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Y el autor del artículo de ciencia más comentado de 2016 es… Barack Obama

El Almendro vuelve a casa por Navidad, y los balances del año comienzan a florecer en los medios como… como flores. La compañía Altmetric, que mide la repercusión de los estudios científicos y académicos en internet, ha publicado su Top 100 de 2016. Y la novedad, quizá no la sorpresa, es que el número uno, el artículo más comentado del año, se publicó el 2 de agosto (11 de julio en internet) en la revista The Journal of the American Medical Association (JAMA) y viene firmado por un solo autor, un tal Barack Obama.

Barack Obama. Imagen de Wikipedia.

Barack Obama. Imagen de Wikipedia.

Hasta este momento, el artículo ha aparecido en 315 noticias, 45 entradas de blogs, 8.943 tuits y 201 entradas de Facebook, entre otros medios y redes. A todos ellos hay que añadir uno más, este que están ustedes leyendo: 20 Minutos está en la lista de los medios recogidos por Altmetric. Y seguramente la noticia de que es el artículo de ciencia más comentado del año le dará a su vez un nuevo empujón.

Obviamente el artículo de Obama no es científico, sino político. Se titula United States Health Care Reform: Progress to Date and Next Steps (Reforma sanitaria de EEUU: progreso hasta la fecha y próximos pasos) y analiza lo que valora como un «cambio positivo» en el que ha sido uno de los grandes objetivos de su mandato, recomendando prioridades para el próximo gobierno; que, por entonces, en julio, ni él ni nadie podía imaginar que estaría presidido por un malo de peli mala como Donald Trump.

Pero lo que quiero comentar aquí no es la reforma del sistema sanitario en EEUU; no es el contenido, sino el continente. El artículo de Obama es una típica pieza de análisis y opinión en una revista científica, con su estructura canónica, su declaración de conflictos de intereses, sus 68 referencias bien citadas y enumeradas, su información sobre la identidad, titulación y afiliación del autor (Barack Obama, JD [doctor en leyes], presidente de Estados Unidos, The White House, 1600 Pennsylvania Ave NW, Washington, DC 20500), y su correo electrónico de contacto, que naturalmente no es el suyo propio sino el de prensa de la Casa Blanca.

Y siendo obvio que Obama no se lo ha guisado y comido solito, sino que le ha ayudado un equipo de expertos convenientemente citados en los agradecimientos, a lo que voy con todo esto es, y perdónenme el grito en mayúsculas:

¿IMAGINAN ALGO PARECIDO AQUÍ?

Por lo demás, la lista de los diez estudios y artículos científicos más comentados incluye algunas de las historias más importantes del año en este campo y que también han tenido cabida en este blog, como el descubrimiento de las ondas gravitacionales, la relación entre zika y microcefalia, el posible Planeta Nueve del Sistema Solar, la polémica sobre el azúcar y las grasas, o el nuevo atlas mundial de la contaminación lumínica.

Hay un dato que resulta curioso. La lista que sigue muestra el número de estudios del Top 100 de Altmetric en los que participan instituciones de cada país. He seleccionado los 20 países más potentes en ciencia por número de publicaciones según el ránking de SCImago que ya comenté aquí:

  1. Estados Unidos: 75
  2. China: 5
  3. Reino Unido: 33
  4. Alemania: 14
  5. Japón: 5
  6. Francia: 8
  7. Canadá: 6
  8. Italia: 5
  9. India: 3
  10. España: 4
  11. Australia: 12
  12. Corea del Sur: 2
  13. Rusia: 1
  14. Holanda: 5
  15. Brasil: 4
  16. Suiza: 6
  17. Taiwán: 1
  18. Suecia: 3
  19. Polonia: 4
  20. Turquía: 0

No olvidemos, el Top 100 de Altmetric no dice nada de la calidad de los estudios o de su relevancia para la ciencia, sino solo de cuánto se han comentado (con enlaces directos) en medios online, blogs y redes sociales; es un índice mediático, no científico. Los responsables de este Top 100 son (somos) los periodistas de ciencia, científicos presentes en blogs o redes y el público con interés en el campo.

La conclusión es que la ciencia anglosajona es infinitamente más mediática; su maquinaria de divulgación es la más potente, además de contar con la ventaja de su idioma, lingua franca de la ciencia. Destacan EEUU (primera potencia mundial en ciencia) con 75 estudios, Reino Unido con 33 y Australia con 12, además de Alemania con 14. China, segunda actualmente en número de publicaciones, solo participa en cinco estudios, uno más que España.

Casi todos los países de la lista participan en el estudio de descubrimiento de las ondas gravitacionales publicado en Physical Review Letters, un trabajo monstruo con la colaboración de más de 1.000 científicos de 133 instituciones. España colaboró a través del equipo de la Universitat de les Illes Balears.

Los otros tres estudios con participación española son: el hallazgo de Proxima Centauri b, el exoplaneta posiblemente habitable más cercano, en el sistema de Alfa Centauri, publicado en Nature; la revisión en Science que proponía denominar Antropoceno a la época geológica actual, en la que participaba el geólogo de la Universidad del País Vasco Alejandro Cearreta; y un estudio genético aparecido en Nature Communications que identificaba genes implicados en los rasgos del pelo de la cara y la cabeza en la población latinoamericana, con la participación del equipo del biólogo molecular de la Universidad de Oviedo Carlos López-Otín.

Ilustración de un posible paisaje en el exoplaneta Proxima Centauri b. Imagen de ESO/M. Kornmesser vía Wikipedia.

Ilustración de un posible paisaje en el exoplaneta Proxima Centauri b. Imagen de ESO/M. Kornmesser vía Wikipedia.

Pero sin duda el trabajo estrella de la ciencia española en este año que termina es el hallazgo de Proxima b, el exoplaneta más cercano a la Tierra jamás descubierto con posibilidades de contener agua líquida en su superficie, a solo 4,2 años luz. La investigación cuenta con la participación del Instituto de Astrofísica de Andalucía, pero además el principal responsable del estudio es catalán, Guillem Anglada-Escudé, de la Universidad Queen Mary de Londres.

Obviamente es más que probable que otros estudios del Top 100 de Altmetric cuenten con la participación de investigadores españoles trabajando en el extranjero; tenemos científicos de primer nivel, pero nos faltan centros de primer nivel que atraigan también a científicos extranjeros de primer nivel. Lo que cuenta a la hora de valorar la potencia científica de un país es la ubicación del centro en el que se ha gestado su trabajo, con independencia de que sus autores se llamen Pérez o Smith.

Esto es (algo de) lo que nos traerá la biología en 2016

CRISPR, CRISPR y CRISPR. A quien este acrónimo (pronúnciese «crisper») aún le suene a galimatías (lo de menos es el significado de las siglas: en inglés, Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Espaciadas), le aclaro que se trata de la nueva generación de herramientas moleculares que hoy está impulsando una revolución en la ingeniería genética.

Representación de la estructura del ADN. Imagen de Wikipedia.

Representación de la estructura del ADN. Imagen de Wikipedia.

En la temporada anterior (2015) nos quedamos en que el sistema CRISPR, nacido en 2012, había comenzado el desarrollo exponencial de sus utilidades y aplicaciones. Un equipo de investigadores chinos se atrevió a dar el paso de utilizarlo con embriones humanos (no viables), con resultados bastante defectuosos, lo que motivó una reunión internacional destinada a reflexionar sobre los límites éticos de la nueva tecnología.

De aquella reunión salió un ni sí, ni no: aplacemos el uso de CRISPR en embriones humanos destinados a la reproducción hasta que estemos seguros de que no se va a estropear más de lo que se arregla. Pero sobre todo, reunámonos de nuevo el año que viene para ver si ya lo tenemos un poco más claro. El foro de discusión permanente sugerido en la declaración final de la reunión del pasado diciembre debería emitir hacia finales de este 2016 un nuevo informe que establezca directrices más claras y concretas.

La tecnología de CRISPR continuará progresando este año: la última mejora, publicada el día de Reyes en Nature, aumenta la fidelidad de la edición genómica hasta hacer los errores casi indetectables. Los ensayos en ratones ya han alcanzado logros como reparar el defecto genético que provoca la distrofia muscular de Duchenne, un regalo que nos llegó el último día de 2015.

Pero CRISPR llega además en un momento en el que las terapias génicas por edición genómica están en pleno florecimiento. Otra tecnología más clásica que emplea enzimas llamadas nucleasas de dedos de cinc se está utilizando ya en ensayos clínicos. En 2014, la compañía californiana Sangamo BioSciences publicó los primeros resultados clínicos de un tratamiento de edición genómica en células ex vivo (fuera del cuerpo), destinado a tratar la infección por VIH. A finales del pasado año, la francesa Cellectis presentó resultados muy esperanzadores del tratamiento de una niña de un año enferma de leucemia mediante edición genómica ex vivo.

Sangamo lanzará este año el primer ensayo de edición genómica in vivo –inyectando directamente el sistema en el organismo– para corregir el defecto genético de la hemofilia B, y ha anunciado además estudios clínicos para tratar la anemia falciforme y la beta-talasemia en colaboración con la también estadounidense Biogen. Otras compañías están ya planeando el uso clínico de CRISPR, aunque de momento deberemos conformarnos con ensayos en animales hasta que se definan las directrices de seguridad para esta nueva herramienta.

Sin salir de la mezcla de genes, otros experimentos pioneros podrían comenzar a despegar en este 2016. En el Instituto Salk de California el albaceteño Juan Carlos Izpisúa Belmonte, una de las principales figuras del mundo en biología del desarrollo, espera la aprobación de las autoridades estadounidenses para crear quimeras inyectando células humanas en embriones animales, una vía innovadora hacia la obtención de órganos para trasplantes. Además, este año podría reanudarse en EEUU la financiación para una controvertida área de investigación que busca aumentar la agresividad de ciertos virus para facilitar su estudio y diseñar nuevos tratamientos. Los fondos fueron retirados en octubre de 2015 por el peligro que podrían representar estos supervirus.

Otra palabra candente en la biología actual es «microbioma». Los estudios sobre las poblaciones microbianas que viven dentro de nosotros nos están revelando aspectos de nuestra salud y enfermedad que no se explican solo desde nuestra fisiología humana, sino que requieren introducir en la ecuación a nuestros microscópicos pasajeros. La importancia de esta vida invisible impulsó en 2010 la creación del Earth Microbiome Project (EMP), una alianza internacional de 600 científicos que nació con el titánico objetivo de secuenciar los genomas microbianos de 200.000 muestras tomadas de los rincones más diversos de la Tierra, desde el teclado de un ordenador a la saliva de un dragón de Komodo. El EMP publicará este año sus primeros resultados, que dispararán nuestro conocimiento de la vida dominante en nuestro planeta.

Por otra parte, 2016 será el año en que comience a derribarse uno de los mitos dietéticos más conocidos, persistentes, rentables y… falsos. Ya conté aquí que la ciencia ha demostrado no demostrar la creencia popular de que el colesterol de la dieta influye en los niveles de esta grasa en la sangre. Las nuevas recomendaciones dietéticas oficiales en EEUU, publicadas esta misma semana, han absuelto por fin a este eterno supervillano de la alimentación. El texto final de las recomendaciones destaca que «no hay pruebas adecuadas para un límite cuantitativo del colesterol de la dieta», elimina el límite de 300 miligramos al día presente en la edición anterior y da luz verde al consumo de los siempre denostados huevos y otros alimentos ricos en colesterol. Falta saber cómo repercutirán estas directrices de EEUU en el resto del mundo y, sobre todo, en el boyante y tramposo negocio de la lucha contra el colesterol.

Las sorpresas en las nuevas recomendaciones no acaban ahí: las directrices apoyan el consumo de entre tres y cinco tazas de café al día como parte de una dieta saludable. Y adiós a aquel presuntamente sabio consejo que nos inculcaban hasta en Barrio Sésamo: el desayuno ya no es la comida más importante del día. Las nuevas recomendaciones se rinden a la evidencia de que este estribillo era también una simple especulación sin base científica; no hay ninguna prueba real de que la falta de desayuno perjudique la salud, por lo que se ha eliminado esta directriz.

Por último, a lo largo de este año recién estrenado deberemos también mantener un ojo pendiente de varios ensayos clínicos que pondrán a prueba vacunas contra el ébola (de las que ya hablé) o el VIH, además de un puñado de posibles fármacos contra distintos síntomas del alzhéimer. No pierdan esta sintonía.

2016, año bisiesto… pero ¿por qué?

Todo el mundo sabe que los años múltiplos de cuatro, como este 2016, tienen un día más: febrero se alarga hasta el 29, los nacidos en esta extraña fecha tienen la rara ocasión de celebrar su cumple-cuatrienios, y el 31 de diciembre hace el día número 366. Lo que quizá sea menos conocido es que no todos los años divisibles por cuatro son bisiestos; los del cambio de centena, que terminan en doble cero, solo llevan el día de propina si son múltiplos de 400. Es decir, que el 2000 fue bisiesto, pero no lo fue el 1900 ni lo será el 2100.

Reloj de la Puerta del Sol (Madrid). Imagen de Albeins / WIkipedia.

Reloj de la Puerta del Sol (Madrid). Imagen de Albeins / WIkipedia.

Tal vez cabría pensar que detrás de esta aberrante regla de los cientos y los cuatrocientos hay una razón astronómica, pero lo cierto es que la norma es completamente arbitraria; se trata simplemente de tratar de ajustar la duración media de nuestro año artificial en el calendario al año natural solar.

De pequeñitos aprendemos unos pocos principios básicos para navegar a través del tiempo: un día es lo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa sobre sí misma, y un año es lo que dura el viaje de nuestro planeta alrededor del Sol. Pero la situación real no es tan sencilla; de hecho, una de las principales motivaciones del nacimiento de la astronomía fue el intento de construir algo tan aparentemente sencillo, y en realidad tan complicado, como es un calendario.

Algunas culturas antiguas, como las orientales, encontraron más práctico regirse por un calendario lunar. El tiempo medio de luna a luna, o mes lunar, es de 29,5 días. Pero dado que sería incómodo manejarse con fracciones de días, los calendarios lunares alternan los meses de 29 y de 30 días.

Este sistema falla cuando hay que contar los años, ya que la suma de los meses lunares no se corresponde con un año natural. Antes de que la mecánica celeste explicara el movimiento de los planetas, los antiguos astrólogos se fijaban en el recorrido solar a través del cielo: un año era el tiempo que transcurría hasta que el Sol regresaba a la misma posición; por ejemplo, de solsticio de verano a solsticio de verano. Y dado que esta cantidad de tiempo no se corresponde con un número completo de meses lunares, algunos calendarios se convirtieron en lunisolares. Esto fue lo que sucedió con el primer calendario romano, originalmente lunar y transformado en lunisolar por el poco ingenioso sistema de añadir varios días que se asignaban a un engendro llamado mes intercalar, entre febrero y marzo, con el fin de adaptarse al año solar.

Fue Julio César quien vino a poner un poco de orden en este embrollo. El Calendario Juliano abandonó las referencias lunares en favor de un sistema cien por cien solar, que eliminaba el mes intercalar y definía el año como hoy lo conocemos: doce meses de 30 o 31 días excepto febrero, con 28. En tiempos de César ya se sabía que el año solar tampoco duraba exactamente 365 días, sino que su duración media era de aproximadamente un cuarto de día más. Para compensar esta desviación, el Calendario Juliano introdujo el año bisiesto: un día más cada cuatro años, lo que daba al año una duración media de 365,25 días, o 365 días y 6 horas.

El problema es que esta cifra tampoco se corresponde con la realidad: el año solar dura en promedio algo así como 365 días, 5 horas, 48 minutos y unos 45 segundos; o dicho de otro modo, 365,2421891 días, según cálculos actualizados. Y los decimales son muy importantes a largo plazo, ya que el error se va acumulando. Tanto que en el siglo XVI la primavera ya se había adelantado hasta el 10 de marzo, motivo que indujo al Papa Gregorio XIII a introducir una nueva reforma en 1582. Su calendario, el Gregoriano, es el que hoy tenemos.

La extraña norma de los cientos y los cuatrocientos para los bisiestos consigue una duración media del año de 365,2425 días, o 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos. Al reducir el desfase medio anual de más de 11 minutos a solo unos 27 segundos, el resultado es que para acumularse un día de error deberán transcurrir más de 3.200 años desde que el Calendario Gregoriano entró en vigor. Así que ya se preocuparán de ello nuestros descendientes en el siglo XLVIII.

Pero más difícil todavía: en realidad la duración media del año apuntada arriba corresponde al llamado año tropical, la descripción clásica del año según la posición del Sol en el cielo; si nos atenemos a la definición que aprendimos de pequeñitos, la vuelta completa de la Tierra en torno al Sol, este llamado año sideral dura como media 365,25636 días, o unos 20 minutos y 24,5 segundos más que el año tropical. La diferencia se debe a que el eje de rotación de la Tierra no permanece fijo en su orientación, sino que va describiendo un cono en el espacio que se completa cada 25.776 años.

Las irregularidades en la rotación de la Tierra son también las causantes de que el día no dure exactamente los 86.400 segundos contenidos en 24 horas, según la definición de segundo que actualmente se basa en los relojes atómicos. Es por este motivo que cada cierto número de meses se introduce un segundo intercalar, lo que se ha hecho en 26 ocasiones desde que se introdujo esta corrección en 1972; la última vez, en la medianoche del 30 de junio de 2015.

Todo lo anterior nos lleva a una conclusión: los humanos necesitamos sistemas nítidos de medición del tiempo, pero la naturaleza es borrosa. No podemos forzarla a ajustarse a nuestros calendarios artificiales, y poco le importa si todos nuestros ordenadores se colapsan por la introducción de un segundo no programado. Nosotros solo estamos aquí de paso, y el tiempo seguirá transcurriendo cuando ya no estemos aquí para medirlo.

2016: los países emergentes se suman a la gran ciencia

¿Es la ciencia un motor del desarrollo, o una consecuencia de él? Aquí hay un debate interesante y complejo, con argumentos históricos a favor de ambas tesis. No demos por hecho la primera opción: India es una potencia científica mundial, con cifras que la sitúan entre los puestos y 15º en producción, y con un flamante sexto puesto en tecnología espacial; y sin embargo, no hace falta explicar cuáles son los estándares de vida en el que pronto será el país más poblado del mundo.

Tal vez el debate cobre mayor protagonismo (o debería) por el hecho de que el nuevo año 2016 va a distinguirse por varios hitos que otorgarán una mayor presencia a los países emergentes en la ciencia de grandes instalaciones y proyectos. Aunque el descubrimiento científico siempre contará con el talento y la imaginación de los investigadores, la tendencia que crece es la de agrupar recursos, tanto intelectuales como financieros, en grandes proyectos capaces de empujar los límites del conocimiento: como ya expliqué, en 2015 se batió el récord del número de firmantes de un estudio, con 5.154 participantes en el trabajo de determinación de la masa del bosón de Higgs gracias a dos experimentos del LHC.

Aún deberemos esperar unos años más hasta que China comience las obras del monstruoso acelerador de partículas que doblará la longitud del LHC, pero ya en 2016 el país asiático se convertirá en la sede del mayor radiotelescopio del mundo, el Five hundred meter Aperture Spherical Telescope (FAST). Su medio kilómetro de diámetro pulveriza la marca de 305 metros que hasta ahora mantenía el de Arecibo (Puerto Rico), cuya sensibilidad triplicará. China también acaba de inaugurar el gran programa espacial de su Academia Nacional de Ciencias con el lanzamiento el pasado diciembre de la sonda Dark Matter Particle Explorer (DAMPE), a la que este año seguirán dos nuevas misiones.

Sede de SESAME, el sincrotrón de Oriente Medio ubicado en Jordania. Imagen de SESAME.

Sede de SESAME, el sincrotrón de Oriente Medio ubicado en Jordania. Imagen de SESAME.

Pero sin duda el proyecto de mayor significado es el que ha sido capaz de aunar los esfuerzos de Irán, Israel, la Autoridad Palestina, Jordania, Egipto, Bahréin, Turquía, Paquistán y Chipre. Estos nueve países promueven el SESAME (Synchrotron-light for Experimental Science and Applications in the Middle East), el acelerador de partículas situado en Jordania que comenzará a funcionar a finales de 2016; un ejemplo de colaboración científica entre países no siempre bien avenidos, y una lección para sus políticos.

Las aplicaciones del sincrotrón se extienden a áreas tan diversas de la ciencia como la biomedicina y la arqueología; sobre todo en este último campo, los países del Medio Oriente tiene mucho que ofrecer, y la nueva instalación les ayudará a no depender de otras fuentes. El ejemplo de SESAME ha servido también para inspirar la idea de emprender un proyecto similar en África, el único de los continentes habitados que aún no cuenta con un sincrotrón.

Otro de los proyectos a seguir este año no procede de países emergentes, pero sí refleja la tendencia emergente de la iniciativa privada como promotora de aquellos proyectos de exploración espacial que las agencias estatales no cubren. Tradicionalmente el espacio ha sido un monopolio de los estados; pero dado que esta investigación es muy costosa, ciertas ideas han sido imposibles de llevar a la práctica por situarse fuera de la corriente principal o por ser demasiado arriesgadas. Compañías como SpaceX, del empresario y tecnólogo Elon Musk, se están jugando su supervivencia ampliando el foco de la exploración espacial más allá de los rígidos programas gubernamentales, un enfoque que beneficiará al conjunto de la comunidad científica y aeroespacial.

Prueba de las velas de Lightsail en 2015. Imagen de Planetary Society.

Prueba de las velas de Lightsail en 2015. Imagen de Planetary Society.

Precisamente un cohete de SpaceX será el encargado de lanzar al espacio en abril un prototipo también privado, creado por la sociedad sin ánimo de lucro Planetary Society, y que pondrá a prueba la tecnología de las velas solares. LightSail-1, una sonda de bolsillo, desplegará en el espacio cuatro velas con una superficie de 32 m2 que navegarán impulsadas por el impacto de los fotones solares. Desde hace décadas, la vieja idea de los veleros espaciales, recogida incluso en Star Wars –¿recuerdan la nave del malvado conde Dooku?–, ha ofrecido la posibilidad de un sistema de desplazamiento que no consume combustible y que podría conferir aceleraciones constantes para lograr velocidades muy superiores a las actuales.

El espacio no nos promete para 2016 hitos tan espectaculares como el encuentro de New Horizons con Plutón el año pasado, pero no faltan los proyectos interesantes. En marzo la ESA y Rusia lanzarán la primera de sus dos misiones marcianas ExoMars, en este caso un orbitador que descargará un pequeño módulo de aterrizaje llamado Schiaparelli. Por desgracia, este no llevará cámara de superficie, pero las mediciones del ExoMars Trace Gas Orbiter (TGO) ayudarán a conocer el origen del metano en la atmósfera marciana, una posible firma biológica.

Por otra parte, en julio la sonda Juno de la NASA se convertirá en la segunda de la historia en órbita alrededor de Júpiter, y en la primera en llegar tan lejos empleando energía solar. Un par de meses después, en septiembre, la europea Rosetta se estrellará con el cometa que ha sido objeto de su estudio. Y cuando unas misiones mueren, otras nacen: el mismo mes la NASA lanzará la misión OSIRIS-REx, destinada a recoger y traer muestras del asteroide Bennu.

La física nos reserva nuevos hallazgos como la posible confirmación de un nuevo bosón, seis veces más pesado que el Higgs, que fue insinuado por dos experimentos del LHC a finales de 2015. También en 2016 los científicos esperan detectar por primera vez las ondas gravitatorias, las distorsiones en el espacio-tiempo pronosticadas por Einstein, gracias al experimento Advanced LIGO.