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Los «Óscar de la ciencia» premian la primera foto de un agujero negro

El regreso de las vacaciones viene cada año con sus sempiternas rutinas: la vuelta al cole, el reingreso a la vida laboral, los anuncios de fascículos en televisión, la cuenta bancaria agonizando de inanición… Y para los que nos dedicamos a contar lo que pasa en el mundo de la ciencia, es temporada de premios. En un mes conoceremos quiénes añadirán a su lista de credenciales en la Wikipedia los laureles del Nobel. Pero por el momento, esta semana tenemos un enjundioso aperitivo con los Premios Brealthrough.

Enjundioso, porque en realidad los Breakthrough son mucho más que un aperitivo. De hecho, hoy son los premios científicos más sustanciosos del mundo, con una dotación de tres millones de dólares por galardón que triplica la de los Nobel. Por supuesto, los premios suecos continúan y continuarán siendo la cumbre soñada por todo científico (que trabaje en alguna de las categorías incluidas, claro). Pero en solo ocho ediciones, los Breakthrough han conseguido convertirse en un importante indicador en el cuadro de mandos de la actualidad científica.

Además de su generosa dotación, una clave del éxito de los Breakthrough es precisamente casi todo aquello que los diferencia de los Nobel. Frente a la pompa decimonónica de los premios suecos, con su olor a roble viejo, sus cascos de plumas y sus trajes de pingüino, los Breakthrough se presentan como “los Óscar de la ciencia”, y esta comparación basta para entender su carácter. La preferencia por uno u otro estilo puede ir en gustos, pero frente al arcaicismo de los Nobel, los Breakthrough son los premios de la era de internet, como corresponde a los nombres que los impulsan: Sergey Brin, Priscilla Chan, Mark Zuckerberg, Ma Huateng, Yuri y Julia Milner, o Anne Wojcicki.

También esta diferencia de estilo afecta al hecho de que los Breakthrough suelen concederse más en caliente que los Nobel, a hallazgos más recientes en el tiempo, premiando más los avances por sus posibilidades futuras que por las ya demostradas. Aunque Alfred Nobel consignó en su testamento que sus premios debían concederse a los descubrimientos más importantes del año precedente, lo cierto es que los Nobel tienden a distinguir hallazgos de hace varias décadas, y a menudo se ven lastrados por lo que parece una necesidad de otorgar premios escoba a trabajos que hasta ahora habían quedado sin reconocimiento. Los medios no especializados suelen presentar cada año los fallos de los Nobel como si premiaran ciencia de vanguardia, pero por lo general suele ser más bien de retaguardia –o más propiamente, de fondo de armario–, siempre que sus frutos hayan sido de gran trascendencia hasta el día de hoy.

Sin embargo y en lo que respecta a los premios de Física, este año la actualidad científica se lo ha puesto muy fácil a los jurados. El Breakthrough en esta categoría se ha concedido a los investigadores del Event Horizon Telescope (EHT), una colaboración internacional que ha empleado una red de telescopios para lograr la primera fotografía de un agujero negro.

Imagen del agujero negro supermasivo en el centro de la galaxia M87 resuelta por la red Event Horizon Telescope.

Imagen del agujero negro supermasivo en el centro de la galaxia M87 resuelta por la red Event Horizon Telescope.

El pasado 10 de abril todos los medios, incluyendo este blog, contaron la que hasta ahora ha sido la noticia científica más resonante de 2019. Más allá de su importancia, el hecho de que la noticia fuera gráfica le garantizaba el acceso a todos los telediarios, donde a menudo parece que algo no existe si no lleva foto.

Pero el Breakthrough es, además, un premio adaptado a una época en que la ciencia suele ser un esfuerzo colectivo, mientras que los Nobel siguen anclados a la idea obsoleta del genio individual. El premio lo recogerá el director de la colaboración EHT en el Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian, Shep Doeleman, pero el importe de tres millones de dólares se repartirá equitativamente entre los 347 investigadores firmantes de los seis estudios que presentaron los resultados. Así, cada uno de ellos tocará a algo más de 8.600 dólares. Y aunque la cantidad no sea como para bañarse en billetes, el hecho de que los y las becarias predoctorales vayan a percibir lo mismo que sus jefes y jefas es también un reconocimiento tan inusualmente raro como habitualmente merecido.

En lo que respecta al dólar, más suerte van a tener los premiados en Ciencias de la Vida y en Matemáticas, que serán menos a repartir. En la primera categoría se conceden cuatro premios, que este año irán respectivamente al genetista molecular Jeffrey Friedman por su descubrimiento de la hormona leptina y su papel en la obesidad, a los bioquímicos Franz-Ulrich Hartl y Arthur Horwich por sus hallazgos sobre el plegamiento de proteínas en la célula –un mecanismo implicado en enfermedades como las neurodegenerativas–, al fisiólogo David Julius por sus estudios sobre los mecanismos celulares y moleculares del dolor, y a la bioquímica Virginia Man-Yee Lee por sus descubrimientos de ciertos mecanismos moleculares implicados en las enfermedades neurodegenerativas.

En cuanto a la categoría de Matemáticas, cada año solo se concede un Premio Breakthrough, que en este caso ha sido para Alex Eskin, por sus descubrimientos en geometría que incluyen un trabajo desarrollado en colaboración con la iraní Maryam Mirzakhni (fallecida en 2017, por lo que no podrá recibir el premio) que resuelve un curioso problema: ¿puede un rayo de luz en una habitación cubierta de espejos alcanzar todos los puntos de la misma? Eskin y Mirzakhni demostraron que en habitaciones poligonales cuyos ángulos son fracciones de números enteros existe un número finito de puntos que no quedarían iluminados.

Por último, los Breakthrough conceden también seis premios denominados New Horizons y dotados cada uno con 100.000 dólares, tres en Física y tres en Matemáticas, a científicos jóvenes que ya han logrado avances notables; una buena manera de promocionar la consolidación de las carreras incipientes y prometedoras.

En resumen, el logro conseguido por la colaboración EHT podría dar pie a uno de esos raros casos en los que el Nobel se concede a ciencia de actualidad, como ocurrió en 2013 con la concesión del premio de Física a Peter Higgs y François Englert por el hallazgo largamente esperado del bosón de Higgs. Claro que, como también sucedió entonces, las arcaicas normas de los Nobel obligarían a seleccionar a un máximo de tres premiados. Es decir, que en este caso, 344 investigadores participantes en el hallazgo quedarían sin reconocimiento.

Los premios Breakthrough, más del siglo XXI que los Nobel

La fundación Breakthrough Prize, que concede los premios de ciencia con la dotación económica más alta del mundo, ha anunciado sus ganadores de la edición de este año, que recibirán sus galardones el domingo 4 de noviembre en una ceremonia presentada por el actor Pierce Brosnan. El acto se retransmitirá en directo por internet desde el centro de investigación Ames de la NASA, en Silicon Valley (EEUU).

En total se repartirán siete premios, cada uno dotado con 3 millones de dólares: cuatro en ciencias de la vida, dos en física fundamental y uno en matemáticas. De los dos premios de física, uno es un galardón extraordinario (que ya aplaudí aquí) para Jocelyn Bell Burnell, la astrónoma que descubrió el primer púlsar en 1968 y que fue ignorada por el Nobel.

Los ganadores de los premios Breakthrough en 2016. Imagen de Breakthrough Prize.

Los ganadores de los premios Breakthrough en 2016. Imagen de Breakthrough Prize.

Este es el resumen de los ganadores y lo que han hecho para merecer esto. En ciencias de la vida, el estadounidense C. Frank Bennett y el uruguayo radicado en EEUU Adrian R. Krainer compartirán uno de los premios por la obtención del Nusinersen/Spinraza, una terapia de nueva generación contra la atrofia muscular espinal, una rara enfermedad neurodegenerativa que sin embargo es hoy la principal causa genética de muerte infantil.

El tratamiento consiste en el uso de pequeñas moléculas de ADN llamadas oligonucleótidos antisentido que consiguen dirigir correctamente la expresión de los genes. El medicamento fue aprobado en 2016 en EEUU y al año siguiente en la UE, y por el momento ha conseguido que la atrofia muscular espinal ya no sea una sentencia de muerte segura para los niños afectados. Por otra parte, el éxito de este fármaco ha impulsado la aplicación de la terapia con oligos antisentido a otras muchas enfermedades.

Los otros tres premios en esta categoría irán para la austro-estadounidense Angelika Amon por sus estudios de los mecanismos celulares patológicos de los errores en el número de cromosomas (como ocurre por ejemplo en el síndrome de Down o en el 80% de los cánceres); para la china-estadounidense Xiaowei Zhuang por desarrollar una técnica de microscopía óptica de ultra-alta resolución llamada STORM que permite observar estructuras celulares 10.000 veces más pequeñas que el grosor de un pelo humano; y para el también chino-estadounidense Zhijian James Chen por descubrir un mecanismo sorprendente que activa el sistema inmunitario gracias a una enzima que detecta la presencia de ADN en el interior celular pero fuera del núcleo, lo cual ocurre en las células dañadas o infectadas por virus. Este mecanismo podría aprovecharse para combatir enfermedades como el cáncer, pero también ayudará a comprender mejor las enfermedades autoinmunes como el lupus o la esclerosis múltiple.

El premio de física lo comparten los estadounidenses Charles Kane y Eugene Mele por abrir el camino hacia un nuevo tipo de materiales llamados aislantes topológicos, que tienen la peculiaridad de conducir la corriente eléctrica en su superficie al mismo tiempo que son aislantes en el interior. Estos materiales ofrecerán un nuevo sistema controlado para investigar el comportamiento de las partículas subatómicas, pero además su extraña simetría representa un modelo para aplicar restricciones topológicas similares a otros tipos de fenómenos físicos, como la luz o el sonido. Más allá de su interés teórico, los expertos predicen grandes aplicaciones de estos futuros materiales en los sistemas electrónicos, incluyendo la computación cuántica.

Finalmente, el premio de matemáticas ha recaído en el francés Vincent Lafforgue por varias contribuciones en geometría algebraica con múltiples posibilidades de aplicación, desde la computación, la criptografía y la ciberseguridad a la mecánica cuántica o el diseño de nuevos materiales para crear energías limpias. Pero como si fuera el Gordo de Navidad, sigue el reparto de la lluvia de millones: Breakthrough apoya también los logros de los jóvenes investigadores concediendo otros seis premios adicionales de 600.000 dólares repartidos entre las categorías de física y matemáticas.

Hasta aquí, la información. Pero un aspecto interesante de los premios Breakthrough es que en solo siete ediciones han conseguido situarse como un nuevo referente destacado entre los galardones de ciencia (desde luego, con una resonancia científica internacional infinitamente mayor que nuestros Princesa de Asturias). Evidentemente, cuando alguien pone más de 22 millones de dólares encima de la mesa, pocos más argumentos se necesitan; aunque un Nobel seguirá siendo un Nobel, y probablemente más de un galardonado con el Breakthrough estaría dispuesto a renunciar a los más de dos millones de dólares de diferencia por hacerse con la medalla sueca.

Pero tratándose en todo caso de premios personalistas, un modelo que se corresponde poco o nada con la realidad actual de la ciencia colaborativa, los Breakthrough reúnen algunas cualidades que los sitúan en un contexto más de este siglo que los Nobel. Para empezar, premian ciencia de vanguardia, mientras que en general los Nobel continúan premiando ciencia del siglo XX. Cuando se presentan los ganadores de los Nobel en los medios a veces se transmite la impresión de que las investigaciones galardonadas son actuales; pueden serlo sus aplicaciones, pero los hallazgos suelen ser antiguos, en muchos casos de hace décadas.

La razón de esto es que en cierto modo los Nobel se han convertido en víctimas de su propio prestigio; se han hecho tan grandes que los jurados suelen aplicar criterios muy conservadores, demorando la distinción de logros o hallazgos hasta que el paso del tiempo los ha consolidado. En la práctica, y dado que un investigador que logra un avance importante suele dedicar el resto de su vida a él, los premios de ciencia se parecen al de Literatura: no se conceden a una obra concreta, sino a toda una carrera.

Imagen de Wikipedia.

Imagen de Wikipedia.

Un ejemplo lo tenemos comparando el premio Breakthrough a Bennett y Krainer con el Nobel de Medicina de este año, concedido a James P. Allison y Tasuku Honjo por el descubrimiento de la inmunoterapia contra el cáncer. En ambos casos los tratamientos derivados de los hallazgos están de plena actualidad y aún tienen un enorme potencial de desarrollo futuro. Es más, ambos enfoques terapéuticos pueden convivir perfectamente durante las próximas décadas. Pero desde el punto de vista científico, que es de lo que se trata, la inmunoterapia es el pasado (también lo es la aspirina, un pasado mucho más antiguo, y aún sigue funcionando). En cambio, la terapia antisentido es una nueva frontera.

Todo lo cual, además y curiosamente, hace caer a los Premios Nobel en una contradicción. La organización suele escudarse en un seguimiento estricto de sus normas para justificar que solo se premie a un máximo de tres científicos en cada categoría, o que no se concedan premios póstumos. Pero en realidad estas restricciones no figuraban en el testamento en el que Alfred Nobel instituyó los premios, sino que fueron incorporadas después. Y en cambio, lo que sí figura en el testamento es que los premios deben concederse por avances logrados durante el año precedente. Lo que, obviamente, nunca se respeta.

Hasta tal punto los Nobel, sin perder nunca ni un ápice de su prestigio, sí son cada vez más cuestionados, que incluso existe una web dedicada a promover una reforma en estos premios para adecuarlos a la realidad de la ciencia actual y corregir sus errores. Su promotor es el astrofísico Brian Keating, buen conocedor de la organización como uno de los encargados de nominar a los candidatos. Keating ha llegado incluso a sugerir que los Nobel de ciencia se tomen un año de vacaciones para replantear su enfoque.

En cuanto a los Breakthrough, su carácter diferente y más actual se entiende repasando los nombres que están detrás de esta fundación: entre otros, Sergey Brin (Google), Mark Zuckerberg (Facebook), Anne Wojcicki (23andMe, líder en genómica personal) y Yuri Milner (magnate tecnológico). Como personajes del mundo de la tecnología, se comprende que estén más interesados en la ciencia puntera; incluso cuando se trata de ciencia básica, es previsible que los hallazgos merecedores de los premios vayan a ser también merecedores de jugosas inversiones en Silicon Valley, por lo que los Breakthrough pueden mover la cinta transportadora que mueve el dinero desde la empresa a la investigación para volver a la empresa y volver a la investigación.

Al fin y al cabo, de esto se trata: los premios promocionan la ciencia bajo la excusa de promocionar a los científicos. En palabras de Keating, «el propósito de Alfred Nobel no era engordar la cartera de los científicos. En su lugar, quería atraer la atención a sus trabajos beneficiosos e incentivar nuevas invenciones». Lo cual, para ser una idea de 1895, era una idea muy moderna.

Diez años para saber, de una vez por todas, si estamos solos

Desde que la búsqueda de otros seres inteligentes en el universo pasó de moda, los programas SETI (en inglés, Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) han sobrevivido financiándose casi exclusivamente con fondos privados. Puede que a alguien más le resulte paradójico, o quizá no: la búsqueda de exoplanetas hipotéticamente aptos para la vida, como el Kepler 452b anunciado esta semana, recibe fondos públicos. La posibilidad de confirmar si en lugares como Kepler 452b existe vida inteligente, no.

El radiotelescopio Parkes, en Australia. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

El radiotelescopio Parkes, en Australia. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

Está claro que la incógnita sobre la vida alienígena interesa solo a una ínfima minoría de la humanidad; si fuera de otra manera, las cosas serían de otra manera. Y en contra de lo que muchos tal vez crean, esa ínfima minoría no incluye a la comunidad científica en general; a muchos científicos el asunto no les importa lo más mínimo. La curiosidad o el ansia de conocimiento sobre nuestro lugar en el universo, y sobre si existe alguien más preguntándoselo, es más una inquietud filosófica que científica, aunque sea la ciencia la que proporcione los instrumentos necesarios para investigarlo y la que convertiría el hipotético hallazgo en su propia y nueva razón de ser. Pero la idea popular de que el deseo de rastrear la vida en el universo pertenece a un círculo académico alejado de la realidad humana es sencillamente falsa.

Como también lo es que quienes albergan esta inquietud sean misántropos, más interesados en despilfarrar los recursos existentes en el caro capricho de buscar alienígenas que en emplearlos en la solución de los problemas urgentes de la humanidad. Muchos (por no generalizarlo a todos) de quienes sienten este anhelo son profundamente filantrópicos; nadie que no albergue un hondo apego por el ser humano encontraría el menor sentido al deseo de confrontación con otra especie inteligente.

Y si lo piensan, tal vez descubran que hay una coincidencia general entre quienes denostan la búsqueda de inteligencia alienígena y quienes repudian la idea del inmenso valor intrínseco del ser humano; si continúan pensándolo, es también la diferencia entre el ermitaño, que reniega del contacto en favor del aislamiento, y el ser colectivo que se abre al exterior para conocer qué y cómo piensan otros. Aquellos concernidos por la tarea de buscar a nuestros posibles vecinos cósmicos son precisamente quienes desean encontrar motivos para poder creer en nuestra naturaleza como especie, y para encontrar un modo de confiar en que aún es posible esperar una edad dorada del ser humano a la que nunca hemos asistido en nuestros casi 200.000 años de presencia en este planeta. Y que, por desgracia, cada vez parece más lejana.

Es muy reconfortante encontrar principios como estos expuestos en un documento nacido de la autoridad intelectual. Demuestra que quienes defendemos la necesidad del SETI compartimos, en efecto, un sentimiento común: no es simple curiosidad científica, sino la mayor de las respuestas, a pesar de que muchos prefieran libremente no formularse la pregunta. El documento es una carta abierta enviada a los medios coincidiendo con la decisión de la Fundación Breakthrough Prize de destinar 100 millones de dólares durante los próximos 10 años a dar un impulso decisivo a los programas SETI.

Los fondos permitirán destinar parte del tiempo de operación de dos radiotelescopios, el Green Bank de Virginia Occidental (EE. UU.) y el Parkes de Australia, a rastrear un millón de estrellas en busca de posibles señales. Además se monitorizarán otras galaxias, se desarrollarán nuevas tecnologías de escucha, se reforzará el SETI óptico (búsqueda de pulsos por láser) y se planteará la conveniencia y la viabilidad de impulsar el SETI activo, el envío de emisiones de radio a estrellas cercanas.

Obviamente, rastrear un millón de estrellas es como tomar un puñado de arena de la playa. Si el esfuerzo resulta infructuoso, los resultados serán inconcluyentes, y la pregunta continuará sin respuesta. Pero es difícil que la ínfima minoría lleguemos a darnos por convencidos, mucho menos vencidos.

Esta es la traducción de la carta abierta, firmada por una lista estelar de científicos y otros personajes que incluye a Stephen Hawking, James Watson, Frank Drake, Ann Druyan, Paul Horowitz, Shinya Yamanaka, Kip Thorne, Nikolay Kardashev, Jill Tarter, Seth Shostak o Garik Israelian, entre otros. La versión original, junto con la lista de firmantes, se encuentra disponible en la web del Instituto SETI.

¿Quiénes somos?

Una civilización madura, como un individuo maduro, debe formularse esta pregunta. ¿Son sus divisiones, sus problemas, sus fugaces necesidades y tendencias lo que define a la humanidad? ¿O tenemos un rostro común, vuelto hacia el universo?

En 1990, la Voyager 1 giró su cámara y capturó el Pálido Punto Azul, una imagen de la Tierra desde 6.000 millones de kilómetros de distancia. Era un espejo sostenido hacia nuestro planeta, hogar del agua, la vida y las mentes. Un recuerdo de que compartimos algo precioso y raro.

Pero ¿cómo de raro, exactamente? ¿La única vida? ¿Las únicas mentes?

Durante el último medio siglo, pequeños grupos de científicos han escuchado valerosamente en busca de signos de vida en el vasto silencio. Pero para los gobiernos, la academia y la industria, las cuestiones cósmicas están astronómicamente hundidas en la lista de las prioridades. Y esto aleja las posibilidades de encontrar respuestas. Es suficientemente duro peinar el universo desde el margen de la Vía Láctea; aún más duro desde el margen del conocimiento público.

Y sin embargo, estas ideas inspiran a millones, ya las encuentren a través de la ciencia o de la ciencia ficción. Porque están en juego las más grandes preguntas de nuestra existencia. ¿Somos el hijo único del universo, y nuestros pensamientos sus únicos pensamientos? ¿O tenemos hermanos cósmicos, una familia interestelar de inteligencia? Como dijo Arthur C. Clarke, “en un caso u otro, la idea es bastante impactante”.

Esto significa que la búsqueda de vida es la empresa definitiva en la que todos ganan. Todo lo que tenemos que hacer es tomar parte.

Hoy tenemos herramientas de búsqueda que sobrepasan ampliamente las de generaciones anteriores. Los telescopios pueden discernir planetas a través de miles de años luz. La magia de la Ley de Moore permite a nuestros ordenadores procesar datos varios órdenes de magnitud más deprisa que las viejas grandes computadoras, y aún más rápido cada año.

Estas herramientas están ahora recogiendo una cosecha de descubrimientos. En los últimos años, los astrónomos y la misión Kepler han descubierto miles de planetas más allá de nuestro Sistema Solar. Ahora parece que la mayoría de las estrellas albergan un sistema planetario. Muchos de ellos poseen un planeta similar en tamaño al nuestro, tendido en la zona habitable donde la temperatura permite el agua líquida. Probablemente hay miles de millones de mundos similares a la Tierra solo en nuestra galaxia. Y con los instrumentos disponibles ahora o próximamente, tenemos la oportunidad de averiguar si alguno de esos planetas es un verdadero Pálido Punto Azul; hogar del agua, la vida e incluso las mentes.

Nunca ha existido un momento mejor para un esfuerzo internacional a gran escala que busque vida en el universo. Como civilización, nos debemos a nosotros mismos el dedicar tiempo, recursos y pasión a esta misión.

Pero tanto como una llamada a la acción, esta es una llamada al pensamiento. Cuando encontremos la exoTierra más próxima, ¿deberíamos enviar una sonda? ¿Debemos tratar de establecer contacto con civilizaciones avanzadas? ¿Quién lo decide? ¿Los individuos, las instituciones, las corporaciones o los estados? ¿O podemos pensar juntos como especie, como planeta?

Hace tres años, la Voyager 1 escapó de los dominios del sol y penetró en el espacio interestelar. El siglo XX se recordará por nuestros viajes por el Sistema Solar. Con cooperación y compromiso, el presente siglo será el momento en el que nos graduaremos a la escala galáctica, buscaremos otras formas de vida y así conoceremos en mayor profundidad quiénes somos.