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Tras el ruido mediático, lo importante de Rosetta empieza ahora

Siempre es alentador que una noticia de ciencia ocupe telediarios cuando se trata de noticias de actualidad, y no de esos reportajes de nevera que se guardan durante meses hasta que un domingo a ningún político le ha dado por abrir la boca ante una alcachofa y es preciso rellenar minutos. Pero lo más sorprendente con lo que me he topado ayer y hoy no es el hecho de que algunos comentaristas políticos cuestionen el gasto en la misión Rosetta de la ESA, confiando en que de este dispendio se extraiga algo verdaderamente útil, como un aparato para curar el cáncer o un teléfono móvil que aguante más tiempo sin descargarse. Lo más sorprendente ha sido escuchar cómo la proeza técnica de Rosetta se cifra en la capacidad de una sonda de volar durante diez años por el espacio, coincidir en la inmensidad del vacío con un pequeño cuerpo errante y transmitirlo todo a la Tierra. Todas ellas, operaciones que las agencias espaciales llevan décadas ejecutando con tasas de éxito abrumadoras.

Dentro de un par de días, ningún medio se acordará de Rosetta y volveremos al mismo fango de siempre: la corrupción, Cataluña, Podemos y el pequeño Nicolás. Es dudoso que los hallazgos científicos de Rosetta logren auparse al plomo más pesado (una metáfora de los titulares en la antigua prensa), ya que esta misión no va a desvelar el origen del universo, como he escuchado en algún medio, ni tampoco va a explicarnos el origen de la Tierra. Ya sabemos que los cometas contienen agua. De hecho, ya sabemos que los cometas contienen agua de composición similar a la de los océanos terrestres, algo que se descubrió primero en 2001 en el C/1999 S4 LINEAR y más tarde en el 103P/Hartley 2. Es más, incluso ya sabíamos que el cometa de Rosetta, el 67P/Churyumov-Gerasimenko, contiene agua, que libera al espacio a razón de dos vasos por segundo.

También sabemos ya que los cometas albergan moléculas orgánicas, y en 2009 se confirmó por primera vez la presencia de un aminoácido –glicina, el más sencillo de todos– en el 81P/Wild (Wild 2). La responsable de este descubrimiento fue la misión de la NASA Stardust, que trajo a la Tierra muestras de este cometa en 2006. Es decir, que incluso ya hemos tenido material de un cometa en nuestras manos.

Todo esto no minimiza el logro técnico que supone el aterrizaje del módulo Philae sobre el cometa 67P. Esto es, en efecto, un avance inédito en la decena larga de sondas que hasta ahora han visitado cometas. Ni tampoco relativiza la importancia de los descubrimientos que Philae está realizando en estos precisos momentos. Pero cuando lleguen estos resultados, es probable que volvamos a escuchar quejas sobre el despilfarro en exploración espacial, es probable que volvamos a escuchar cómo se elogian los logros técnicos ignorando los previos, y es probable que volvamos a escuchar cómo se maximizan los resultados ignorando los previos. Todo esto, si es que aún hay alguien interesado en Rosetta.

Una de las primeras fotos tomadas por el módulo 'Philae' sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Imagen de ESA/Rosetta/Philae/CIVA.

Una de las primeras fotos tomadas por el módulo ‘Philae’ sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Imagen de ESA/Rosetta/Philae/CIVA.

Las aguas vuelven a su cauce. Ahora, a trabajar. Uno de los campos en los que el módulo Philae puede revelar asombrosos hallazgos es la bioquímica prebiótica, es decir, el origen primigenio de algunas moléculas que integran el cuerpo de todo ser vivo, al menos de los que conocemos. La clave está en los aminoácidos, los bloques que se pegan unos a otros en cadenas lineales para formar las proteínas. Un aminoácido consiste en un átomo de carbono cuyas cuatro patas (enlaces) están ocupadas respectivamente por un grupo ácido (carboxilo), un grupo amino (de estos dos deriva su nombre), un núcleo de hidrógeno y, finalmente, un radical que varía de unos aminoácidos a otros. La naturaleza de este último grupo es la que distingue los 23 aminoácidos proteinogénicos, es decir, los que forman las proteínas. Por ejemplo, si el radical es un grupo metilo, el aminoácido se llama alanina. Si es un carboxilo, el aminoácido se llama aspartato. Si es otro carbono unido a un anillo de benceno, tenemos una fenilalanina. Y así sucesivamente hasta los 20 aminoácidos que están directamente codificados en los genes, más otros tres que pueden aparecer por modificaciones.

El más simple de todos los aminoácidos es la glicina, que como radical en su enlace libre lleva únicamente un núcleo de hidrógeno. Al tratarse de un solo átomo, cuando este gira no varía la configuración espacial del aminoácido. Sin embargo, para todos los demás, el grupo radical puede estar unido al aminoácido en dos formas distintas; ambas son imágenes en el espejo la una de la otra. Una de esas formas se llama D y la otra L (del latín de derecha e izquierda). Una comparación fácil de entender es la de nuestras manos: la izquierda y la derecha son iguales, pero simétricas; no se pueden superponer de manera que coincidan, sino que ambas son imágenes especulares.

La mayoría de los aminoácidos que forman parte de las proteínas en los seres vivos son formas L, con algunas raras excepciones. No sabemos por qué es así, dado que los aminoácidos pueden aparecer en cualquiera de sus dos configuraciones y, de hecho, una síntesis de cualquiera de ellos daría lugar a una mezcla en la que ambas formas coexisten en igual proporción. Pero dado que la vida en la Tierra ha evolucionado utilizando casi en exclusiva las formas L de los aminoácidos, esto implica que, allí donde los encontremos, podríamos relacionarlos con el origen de la vida en la Tierra. Es decir, que si fuera de la Tierra encontramos aminoácidos D, sabremos que no tienen nada que ver con la bioquímica terrestre. Por el contrario, si encontramos una sobreabundancia de aminoácidos L, podríamos encontrar una explicación al motivo de nuestra preferencia y situar el origen de nuestras moléculas orgánicas en un cuerpo extraterrestre. Pongamos por caso, un cometa.

El hecho de que en algún objeto extraterrestre pueda encontrarse una preferencia en aminoácidos de un tipo puede deberse a que ambas formas tienen distinta resistencia a ciertas condiciones del espacio, como por ejemplo, la polarización de la luz ultravioleta. Varios experimentos (aquí y aquí, y una revisión aquí) han demostrado que la luz polarizada puede degradar más fácilmente uno de los isómeros de los aminoácidos que el otro. Si suponemos que en un lugar del universo se originaron los primeros aminoácidos y que estos viajaron en algún cuerpo celeste expuestos a condiciones que favorecieron la pervivencia de aminoácidos L, podríamos concluir razonablemente que estamos hechos de moléculas alienígenas.

Una hipótesis frecuentemente manejada por los científicos es que los aminoácidos pudieron llegar a la Tierra a bordo de cometas. Como ya he mencionado arriba, en 2009 se confirmó la presencia de un aminoácido en el cometa Wild 2. Pero este aminoácido era glicina, precisamente el único que no tiene formas D y L. Y ahora, volvamos a Rosetta. La sonda instalada en el cometa 67P va a analizar la posible presencia de aminoácidos. En caso de encontrarlos, será capaz por primera vez en la historia de analizar in situ su quiralidad (así se llama esta propiedad). Y si resulta que en el cometa se encuentra una preferencia de aminoácidos L… Bueno, no podremos afirmar a ciencia cierta que somos alienígenas. Pero estaremos más cerca de creérnoslo. Y esto sí sería revolucionario.