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Invasión de anuncios de pseudociencia en Google

Últimamente, el mundo académico y científico viene preocupándose por el hecho de que internet, con todas sus indudables ventajas (el que suscribe no podría trabajar en lo que trabaja y como trabaja sin la existencia de internet), ha traído un daño colateral difícil de paliar: la dificultad de distinguir el grano de la paja, o la noticia real del rumor o la simple invención (ver, por ejemplo, comentarios aquí, aquí, aquí o aquí, y estudios aquí, aquí, aquí o aquí).

En el gran caldero de la red todo se mezcla de modo que el origen de los diferentes ingredientes resulta indistinguible. Por supuesto que no tiene el mismo valor de rigor y veracidad una noticia aparecida en el New York Times que lo dicho por cualquier tuitero o YouTuber, por muchos millones de seguidores que tengan; incluso hoy, el periodismo de verdad sigue sirviendo para algo. Pero para el lector acrítico y perezoso, el origen del material se pierde una vez que forma parte de la pulpa hirviente del caldero de internet.

Anuncio publicado por Google Ad Services.

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Con lo de «lector acrítico y perezoso» no pretendo afearle la conducta a nadie en particular, o a ningún colectivo concreto en general. Todos, en algún momento, podemos ser lectores acríticos y perezosos. Pero me llama la atención el caso de Twitter. Casi a diario, cuando publico el titular de uno de mis artículos enlazando al texto, me encuentro con respuestas al titular del artículo. Es decir, gente que no se ha molestado, ni piensa hacerlo, en leer el artículo, y que simplemente tuitea opinando sobre lo que dice el titular. A menudo además esas respuestas tratan de ser graciosas u ocurrentes, y entonces me pregunto qué tiene Twitter que ha hecho del graciosismo una forma de vida online.

Evidentemente, falta profundidad: lectura, comprensión, reflexión. A esto me refiero con lo de lector perezoso. Pero por otra parte está la falta de herramientas para la formación de un juicio crítico. Un ejemplo offline aplicable online: suelo evitar hablar con mis amigos de temas relacionados con la diferencia entre ciencia y pseudociencia. Como he dicho aquí varias veces, no tengo vocación de martillo de herejes, y no pretendo ofender a nadie con esta expresión; cada uno tiene su papel en la vida. Yo me crié en los 80 (en lo que se refiere a la transición a la madurez). Pero cuando algún amigo menciona tal o cual patraña dándole visos de veracidad (homeopatía, los peligros de las vacunas o de los transgénicos, etcétera), no tengo más remedio que, como decía Woody Allen, introducir un término en esa coyuntura.

Y a menudo pasa esto: después de explicar, evitando ser cargante ni petulante, qué es la homeopatía y por qué no sirve para nada, tal vez mi amigo responde a mi explicación comenzando con esta fórmula: «pues yo opino que…». Y entonces me vienen a la mente esas películas, parodiadas en Aterriza como puedas, en las que un piloto experto da instrucciones por radio a un pasajero para aterrizar el avión: «mueve la palanca hacia abajo…». ¿Respondería entonces el pasajero: pues yo opino que es mejor moverla hacia arriba?

Es decir: cuando explico qué es la homeopatía y por qué no sirve, no estoy opinando; estoy exponiendo datos. No tengo motivo para pensar que mis opiniones deban ser más dignas de consideración que las de cualquier otro. Pero sí mis datos; sin tratar de resultar petulante ni cargante, en esos casos yo soy el piloto y mi amigo es el pasajero tratando de pilotar, como lo sería al contrario si yo le preguntara a él sobre otra cosa de la que él supiera y yo no tuviera la menor idea; por ejemplo, cómo se programa en Java o cómo se tira un córner. De algo debería servir llevar casi 30 años dedicado a esto; si no, sería preferible que hiciera el hatillo.

Pero claro, la situación podría tornarse incómoda, y este es el motivo por el que trato de evitar este tipo de conversaciones con mis amigos. Porque, y en contra de la visión simplista, la lucha contra las pseudociencias NO es (solo) cuestión de educación. No lo digo yo; por si no lo he dicho (que sí lo he dicho), mis opiniones importan poco; lo dicen los expertos que dedican su trabajo a esta cuestión, y que llegan a conclusiones muy trabajadas y valiosas como para que aquí salga cualquiera, sea yo u otro, diciendo que esto se arregla con educación. Que no. No voy a explicarlo otra vez; ya lo hice aquí.

Sí puedo poner un ejemplo personal; aunque repito por enésima vez: es lo que dicen los expertos, que no cuentan casos personales, sino que estudian amplias muestras de población y sacan conclusiones generales y generalizables. Pero ahí va mi ejemplo: una persona amiga mía, con toda una carrera de ingeniería de las más difíciles, y con muchos años de experiencia de puesta en práctica de esa carrera de ingeniería, cree muy sinceramente que el color de las cortinas del salón de su casa puede determinar su suerte a la hora de encontrar un empleo.

O eso es poco más o menos lo que afirma esa patraña tronchante y mondante que circula por ahí en forma de libro con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo bajo el título El secreto, y que viene a decir: si tu vida va mal, es culpa tuya, porque tienes pensamientos negativos y entonces las piezas de tu vida no encajan bien. Ten pensamientos positivos y desea las cosas muy fuerte muy fuerte muy fuerte, y entonces el universo conspirará para hacer realidad tus deseos.

No, no es la última de Disney. Para quien no lo conozca, esto realmente es un libro que los adultos compran, leen y muchos se creen, y cuya pretendida eficacia se avala (naturalmente) con infinidad de testimonios de los convertidos a la secretología o como se llame. Es la versión New Age del clásico «sé bueno y Dios te premiará; sé malo y Dios te castigará». Es la religión para los no religiosos, o los desengañados con las religiones tradicionales. Se ve que la humanidad aún no ha acumulado suficientes pruebas de que, ni karmas, ni pepinillos en salmuera; si hay alguien que castigue a los malos, es como mucho la legalidad vigente, y depende.

En un estudio que comenté recientemente sobre la creencia en las pseudociencias, los autores prestaban apoyo a una hipótesis que, esta vez sí, sostengo como opinión personal: que las pseudociencias no están en declive a pesar de la mayor abundancia y facilidad de acceso a la información científica, sino que al contrario, están viviendo una época dorada. Los autores del estudio observaban un «auge del movimiento anti-ilustración», y lo explicaban alegando que actualmente ha disminuido la influencia de la ilustración, o el seguimiento consensuado de las conclusiones científicas por parte de los liderazgos políticos y sociales.

Sería un buen asunto de debate si ahora tenemos aquí y en otros países los líderes políticos y sociales (insisto, y sociales; no piensen solo en personas con cargos, sino también en lo que ahora llaman influencers) menos ilustrados casi desde el nacimiento de la propia Ilustración; por cierto que hace unos días escribí un reportaje sobre Thomas Jefferson, el tercer presidente de EEUU que fue un entusiasta de la ciencia y, aunque equivocado en sus teorías, un pionero de la paleontología de vertebrados en su país. Pero desde luego, dudo que alguien defienda que hoy tenemos los líderes más ilustrados de la historia.

Las señales del auge del movimiento anti-ilustración llegan a extremos que nos habrían parecido inconcebibles hace solo unos años. Últimamente se viene hablando bastante del resurgimiento de la idea de que la Tierra es plana, apoyada por algunas llamadas celebrities.

Hoy quiero mencionar otra señal más de ese auge del movimiento anti-ilustración, y es una repentina e insólita invasión de pseudociencias en los anuncios de Google que muestran muchas páginas web, incluyendo esta que están ustedes leyendo. Suelen decir que los anuncios se adaptan según los historiales de navegación; pero si algún algoritmo realmente ha deducido de mi perfil algún tipo de interés en las pseudociencias, deberían darle el premio a la Inteligencia Artificial Menos Inteligente. No solo la mayor parte de mi navegación se mueve en páginas de ciencia por cuestiones de trabajo, sino que ni siquiera suelo ocuparme a menudo de las pseudociencias, como sabrán los lectores de este blog.

Escribir sobre ciencia junto a un anuncio que afirma «sintoniza tu poder de energía sanadora», «sana tus heridas emocionales o traumas pasados», «curso gratis para revelar los secretos de la sanación de chakras: solo cinco días para desbloquear tus chakras para mejorar tu salud, amor, riqueza y creatividad», «da el siguiente paso en tu ascensión espiritual» o «revelado el método número uno de meditación: descubre los secretos de las personas más extraordinarias», viene a ser como publicar un artículo sobre violencia de género junto a una publicidad de aquella discoteca que prometía copas gratis y cien euros a las mujeres que acudieran sin bragas. A ver si se nos mete en la cabeza. No es solo cuestión de educación; sobre esto sí haría falta algo más de meditación.