Archivo de la categoría ‘Sin categoría’

Cambios en mi blog ‘Ciencias Mixtas’, para que nada cambie

Hoy no vengo a contar ciencia, como llevo haciendo en este blog Ciencias Mixtas desde hace nueve años, sino a anunciar un cambio. Aunque, como digo en el título, es un cambio para que, en el fondo, nada cambie.

Por razones que me son ajenas, 20minutos, la gran casa que gentilmente ha acogido este blog desde sus comienzos, ha decidido renovar sus herramientas tecnológicas. WordPress, la plataforma de blogs y gestión de contenidos que hasta ahora sustentaba este espacio, será sustituida por el sistema de edición que se utiliza para publicar el diario online.

Cintillo del blog Ciencias Mixtas. Imagen de 20minutos.es.

Esto no significa que desaparezca del ciberespacio el archivo de este blog, que seguirá existiendo en la misma dirección que hasta ahora, https://blogs.20minutos.es/ciencias-mixtas/. Pero sí que ya no se actualizará con nuevos contenidos. A partir de ahora mis artículos estarán incluidos en el pool general de contenidos del periódico online, y podrán encontrarse en este enlace:

https://www.20minutos.es/autor/javier-yanes/

Aprovecho para dar las gracias a los lectores que han seguido este blog desde largo tiempo atrás y han permitido que siga vivo, también a través de esta nueva metamorfosis.

Hasta aquí, lo que cambia. Ahora, lo que no. Ni el tipo de artículos habituales de Ciencias Mixtas ni el tono van a cambiar. También debo aclarar esto por algún comentario que recibo de vez en cuando en Twitter: no formo parte de la redacción de 20minutos, ni física ni organizativamente, y por lo tanto no pertenezco a la sección de Ciencia del diario ni soy responsable de sus contenidos. Esto tampoco va a cambiar ahora.

Por último, me anticipo a pedir disculpas, tanto a los lectores como a los responsables de 20minutos, por los errores técnicos que sin ninguna duda voy a cometer en esta transición. Todo organismo que se ve de repente inmerso en un nuevo ecosistema desconocido debe adaptarse para conseguir reproducirse, o morir sin legar sus genes a una nueva generación. Afortunadamente, esto último al menos ya lo he hecho, lo de legar, me refiero. También he plantado algún que otro árbol y escrito unos cuantos libros, así que ya solo me queda esperar que la selección natural sea benevolente conmigo. Y ustedes que lo vean.

Las medidas más drásticas contra la pandemia son mejores para la salud, la economía y las libertades, según un análisis científico

Solo algunas voces públicas, de las que llegan a la gente, han dicho a lo largo de esta pandemia que esto es una carrera de largo recorrido, y que por lo tanto las medidas deben tomarse poniendo la vista en los próximos años, no en las próximas semanas ni en las próximas elecciones. Los científicos llevan repitiendo este mensaje desde hace un año. Pero nadie les ha escuchado. Ni los políticos, ni los medios, ni la gente.

Por ello, las autoridades toman decisiones caprichosas, arbitrarias y cortoplacistas, como se han encargado de denunciar diversos científicos incluso a través de editoriales en varias de las principales revistas médicas del mundo. Son muchos los motivos por los que esta pandemia pasará a la historia. Pero desde el punto de vista del mundo de la ciencia, pasará como un momento histórico en el que los gobernantes tuvieron la oportunidad de basar sus políticas en el conocimiento científico, y la desperdiciaron. El alejamiento entre política y ciencia nunca antes había sido tan evidente, ni tan peligroso. En España, quienes decidirán ahora qué medidas se toman contra la pandemia y cuáles no son los jueces, lo cual añade una capa más de pintura al cuadro surrealista en el que estamos viviendo.

Pero como la aldea gala de Astérix, en el mundo ha habido un pequeño y selecto puñado de excepciones, países que se han resistido a la invasión del populismo dominante: Australia, Islandia, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur, entre otros pocos, han optado por estrategias de eliminación, no de mitigación como el resto; el objetivo de sus gobernantes no ha sido aplanar la curva para no saturar el sistema sanitario, sino erradicar el virus. No ha sido mantener contentos a algunos, los que van a votar en las próximas elecciones, mientras se deja morir a otros, los que no van a votar en las próximas elecciones.

Carnaval en marzo de 2021 en Sídney (Australia). Imagen de Bruce Baker from Sydney, Australia / Wikipedia.

Carnaval en marzo de 2021 en Sídney (Australia). Imagen de Bruce Baker from Sydney, Australia / Wikipedia.

Por supuesto, la estrategia de eliminación es muy arriesgada, dado que hoy no es posible erradicar el virus mientras continúe circulando por el mundo. A priori, parecería que la estrategia de eliminación, consistente en tomar medidas enormemente drásticas a todos los niveles, en la práctica cerrar la sociedad y el país a cal y canto, va a ser beneficiosa desde el punto de vista de la salud, ya que va a salvar más vidas. Pero que, en cambio, va a ser desastrosa en todos los demás aspectos, arruinando la economía y condenando a sus ciudadanos a vivir prácticamente en un estado de excepción bajo un régimen totalitario. Y que, claro, esto va a enfadar a la gente.

Resulta que no. A los países citados no les va nada mal. No solo sus cifras de muertes durante la pandemia son ridículas, sino que la economía funciona mejor que en el resto y su nivel de libertades también es mayor. Líderes como la neozelandesa Jacinda Ardern gozan de una enorme popularidad; en las elecciones de octubre de 2020, después de meses de pandemia, Ardern consiguió una mayoría absoluta como nunca antes ningún primer ministro de Nueva Zelanda había obtenido. Evidentemente, los criterios de los electores no parecen los mismos en todas partes: en la hoja de servicios de Ardern figuran 26 muertes por coronavirus en todo el país durante toda la pandemia.

Pero paremos un momento: la salud, sí, pero la economía y las libertades, no es posible. ¿Cómo va a ser que allí donde se cierra todo la economía funcione mejor y las libertades de las personas resulten menos agredidas?

Pues así es, amigos. O al menos esto es lo que presenta un equipo de expertos en salud pública, epidemiología, política y economía de Reino Unido, Francia, Suiza y España en un comentario publicado en The Lancet.

Los autores han comparado el grupo de países que han optado por la estrategia de eliminación (los mencionados más arriba) con el resto de los países de la OCDE que han seguido estrategias de mitigación, entre ellos España y el resto de la UE. Y han comparado ambos grupos a lo largo del tiempo, en todo 2020 y lo que llevamos de 2021, en función de tres parámetros: las muertes por la pandemia por millón de habitantes, la evolución semanal del PIB con respecto a 2019, y las restricciones en la libertad de la población, esto último según un indicador desarrollado anteriormente por la Universidad de Oxford.

Como puede verse en estos tres gráficos, según el estudio los países que han optado por la estrategia de la eliminación salen favorecidos en los tres aspectos. Sus cifras de muertes son la envidia del resto del mundo: Japón, 10.328 fallecimientos en un país de 125 millones de habitantes; Corea del Sur, 1.833; Australia, 910; Islandia, 29; y Nueva Zelanda, solo esas 26 muertes entre 5 millones de habitantes. La Comunidad de Madrid, con algo más de población que Nueva Zelanda, 6 millones largos, acumula casi 15.000 muertes.

Evolución de la mortalidad por COVID-19, cambios en el PIB respecto a 2019 y restricción de las libertades en los países de la OCDE con estrategias de eliminación del virus (rojo) frente a los países con estrategias de mitigación (azul). Imagen de Oliu-Barton et al, The Lancet 2021.

Evolución de la mortalidad por COVID-19, cambios en el PIB respecto a 2019 y restricción de las libertades en los países de la OCDE con estrategias de eliminación del virus (rojo) frente a los países con estrategias de mitigación (azul). Imagen de Oliu-Barton et al, The Lancet 2021.

Pero además, como se ve en la línea roja del segundo gráfico, estos países no han sufrido más en su economía que aquellos que han optado por medidas mucho más blandas. Casi en todo momento se han mantenido por encima del resto en su evolución del PIB. Y en el último tramo, en 2021, despegan claramente por encima del resto. «El crecimiento del PIB regresó a niveles pre-pandemia a comienzos de 2021 en los cinco países que optaron por la eliminación, mientras que el crecimiento todavía es negativo para los otros 32 países de la OCDE«, escriben los autores.

Esto resultará difícil de creer para muchos, pero ahí estan los datos. Según los autores, la razón de que estos países que han adoptado medidas mucho más drásticas que el resto estén progresando mejor económicamente es que precisamente esas medidas les permiten volver a la normalidad mucho más rápida y fácilmente, abriendo sus economías sin asumir la terrible carga de mortalidad de otros lugares donde se ha intentado hacer vida normal como si no ocurriera nada; difícilmente puede llamarse valentía abrirlo todo cuando el virus está circulando libremente, a menos que consideremos valentía mantener contentos a los vivos mientras se sigue enterrando a los muertos.

Pero llegamos al último punto, el más conflictivo: ¿cómo puede ser que los ciudadanos sean más libres en los países donde se ha cerrado todo y se han repetido los confinamientos estrictos? La respuesta está también en el gráfico: en un primer momento, las medidas más restrictivas de estos países coartaron más la libertad de los ciudadanos. Pero una vez que consiguieron mantener el virus a raya, les ha bastado con repetir algún episodio breve de confinamiento y cierres estrictos para controlar los ocasionales brotes; durante el resto del tiempo, estos países viven sin ningún tipo de limitación a la actividad o la movilidad. Sin siquiera utilizar mascarillas. Como si el virus no existiera. Porque, de hecho, allí no existe.

Un ejemplo: en abril se detectaron DOS casos positivos de COVID-19 en la ciudad australiana de Perth, después de más de un año sin ningún contagio comunitario. La respuesta de las autoridades fue un confinamiento domiciliario estricto de tres días, con cierre total de todos los establecimientos. Tres días. Después de aquello, se volvió a la normalidad. La de verdad. La de antes; por supuesto, contando con un rastreo extensivo para descartar nuevos contagios, algo que aquí tampoco se hace. Mientras, otros llevamos más de un año con prohibiciones, y lo que nos queda. Es del todo natural que la gente esté harta de pandemia y de restricciones cuando estas se prolongan y se prolongan y se prolongan y se prolongan y se prolongan, durante meses o años.

«La eliminación se ha enfocado como una estrategia de solidaridad cívica que restaurará las libertades civiles más pronto; este enfoque en el propósito común a menudo se olvida en el debate político«, escriben los autores. «La acción nacional por sí sola es insuficiente, y se necesita un plan global claro para salir de la pandemia. Los países que optan por vivir con el virus probablemente serán una amenaza para otros países, especialmente aquellos que tienen menos acceso a las vacunas de COVID-19«.

Por qué hay motivos para el optimismo si en España ya hay un 15% de población contagiada de COVID-19

(Hay una actualización de lo contado en este artículo con datos de noviembre de 2020 aquí).

Allá por los años 90, cuando hacía mi tesis en inmunología, tuvimos de sabático en el laboratorio a uno de los inmunólogos más reputados del mundo, el profesor Melvin Cohn, del Instituto Salk. Si me propusiera aquí repasar sus méritos científicos, esta página no daría para otra cosa. Sin duda le debo un obituario en condiciones, ya que falleció hace solo año y medio a la edad de 96. Hoy me quedo con esto: era, además, una persona maravillosa; durante esos meses en que disfrutamos de su presencia, de su buen humor y de sus enseñanzas, Mel se convirtió en el abuelo de todos los becarios. Y a efectos de lo que vengo a contar, de él aprendí una de las lecciones fundamentales de la ciencia.

En uno de los seminarios informales que nos impartía una vez por semana, nos contó que un periodista, quizá de la Agencia Efe, aunque esto no lo recuerdo bien, le visitó para entrevistarle en el lugar donde se alojaba: no un hotel de cinco estrellas, sino la austera Residencia de Estudiantes del CSIC. Después de posar para varias fotografías tratando de satisfacer sin rechistar la petición del fotógrafo –“haga como que piensa”–, el periodista le hizo su batería de preguntas. Por entonces el sida estaba en plena efervescencia, y una de las preguntas fue: “¿Cuándo tendremos la vacuna y la cura del sida?”.

“No lo sé”, respondió Mel. Y calló.

Estupefacto, el periodista esperó unos segundos. Pero al ver que el entrevistado no tenía la menor intención de ampliar su respuesta, insistió: “Pero ¿cómo es posible? ¿Uno de los mejores inmunólogos del mundo no puede decir cuándo tendremos la vacuna del sida?”.

La aclaración de Mel fue más o menos así: “No lo sé, porque soy un científico. Si yo fuera un político o un sacerdote, seguro que podría darle a usted una respuesta. Pero un científico solo puede decir lo que la ciencia sabe, y la ciencia no sabe eso que usted me pregunta”.

Esta sabia enseñanza de Mel cobra una especial relevancia en estos días, cuando una gran proporción de los ciudadanos de España y probablemente del mundo entero han añadido a su currículum el título de doctor en epidemiología por la Universidad de Twitter. Hoy los únicos que continúan diciendo “no lo sé” son los científicos. Cuando recientemente a Fernando Simón se le preguntaba por qué en apariencia la letalidad del coronavirus era mucho mayor en España que en Alemania, quienes todo lo que recuerdan de ciencias es que les coincidía a la misma hora del entrenamiento hicieron burla y escarnio de un científico que se comportaba como un científico, confesando no saber lo que, simplemente, nadie sabía.

Imagen al microscopio electrónico de transmisión del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19. Imagen de NIAID/RML.

Imagen al microscopio electrónico de transmisión del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19. Imagen de NIAID/RML.

Pero naturalmente, el hecho de que en aquel momento Simón no pudiera dar públicamente una respuesta científicamente sustanciada no significa que no hubiese una hipótesis preferente. En concreto, había dos, pero quedémonos con una: en Alemania la contabilización de casos registrados de COVID-19 estaba mucho más cerca del número de contagios reales que aquí, por lo que su letalidad reportada era más próxima a la Infection Fatality Ratio (IFR, fallecimientos entre los contagiados), mientras que en España la tasa aparente de letalidad estaba más cerca de la Case Fatality Ratio (CFR, fallecimientos entre los enfermos), que es lógicamente mucho mayor.

Posteriormente, nuevos indicios han venido a apoyar esta hipótesis. Y hace un par de días, los epidemiólogos del equipo de respuesta a la COVID-19 del Imperial College de Londres (ICL) han puesto cifras concretas: se estima que en Alemania hay unas 600.000 personas contagiadas, el 0,7% de la población, mientras que en España alcanzan los 7 millones, el 15% de la población.

Nuevamente, quienes cada día desayunan cadáveres para alimentar su sectarismo, ya sea de un lado, contra el gobierno central, o del otro, contra el autonómico de Madrid, han utilizado estos datos para cacarear sobre la desastrosa gestión de la trinchera opuesta que ha llevado al contagio del 15% de la población. Demostrando así que no han entendido nada. Paso a explicarlo.

Desde hace meses, los epidemiólogos se han preocupado de intentar explicar cuál es la utilidad de las medidas de confinamiento: el ya famosísimo “aplanar la curva”. Pero también han explicado que aplanar la curva significa repartir los contagios a lo largo del tiempo para que los sistemas de salud no se colapsen y puedan responder y atender adecuadamente a los enfermos de modo que se minimice el número de muertes. Y como bottom line, han insistido en algo que debemos entender, y es que a esta fuerza de la naturaleza que es el SARS-CoV-2 solo hay una cosa en el mundo que pueda pararla:

La inmunidad.

Y solo hay dos cosas que pueden proporcionar esta inmunidad: la infección o una vacuna. Dado que esta última aún parece estar muy lejana, lo único en lo que ahora puede confiarse a plazo más corto es en la inmunidad grupal, es decir, que la infección quede contenida cuando se haya contagiado una proporción suficiente de la población para extinguir la mayoría de las cadenas de contagios, reduciendo la tasa de reproducción del virus por debajo de 1.

Sobre cuál es esta proporción de población contagiada que puede apagar la epidemia, aún no parece haber acuerdo. Los epidemiólogos del ICL han estimado que en ausencia de intervenciones el virus habría infectado al 90% de la población mundial, 7.000 millones de personas. Este cálculo es mucho más alto que el de otros expertos como Marc Lipsitch de Harvard, que situó la cifra límite en el 60%. Curiosamente en el barco Diamond Princess, que sirvió como experimento natural de la epidemia, solo se infectó en torno a un 20% de los pasajeros, lo cual es sorprendentemente bajo, aunque sería necesario saber si todos ellos compartían los mismos espacios y estuvieron de igual modo expuestos al virus.

Pero resumiendo, lo que nos dicen los expertos es esto: hagamos lo que hagamos, incluso con las medidas más restrictivas, y mientras no dispongamos de una vacuna que fuerce la inmunización, el virus continuará avanzando hasta llegar a su máximo natural de contagios. Es por ello que debemos entender que esto no va a arreglarse con dos o tres meses de confinamiento. Este gráfico del ICL dibuja el futuro que nos espera en el próximo año y medio:

Gráfico del ICL de las oleadas previstas de casos de UCI de la COVID-19 con ciclos de intervenciones.

Gráfico del ICL de las oleadas previstas de casos de UCI de la COVID-19 con ciclos de intervenciones.

La línea naranja representa la evolución de las sucesivas oleadas de los casos más graves de COVID-19 a lo largo del tiempo hasta el final de 2021, suponiendo ciclos de on-off de las medidas de distanciamiento social y cierre de colegios y universidades (rectángulos azules). El gráfico supone que en todo momento se aplican el aislamiento de los casos positivos y la cuarentena de los contactos. Es decir: cuando las medidas logren reducir el número de casos por debajo de un límite, se abrirán las restricciones, que deberán imponerse de nuevo cuando los casos vuelvan a superar un umbral. Y así, una y otra vez, hasta que tengamos una vacuna, o hasta que alcancemos una inmunidad grupal duradera.

Por lo tanto, y sin contar a corto plazo ni con la vacuna ni con un tratamiento específico eficaz, puede entenderse que el país con más éxito contra la epidemia será aquel que consiga llegar antes gradualmente a la inmunidad grupal sin que sus sistemas de salud se saturen de modo que pueda reducirse todo lo posible el número de muertes. ¿Y cuál es el país que ahora está más cerca de la inmunidad grupal?

España, con un 15% de población contagiada, seguida de Italia, con un 9,8%.

(Actualización del 2 de abril: añado aquí la tabla de la estimación de contagios por países publicada por el ICL porque creo que es de interés. Debe quedar claro que es una estimación de los modelos matemáticos epidemiológicos; la realidad no se sabrá mientras no se apliquen test serológicos masivos, los de anticuerpos, no los actuales de detección genética del virus por PCR).

Con todo, sigue siendo cierto que España tiene una letalidad ligeramente mayor que Alemania: según los datos del ICL, aquí estaríamos en el 0,07%, frente a un 0,05% en Alemania (la cifra real será algo mayor en ambos países si se aplica el efecto retraso). Parece evidente que el alto número de casos ya ha forzado nuestro sistema de salud más allá del límite. Pero sin olvidar que cada muerte es una tragedia, deberíamos tener motivos para la esperanza.

Por un lado, si las cifras del ICL son correctas (lo sabremos cuando lleguen los test serológicos de anticuerpos), el virus es en realidad mucho menos letal (como ya conté aquí) de lo que el alarmismo apocalíptico ha tratado de transmitir: la IFR estaría en torno al 0,1%, similar a la gripe estacional; puede ser que añadiendo el efecto retraso sea quizá el doble o algo más, pero ni de lejos treinta o cuarenta veces más como se ha dicho, pese a que la expansión explosiva de la pandemia esté concentrando una alta mortalidad en un plazo muy corto.

Por otro, porque quizá aquí hayamos recorrido ya un mayor trecho del camino que todos los países deberán recorrer más tarde o más temprano. En el mejor de los escenarios, han dicho los epidemiólogos del ICL, este virus va a costar 20 millones de vidas, y es algo que debemos asumir. Pero también según estos expertos, las medidas adoptadas están salvando más vidas de las que se pierden: frente a 28.000 muertes en 11 países europeos, hay 59.000 más que se han evitado, 16.000 de ellas en España. Y esto es gracias al esfuerzo de todos, descontada la toxicidad de quienes no solamente no saben, que en eso estamos todos, unos más que otros, sino que además ni siquiera saben que no saben.

Va por Gistau

Yo hoy tenía que hacer otra cosa, y confieso que empiezo este artículo sin siquiera estar seguro de si voy a terminarlo, porque tampoco creo que lo que aquí vaya a contar importe mucho ni a muchos. Y ni siquiera sé muy bien qué voy a contar. Pero al fin y al cabo, esto es un blog, que si no he entendido mal el significado del término, es una especie de género (aunque solo sea en el sentido de «mercancía») que aporta contenidos –que uno espera sean– de interés entreverados con algo de diario personal. Cosa que en general evito para centrarme en lo que debo, las Ciencias. Pero hoy me acojo a Mixtas. Porque me siento en la obligación de escribir aquí algo sobre David Gistau.

No es porque le conociera enormemente, que es de lo que se suele tratar cuando alguien se va. No me he contado entre su círculo de amigos. Mucha gente que le conoció mucho mejor está escribiendo hoy, aportando cosas infinitamente más interesantes e importantes que lo que yo pueda contar aquí. Pero coincidí con él en una época anterior a la que conocen muchos de quienes sí han formado parte de su entramado profesional y sentimental más cercano en esta última década o así. Y simplemente porque las palabras no se las lleva el viento si están grabadas en los centros de datos de Google, creo que quizá a alguien podrán interesarle un par de recuerdos que puedo dejar aquí, dado que posiblemente nadie más de los que coincidimos en aquel tiempo y lugar vaya a hacerlo.

David Gistau. Imagen de YouTube.

David Gistau. Imagen de YouTube.

Allá por el año 2003, si no me patina la memoria, entré a trabajar en una editorial de revistas de viajes llamada Temascinco, o T+5. Fue el trabajo más divertido que he tenido, en una empresa inevitablemente destinada al naufragio, y aún no estoy seguro de la relación entre ambas cosas. Tratábamos de hacer revistas bonitas en fotos y textos, que al lector le dieran hambre de viajar. Y David Gistau era uno de nuestros colaboradores estrella.

Lo de estrella le iba que ni pintado. No porque su actitud fuera la de tal, sino porque era un tipo que hacía saltar chispas a la cuartilla (es un decir; ya escribíamos en Word). Era como si le atizara una paliza a la hoja en blanco. Y cuando se pasaba por la redacción, siempre desprendía un torrente de carisma, de esa clase que los tímidos siempre hemos envidiado y del que hemos tratado de aprender, sin éxito, porque para eso hay que nacer.

De hecho, siempre tuve la sensación de que de David la gente se enamoraba, de una manera o de otra. Creo que le sucedió a alguna de una manera más o menos literal, incluso durante algún viaje de aquellos que él hacía para la revista. Y también a alguno, no sé si de una forma más metafórica; pero el caso es que incluso un Umbral ya por entonces muy avejentado y sin el punch de sus mejores tiempos parecía capaz de abrirse lo que fuera a la mención del nombre de Gistau. De hecho, a mí me abrió su casa, Umbral, digo. Cuando inventé una especie de sección consistente en entrevistar a famosos sobre sus viajes, y justamente Umbral acababa de publicar su autobiografía viajera, Días felices en Argüelles, quise entrevistarle, y fue solo el nombre de David Gistau el que consiguió que una tarde de comienzos de verano el venerable le abriera la cancela de su casa a este pobre y desconocido redactor que apareció allí con una bolsa de naranjas para zumo y un chorizo ibérico. Cuando entré, lo primero que hizo Umbral fue preguntarme por Gistau, y manifestarme su admiración por lo bien que escribía. Lo segundo, preguntarme si el chorizo era del que daban en los aviones.

El fundador y director de T+5, Benjamín Ojeda, era también un rendido fan de David y le divertía comentar sus andanzas conmigo, la mayoría incontables, hasta tal punto que yo no sabía cuánto había de verdad y cuánto de leyenda sobre un tipo que ya era todo un personaje. Porque solo un personaje podía hacer cosas como plantarse en mitad del restaurante de un barco de cruceros y aullar a grito pelado «¡ICEBEEEEEEERG!», como hizo David cuando a Benjamín se le ocurrió la descacharrante idea de enviarle junto con Jorge Berlanga para reportajear cómo eran aquellas vacaciones de barandillas doradas y hamacas en cubierta.

Y eso resultaba más que incongruente entonces, porque David era un tipo que había estado en la guerra de Afganistán, haciéndose fotos mientras disparaba un AK-47 hacia el cielo. Aquello lo versionó en su primera novela, A que no hay huevos, que publicó la propia T+5. Benjamín, que era un zorro, se inventó un premio de la propia editorial para promocionarlo: Premio 100.000 Millas Lunas de Miel (Lunas de Miel era el nombre de la revista que hacíamos, y para la cual se fundó la editorial). Aún conservo el ejemplar de la novela con la cinta que la hacía acreedora del premio. Y es más, aún conservo el archivo Word de la novela, que me pasó Benjamín para que le dijera qué me parecía. Yo se lo dije, cuando conseguí dejar de reír por aquella maestría con la que Gistau manejaba la matáfora, la hipérbole y la parodia.

Actualización: acabo de descubrir que he escrito «matáfora». Pero voy a dejarlo así, porque es una errata afortunada que describe perfectamente el estilo de Gistau.

Todo aquello naufragó, porque la editorial sí que colisionó con un gran iceberg. Yo me fui a otras cosas. Supe que David sentó la cabeza; me contaron que se había echado novia argentina durante los inviernos en los que buscaba el verano de allí para escapar del frío de la meseta. Y ya. Le seguí leyendo. Había madurado y se dedicaba a escribir de política y fútbol, pero no había perdido ni un ápice de ese pedernal de sus dedos que le sacaba chispas a la yesca de la página. Incluso sin gustarme el fútbol, devoraba aquellas columnas suyas en las que decía que el nombre de Beckenbauer sonaba como un baúl cayendo por una escalera.

Pues sí, al final lo he terminado. Porque ya no tengo nada más que decir. Y en realidad esto sigue sin importar mucho ni probablemente a nadie, sino a mí solo. Porque esta mañana, al escuchar la noticia por la radio, me ha dado por mirar atrás con una extraña mezcla de gusto y sinsabor, que es lo que pasa cuando uno no sabe decidirse entre la añoranza o la pena, y simplemente se queda como tonto, paralizado por la conmoción.

¿Las líneas de la mano de Pedro Sánchez? ¿En serio?

A veces se diría que los medios se esfuerzan en parodiarse a sí mismos. O a ver si no cómo se explica que uno de los diarios nacionales de mayor tirada publique un reportaje sobre las líneas de la mano del actual presidente del gobierno y candidato del PSOE en las próximas elecciones: aunque el chivatazo vía Twitter me lo dio una buena amiga periodista cien por cien fiable, dado que la –por llamarla algo– información procedía de otra fuente, tuve que comprobarla por mí mismo para asegurarme de que no se trataba de un fake o un meme.

Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo, en enero de 2019. Imagen CC-BY-4.0: © European Union 2019 – Source: EP.

Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo, en enero de 2019. Imagen CC-BY-4.0: © European Union 2019 – Source: EP.

¿Se ha borrado definitivamente la línea que separa la información del espectáculo? ¿Hasta dónde vale el atropello de eso que solían llamar periodismo con tal de conseguir unos clics? Que, sin duda, el reportaje ha logrado, incluyendo mi propio clic; aunque, si me disculpan, no voy a facilitarles el suyo aquí con un enlace.

Dicha pieza podría entenderse dentro de la oleada de pseudociencias que nos invade, de no ser porque, como ya advertí aquí, debemos ser cuidadosos de otorgar el calificativo de pseudociencias solo a las que realmente lo merecen; concedérselo a la adivinación por las líneas de la mano es hacerle un enorme favor a algo que se sitúa en el escalón más bajo de la superchería y la charlatanería.

Esto último no lo digo yo solo; como retal de muestra, les entresaco aquí algunos párrafos de un artículo editorial aparecido en la revista Science a propósito de la publicación de un libro sobre la adivinación por las rayas de la mano.

Aunque en apariencia está escrito curiosamente con algo parecido a una intención honesta, este libro es un absurdo montón de disparates; deducciones completamente irrelevantes a partir de conjeturas monstruosas, artificios de imposible recuerdo entremezclados con una masa de mera jerga, calculada para sonar como ciencia a los profanos. El conjunto resulta tan farragoso como para enviar a su autor al manicomio […]

El arte de la adivinación por la palma de la mano es una de las más viejas y extendidas supersticiones, y la de más larga supervivencia.

La astrología, por la extensión de sus proclamas y la dignidad de su pretendido objeto de estudio, la acción de las estrellas, siempre ha ostentado el primer puesto en la jerarquía de los camelos. A continuación le siguen la interpretación de los sueños, la adivinación por signos, la quiromancia, y por último una variedad de medios de adivinación menos definidos, el vuelo de los pájaros, el aspecto de sus entrañas, etc.

Todos ellos descansan en la idea de la similitud en la naturaleza que precede a la comprensión de la causa y el efecto. El ser humano está siempre dispuesto a encontrar en las inexploradas nubes de la naturaleza un gran parecido con una ballena, o una joroba como un camello, al alcance de cualquiera que se atribuya un discernimiento superior y prometa descorrer el velo del futuro.

Libros como este marcan los restos del viejo impulso de búsqueda de la verdad, el cual en su primera forma activa nos dio la superstición, pero que finalmente, unido a un espíritu crítico, nos dio el verdadero conocimiento.

La adivinación tiene en la mente común un lugar más alto de lo que muchas personas bien formadas estarían dispuestas a admitir: incluso en nuestras comunidades mejor educadas es todavía hoy, como antaño, una profesión bien pagada.

Este autor está informado de que una buena cantidad de especuladores basan su futuro en las predicciones que obtienen de estos magos. Hemos conseguido barnizar a nuestro pueblo estadounidense con una apariencia de modernidad; pero nuestro sistema educativo, con su imperfecta educación científica, no planta batalla de forma eficiente contra estas perniciosas reliquias del pasado. Deja al niño sin ese sentido de la ley natural que por sí solo puede desterrar tales supersticiones.

No podemos pasar por alto estas indicaciones de un nivel mental bajo con la mueca con que uno estaría tentado de tratarlas. Que una parte considerable de nuestra gente aún crea en brujería es ciertamente un asunto serio.

El artículo de Science dibuja un panorama alarmante que conocemos bien hoy, la nueva ofensiva de lo que se ha dado en llamar el movimiento anti-Ilustración (un término paraguas que comprende pseudociencias, anticiencia, conspiranoias, paranormalidades y supersticiones varias). Y sin embargo, lo curioso es que este artículo no ha salido precisamente en un número reciente de la revista: se publicó el 19 de diciembre de 1884.

Quiromancia. Imagen de Malcolm Lidbury (aka Pinkpasty) / Wikipedia.

Quiromancia. Imagen de Malcolm Lidbury (aka Pinkpasty) / Wikipedia.

Quizá quienes de ustedes estén más familiarizados con las revistas científicas ya habían sospechado que no era un texto actual. Hoy la revista Science difícilmente se ocuparía de comentar el lanzamiento de un libro sobre adivinación; no porque ya no merezca una respuesta, sino porque actualmente es tal el volumen de publicaciones contrarias al pensamiento racional que no quedaría espacio en la revista para hablar de otra cosa.

Pero sin duda es pasmoso cómo lo escrito hace 135 años sigue teniendo tanta vigencia hoy, algo que habría desolado al autor anónimo del comentario. Más de un siglo después, no hemos mejorado mucho. Más bien al contrario: el autor se refería a una publicidad que un célebre adivino insertaba en cada edición del periódico local de mayor tirada. Pero como nos demuestra la pieza que ha motivado estas líneas, hoy la adivinación ha saltado del espacio de los anuncios al de la información. Y con proclamas tan delirantes como esta que copio:

MONTE DE LUNA Y LÍNEA DE MERCURIO. El claro adelgazamiento en la zona inferior externa del monte lunar confirma un importante desgaste vital y nervioso. La abundancia de líneas horizontales y profundas en esta zona, y sobre todo la longitud y profundidad de la línea mercuriana, alerta sobre sensibilidad a fármacos y sustancias que en exceso, como el café, pueden dañarle el estómago.

Que los adivinos (adivina, en este caso) se atrevan con “sensibilidad a fármacos y a sustancias” demuestra que la charlatanería se reinventa para mantener, como decía el viejo artículo de Science, “una masa de mera jerga, calculada para sonar como ciencia a los profanos”. Hay cosas que cambian para no cambiar.

Pero, espera… –dirán algunos–. Si la ciencia no ha demostrado la falsedad de la quiromancia, ¿con qué atrevimiento osamos fulminarla? La respuesta, mañana: como contaré, hay al menos dos buenas razones por las que la ciencia jamás ha demostrado, ni demostrará, ni probablemente deba intentar demostrar, que estudiar las líneas de la mano de alguien no sirva para otra cosa que para conocer la palma de su mano como… como la palma de su mano.

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 3: pero algo está cambiando

El pasado mayo, el Congreso de EEUU aprobó un proyecto de ley de presupuestos que recomendaba a la NASA destinar 10 millones de dólares en los próximos dos años para «buscar firmas tecnológicas como transmisiones de radio para cumplir el objetivo de la NASA de investigar el origen de la vida, su evolución, distribución y futuro en el universo». Traducido, significa que por primera vez desde hace 26 años la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que se conoce como SETI, podría recibir el apoyo de fondos públicos.

Según comentan en internet quienes entienden cómo funciona esta maquinaria burocrática en EEUU (o esta maquinaria burocrática en general), esto no significa aún que haya un cheque de 10 millones de dólares esperando a que la NASA lo recoja para comenzar a buscar civilizaciones alienígenas; la propuesta debe pasar por un proceso con varios puntos de control, en alguno de los cuales podría desviarse hacia el camino de la papelera.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Pero es un signo de que algo puede estar cambiando. Desde 1993, cuando un senador demócrata logró desmantelar el programa SETI de la NASA proclamando que se había acabado la temporada de caza de marcianos, los científicos que siguen convencidos de que haberlos, haylos, han seguido pegando la oreja al espacio sin desfallecer, sacando el dinero de debajo de las piedras para mantener vivos sus proyectos. Y en los últimos años han encontrado de repente unos aliados inesperados: los multimillonarios de internet.

Personajes como Elon Musk, Jeff Bezos, Paul Allen o Yuri Milner, todos ellos millonarios gracias a sus negocios tecnológicos, han irrumpido con más o menos ímpetu en el que solía ser el terreno de las agencias espaciales públicas y las instituciones de investigación, promoviendo y financiando ese tipo de ideas que antes ni siquiera se llevaban a la discusión por considerarse ilusorias, alocadas, peliculeras, casi infantiles. ¿Fundar una colonia en Marte? ¿Enviar un coche al espacio? ¿Mandar una flotilla de robots a la estrella más próxima?

El dinero manda, y cuando el ruso Milner pone 100 millones de dólares encima de la mesa con los que comprar horas de radiotelescopio para escuchar señales alienígenas, su proyecto Breakthrough Listen no solo se convierte en el programa SETI mejor financiado, sino que al mismo tiempo también contribuye a dar un empujón al resto de proyectos en marcha. Y con ello, a hacer estas investigaciones más presentes en los medios. Y con ello, a que el público sepa que existe un renovado interés en encontrar de una vez por todas a nuestros vecinos galácticos, si existen. Y con ello, a que los políticos empiecen a darse cuenta de que no quieren quedarse atrás.

Pero no todo el mérito es cosa de Milner y sus compañeros de golf. Frente a las anteriores reticencias de los científicos de verse de algún modo manchados por el estigma de los hombrecitos verdes, se diría también, aunque es una impresión personal, que cada vez son más los investigadores que han decidido abrir de nuevo esa oscura y polvorienta cripta de la vida extraterrestre para ver qué hay dentro.

Así, las ideas frescas y audaces crecen: el SETI óptico, que busca posibles señales láser en lugar de ondas de radio; el uso de algoritmos de Inteligencia Artificial para rastrear las estrellas; el intento de identificar firmas biológicas en las atmósferas de los exoplanetas lejanos o de llegar a deducir la existencia de una cubierta vegetal. La comunidad científica reúne a muchas de las mentes más brillantes de esta roca mojada. Y cuando se ponen a pensar, saltan chispas.

Ante todo este empuje de una nueva ciencia de búsqueda de vida alienígena, la primera respuesta de la NASA no se ha hecho esperar: en septiembre la agencia celebraba en Houston una reunión sobre firmas tecnológicas (Technosignatures Workshop), dedicada a debatir las perspectivas sobre posibles señales que puedan detectarse desde la Tierra y que puedan revelar la presencia de civilizaciones alienígenas. La idea es ampliar el enfoque clásico de los proyectos SETI, dedicados a la búsqueda de señales de radio u ópticas, para incluir también otros posibles signos de tecnologías avanzadas, como la construcción de enormes estructuras para cosechar la luz de las estrellas (lo que se conoce como esferas de Dyson) o incluso la existencia de exoplanetas con atmósferas contaminadas por la actividad tecnológica industrial.

Pero aquí no acaba este soplo de aires nuevos. Como ya conté aquí recientemente, en julio un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU instaba a la NASA a revisar sus políticas de protección planetaria, esa directriz que evita enviar misiones espaciales a lugares del Sistema Solar donde podría haber vida, por miedo a contaminarla con microbios terrestres agazapados en las sondas. Lo cual implica que por fin alguien se está dando cuenta de que, con políticas de protección planetaria tan estrictas, es imposible estudiar la presencia de vida en nuestro vecindario cósmico.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

La última y magnífica noticia ha saltado esta semana: un nuevo informe de las Academias, encargado por la NASA a petición del Congreso, insta a la agencia espacial de EEUU a «expandir la búsqueda de vida en el universo y hacer de la astrobiología una parte integral de sus misiones». El organismo que aglutina toda la ciencia de EEUU pide a la NASA que «incorpore el campo de la astrobiología en todas las fases de futuras misiones de exploración», reconociendo que hasta ahora las misiones espaciales, incluso aquellas que incluyen objetivos astrobiológicos, «han tendido a estar más fuertemente definidos por perspectivas geológicas que por estrategias orientadas a la astrobiología».

Para ello, el informe recomienda tanto la búsqueda de firmas biológicas que puedan delatar formas de vida «similares a las terrestres», como también la investigación de «vida potencial que difiera de la vida como la conocemos», y que todo ello se aborde mediante la detección in situ, es decir, sondas espaciales equipadas con tecnologías de detección de vida en entornos como el subsuelo de Marte o los océanos en varias lunas del Sistema Solar.

Por otra parte, el informe recomienda también la puesta a punto de tecnologías que faciliten la investigación de la posible existencia de vida en lugares lejanos del universo a los que no se puede acceder con sondas espaciales, es decir, exoplanetas detectados mediante telescopios terrestres y orbitales.

Evidentemente, todo esto no va a llenar de astrobiología las misiones de la NASA de la noche a la mañana. Las agencias espaciales trabajan con planificaciones a plazos muy largos, y ya está bien definido y en marcha lo que va a ejecutarse en los próximos años, por lo que el cambio, si lo hay, será lento. Pero al menos parece un firme propósito para que la astrobiología deje por fin de ser el patito feo de las misiones espaciales. Y para que por fin podamos decir que el ser humano sí busca vida alienígena. La haya o no.

La trágica historia del hombre que olía mal, y por qué debería preocuparnos

Tal vez hayan conocido la historia a través de los medios. Pero lo que probablemente no les hayan contado es que lo ocurrido al ruso Andrei Suchilin, lejos de tratarse de una rareza imposible, no solo podría sucedernos a cualquiera, sino que cada vez va a ser más probable que algo así pueda sucedernos a cualquiera.

La historia se narró en dos partes. La primera se contó dentro de esas secciones de curiosidades que suelen embutirse en los programas de radio para desahogar al oyente de tanto bombardeo político: que Google Maps encuentra un pene gigante dibujado en el suelo en Australia, o que un tipo se tatúa la cara de Rajoy en el brazo. En este caso, la noticia decía que a finales de mayo un avión de la compañía Transavia que volaba de Gran Canaria a Holanda se había visto obligado a un aterrizaje no planificado en Faro (Portugal) debido al insoportable hedor que despedía uno de los pasajeros, y que a algunos incluso llegó a provocarles el vómito.

Noticias parecidas suelen aflorar de vez en cuando: un avión hace una escala de emergencia a causa de algún incidente provocado por un pasajero por motivos variados, ya sea una borrachera o un episodio de flatulencia incontenible. En este caso la tripulación trató de resolver el problema esparciendo ambientadores, pero ni siquiera confinando al pasajero en el baño consiguieron aliviar el hedor. Finalmente y ante las protestas del resto del pasaje, el responsable del percance fue desalojado del avión en Faro y trasladado a un hospital. Otro viajero declaró entonces que era como si aquel hombre no se hubiera lavado en varias semanas.

Después del suceso el pasajero en cuestión, el guitarrista ruso Andrei Suchilin, de 58 años, publicó en su Facebook que durante sus vacaciones en Canarias había contraído algo que el médico español al que acudió había diagnosticado como “una infección normal de playa”. “Lo trágico y lo cómico de toda esta situación es que cogí una enfermedad que (no digamos cómo ni por qué) hace que un hombre apeste”, escribía Suchilin.

El guitarrista ruso Andrei Suchilin en 2017. Imagen de Krassotkin / Wikipedia.

El guitarrista ruso Andrei Suchilin en 2017. Imagen de Krassotkin / Wikipedia.

Por desgracia, la segunda parte de la historia demostró que la situación no tenía nada de cómico, y sí mucho de trágico. A finales de junio se supo que Suchilin había fallecido en el hospital portugués en el que fue internado. La causa de su mal olor resultó ser una fascitis necrosante, una terrible enfermedad bacteriana que puede describirse como una descomposición progresiva del organismo cuando el paciente aún está vivo; partes de él ya han muerto y están descomponiéndose, por lo que el olor es el de un cadáver. Cuando la infección alcanza a los órganos vitales, el paciente muere.

Lo terrorífico de la fascitis necrosante es que no se trata realmente de una enfermedad infecciosa definida con una causa específica, como la malaria o el ébola, sino de una fatal complicación de lo que puede comenzar como una infección cotidiana e inocente. De hecho y aunque son varios los tipos de bacterias que pueden causarla, uno de ellos es un estreptococo, un microbio que convive habitualmente con nosotros provocándonos las típicas infecciones de garganta y otras dolencias leves.

En muchos casos estas infecciones no avanzan más allá de la piel y los tejidos superficiales. Pero si llegan a afectar a la fascia, la capa que conecta la piel con los músculos, la infección puede empezar a progresar en los tejidos profundos, diseminándose por la sangre a todo el organismo y destruyendo los órganos vitales. Y todo ello sin que desde el exterior se note nada demasiado visible; el dolor y el olor, como el de Suchilin, pueden revelar que algo espantoso está sucediendo por dentro, pero a menudo un diagnóstico rápido en una consulta externa puede pasarlo por alto. Se calcula que la cuarta parte de los afectados fallecen; en algunos casos, incluso en solo 24 horas.

Bacterias Streptococcus pyogenes al microscopio en una muestra de pus. Imagen de PD-USGov-HHS-CDC / Wikipedia.

Bacterias Streptococcus pyogenes al microscopio en una muestra de pus. Imagen de PD-USGov-HHS-CDC / Wikipedia.

Pero si el hecho de que la causa pueda ser una simple bacteria común y corriente ya es de por sí un dato inquietante, en realidad son otros dos los que deben ponernos los pelos de punta. Primero, y ahora que estamos en plena temporada de vacaciones, es preciso recordar una advertencia médica que contradice un mito muy extendido: el agua del mar NO desinfecta ni cicatriza las heridas. Pensar en el mar como un desinfectante es sencillamente un inmenso contrasentido, ya que está lleno de vida, grande y pequeña, por lo que es una peligrosa y frecuente fuente de infecciones en las llagas abiertas.

Sobre todo, los expertos alertan de los cortes producidos directamente dentro del agua, ya que pueden introducirnos en tejidos profundos algunas bacterias que viven en el medio marino, que crecen mejor sin aire y que preferiríamos sinceramente no tener dentro de nosotros, como Vibrio y Aeromonas. En particular, las Vibrio han sido la causa de la fascitis necrosante en varios casos descritos de turistas heridos durante excursiones de pesca, y un estudio de 2010 demostró la presencia de estas bacterias en la costa valenciana. Hasta donde sé, no se ha publicado cuál fue la bacteria o bacterias que causaron la muerte al infortunado Suchilin, pero es muy posible que contrajera la infección en el mar.

El segundo motivo es infinitamente más preocupante y requiere una explicación aparte. Porque no solo afecta a la fascitis necrosante, sino a muchas otras infecciones bacterianas, y es el motivo por el que casos como el de Suchilin no solo nos deberían llevar a lamentar su mala suerte y compadecer a su familia, sino también a hacer todo cuanto esté en nuestra mano para evitar un futuro en el que cualquiera podríamos vernos en una situación similar. Mañana seguimos.

Qué fue de Antoine de Saint-Exupéry… y de sus posibles restos

Parecería aquí que estoy invadiendo el terreno de mi vecina de blog Jessica Gómez, que en Qué fue de… todos los demás nos actualiza el paradero de todos aquellos ídolos desvanecidos. Pero siendo este un blog de ciencia, y tratándose de un personaje desaparecido hace 74 años, ya imaginarán que la cosa va a ir más bien de algo mucho menos agradable; a saber, identificación de restos mortales.

Antoine de Saint-Exupéry en Toulouse en 1933. Imagen de NYT / AFP / WIkipedia.

Antoine de Saint-Exupéry en Toulouse en 1933. Imagen de NYT / AFP / WIkipedia.

Ayer les traía aquí el recuerdo de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito, ese cuento que ha sido la referencia infantil más imborrable para muchos de nosotros, y ese entre muy pocos que uno puede seguir leyendo bajo el peso de las canas y continuar preguntándose cómo uno había sido tan imbécil de no haberse dado cuenta antes de tal o cual detalle.

El principito es un cuento monstruoso en el sentido número 2 del DRAE, «excesivamente grande o extraordinario en cualquier línea». En cualquiera. Es el hallazgo de una vida, es el relato que muchos de los que escribimos hubiéramos querido escribir, y por el cual cambiaríamos todo lo que hemos escrito. Pero solo hubo un Saint-Exupéry, y solo hubo un principito. Y es por ello que, cuando el 31 de julio de 1944 el también aviador despegó en un Lockheed P-38 Lightning para nunca regresar, la conmoción rodeó el planeta.

Curiosamente, fueron sus trabajos anteriores los que le elevaron a la fama; El Principito se había publicado ya en EEUU, pero no en la Francia ocupada. Con la resonancia de su obra más conocida y el misterio que rodeó su prematura desaparición, Saint-Exupéry ascendió a la categoría de héroe nacional en su país.

Durante décadas, el último vuelo del escritor fue un enigma insondable. Hasta que en 1998 el pescador Jean-Claude Bianco hizo una captura rutilante: una pulsera identificativa de plata que llevaba el nombre del autor, de su mujer y de su editorial en EEUU. La autenticidad de la pieza fue cuestionada, y aquí entra en escena una parte determinante en la historia que sigue: los herederos de Saint-Exupéry, que llegaron a acusar a Bianco de fraude.

Pero la controversia se extinguiría pocos años después. Luc Vanrell había oído hablar a su padre de los restos de un avión cerca de las coordenadas donde Bianco había encontrado la pulsera. En 2000 se calzó el traje de buceo y documentó decenas de pecios de aeronaves en la zona hasta dar con lo que era inequívocamente un P-38. Cándidamente, Vanrell pensaba que la autorización para investigar los vestigios llegaría con facilidad y urgencia ante la posible resolución de un episodio histórico de tal magnitud. Pero se equivocó. El gobierno francés tardó tres años en conceder el permiso, y solo lo hizo cuando otros equipos y cámaras de televisión comenzaron a merodear por el yacimiento.

La causa de este bloqueo fue, una vez más, la influencia de la poderosa familia de Saint-Exupéry. Pero cuando en 2003 los restos del avión fueron por fin examinados y recuperados, pudo confirmarse inequívocamente que aquel era el P-38 que Saint-Exupéry pilotaba el último día de julio del 44.

La pulsera de Saint-Exupéry, hallada en 1998. Imagen de Fredriga / Wikipedia.

La pulsera de Saint-Exupéry, hallada en 1998. Imagen de Fredriga / Wikipedia.

Por fin se rellenaba una página histórica en blanco, pero los nuevos datos podrían llevar a otra revelación aún más sensacional. La ubicación de aquellos hallazgos cerca de la costa de Marsella rescató de la memoria un suceso que en su momento apenas llamó la atención. A los pocos días de la desaparición de Saint-Exupéry, las olas dejaron en la costa un cadáver imposible de identificar, vestido con uniforme de vuelo francés. Aquel aviador anónimo fue enterrado en una fosa común en la localidad de Carqueiranne. Por entonces una mujer dijo también haber presenciado la caída al mar de un aeroplano.

¿Sería aquel cuerpo el de Saint-Exupéry? Al parecer, en su día el sepulturero de Carqueiranne y el guarda del cementerio describieron que el cadáver, con graves lesiones en la cabeza y en las piernas, poseía una corpulencia que se correspondía con la del escritor. En los años 60 los restos de la fosa común se reubicaron, pero según parece aún están localizados. Es posible que quede poco o nada de ellos. Pero siempre que los restos no fueran incinerados y que aún persista algún fragmento, una posible identificación no sería en principio del todo descartable, incluso aunque se hayan mezclado con los de otras personas.

¿Por qué entonces no se ha intentado, o ni siquiera se ha planteado la posibilidad? Hoy existen tecnologías cada vez más potentes para la identificación de los restos antiguos. Gracias a estas herramientas, muchas personas pueden llegar a saber qué fue de sus parientes desaparecidos, como en el caso de aquellos que perdieron a sus familiares en la Guerra Civil.

En el caso de figuras de relevancia histórica, solventar las dudas sobre la atribución de restos mortales tiene un evidente interés público, algo que solo se cuestiona en países como el nuestro con mayor tradición religiosa que científica (como conté aquí hace tres años a propósito del análisis de los restos de Cervantes, un proyecto al que se opuso incluso algún académico cavernícola). Y para muchas personas que admiran la obra de Saint-Exupéry, visitar el lugar donde yacen sus restos sería una experiencia sensible. Los humanos somos así; nos gustan estas cosas.

En resumen, ¿qué posibilidades habría de determinar si aquel aviador desconocido enterrado en Carqueiranne era el autor de El principito? Mañana lo contamos. Y también por qué, incluso aunque un análisis genético o bioquímico fuera posible, es improbable que nunca llegue a hacerse. Y la respuesta a esto último podría estar en los mismos motivos por los cuales los herederos del escritor parecen haber hecho lo imposible por obstaculizar las investigaciones sobre su muerte.

Así seríamos hoy si fuéramos neandertales

Juguemos a la historia-ficción: ¿qué habría ocurrido si nosotros, los que nos autodenominamos Homo sapiens, nos hubiéramos extinguido, y en nuestro lugar hubieran prosperado quienes realmente se extinguieron, los neandertales?

Naturalmente, no tenemos la menor idea, y lo que sigue no es otra cosa que un ejercicio de imaginación sin más pretensiones. Para empezar, los científicos aún no se han puesto de acuerdo en muchas de las características que definían a esta especie, como tampoco en qué fue lo que la llevó a la extinción.

Sobre esto último, tradicionalmente se ha supuesto que nosotros teníamos alguna ventaja adaptativa de la que ellos carecían, y/o que el cambio climático tuvo algo que ver, y/o que nuestra mayor población y expansión los fue reduciendo hasta eliminarlos.

Esta semana se ha publicado un interesante estudio en Nature Communications que no dirime la intervención de los dos primeros factores, las ventajas adaptativas y el cambio climático, pero que sí llega a la interesante conclusión de que en todo caso ambos habrían sido irrelevantes.

Los investigadores han creado un modelo matemático para simular la dinámica de las poblaciones de sapiens y neandertales dejando fuera estos dos factores. Tras correr el modelo cientos de miles de veces, cambiando los valores de diversas variables para dejar el margen necesario a las muchas incertidumbres sobre el pasado y sobre los propios neandertales, en la inmensa mayoría de los casos el resultado terminaba siendo el mismo: ellos se extinguían, nosotros prosperábamos, simplemente porque éramos más.

«Sugerimos que, aunque la selección y los factores ambientales pueden o no haber jugado un papel en la dinámica entre especies de neandertales y humanos modernos, el eventual reemplazo de los neandertales lo determinó la repetida migración de humanos modernos desde África hacia Eurasia», escriben los investigadores.

Pero ¿y si no hubiera sido así? Demos marcha atrás al reloj unos miles de años e imaginemos que los hoy llamados humanos modernos desaparecieron, y que en su lugar sobrevivimos nosotros, los neandertales.

Lo primero que necesitamos es desprendernos de un tópico erróneo. Apostaría el caballo que no tengo a que, cuando el titular de este artículo llegue a Twitter, provocará algún que otro comentario equiparando los neandertales a salvajes brutos sin el menor atisbo de inteligencia, y probablemente asociando esta categoría al nombre de algún político. Nunca falta.

Pero no: hoy los científicos tienden a pensar que los neandertales eran similares en inteligencia a sus coetáneos antepasados nuestros, los humanos modernos del Paleolítico, antiguamente conocidos como Hombres de Cromañón o cromañones por el hallazgo de sus restos en la cueva francesa de Cro-Magnon.

Probablemente nuestra inteligencia se ha desarrollado desde el Paleolítico, pero podemos imaginar que lo mismo habría ocurrido con los neandertales si hubieran sido ellos los triunfadores en la competición por la supervivencia. Así que aquí estaríamos nosotros, los neandertales, una especie pensante.

Por ello y como es natural, no nos llamaríamos a nosotros mismos neandertales, sino que reservaríamos este apelativo para nuestros antepasados cuyos restos se encontraron en el valle alemán de Neander. Nosotros nos llamaríamos, lógicamente, Homo sapiens. Y esta denominación nos diferenciaría de otra especie humana extinguida sobre la que aún tendríamos muchas incógnitas: los cromañones, que habríamos designado Homo cromagnonensis.

Nuestro aspecto físico sería distinto. El Museo Neanderthal, en Alemania, nos muestra cómo seríamos hoy:

Recreación de un neandertal en el Museo Neanderthal. Imagen de Clemens Vasters / Flickr / CC.

Recreación de un neandertal en el Museo Neanderthal. Imagen de Clemens Vasters / Flickr / CC.

Recreación de un neandertal en el Museo Neanderthal. Imagen de suchosch / Flickr / CC.

Recreación de un neandertal en el Museo Neanderthal. Imagen de suchosch / Flickr / CC.

Seríamos físicamente más robustos, con miembros más cortos, tórax amplio, una fuerte mandíbula, mentón pequeño, cejas prominentes, nariz grande, frente huidiza y un cráneo de mayor tamaño. Existía una app para Android y iPhone, creada por el Museo Smithsonian de EEUU, que neandertalizaba el rostro a partir de una foto, pero por desgracia parece que ya no está disponible. En cualquier caso, podemos imaginar que nuestros cánones de belleza serían algo diferentes, y tal vez el número uno en la lista de los hombres más atractivos del mundo estaría invariablemente ocupado por alguien del estilo del actor Ron Perlman (El nombre de la rosa, Hellboy, Alien resurrección…):

Ron Perlman. Imagen de Wikipedia / Gage Skidmore.

Ron Perlman. Imagen de Wikipedia / Gage Skidmore.

O quizá alguien como Steven Tyler de Aerosmith:

Steven Tyler (Aerosmith). Imagen de Wikipedia.

Steven Tyler (Aerosmith). Imagen de Wikipedia.

En cuanto a las chicas, tal vez las proporciones faciales de Linda Hunt (NCIS: Los Angeles) nos parecerían cercanas a la perfección:

Linda Hunt en NCIS: Los Ángeles. Imagen de CBS.

Linda Hunt en NCIS: Los Ángeles. Imagen de CBS.

La nariz de Rossy de Palma ya no sería, como suele decirse, picassiana, sino que sería el modelo más solicitado en las clínicas de rinoplastia:

Rossy de Palma. Imagen de Wikipedia / Georges Biard.

Rossy de Palma. Imagen de Wikipedia / Georges Biard.

Por supuesto, seríamos más fuertes, aunque según los expertos la mayor fortaleza física de los neandertales no se distribuía por igual en todo su cuerpo. Seríamos más potentes arrastrando y levantando pesos; probablemente no habríamos tenido que recurrir tanto al uso de animales de carga o, más modernamente, a las máquinas. Cualquier persona media sería capaz de levantar pesos similares a los que hoy soportan los atletas halterofílicos.

Al contrario que nosotros, los neandertales tenían espacio suficiente en sus anchas mandíbulas para acomodar todas sus piezas dentales, por lo que no sufriríamos con las muelas del juicio, y los problemas de dientes montados y descolocados serían más bien raros. En la sociedad neandertal, la de ortodoncista no sería una salida profesional muy recomendable.

Los neandertales estaban mejor adaptados que nosotros al clima de la Eurasia templada, aunque los científicos aún debaten por qué esta presunta adaptación al frío no se reflejaba en algunos rasgos como la nariz. Pero asumamos la hipótesis tradicional de la adaptación al frío: según esto, no usaríamos tanta ropa de abrigo, y tal vez nos habríamos expandido a las regiones más gélidas del planeta. Quizá nos encontraríamos más cómodos en la Antártida que en los trópicos.

Los ojos de los neandertales eran más grandes que los nuestros, y tal vez también la región de la corteza cerebral dedicada al procesamiento visual. Algunos científicos suponen que su visión en condiciones de poca luz era superior a la nuestra. Si fuéramos neandertales, no necesitaríamos tanta iluminación nocturna. Y esto, unido a la mayor resistencia al frío, sugiere que tal vez nos ahorraríamos un buen dinero en luz y calefacción.

Pero ¿cómo sería nuestra sociedad neandertal? Aquí es donde surgen los problemas. Ciertos expertos proponen que los neandertales eran menos gregarios que nosotros, y que vivían en grupos más pequeños y dispersos. Y se ha propuesto que precisamente este mayor gregarismo nuestro, de los Homo sapiens de la realidad real, fue uno de los factores clave de nuestro éxito: nos unió en grandes grupos para establecernos en asentamientos estables, nos permitió crear las ciudades e inventar la agricultura, y por tanto más tarde la industria, la mecanización, las tecnologías de la comunicación y la información, los transportes globales, y todo aquello en lo que hoy se basan nuestras sociedades.

Si fuéramos neandertales, tal vez viviríamos en pequeñas comunidades desconectadas, cazando y recolectando, pero sin haber desarrollado el conocimiento, la cultura (aún se debate en qué grado los neandertales tenían o no pensamiento simbólico), el orden social, la economía, la industria, la ciencia…

Lo cual pone de manifiesto que, incluso si su supervivencia se hubiera prolongado unos miles de años más, los neandertales lo habrían tenido difícil para sobrevivir en el mundo de los Homo sapiens de la edad contemporánea. Y así es como nuestro experimento mental se desploma.

Claro que tal vez este planeta hoy gozaría de mayor salud si lo hubieran colonizado los neandertales en lugar de nosotros. Eso sí, también nos habríamos perdido muchas cosas por las que merece la pena ser un Homo sapiens.

Así es un cerebro humano fresco

Un cerebro humano fresco no es algo con lo que uno se encuentre habitualmente, salvo que se dedique profesionalmente a la neurocirugía o a la ciencia forense. Por supuesto, en la carrera de biología nunca veíamos algo así, pero incluso muchos estudiantes de medicina de todo el mundo no tienen contacto sino con cerebros conservados en formol, un agente fijador que desnaturaliza las proteínas, confiriendo una consistencia firme y gomosa muy distinta de la del tejido fresco.

Personalmente, a lo más que he llegado es al de cordero, y fue hace ya varias décadas, con ocasión de un trabajo escolar. Si no me falla la memoria, fui con mi amigo Pablo al mercado, donde compramos un blíster de plástico que contenía un seso entero y fresco. Aquella mercancía debía haber encontrado su destino más probable en unos huevos revueltos, como en aquellos Duelos y Quebrantos del Quijote. Pero aquel cerebro en concreto sirvió al improbable propósito de un trabajo de ciencias de dos críos de la extinta EGB.

Imagen de YouTube.

Imagen de YouTube.

Recuerdo que aquel órgano se notaba extremadamente delicado y frágil al tacto, como gelatina. Se le quedaba marcada la forma del blíster, y uno comprendía entonces por qué la naturaleza nos ha dado un robusto baúl de hueso para guardarlo y un cojín líquido para amortiguar los golpes.

Sin embargo, entre un cerebro de cordero y otro humano hay un enorme salto que trasciende lo evolutivo. Nos reconocemos, nos relacionamos e incluso nos gustamos o no a través de nuestra fachada. Pero en realidad todo lo que somos, lo que hemos sido y lo que seremos está en ese poco menos de kilo y medio, en su mayoría grasa, que el físico Michio Kaku y otros científicos han calificado como el objeto más complejo del universo. Así lo escribió Francis Crick, el codescubridor de la doble hélice de ADN:

Tú, tus alegrías y tus penas, tus recuerdos y ambiciones, tu sentido de identidad personal y de libre albedrío, de hecho no son más que el comportamiento de un vasto ensamblaje de células nerviosas y sus moléculas asociadas.

Hoy les traigo este vídeo con fines didácticos presentado por la neuroanatomista Suzanne Stensaas, de la Universidad de Utah (EEUU). Stensaas muestra un cerebro humano fresco extraído de una persona fallecida de cáncer que ha donado su cadáver a la ciencia. «Es mucho más blando que la mayoría de la carne que puedes ver en el mercado», dice la doctora, explicando que el cerebro lleva un cordón atado para poder suspenderlo en un cubo y fijarlo en formol, ya que si lo dejaran simplemente en el fondo se desparramaría como lo que es, un pedazo de grasa. Pásmense ante esta increíble y vulnerable maravilla, pero no lo olviden: ahí dentro está toda una vida.