¿Propaganda seudocientífica antivacunas en un colegio público?

Una persona de mi familia me cuenta que en el colegio público donde trabaja como profesora han montado un aula dedicada a los trastornos del espectro autista (TEA). Lo cual suena como una fantástica iniciativa dirigida a ampliar el conocimiento de los profesores y mejorar su capacidad de trabajar adecuadamente con los alumnos afectados por estos trastornos en enorme crecimiento… Espera, espera: ¿enorme crecimiento?

La idea de que existe un rápido crecimiento de los casos de TEA puede ser tan solo una interpretación simplista de los datos. Claro que si, como es de suponer, los responsables del aula en cuestión pasan por ser expertos en la materia, esta hipótesis se cae. Y lo malo es que la alternativa no es tan inocente. Me explico.

Entre 2012 y 2014, los casos registrados de malaria en Botswana, Namibia, Suráfrica y Swazilandia se duplicaron. Solo en un año, el aumento en Namibia fue del 200%, y en Botswana del 224%, todo ello según datos del Informe Mundial de Malaria 2015 de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

¿Un brote virulento de malaria en el sur de África? ¡No! No es necesario ser científico ni médico, sino meramente aplicar un poco de sentido común, para comprender que datos como estos no demuestran un aumento en el número de casos, sino solo en el número de casos diagnosticados. Naturalmente, el informe de la OMS explica que en esos años fue cuando empezaron a introducirse los tests rápidos, lo que disparó las cifras de diagnósticos de malaria en muchos países del mundo.

Algo similar ocurre con los TEA. La biblia del diagnóstico psiquiátrico, el DSM, incluyó por primera vez el autismo en 1980; hasta entonces no existía una separación de la esquizofrenia. Desde aquella definición a la actual de TEA se han ampliado enormemente los criterios, de modo que hoy entran en el diagnóstico de TEA muchos casos que no encajaban en el de «autismo infantil» de 1980.

Ante los gráficos presentados por ciertas fuentes, en los que parece reflejarse un crecimiento brutal de los casos de TEA en el último par de décadas, algunos investigadores han dejado de lado el titular sensacionalista y han entrado a analizar los datos. Y entonces, la cosa cambia: aunque podría existir un pequeño aumento en el número de casos, la mayor parte de lo que algunos presentan como una explosión de casos se debe realmente al cambio de los criterios diagnósticos.

Por si alguien aún no lo cree –el escepticismo es sano– y quiere datos más concretos, ahí van algunas fuentes y citas originales, con sus enlaces. Según un estudio global de febrero de 2015, «después de tener en cuenta las variaciones metodológicas, no hay pruebas claras de un cambio en la prevalencia de los TEA entre 1990 y 2010».

A la misma conclusión había llegado una revisión de 2006: «probablemente no ha habido un aumento real en la incidencia de autismo». Otros estudios han examinado datos regionales: un trabajo de 2015 descubrió que el aumento en los diagnósticos de autismo en EEUU se correspondía con el descenso en el número de diagnósticos de discapacidad intelectual; es decir, que simplemente los pacientes se habían movido de una categoría a otra.

Otro estudio de 2013 en California determinó que una buena parte del aumento en el número de casos diagnosticados es una consecuencia de la mejora del nivel de vida: «los niños que se mudaron a un vecindario con más recursos diagnósticos que su residencia anterior recibían con más probabilidad un diagnóstico de autismo que los niños cuyo vecindario no ha cambiado».

Otro trabajo publicado en enero de 2015 examinó la situación en Dinamarca, llegando a la conclusión de que dos terceras partes del presunto aumento en el número de casos corresponden al cambio de los criterios diagnósticos introducido en 1994 y al hecho de que en 1995 comenzaron a incluirse en el registro los diagnósticos de pacientes externos.

Imagen de CDC / dominio público.

Imagen de CDC / dominio público.

Surge entonces la pregunta: ¿por qué todos estos datos no están en el conocimiento de, o al menos no están en la exposición presentada por, los organizadores de un aula dedicada a los TEA en un colegio público? No lo sé. Pero cuando mi informadora prosigue su explicación, se descubre el pastel: en el aula les hablaron de los «posibles factores», como… ¿adivinan? Vacunas, contaminantes ambientales…

Como no podía ser de otra manera; en general, los defensores de la «explosión» de casos suelen estar guiados por el interés de colocar a continuación su idea de que el autismo está causado por su obsesión favorita. En su día ya presenté aquí a uno de esos personajes y su disparatado gráfico con el que pretendía culpar del autismo al herbicida glifosato; causa a la que yo añadí, con idénticos argumentos, otras tres: la importación de petróleo en China, el crecimiento de la industria turística y el aumento de las mujeres británicas que llegan a los 100 años.

Claro que esa obsesión favorita puede traducirse en el motivo más viejo de la humanidad. La idea del vínculo entre vacunas y autismo fue un “fraude elaborado” creado por un tipo llamado Andrew Wakefield, exmédico. Su licencia fue revocada después de descubrirse que su estudio era falso. Posteriormente, una investigación de la revista British Medical Journal reveló (artículos originales aquí, aquí y aquí) que Wakefield había recibido para su estudio una suma de 674.000 dólares de una oficina de abogados que estaba preparando un litigio contra los fabricantes de vacunas. Al mismo tiempo se descubrió que Wakefield preparaba un test diagnóstico de su nuevo síndrome con el que planeaba facturar 43 millones de dólares.

Habrá que repetirlo las veces que sea necesario: no existe ni ha existido jamás ningún vínculo entre vacunas y autismo. La idea procede en su totalidad de un estudio falso fabricado por un médico corrupto. Más de 100 estudios y metaestudios han concluido que no existe absolutamente ninguna relación entre vacunas y autismo.

Esto es lo que no es. En cuanto a lo que es: hoy no hay pruebas para sostener otra hipótesis diferente a que los TEA tienen un origen genético complejo debido a variantes génicas no necesariamente presentes en los genomas parentales, y que el riesgo podría aumentar con la edad del padre y tal vez de la madre (lo cual no es diferente a lo que tradicionalmente se ha asociado con otros trastornos, como el síndrome de Down). No se puede negar una posible modulación del nivel de riesgo genético por causas externas ambientales, pero hasta ahora no hay pruebas sólidas de la influencia de ninguno de estos factores. Esto es lo que hay, y lo demás es propaganda.

Pero ahora llega la pregunta más grave. Y para esta sí que no tengo respuesta: ¿por qué se está financiando con dinero público la promoción de propaganda falaz y peligrosa en un colegio público?

2 comentarios

  1. Da gusto leer este tipo de articulosn bien documentados

    01 julio 2016 | 06:19

  2. Dice ser Rompecercas

    Los criterios para decir lo que es pseudociencia o no, no están claros. Según algunos criterios, la medicina, la física y hasta la química actual son pseudociencias. Más sólidas serían las matemáticas, en su mundo ideal. Como tu mismo planteabas en otro post, muchos conceptos tienen «fundamentos oscuros» …son materia oscura.

    01 julio 2016 | 18:32

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