceptiva, la carne procesada, ciertos compuestos utilizados en la Medicina Tradicional China, el hollín, el serrín, la exposición profesional de zapateros, soldadores, carpinteros y así hasta un total de 120 agentes.

A continuación le siguen el 2A, el del glifosato, con 82 agentes, y el 2B, los «posiblemente carcinógenos», con 311 agentes. Por último se encuentra el grupo 3, que reúne a todos los demás, aquellos sobre los que aún no se sabe lo suficiente (500 agentes). Solía haber un grupo 4, los no cancerígenos, que solo incluía una única sustancia, la caprolactama. Pero recientemente este compuesto se movió a la categoría 3 y la 4 se eliminó, con buen criterio, dado que es imposible demostrar que una sustancia no causa cáncer.

Con esta primera aproximación, y viendo los agentes del grupo 1, ya se puede tener una idea de cuál es el argumento, sin más comentarios, salvo quizá aquella sabia cita de Paracelso: “todo es veneno, nada es veneno; depende de la dosis”. El grupo 2A, en el que se incluyó el glifosato en 2015, reúne agentes como los esteroides anabolizantes, el humo de las hogueras o de las freidoras, la carne roja, las bebidas calientes, los insecticidas, el asfalto, el trabajo nocturno en general o la exposición ocupacional de peluqueros, fabricantes de vidrio o peones camineros.

En el caso de los ancianos de California, y aunque sea imposible demostrar que su cáncer tenga relación alguna con el glifosato o que no la tenga, al parecer el jurado dictaminó a favor de los demandantes porque los envases de glifosato no contenían ninguna advertencia sobre su posible carcinogenicidad, como sustancia clasificada en el grupo 2A de la IARC.

Ahora la pregunta es: ¿tendrán derecho a demandar los consumidores de bebidas alcohólicas, de carnes rojas y procesadas, de anticonceptivos orales, bebidas calientes, insecticidas o Medicina Tradicional China, quienes tienen chimenea en su casa, los clientes de las cabinas de bronceado, los trabajadores de freidurías y churreros, carpinteros, peones, trabajadores nocturnos, peluqueros, soldadores, vidrieros o zapateros, porque en todos los productos correspondientes o en sus contratos de trabajo no se advertía de este riesgo claramente catalogado por la IARC? (Y esto por no llevarlo al extremo del esperpento con las personas expuestas a la contaminación ambiental y al sol, porque en estos dos últimos casos sería difícil encontrar a alguien a quien demandar).

En resumen, la carcinogenicidad de una sustancia o de un agente no es un sí o no, blanco o negro; al final debe existir una decisión humana que requiere apoyarse en mucha ciencia sólida, y no simplemente en la “voz del experto”. Especialmente porque la de un jurado popular ni siquiera lo es. Y por mucha simpatía que despierten los ancianos, arriesgar los empleos de cientos o miles de trabajadores de una empresa, y el sustento de cientos o miles de familias, debería requerir al menos algo de ciencia sólida.

Lo más lamentable de todo esto es que los dos ancianos probablemente ni siquiera van a poder disfrutar demasiado de lo que han conseguido. Sería de esperar, si es que queda algo de justicia, que al menos los abogados los hayan pagado sus herederos.

Nota al pie: como ya lo veo venir, rescato aquí la norma que viene siendo habitual desde hace años en las revistas científicas, por la cual es obligatorio declarar la existencia o no de conflictos de intereses, y que no estaría mal que se aplicara también como norma al periodismo. El que suscribe nunca ha trabajado para, ni ha recibido jamás remuneración o prebenda alguna de, la industria farmacéutica. Miento: creo recordar que en una ocasión me regalaron una pelota de Nivea en una farmacia. Y también trabajé un par de años en una startup biotecnológica española, una experiencia de la que salí escaldado. Pero esa es otra historia.

Qué significa el nuevo hallazgo de Barbacid contra el cáncer

Imaginemos que un grupo de climatólogos construye un modelo de simulación computacional del cambio climático. Los científicos ponen su modelo a trabajar e imponen una condición: mañana, a las 9 en punto, cesan todas las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero en la Tierra. Después de ejecutar la simulación, el resultado es que pasado el tiempo no solo se revierten los efectos del cambio climático hasta ahora, sino que desaparece la amenaza del calentamiento en las décadas venideras (es solo un ejemplo hipotético).

Naturalmente, los científicos estimaban que los resultados podían ser favorables, ya que están actuando sobre la causa raíz, pero resultan ser más espectaculares incluso de lo que sospechaban. Sin embargo, es solo una simulación; no existe manera humana de que mañana a las 9 cesen las emisiones de gases de efecto invernadero. Y aunque de alguna manera fuera posible, los daños colaterales superarían a los beneficios: no tendríamos transporte, energía, comunicaciones, comercio, industria, agricultura… Los centros de trabajo se vaciarían, las fábricas pararían, no habría alimentos en las tiendas, ni tendríamos electricidad, telefonía, internet. Sería un apocalipsis, un colapso de la civilización.

Este caso imaginario sirve como ejemplo para ilustrar lo que ha logrado el equipo del investigador Mariano Barbacid, y que ayer se presentó en rueda de prensa en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Barbacid y sus colaboradores han creado un modelo de simulación del cáncer de páncreas, solo que en lugar de tratarse de un algoritmo, es un modelo biológico en ratones. A continuación han impuesto a su modelo una condición drástica, la anulación de ciertos genes implicados en el cáncer y cuya inactivación, esperaban los investigadores, podía revertir el proceso canceroso. Los resultados han superado sus expectativas, logrando en varios casos una curación total.

Pero es solo una simulación. Incluso en el caso de que fuera posible anular dichos genes en los pacientes con cáncer, que hoy por hoy no lo es, los efectos secundarios serían peores que la propia enfermedad, ya que se trata de genes que desempeñan funciones esenciales en el organismo.

Imagen de archivo del investigador Mariano Barbacid. Imagen de Chema Moya / EFE.

Imagen de archivo del investigador Mariano Barbacid. Imagen de Chema Moya / EFE.

Durante la rueda de prensa, Barbacid insistió en que sus nuevos resultados, publicados en Cancer Cell, no deben despertar falsas esperanzas entre los enfermos de cáncer, y así lo han reflejado los medios. Pero también se ha dicho que el tratamiento podría estar disponible para humanos en unos cinco años. Solo que en este caso no existe ningún tratamiento.

En los centros de investigación del cáncer no es raro recibir llamadas de familiares de pacientes, amargamente rotos y deseando agarrarse al menor resquicio de esperanza, dispuestos a abrazar cualquier posible terapia, por experimental y peligrosa que sea. Pero en este caso no hay ninguna terapia que deba demorarse unos años por el proceso de ensayos clínicos. No existe ningún fármaco nuevo, sino solo una posible estrategia, un indicio de enfoque, que es y será por mucho tiempo totalmente inaplicable en humanos.

Con todo, por supuesto que la investigación de Barbacid aporta novedades enormemente valiosas. La principal, la regresión total de este tipo de cáncer en algunos casos, algo que se ha conseguido por primera vez en un modelo experimental; hasta ahora, en los modelos de cáncer de páncreas solo se habían logrado remisiones temporales. Es especialmente destacable que se haya obtenido una paralización del proceso canceroso en los ratones trasplantados con tumores humanos, ya que el cáncer de páncreas en nuestra especie es más complejo que los modelos genéticamente modificados en ratones.

De hecho, este es el dato más intrigante del estudio de Barbacid; los investigadores aún no están seguros de por qué las células tumorales humanas resultan ser tan sensibles en los ratones a esta modificación genética, ni de por qué los efectos tóxicos son mucho más leves de lo esperado.

Curiosamente, esto último parece deberse a que la supresión de uno de los genes (c-Raf) no ha anulado la función que esta enzima desempeña en los sistemas esenciales para la supervivencia celular, algo que sí sucede cuando se emplea un fármaco que inhibe dicha enzima. Lo cual sugiere que el efecto beneficioso observado en los ratones cuando se suprime este gen no está mediado por esa actividad enzimática, sino por alguna otra función de c-Raf que aún es un misterio, y que delata lo mucho que queda por conocer sobre los mecanismos moleculares del cáncer.

Si fuera posible reproducir este último efecto en humanos, se abriría una nueva vía hacia futuros tratamientos. Pero aún quedaría por superar el escollo de cómo conseguir esta inhibición selectiva, inocua para el funcionamiento de las células normales. Esto implica obtener no solo los agentes o fármacos adecuados, sino diseñar una estrategia para su acción específica en los tumores.

Actualmente se ensayan enfoques como la inmunoterapia o la optogenética (controlar funciones de los genes con luz) que pueden lograr esta acción específica. Estudios como el de Barbacid pueden dibujar la equis sobre los genes en los que sería necesario aplicar estas nuevas técnicas para aplacar la furia proliferativa de los tumores. Aún queda mucho camino por recorrer, pero al menos ya se está recorriendo.

¿Qué riesgos para la salud tienen los tatuajes? Esto dice la ciencia

Posiblemente lo último que se plantea quien va a hacerse un tatuaje es si podría ser perjudicial para su salud a largo plazo, más allá de los clásicos riesgos de infección por VHC (hepatitis C) o VIH (virus del sida), que se suponen descartados en un local serio y fiable con los permisos y garantías sanitarias que mandan las leyes.

Pero no deja de ser curioso: frente a todos los bulos y fake news que se propagan sobre las vacunas, compuestos perfeccionados durante años o décadas a golpe de conocimiento científico, que se inyectan, actúan y desaparecen, y cuya seguridad está validada por toneladas de estudios, en cambio a pocos parece preocuparles el hecho de insertarse en un tejido vivo del organismo una serie de sustancias extrañas, poco o nada conocidas ni estudiadas, y que van a permanecer ahí para toda la vida. Tal vez muchos de quienes se tatúan no sepan que con ello se están inyectando directamente en el cuerpo sustancias que rechazarían tomar con cualquier alimento.

De hecho, no parecen existir muchos estudios sobre la percepción de estos posibles riesgos. El año pasado una encuesta a casi 1.200 universitarios en Polonia revelaba que el 79% se informaban sobre ello solo a través del artista tatuador y el 73% a través de internet, mientras que solo del 5 al 8% preguntaban a un médico o buscaban información científica al respecto. Así que no, no parece preocupar a casi nadie.

Pero ¿hay motivos para preocuparse?

Imagen de pxhere.

Imagen de pxhere.

El resumen, para los perezosos que no quieran leer todo lo que sigue, es que en el fondo aún no se sabe. No ha transcurrido demasiado tiempo desde que los tatuajes dejaron de ser un signo de marginalidad para convertirse en una moda mainstream, lo que además ha llevado a la introducción de nuevos tipos de pigmentos coloreados cuyo recorrido temporal aún es muy corto. Y por razones obvias, es imposible hacer ensayos clínicos controlados y aleatorizados.

Sin embargo, basta recorrer las bases de datos de estudios científicos para encontrar numerosos casos descritos de distintos tipos de enfermedades sospechosamente asociadas a los tatuajes. Asociadas quiere decir asociadas. Es decir, en general es muy difícil, por no decir imposible, saber si realmente existe una relación de causa y efecto entre el tatuaje y la enfermedad o si es una mera coincidencia. Por lo tanto, lo único que pueden hacer médicos y científicos es vigilar estrechamente estos casos, reunirlos, reportarlos y analizarlos, y lo que deben hacer las autoridades es regular cuidadosamente basándose en el conocimiento científico existente.

Cosa esta última que, al parecer, no se está haciendo adecuadamente. O al menos esto es lo que dice un grupo de investigadores italianos en un nuevo estudio publicado este mes en la revista Science of the Total Environment. En la Unión Europea, en EEUU y otros países existe cierta regulación sobre los pigmentos empleados para los tatuajes. Pero según los autores del estudio, «aún faltan regulaciones específicas».

En la UE, dicen, «no hay regulación supranacional y solo hay cobertura de algunas normativas nacionales», mientras que en EEUU «las tintas de tatuaje se clasifican como cosméticos pero no están aprobadas para su inyección en la dermis». Los autores añaden que la regulación actual solo cubre «riesgos microbiológicos y químicos, olvidando por completo la nanotoxicidad», es decir, la toxicidad debida a las nanopartículas de la tinta.

En concreto, en la UE, una resolución del Consejo de Europa de 2008 estableció unos requisitos para la seguridad de los tatuajes. Un sistema europeo de alerta llamado RAPEX (Rapid Exchange of Information System, o Sistema de Intercambio Rápido de Información) sirve para retirar del mercado los productos de consumo no alimentarios ni farmacéuticos que puedan ser peligrosos; por ejemplo, cada Navidad los telediarios suelen hablarnos de los juguetes importados que se han incautado por no cumplir la normativa.

Según los investigadores italianos, de 2007 a 2017 las alertas de RAPEX llevaron a prohibir 190 tintas de tatuaje o de maquillaje permanente, 126 de ellas importadas de EEUU (no pensemos siempre en los productos chinos). El 37% de estas tintas contenían aminas aromáticas, que pueden causar cáncer o defectos genéticos; un 32% contenían hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAH) como los presentes en el humo del tabaco o de la quema de combustibles fósiles, y que también se relacionan con el cáncer; el 14% contenían niveles de metales pesados superiores a los permitidos. Los autores del estudio apuntan que algunas de estas tintas fueron retiradas del mercado; es decir, que posiblemente algunas personas ya las lleven en sus tatuajes.

Imagen de pixabay.

Imagen de pixabay.

El problema con las tintas, según recalcan diversos estudios, es que no son productos fabricados ni autorizados específicamente para inyectarse bajo la piel, sino para uso industrial. “La mayoría de los pigmentos usados en los tatuajes fueron desarrollados para otras aplicaciones, como la automoción o los plásticos”, apuntaba una revisión de 2015. “Solo unos pocos pigmentos están disponibles en grado cosmético, y ninguno puede comprarse en grado farmacéutico”, es decir, con la calidad y la pureza que se exige a todo producto farmacéutico destinado a introducirse en el organismo.

Por ello y aunque el objetivo ideal es que las tintas sean inertes, en la práctica, según escribían los autores israelíes del estudio que cité ayer a propósito de los tatuajes lumbares y la anestesia epidural, «la incorporación cutánea de los pigmentos ornamentales de los tatuajes no es un proceso inerte». El artista tatuador tampoco tiene por qué saber exactamente qué contienen las tintas, ni cuenta con la formación médica necesaria para conocer sus posibles efectos sobre la salud.

Las incógnitas no se limitan solo a la composición del propio pigmento, sino también a las impurezas y la posible contaminación microbiológica. En cuanto a lo primero, la revisión de 2015 citaba que un estudio detectó en las tintas negras de carbón hasta más de 700 microgramos por gramo de diversas impurezas que “se sabe son genotóxicas o carcinogénicas”. En cuanto a la presencia de microbios, otra revisión de 2015 en la revista The Lancet citaba que “hasta el 20% de las tintas analizadas están contaminadas con bacterias”, “incluyendo tintas etiquetadas como estériles”.

Una preocupación especial, según el estudio italiano, son las nanopartículas de la tinta, puesto que aún no hay regulación al respecto. La incógnita con las nanopartículas estriba en que estas pueden llegar a cualquier lugar del organismo y depositarse allí. Desde hace años se sabe que algunas partículas de la tinta se vierten al torrente sanguíneo y acaban en los ganglios linfáticos, ya que se ha observado que estos se tiñen de los colores de los tatuajes. En 2017, investigadores del Sincrotrón Europeo descubrieron que esta tinta que recorre el organismo lo hace también en forma de nanopartículas. «Y ese es el problema: no sabemos cómo reaccionan las nanopartículas», decía el coautor del estudio Bernard Hesse.

Otro de los autores, Hiram Castillo, explicaba que ni los tatuadores ni los tatuados suelen preocuparse por la composición química de los colores; «pero nuestro estudio muestra que quizá deberían», decía. Se ha observado que esta acumulación de pigmentos en las células inmunitarias puede provocar síntomas similares a un linfoma, con inflamación de los ganglios o lesiones en la piel incluso muchos años después de cuando se hizo el tatuaje, y en algún caso raro estos daños han desembocado en un linfoma real.

Imagen de pexels.

Imagen de pexels.

Además de otras complicaciones cutáneas e inmunitarias, también se han dado casos en los que el tatuaje provoca síntomas semejantes a los de un melanoma. Aunque existen casos descritos de cánceres de piel asociados a los tatuajes, es esencial subrayar que una vez más se trata de correlaciones; correlación no implica causalidad, y aún no existen datos suficientes para establecer causalidades. “Los posibles efectos carcinogénicos locales y sistémicos de los tatuajes y sus tintas aún no son claros”, decía una revisión de 2012.

Tampoco parece que todos los colores tengan el mismo potencial de riesgo. Varios estudios (como este y este, o esta revisión) coinciden en que los pigmentos rojos suelen ser los más problemáticos a largo plazo, seguidos de los verdes. El rojo es el color más implicado también en los casos de pseudolinfoma. Sin embargo, se han registrado más casos de melanomas asociados a los tatuajes de color azul oscuro o negro.

Un curioso riesgo adicional es el de experimentar reacciones adversas como inflamación o quemazón en la piel tatuada después de una resonancia magnética (RM), una técnica de diagnóstico muy habitual en medicina. El efecto se debe a que ciertos pigmentos de los tatuajes contienen hierro, que reacciona al magnetismo emitido por la máquina. Sin embargo, un nuevo estudio publicado el mes pasado estima que el riesgo real es muy bajo, de solo 1,7 a 3 casos por cada 1.000, si bien también se ha advertido que en ciertas ocasiones la presencia del tatuaje puede distorsionar la imagen obtenida y anular la utilidad de la prueba.

Como conclusión, todo lo anterior no debería ser motivo de alarma para quienes ya lleven tatuajes; aún se necesitará mucha más ciencia sólida. En general, lo único que puede concluirse hoy es, como decía una revisión de 2016, que «la prevalencia de reacciones inmediatas o retardadas a las tintas y los pigmentos es oscura e impredecible». En algunos casos concretos aún está todo por hacer; por ejemplo, el posible efecto de los tatuajes de la madre gestante sobre el desarrollo fetal.

Pero si para algo aspira a servir este artículo, es para que quienes estén pensando en pasar por la aguja tomen precauciones y sigan la recomendación de la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA): “Si quieres hacerte un tatuaje, haz tu investigación no solo sobre la habilidad del artista tatuador y las medidas que toma para evitar infecciones, sino también sobre las tintas que utiliza. Reúne toda la información, ¡no tengas miedo de preguntar!”.

Ciencia semanal: comer sin gluten puede ser perjudicial para los no celíacos

Una ronda de las noticias científicas más destacadas de la semana.

Gluten-free, solo para celíacos

Hace tan poco tiempo que aún podemos recordarlo, a los celíacos y otros afectados por trastornos metabólicos les costaba encontrar alimentos adaptados a sus necesidades, o al menos encontrarlos a precios asequibles. Por suerte esto fue cambiando, con la intervención destacada de algunos distribuidores. Hoy muchas tiendas y restaurantes ofrecen opciones para celíacos y detallan la idoneidad de sus productos para otros perfiles de trastornos y alergias.

Imagen de @joefoodie / Flickr / CC.

Imagen de @joefoodie / Flickr / CC.

Pero entonces comenzó a producirse un extraño fenómeno, cuando personas perfectamente sanas empezaron a adoptar la costumbre de evitar el gluten en su dieta en la errónea creencia de que es más sano. Y como no podía ser de otra manera, ciertas marcas aprovechan el tirón para fomentar tramposamente esta idea de forma más o menos velada. Mientras, los nutricionistas científicos se tiran de los pelos tratando de desmontar este mito absurdo y sin fundamento.

Estudios anteriores ya han mostrado que el consumo de alimentos libres de gluten no aporta absolutamente ningún beneficio a los no celíacos. Pero ahora estamos avanzando un paso más con la simple aplicación a este caso de un principio general evidente, y es que la restricción de nutrientes en la dieta cuando no hay necesidad de ello solo puede conducir a una dieta deficitaria.

Un estudio con más de 100.000 pacientes a lo largo de 26 años, elaborado en las facultades de medicina de Columbia y Harvard (EEUU) y publicado esta semana en la revista British Medical Journal, confirma que el consumo de gluten en las personas sin celiaquía no aumenta el riesgo de enfermedad coronaria (como sí hace en los celíacos), pero aporta algo más: la reducción del gluten en la dieta disminuye el consumo de grano entero (integral), que se asocia a beneficios en la salud cardiovascular, por lo que la dieta sin gluten puede aumentar el riesgo coronario en los no celíacos.

Los autores son conscientes de las limitaciones de todo estudio epidemiológico, aunque el suyo es muy amplio y excepcionalmente prolongado en el tiempo. Pero como conclusión, advierten: «no debe fomentarse la promoción de dietas libres de gluten entre personas sin enfermedad celíaca».

Cassini, en el meollo de Saturno

Continuamos siguiendo la odisea de la sonda Cassini de la NASA en sus últimos meses de vida, mientras orbita entre Saturno y sus anillos antes de la zambullida que la llevará a su fin el próximo septiembre. La NASA ha publicado esta semana un vídeo elaborado con las imágenes de la atmósfera de Saturno tomadas por la sonda durante una hora de su recorrido alrededor del planeta gigante. Los científicos de la misión se han encontrado con la sorpresa de que la brecha entre Saturno y sus anillos está prácticamente limpia de polvo, al contrario de lo que esperaban.

Ataque al centro de mando del cáncer

Lo que han conseguido estos investigadores de la Universidad de Pittsburgh (EEUU) no es una de esas noticias que acaparan titulares, pero es un hito sobresaliente en la aplicación de una nueva tecnología de edición genómica (corrección de genes por un método de corta-pega) llamada CRISPR-Cas9, de la que se esperan grandes beneficios en las próximas décadas.

Los autores del estudio, publicado en Nature Biotechnology, han logrado por primera vez emplear esta herramienta para neutralizar un tipo de genes del cáncer llamados genes de fusión. Estos se forman cuando dos genes previamente separados se unen por un error genético, dando como resultado un gen de fusión que promueve el crecimiento canceroso de la célula. Los investigadores trasplantaron a ratones células cancerosas humanas que contienen un gen de fusión llamado MAN2A1-FER, responsable de cánceres de próstata, hígado, pulmón y ovarios. Luego introdujeron en los ratones un virus modificado artificialmente que contiene CRISPR, específicamente diseñado para cortar el gen de fusión y reemplazarlo por otro que induce la muerte de la célula.

El resultado fue que todos los ratones sobrevivieron durante el período total del estudio, sin metástasis y con una reducción considerable de sus tumores, mientras que todos los animales de control, a los que se les suministró un virus parecido pero ineficaz contra su gen de fusión, sucumbieron al cáncer.

Una ventaja adicional es que la técnica puede ir adaptándose a la aparición de nuevas mutaciones en las células cancerosas. Según el director del estudio, Jian-Hua Luo, es un ataque al «centro de mando» del cáncer. Y aunque aún queda un largo camino por delante hasta que el método sea clínicamente utilizable, sin duda es una brillante promesa en la lucha contra esta enfermedad.

Decir tacos nos hace más fuertes

Uno de esos estudios que no van a cambiar el curso de la historia, pero que tal vez confirma lo que algunos ya sospechaban; y que sobre todo dará un argumento científico a quienes sientan la necesidad de vomitar tacos, insultos e improperios durante un gran esfuerzo físico (desde deportistas a madres pariendo sin epidural), pero que tal vez se cohíban por aquello de guardar las formas: háganlo sin miedo. Si alguien se lo reprocha, cítenles los resultados presentados por el doctor Richard Stephens, de la Universidad de Keele (Reino Unido), en la Conferencia Anual de la Sociedad Británica de Psicología: gritar palabras malsonantes nos hace más fuertes.

Los investigadores compararon el rendimiento de un grupo de deportistas en pruebas de esfuerzo, sin y con tacos, descubriendo que en el segundo caso las marcas mejoraban. Curiosamente, y aunque la hipótesis de los autores era que este efecto se produciría a través del sistema nervioso simpático, como ocurre con la mayor tolerancia al dolor en estos casos, no encontraron signos que confirmaran esta asociación. «Así que aún no conocemos por qué decir tacos tiene estos efectos en la fuerza y la tolerancia al dolor», dice Stephens. «Todavía tenemos que comprender el poder de las palabrotas».

Ciencia semanal: grabe su esperma con el móvil

Por si les interesa lo ocurrido en el mundo de la ciencia durante esta semana, aquí les dejo cinco de las noticias más destacadas.

Un test de fertilidad para hombres a través del móvil

Se calcula que más de 45 millones de parejas en todo el mundo sufren de infertilidad, y que en un 40% de los casos el factor responsable es la mala calidad del semen. Investigadores de la Facultad de Medicina de Harvard, dirigidos por el innovador bioingeniero Hadi Shafiee, han diseñado un sistema casero, barato (el coste de los materiales es de 4,45 dólares) y fácil de usar para que los hombres puedan analizar su esperma sin tener que acudir a un centro especializado. Se trata de un dispositivo para la recogida de muestras que se introduce en una carcasa fijada al móvil. La cámara del smartphone se encarga de hacer el recuento de espermatozoides y el análisis de su motilidad. Los investigadores esperan presentar próximamente la solicitud de aprobación del dispositivo a las autoridades sanitarias de EEUU. Seguro que nunca habrían imaginado utilizar el móvil de esta manera.

Esquema del aparato. Imagen de Kanakasabapathy et al, Science Translational Medicine.

Esquema del aparato. Imagen de Kanakasabapathy et al, Science Translational Medicine.

Los espermatozoides tienen marcha atrás

Sin salir del tema, un nuevo estudio ha analizado el movimiento del fluido que crea a su alrededor un espermatozoide durante su trabajosa carrera hacia el óvulo, que en la inmensa mayoría de los casos termina en fracaso: como en Los inmortales, solo puede quedar uno. Los investigadores, de universidades británicas y japonesas, descubren que el pequeño nadador no se limita a avanzar, sino que se mueve a latigazos también hacia ambos lados y hacia atrás para reducir la fricción con el fluido y conquistar su objetivo.

Diagrama del flujo creado por el espermatozoide durante su movimiento. Imagen de Universidad de Kioto.

Diagrama del flujo creado por el espermatozoide durante su movimiento. Imagen de Universidad de Kioto.

Juno paga otra visita a Júpiter

Mañana lunes, la sonda Juno de la NASA sobrevolará Júpiter por quinta vez desde su llegada al gigante gaseoso en julio de 2016. Durante su vuelo a 4.400 kilómetros de la capa de nubes, los instrumentos de Juno recogerán datos para continuar avanzando en el conocimiento de la atmósfera, la magnetosfera y la estructura de Júpiter. Una de las grandes incógnitas sobre el mayor de los planetas del Sistema Solar es si posee un núcleo sólido en lo más recóndito de su densa masa gaseosa.

Un agujero negro supermasivo, expulsado del centro de su galaxia

Desde la primera detección de las ondas gravitacionales, realizada en septiembre de 2015 y divulgada hace poco más de un año, los científicos están comenzando a sacar partido a esa nueva era de la astronomía que se anunciaba con motivo de aquel hallazgo. Un cataclismo cósmico como el que entonces originó las ondas detectadas, la fusión de dos agujeros negros, parece ser la causa de un enorme empujón gravitacional que ha expulsado del centro de una galaxia a un agujero negro supermasivo, con una masa equivalente a mil millones de soles. La energía necesaria para empujar a este monstruo fuera de su ubicación ha sido equivalente a la explosión simultánea de 100 millones de supernovas. Los investigadores calculan que dentro de 20 millones de años el agujero negro escapará de su galaxia y comenzará a vagar por el universo. Pero tranquilos, está a 8.000 millones de años luz de nosotros.

Imagen de hubblesite.org.

Imagen de hubblesite.org.

El 66% de las mutaciones del cáncer son aleatorias

Un interesante estudio publicado esta semana responde a la dramática pregunta que se formulan muchos enfermos de cáncer: ¿por qué yo? Aunque la respuesta no suponga ningún consuelo, explica por qué la mayor parte de la información que se difunde a diario en medios de todo el mundo sobre lo que «da» cáncer o «no da» cáncer es, en el mejor de los casos, de una utilidad muy limitada, cuando no sencillamente ruido y escombro informativo. Utilizando un modelo matemático basado en amplios datos epidemiológicos, investigadores de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) descubren que las dos terceras partes de las mutaciones genéticas que provocan los cánceres son aleatorias, simples erratas tipográficas que se introducen al azar en la secuencia de ADN durante el copiado. O dicho de otro modo, solo un tercio de los casos se deben a la herencia genética de nuestros padres (5%) o a factores ambientales como el tabaco o los contaminantes (29%). Pero estas cifras generales varían también según los tipos de cánceres: mientras que en los de pulmón el impacto de las mutaciones aleatorias se reduce al 35%, en los de páncreas sube al 77%, y al 95% en los de próstata, cerebro y huesos. Los autores no recomiendan en absoluto abandonar los hábitos saludables, pero advierten de que esto no debe llevar al error de creerse a salvo y disminuir la vigilancia.

Luces y sombras en la inmunoterapia del cáncer

Como conté hace unos días a propósito de los avances en la inmunoterapia del cáncer, un ensayo clínico en EEUU destinado a reprogramar los linfocitos T de los enfermos para ayudarles a luchar contra la leucemia está produciendo resultados dispares: la buena noticia es un éxito muy prometedor en la mayor parte de los casos, pero la mala es que dos pacientes han fallecido este mes, sumándose a otra muerte el pasado mayo.

Ya expliqué entonces que este nuevo enfoque, que trata de combatir el cáncer aprovechando las propias defensas naturales del organismo contra los agentes externos agresores, puede aportar grandes beneficios a medio y largo plazo. Pero el corto plazo puede ser complicado y doloroso, lo que deberá guiar cuidadosamente cada nuevo paso en esta dirección.

El procedimiento consiste en dotar a las células T de un receptor modificado genéticamente que les permita reconocer y atacar específicamente a las células cancerosas. La técnica es compleja y acarrea riesgos. Tras las dos nuevas muertes, la Administración de Fármacos y Alimentos de EEUU (FDA) y la compañía Juno Therapeutics, responsable del ensayo, suspendieron el estudio a la espera de nuevas conclusiones.

Tres células T rodean a una célula cancerosa. Imagen de NIH.

Tres células T rodean a una célula cancerosa. Imagen de NIH.

Pero dentro de la tragedia hay al menos un indicio positivo, y es que con toda probabilidad las muertes no han estado causadas por la intervención específica sobre las células T. Para que los nuevos Terminators puedan proliferar y actuar sobre los invasores, antes es preciso eliminar a las células T no modificadas y por tanto ineficaces. Y esto hoy solo puede lograrse por la vía clásica de la quimioterapia.

Juno comenzó aplicando un fármaco llamado citoxán, sin que los pacientes mostraran efectos secundarios graves. Pero a la luz de los resultados de otros ensayos que la compañía mantiene, los responsables del estudio decidieron añadir un segundo compuesto llamado fludarabine que aumenta la eficacia de la quimio.

Los tres pacientes han muerto por la misma causa, edema cerebral, y la investigación preliminar ha concluido que la causa es el fludarabine. Y al parecer, los datos han convencido a la FDA, porque a los dos días de la suspensión del ensayo ha autorizado su reanudación eliminando este fármaco. La FDA suele actuar con la máxima prudencia en este tipo de situaciones, por lo que la rapidez de la autorización ha sido sorprendente.

Esperemos que no tengan que arrepentirse de ello, y que una nueva vía prometedora en la lucha contra el cáncer no se convierta en vía muerta por una decisión precipitada cuyas consecuencias podrían ser irreparables.

¿Y si el cuerpo de una persona pudiera matar el cáncer de otra?

Veámoslo así: el cáncer es una parte de nuestro cuerpo que decide dejar de serlo. No solo porque su evolución conlleva la destrucción operativa del organismo, sino también porque sus células pueden llegar a ser notablemente diferentes de las que las originaron, como expliqué hace unos días a propósito del caso de Henrietta Lacks y las células HeLa.

Distintas, pero no lo suficiente como para que la policía del cuerpo las detecte y las detenga. Aún tienen un DNI válido en vigor, los marcadores de histocompatibilidad que las identifican como de los nuestros. Sin embargo, pueden ser reconocibles a través de otros rasgos secundarios, marcadores propios de los tumores que no existen en las células sanas. Es decir, antígenos tumorales que puedan ser delatados como extraños y que actúen para el sistema inmunitario como la pista de Terminator, para buscarlas, encontrarlas, marcarlas y exterminarlas.

Como ya adelanté hace unos días, la idea de intentar tratar el cáncer como si fuera una infección no es nueva. Es plausible, puede ser muy productiva y podría iluminar el futuro de la lucha contra estas enfermedades. El pasado abril el cofundador de Napster y expresidente de Facebook, Sean Parker, anunció la puesta en marcha del Instituto Parker para la Inmunoterapia del Cáncer , dotado con 250 millones de dólares a través de su fundación.

Por el momento, el Instituto Parker ya ha conseguido luz verde para iniciar un ensayo clínico que será el primero en humanos utilizando la tecnología de edición genómica CRISPR, de la que ya he hablado aquí varias veces. CRISPR es un sistema que sirve para eso llamado popularmente ingeniería genética, que tantos beneficios está reportando a la humanidad.

Una célula T humana. Imagen de Wikipedia.

Una célula T humana. Imagen de Wikipedia.

CRISPR permite manipular los genes de una célula en cultivo (y algún día lo hará incluso dentro del propio organismo) con una limpieza y precisión inigualables hasta ahora. El ensayo clínico del Instituto Parker, con la participación de seis universidades y centros oncológicos de primer nivel, consistirá en extraer células T del paciente (un tipo de linfocitos, células del sistema inmunitario), modificarlas en cultivo mediante CRISPR para convertirlas en Terminators de tumores, y volver a inyectarlas en el cuerpo del enfermo.

Este enfoque es hasta ahora el más popular en la investigación inmunooncológica, pero no el único. Y desde luego no el más práctico ni barato, ya que requiere un tratamiento exclusivo para las células de cada paciente en cultivo que equivale casi a un proyecto de investigación por enfermo. Pero sus resultados pueden ser espectaculares: el pasado febrero, el investigador Stan Riddell, del Fred Hutchinson Cancer Center (EEUU), presentó en un simposio los datos de un ensayo en el que se ha conseguido la remisión del cáncer en entre un 50% y un 94% de los pacientes con distintos tipos de leucemias o linfomas.

El problema con la inmunoterapia del cáncer es precisamente este; la idea es buena y tiene que funcionar, pero el camino técnico es complicado. Hace falta más ciencia para cargar el peso de la dificultad en el concepto y no en la técnica. Y esto es precisamente lo que pretende conseguir otro enfoque diferente, publicado el mes pasado en la revista Nature.

En lugar de superequipar a las células Terminators, el equipo de investigadores alemanes, con la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz al frente, tratará de alertar a sus informadoras, las células presentadoras de antígenos (APC, en inglés). Las APC (que incluyen los macrófagos y las células dendríticas) tienen como misión engullir a los invasores y despiezarlos para presentar sus partes (antígenos) a las células T, de modo que estas sepan qué deben buscar.

Los antígenos son proteínas, y las proteínas se fabrican desde el ADN de la célula, utilizando una copia desechable del ADN llamada ARN mensajero. Lo que hacen los científicos de Mainz es identificar los antígenos tumorales de un cáncer, obtener su ARN e inyectarlo en el propio paciente con una formulación específica para que las APC lo engullan, produzcan el antígeno y lo presenten a las células T con el mandato de buscar y eliminar.

Desde el punto de vista inmunológico, funciona como una vacuna, y el procedimiento es mucho más sencillo que el anterior, ya que no requiere cultivar las células del paciente. Además, tiene otra ventaja: contar con la respuesta inmunitaria propia del organismo es mucho más seguro que manipular las células T. En el ensayo presentado por Riddell en febrero se manifestaron algunos efectos secundarios graves, y dos pacientes murieron; este es el riesgo de desequilibrar un sistema de fino equilibrio como el inmunitario, por lo que el método de las células T debería quedar reservado como terapia de último recurso. Por el contrario, la vacuna de Mainz apenas llegó a provocar poco más que algo de fiebre, como cualquier otra vacuna.

Por el momento los investigadores lo han probado con éxito en ratones, pero también lo han ensayado en tres pacientes de melanoma, comprobando que es seguro y que dispara la respuesta esperada. Si todo va bien, el año que viene podrían lanzar un ensayo clínico en toda regla.

Reservo para el final un tercer enfoque diferente, el que da título a este artículo. Si, como sabemos, una persona tiende a rechazar los órganos de otra por ese sistema de histocompatibilidad, ¿no podría utilizarse esta propiedad para que el organismo de alguien combatiera el cáncer de otro?

Suena a ciencia ficción, pero es básicamente el trabajo que están llevando a cabo investigadores del Instituto del Cáncer de Holanda y la Universidad de Oslo (Noruega), y del que informaron el pasado mayo en la revista Science. A grandes rasgos, lo que hacen los científicos es identificar antígenos de las células tumorales de un paciente, utilizarlos para disparar in vitro una respuesta en las células T de un donante sano, y luego extraer de estas células activadas los componentes que después introducen en las células T del propio enfermo, con el fin de estimular su reacción inmunitaria contra su cáncer.

Con esta técnica, que los investigadores equiparan a un outsourcing de la inmunidad contra el cáncer, se han conseguido resultados muy prometedores con tres pacientes del Hospital de la Universidad de Oslo en un ensayo piloto. La idea es enormemente brillante, pero el proceso aún es complejo. La inmunoterapia del cáncer es una vía abierta con inmensas posibilidades de futuro, como demuestran los tres ejemplos recientes que he contado aquí. Pero los obstáculos a superar aún deben allanarse en función de un progreso tecnológico que solo puede avanzar a golpe de millones.

¿Y si el cáncer fuera una enfermedad infecciosa, contagiosa y… curable?

Si alguna vez se han preguntado por qué el cáncer no es una enfermedad contagiosa, sepan que no están incurriendo en ninguna estulticia. Al contrario, demuestran tener una mente inquisitiva y curiosa sobre los hombros.

De hecho, sí existen cánceres transmisibles en la naturaleza, y no me refiero a los agentes infecciosos que pueden provocarlo, como el Virus del Papiloma Humano (VPH), sino a la enfermedad causada directamente en un individuo por las células malignas procedentes de otro.

El caso más famoso es el del tumor facial del diablo de Tasmania (en realidad hay dos diferentes, el segundo descrito este mismo año), que se disemina entre los individuos sobre todo a través de los mordiscos y que está devastando la población de esta especie ya de por sí rara. Hay más casos, como un cáncer venéreo en los perros, y otro en los hámsters que se contagia cuando un mosquito absorbe células tumorales de un animal afectado y luego las inyecta a otro.

El último se acaba de publicar en Nature, y consta de varias líneas clonales que afectan a los moluscos bivalvos y que pueden transmitirse incluso entre especies diferentes, como mejillones, almejas o berberechos. En estos dos últimos, los cánceres transmisibles se han encontrado en criaderos de la ría de Arousa (Pontevedra).

¿Y en humanos? Hay al menos un suceso documentado, el de un cirujano que contrajo el cáncer de un paciente a través de una herida. Más raro es el caso de un hombre colombiano a quien a finales de 2015 se le descubrió un rarísimo cáncer que no estaba formado por sus propias células, sino por las de un parásito parecido a una tenia llamado Hymenolepsis nana, que se habían vuelto malignas y habían colonizado su organismo.

Células HeLa. Imagen de Wikipedia.

Células HeLa. Imagen de Wikipedia.

Si pudiéramos hacernos un borrado total de memoria y nos enfrentáramos al cáncer por primera vez, habría dos maneras de interpretar lo que ocurre en esta enfermedad. Una de ellas sería la tradicional de la oncología: el cáncer es un fenómeno proliferativo incontrolado, y como tal, los tratamientos deben centrarse en sistemas que pongan coto a ese crecimiento sin freno, ya sean genéticos o físico-químicos. Entre estos últimos se cuentan las terapias actuales más utilizadas, como la radio o la quimio. Estas atacan la proliferación celular en todo el organismo. Y aunque consiguen matar células malas, también hacen lo mismo con las buenas que sí deben proliferar, como las encargadas del crecimiento del pelo.

Pero mirémoslo de esta otra manera: como si fuera una enfermedad infecciosa. El organismo puede sufrir la invasión de múltiples parásitos, ya sean celulares como bacterias y hongos, o acelulares como los virus. Muchos de ellos no son capaces de reproducirse dentro de nosotros, y por eso una arquea que vive en manantiales sulfurosos no es un patógeno humano. En cambio, muchos de ellos sí hacen de nosotros su hogar. Y aunque nuestro sistema inmunitario está especializado en distinguir entre lo propio y lo ajeno, respetando lo primero y destruyendo lo segundo, en ocasiones no basta: bichos como los del ébola o el cólera nos matan si no hay una ayuda terapéutica o un empujón en forma de vacuna.

Los científicos llevan mucho tiempo tratando de llevar estas dos interpretaciones hacia un puente de los espías donde ambas puedan darse la mano y encontrar una solución de común acuerdo. Yo mismo hice mi tesis doctoral en un departamento de Inmunología y Oncología donde se trabajaba en el intento de construir ese puente. Estamos acostumbrados a que el cáncer no es transmisible porque el sistema inmunitario es especialmente eficaz cuando se trata de matar las células ajenas de nuestra misma especie, gracias a un fenómeno llamado histocompatibilidad. Esto es un obstáculo para los trasplantes de órganos, pero también una ventaja que nos protege del cáncer de otros.

De hecho, algunos casos de cánceres transmisibles tienen mucho que ver con esto. La población del demonio de Tasmania es tan pequeña y localizada que sus individuos han llegado a parecerse mucho unos a otros en esos marcadores de los tejidos que normalmente diferencian a un individuo de otro. Podría decirse que todos son casi donantes y receptores compatibles, y por eso el cáncer de uno, que en realidad tampoco es suyo, puede prender fácilmente en otro. Por otra parte, los bivalvos poseen un sistema inmune muy básico. Y en el caso del hombre colombiano, padecía una infección por VIH que había debilitado su sistema inmune. Se ha observado también que el sarcoma de Kaposi, un cáncer frecuente en personas inmunodeprimidas, puede contagiarse directamente a través de las células del tumor.

Henrietta Lacks. Imagen de Wikipedia.

Henrietta Lacks. Imagen de Wikipedia.

Pero una célula cancerosa puede llegar a ser algo tan alterado y distinto de su original que podría contemplarse como un parásito ajeno, no propio. Tal vez el cáncer más famoso de la historia sea el de Henrietta Lacks, una mujer estadounidense que murió en 1951 de un tumor de cuello de útero enormemente agresivo. La razón de su fama es que sus células malignas se cultivaron para investigación y se convirtieron en una de las líneas celulares más utilizadas en los laboratorios de todo el mundo. Prácticamente no hay biólogo celular o molecular de sistemas humanos que no haya trabajado en algún momento con células HeLa, incluido un servidor. Si ustedes alguna vez han estado enfermos y han tomado cualquier medicamento, es casi seguro que las HeLa han estado presentes en alguna fase de su investigación y desarrollo. El tumor que mató a Henrietta ha salvado millones de vidas.

Pues bien, las células HeLa son un absoluto engendro genético: 82 cromosomas en lugar de nuestros 46 normales. Parte de su genoma no es humano, sino del VPH que causó el tumor de Henrietta. Tan diferentes son de las células humanas normales que incluso un ilustre biólogo evolutivo, Leigh Van Valen, sugirió que podían considerarse como una especie microbiana nueva a la que denominó Helacyton gartleri. La propuesta no fue generalmente aceptada, pero la especie está registrada en la web de taxonomía Paleobiology Database.

Y todo esto nos lleva a lo siguiente: si desde este punto de vista las células cancerosas pueden considerarse como un agente infeccioso extraño, ¿no podría utilizarse este enfoque para combatir el cáncer como se hace con las enfermedades infecciosas, utilizando las armas del sistema inmunitario?

La respuesta es sí. Puede que esta visión no llegue a erradicar una enfermedad que tal vez jamás pueda erradicarse. Pero el futuro de la terapia oncológica podría estar en la inmunología. Mañana contaré más detalles.

Oído en los medios: los militares causan cáncer y la roña da tétanos

Desde hace tiempo estoy tentado de abrir aquí una minisección, errática y de periodicidad sorpresiva como todas las de este blog (incluso las de mi propia vida), dedicada a burradas seudocientíficas oídas/leídas en los medios y originadas por personajes de la vida pública o en ocasiones, tristemente, por los propios periodistas.

Siempre me resulta curioso cómo en este mundo de ahora, tan tuiterizado, todo el que habla en público tiende a medir sus palabras por el riesgo de convertirse en un Trending Topic de los que nadie quiere para sí mismo; excepto cuando se trata de temas relacionados con la ciencia. Aquí, ancha es Castilla: con frecuencia esos personajes introducen en su discurso conceptos científicos de los que no tienen la menor idea ni la menor intención de tener la menor idea, y sobre los que patinan más que el campeón ese de Madrid.

Como digo siempre, es un trabajo sucio (la burrada seudocientífica no es patrimonio exclusivo de ningún bando político concreto) y a muchos ni siquiera les importará, pero alguien tiene que hacerlo, y para eso está un servidor.

Los militares causan cáncer

Lo peor que la ciencia ha tenido que sufrir machaconamente a lo largo de su historia, y tendrá que seguir sufriendo, es que ciertos líderes políticos o ideológicos se coloquen en la boca argumentos seudocientíficos (aclaración lingüística: «seudo-» significa «falso») para tratar de apoyar sus prejuicios (otra: «opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal»). Personalmente me recuerda a cuando los niños se ponen en el pecho una de esas estrellas de sheriff de pega porque así se sienten como revestidos de cierta autoridad.

Teresa Rodríguez, secretaria general de Podemos en Andalucía y epidemióloga. Imagen de Wikipedia.

Teresa Rodríguez, secretaria general de Podemos en Andalucía y epidemióloga. Imagen de Wikipedia.

El pasado 21 de junio, la secretaria general de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, se quejó en la cadena SER de las bases militares estadounidenses de Rota y Morón, denunciando que no crean empleo local. Hasta ahí, nada que objetar, más que nada porque desconozco por completo si esas instalaciones crean empleo o no. Pero a continuación, Rodríguez se vino arriba y añadió que las bases militares provocan cáncer. Sí, han leído bien.

«Es cierto que no se ha hecho ningún estudio epidemiológico serio, pero en la zona se habla mucho de cómo afecta el cáncer la presencia militar», dijo.

De verdad que aportaría aquí algún argumento si hubiera algún argumento pertinente que aportar, y explicaría algún estudio científico si hubiera alguno pertinente que explicar. Pero comprenderán que no hay absolutamente nada que decir al respecto. Bueno, solo una cosa: cuando un líder político comete la barbaridad de crear alarma social con un argumento que ni siquiera tiene la credibilidad de una estrella de disfraz de sheriff, está moralmente obligado a rectificar públicamente para disolver el atroz bulo que ha hecho correr. ¿A quién nunca se le ha calentado la boca en un momento determinado? Pero cuando esta rectificación no llega es cuando se comprende que, en efecto, ¡lo piensa!

Lo cual dibuja un cuadro radicalmente opuesto al que probablemente la propia Rodríguez creería que está dibujando: el de la España profunda, supersticiosa e ignorante; bañarse con la regla provoca pérdida de pelo; si te masturbas te salen granos; meigas, haberlas, haylas; la señora del ramito de romero te puede echar mal de ojo si no le das unas monedas; los militares provocan cáncer. Nada más que añadir.

La roña provoca tétanos

Pasamos al lado contrario de la barrera política para destacar aquí a un político del Partido Popular en cuya mente el último siglo y medio de ciencia microbiológica no ha logrado dejar ni la más leve mácula. Durante un debate sobre la Memoria Histórica, el concejal del Ayuntamiento de Madrid Pedro Corral dijo lo siguiente: «La cuestión era sacar del baúl antes de las elecciones para llevarse algo de Memoria Histórica a la boca y una colección de condecoraciones roñosas; tanto, que si te pinchas o te cortas con ellas te tienen que poner la vacuna antitetánica».

Pedro Corral, concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid y experto en enfermedades infecciosas. Imagen de su Twitter.

Pedro Corral, concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid y experto en enfermedades infecciosas. Imagen de su Twitter.

Por supuesto que, cuando yo era pequeño, las abuelas solían imbuirte de esta conexión entre el óxido y el tétanos, que nadie sabía muy bien lo que era, pero sonaba tan feo y temible al oído como la pelagra o las paperas. Pero entonces llegó Louis Pasteur (perdónenme la hipérbole; es obvio que no llegué a ser coetáneo suyo) y explicó que muchas enfermedades que antes te llegaban por cosas como un clavo oxidado no tenían en realidad nada que ver con el clavo oxidado.

El tétanos es una enfermedad potencialmente mortal causada por una bacteria llamada Clostridium tetani, prima de la que produce el botulismo. Esta bacteria vive a nuestro alrededor, comúnmente en el suelo, donde se atrinchera en forma de esporas resistentes a la espera de las condiciones adecuadas para crecer. Porque nuestras condiciones adecuadas no son las suyas: para este clostridio no hay nada más letal que el oxígeno. Es una bacteria anaerobia estricta, lo que significa que solo puede prosperar en lugares donde no hay aire.

Cuando nos hacemos una herida profunda con algo que ha estado en contacto con el suelo, es posible que ese objeto sea portador de esporas del clostridio. Y si estas llegan a un entorno en el interior de nuestros tejidos sin exposición al aire, las esporas pueden activarse y la bacteria se reproduce. En nuestro organismo esponjado de oxígeno el clostridio no puede montar una invasión en toda regla, pero para eso tiene otras armas: dos toxinas, tetanolisina y tetanospasmina. Sobre todo la segunda, se distribuye libremente por el torrente sanguíneo y llega a las terminaciones nerviosas de los músculos, por donde penetra en el circuito neuronal hasta llegar a la médula espinal y el cerebro. Y entonces ocurren cosas muy malas, si la enfermedad no se trata a tiempo.

Pero aunque un clavo oxidado tenga más tiempo a la intemperie y por tanto más probabilidad de contener esporas, lo cierto es que estas también se encuentran en la piel humana. Es decir, que podríamos pincharnos o cortarnos con una condecoración impuesta ayer mismo y facilitar con ello la entrada de las esporas de la piel a nuestros tejidos profundos. En resumen: creer en la relación entre óxido y tétanos es como creer que la malaria, «mala aria«, «mal aire», se cogía por acampar al pie de los árboles de la fiebre (la acacia amarilla, Vachellia xanthophloea) y respirar aquel aire insano. Cuando Corral hizo la EGB, seguro que Pasteur ya estaba bien muerto. Lo único roñoso aquí es el conocimiento científico de este concejal.

¿Que el café muy caliente provoca cáncer? ¿Y el consomé?

¿Qué es un café muy caliente? ¿Qué es caliente? ¿Templado? ¿Es lo mismo si se pregunta a dos personas distintas? ¿Cómo sabe la gente a qué temperatura bebe el café? ¿Qué bares sirven el café con termómetro? ¿Cómo sabe la Organización Mundial de la Salud a qué temperatura bebe la gente el café o el mate? ¿Y por qué no se dice nada del té, la tila o el chocolate? ¿Y qué hay de la sopa, el consomé o la caldereta de marisco? ¿Tienen más riesgo de cáncer quienes toman los garbanzos del cocido con caldo que quienes los prefieren secos? ¿O al contrario, lo tienen peor los segundos, porque toman la sopa por separado y por tanto tragan el caldo más caliente que quienes mastican los garbanzos? ¿Y aquellos que prefieren la comida en general más caliente?

Imagen de pexels.com (dominio público).

Imagen de pexels.com (dominio público).

Si usted se ha hecho preguntas de esta índole a propósito de la noticia divulgada esta semana por todos los medios, según la cual la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que el café y el mate caliente pueden aumentar el riesgo de cáncer, no por el café o el mate, sino por su temperatura… Enhorabuena: no se preocupe, no es usted más duro de mollera que la media; todo lo contrario, ha demostrado una postura crítica inusual y un juicio muy saludable, además de haber hecho, aunque sea mentalmente, el trabajo que muchos medios de comunicación deberían haber hecho y no han hecho.

Con ocasión de la anterior aparición en los medios de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) de la OMS, a propósito de las salchichas y la carne roja (y de la que ya hablé aquí y aquí), ya les alerté en esta sintonía de que este año el mismo organismo tenía en su agenda una reunión para valorar el riesgo cancerígeno del café, el mate y otras bebidas calientes. Y que de ella saldría algún otro titular jugoso, como así ha sido.

Vaya por delante que mi postura respecto a la OMS trata de ser ecuánime, a veces incluso en contra de la corriente: la he defendido cuando pocos lo hacían (gripe A, ébola…), pero también la he vapuleado cuando he considerado que lo merecían (zika, salchichas…). En cuanto a los expertos de la IARC, merecen todo el respeto y hacen muy bien aquello para lo cual han sido designados: mirar del derecho y del revés un batiburrillo de estudios, muchos de ellos dudosos o inconcluyentes, con la obligación de emitir un veredicto de culpabilidad o inocencia que a menudo no puede extraerse de los datos ni metiéndolos en una prensa de las del aceite de oliva virgen extra.

Tanto en esta ocasión como en anteriores, mis críticas no han sido hacia la IARC, sino a la política de comunicación de la OMS y al tratamiento de ciertos medios, a veces acrítico, a veces rayando en el sensacionalismo. Aunque, si piensan que es petulante por mi parte poner en duda este u otros veredictos (están en su derecho), hay algo que sí debo aclarar: el comité de la IARC no es el claustro de profesores de Hogwarts. Aquí no hay magia, sino una simple evaluación de una serie de estudios que están perfectamente disponibles e identificados, y que cualquier persona con la formación necesaria puede valorar.

Pero si les interesa mi valoración de todo este asunto del café y el mate templados, calientes o muy calientes, la resumo gráficamente: ¯\_(ツ)_/¯

Por no extenderme, no voy a entrar en el hecho de que en 1991 el café fuera “posiblemente cancerígeno” y el mate “probablemente cancerígeno” y que, con el cambio de siglo, ambos hayan dejado de serlo. Creo que el propio hecho habla por sí mismo. Me remito a lo ya explicado sobre la carne y el cáncer. O mejor, a mi reciente artículo sobre el monólogo del humorista John Oliver, que lo explica con mucha más gracia. Y para añadir algo más de alpiste mental sobre lo que causa o previene el cáncer, les dejo este gráfico.

¿Todo causa y previene el cáncer? Imagen de Schoenfeld y Ioannidis, American Journal of Clinical Nutrition.

¿Todo causa y previene el cáncer? Imagen de Schoenfeld y Ioannidis, American Journal of Clinical Nutrition.

Pero el asunto de la temperatura sí merece un comentario. Respondiendo a sus dudas, les voy a contar de dónde se saca la IARC que “tomar bebidas muy calientes a más de 65 ºC ha sido clasificado como probablemente carcinogénico para humanos”, como dice el artículo en la revista The Lancet Oncology que resume las conclusiones de la IARC (la monografía completa, que hará el número 116, aún no está disponible, pero sí las referencias a los estudios valorados por los expertos).

En primer lugar, hay estudios epidemiológicos, de esos que he tratado aquí con profusión (la última vez, a propósito del monólogo de Oliver), que tratan de encontrar una correlación sin demostrar ninguna causalidad, y de los que uno puede extraer casi siempre una o otra conclusión estadísticamente significativa, sin importar que el efecto sea minúsculo e irrelevante. Como ilustración de esto sirve también el gráfico que he mostrado más arriba, y de lo cual sale una idea extendida en la calle: todo produce y previene el cáncer… al mismo tiempo.

Vayamos a los estudios citados por los expertos del IARC y que relacionan bebida muy caliente con cáncer de esófago. ¿De cuántos estudios estamos hablando? ¿Decenas? Nada de eso. Hacen un total de… tres. El primero de ellos, del año 2000, es un estudio catalán que compendiaba un total de 830 casos y 1.779 controles en Suramérica; cifras demasiado diminutas para sostener por sí solas una conclusión epidemiológica cuando se trata de cáncer. Más aún cuando su primera conclusión, que el consumo de mate –sin importar la temperatura– se correlaciona con el riesgo de cáncer, es precisamente la que ha sido ahora negada por la IARC. Más aún, sobre todo, cuando el riesgo asociado a la temperatura aparece para el mate, el té y el café con leche, pero no para el café solo (resultados como este suelen ser los que a uno le alertan de que algo no está funcionando del todo bien).

El segundo estudio, de 2013 y también con la participación de los investigadores catalanes en un equipo más amplio, es muy similar, pero centrado exclusivamente en el mate. También en este caso, con 1.400 casos y 3.229 controles, los investigadores encuentran una correlación entre consumo de mate y cáncer, que se refuerza cuando la bebida se consume más caliente. Pero una vez más, la conclusión fundamental es la que no ha convencido a la IARC; basándose en tan escasos datos y tan poco concluyentes, la agencia de la OMS dicta que «las pruebas de la carcinogenicidad del consumo de mate no muy caliente son inadecuadas». En cuanto al efecto de la temperatura, se considera que las pruebas son «limitadas». Pero insisto, si desaparece la sinergia o efecto multiplicador, como lo denominan los investigadores, entre factor 1 (mate) y factor 2 (temperatura), porque la conclusión sobre el factor 1 no es convincente, se acabó la sinergia; por tanto, se cae la lógica del resto de las conclusiones.

El tercer estudio es un caso aparte. Al parecer en la provincia de Golestán, al norte de Irán, existe una tasa especialmente elevada de cáncer de esófago. Así que un grupo de investigadores de la Universidad de Teherán decidió evaluar la posible influencia del té, que al parecer allí se toma a temperatura volcánica. Hay que reconocerles el esfuerzo de un estudio amplio y riguroso. El número de casos es pequeño, 300 y 571 controles, pero en este caso el universo de la muestra tampoco es muy amplio. Además, reclutaron a una cohorte de más de 48.000 voluntarios sanos para estudiar los patrones de consumo de té. De todo ello acababan concluyendo que la alta temperatura del té se asocia con un mayor riesgo de cáncer.

Pero claro, las respuestas no tardaron en llegar, en forma de cartas a la misma revista, British Medical Journal. Y sus títulos hablan por sí solos: «Té y cáncer. ¿Y qué hay de la masticación de opio?«. O «Té y cáncer. ¿Por qué el norte de Irán?» (evidentemente, el Golestán no es la única región del mundo donde se toman bebidas muy calientes). Yo añadiría: Té y cáncer. ¿Qué hay de los genes? Lo de Golestán huele a algún factor genético; algo me dice que el aporte de genes frescos en una remota provincia del norte de Irán debe de ser más bien escaso.

Por último, nos queda hablar de los estudios experimentales, los de laboratorio, los que realmente demuestran una relación directa de causa y efecto, y sin los cuales todo lo demás no deja de ser una apuesta más o menos cabal. La IARC cita solo dos estudios, el segundo muy reciente, publicado en abril de 2016. Y veamos qué es lo que dice: investigadores brasileños alimentaron a unos ratones con agua a 70 ºC y nitrosaminas, compuestos con reconocida actividad cancerígena. La conclusión fue que el agua caliente potencia el efecto cancerígeno de las nitrosaminas. Muy bien. ¿Y el agua caliente sola? En este caso… no, no había cáncer. Lo único que ocurría, en palabras de los investigadores, era que el agua caliente «inducía inicialmente una necrosis esofágica que cicatrizaba y se hacía resistente a la necrosis después de sucesivas administraciones».

Creo que ya está todo dicho. Juzguen ustedes.