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Ser L, G, B o T es tan biológicamente natural como ser H

¿Sirve para algo un día contra la LGTBfobia, contra el Ku Klux Klan o contra el nazismo? Tal vez sí, pero tal vez habría que valorar la contrapartida que supone conceder un reconocimiento de vigencia a lo que no debería tener tal cabida. Es obvio que aún persiste mucha LGTBfobia en el mundo y que la normalización es hoy inalcanzable en según qué territorios y culturas (suele hablarse de ciertos países musulmanes ignorando que, por ejemplo, varias naciones africanas de culturas/religiones variadas son legalmente LGTBfobos).

¿ADN arco iris? Imagen de Pixabay / dominio público.

¿ADN arco iris? Imagen de Pixabay / dominio público.

Otra cosa es que quienes sostienen individual o colectivamente estas posturas estén dispuestos a dejar de sostenerlas, con campañas o sin ellas. En estos casos parece que la solución, al menos en los países que avanzan socialmente, es más bien el recambio generacional: tal vez sus hijos, si los tienen, pensarán de otra manera.

Tampoco confío en que la ciencia ayude a nadie a ser más tolerante. En cambio hay algo que la ciencia sí puede lograr, y es ofrecer respuestas a aquellos que no se comprenden a sí mismos, que no se sienten cómodos con lo que contemplan como una diferencia socialmente conspicua que personalmente preferirían evitar, que no responden a las expectativas propias o de quienes les rodean. O quizá a las propias, convertidas en tales por la influencia de quienes les rodean.

Y por suerte, en esto la ciencia sí puede echar una mano. Recientemente escribí un reportaje sobre las bases biológicas de la homosexualidad, la bisexualidad y la transexualidad. Una conclusión que extraje después de consultar con los expertos en este terreno de la psicobiología (muchos de ellos homosexuales, bisexuales o transexuales) es que, en su experiencia, el conocimiento científico que ellos han desentrañado ha ayudado a otros a comprenderse y, por tanto, a sentirse a gusto consigo mismos. Conviene destacar que el propósito de la ciencia no es la complacencia; lo bueno o lo malo de la ciencia es que dice lo que hay, no lo que nos gustaría oír. Pero si además gusta oírlo, mejor.

Claro que no a todos gusta oírlo. Mientras trabajaba en aquel reportaje hubo una pregunta invariable: es indudable que algunas personas LGBT rechazan la investigación de las posibles bases biológicas de la identidad de género o la orientación sexual, por los motivos que sean, ya sea el temor a una estigmatización biológica que algunos puedan esgrimir como algo que puede «curarse», o simplemente porque cada cual puede preferir libremente vivir en la ignorancia (aunque en estos casos suele existir una perversa tendencia a obligar a otros a que también vivan en la ignorancia).

Los investigadores/as, L, G, B, T o H, eran unánimes: ya, es cierto, y hay que ser muy cuidadosos, pero hay que investigar. «El estudio científico de la identidad de género y la orientación sexual es desde luego una materia delicada, y entiendo la preocupación de aquellos a quienes afecta», me decía Elke Stefanie Smith, psicóloga de la Facultad de Medicina de la Universidad de Aquisgrán (Alemania) y coautora de una reciente revisión sobre las bases neurales del transexualismo. «Personalmente, considero todas las facetas de la identidad de género y la orientación sexual como variantes normales de la naturaleza, y respaldo su investigación». La psicóloga añadía que estos estudios ayudan a la investigación clínica precisamente por la angustia que sienten algunas personas que aún no han aprendido a comprenderse.

Pero Smith decía algo más, y en esto encontré gran coincidencia entre los investigadores: «Me temo que tanto los factores biológicos como los psicosociales podrían ser mal utilizados para justificar la marginación y las medidas de reeducación, respectivamente». Es decir, que quienes nunca dejarán de sostener esas posturas retorcerán a su favor cualquier cosa que la ciencia tenga que decir sobre la orientación sexual o la identidad de género.

Hoy la mayoría de los expertos consideran que «la orientación sexual y la identidad de género están biológicamente determinadas, y la variación en ambas tiene funciones evolutivas», como me decía la bióloga Joan Roughgarden, profesora emérita de la Universidad de Stanford y hoy retirada pero aún activa en la Universidad de Hawái (los científicos, como los periodistas, nunca se retiran). En respuesta a mi reportaje en el que los investigadores consultados corroboraban esta hipótesis, que las diferencias en identidad de género y orientación sexual son evolutivas y, por tanto, «naturales», hubo reacciones LGTBfobas. Y como no podía ser de otra manera, alguna de ellas comparaba el hecho natural LGTB con el hecho natural de, por ejemplo, el filicidio.

El problema, una vez más, es la ignorancia. La opinión de alguien que ha dedicado décadas de su vida a razón de ocho o más horas al día a investigar una cuestión no vale lo mismo que la de quien no lo ha hecho. Y no todo lo que podemos observar a nuestro alrededor es «natural». No es natural lo que a uno le apetece que lo sea, sino lo que tiene un fundamento biológico evolutivamente consistente. Matar a las crías, o incluso devorarlas, es natural en muchas especies, raro en los primates, y excepcional en los humanos (lo cual, subrayo, no quita que haya desempeñado un papel cultural en ciertas épocas y lugares). Esto se explica en parte según una teoría ecoevolutiva llamada Selección r/K, ya anticuada, pero que conserva muchos de sus postulados en el paradigma actual. Quien pretenda valorar la naturalidad de un fenómeno biológico, que antes se informe sobre qué significa el concepto que maneja.

En el caso al que me refiero, y además del abundante caudal de investigación que apoya la existencia de bases biológicas de la orientación sexual y la identidad de género, se han propuesto diversas hipótesis plausibles sobre su significado evolutivo, algunas de ellas apoyadas en datos biológicos y antropológicos. Quien esté interesado en saber más podrá encontrar aquí una revisión publicada en 2000 por el antropólogo Rob Craig Kirkpatrick.

Y para quien quiera saber aún más, el próximo octubre se publicará el libro On Human Nature, editado por Francisco Ayala y Michel Tibayrenc, en el que Joan Roughgarden escribe un interesante capítulo sobre homosexualidad y evolución que la autora me envió y he tenido la oportunidad de leer. Quizá mejor que días anti-algo, sería más provechoso declarar días pro-conocimiento. Eso sí, teniendo en cuenta que quienes hablan de «curar» a otros son, ellos mismos, incurables.