Archivo de enero, 2016

Andreas Wahl, ¿genio o Jackass de la ciencia?

Se puede tener una absoluta confianza en los principios científicos. Pero de ahí a poner la vida de uno sin necesidad alguna en manos de Newton, Bernoulli o cualquier otro respetable señor muerto hace siglos, va un trecho que solo Andreas Wahl se ha atrevido a recorrer.

Andreas Wahl, en una imagen promocional de su espectáculo Elektrisk. elektriskshow.no.

Andreas Wahl, en una imagen promocional de su espectáculo Elektrisk. elektriskshow.no.

Por lo que he podido saber, Wahl es un físico noruego, divulgador científico, estrella televisiva y triple campeón de escupir huesos de cereza, con una plusmarca personal en 2015 de 13,06 metros. En su cuenta de Twitter se presenta con una foto a lo Tesla que al parecer promociona un espectáculo circense-científico de electricidad protagonizado por él y actualmente en gira por su país.

Pero si Wahl ha traspasado las gélidas fronteras de su Noruega natal ha sido por publicar vídeos en los que pone a prueba principios físicos jugándose la vida; como en aquel programa televisivo de Jackass, pero sabiendo a qué ilustre científico deberá culpar si algo sale mal.

En su última entrega, Wahl experimenta con uno de los clichés cinematográficos más manoseados en el cine de acción: la capacidad o incapacidad de las balas para mantener su poder mortífero a través del agua. En la secuencia inicial de Salvar al soldado Ryan, el desembarco aliado en la playa de Omaha en 1944, pudimos ver cómo los proyectiles alemanes se abrían paso sin dificultad bajo el agua y abatían a los soldados estadounidenses. En cambio, y aunque ahora mismo no recuerdo ningún ejemplo, en otras películas los héroes o villanos se arrojan al mar para protegerse de los disparos. ¿Cuál es la versión acertada?

Otros ya habían puesto a prueba anteriormente esta incógnita, como los presentadores del programa de Discovery Channel Mythbusters o el videobloguero de ciencia Destin Sandlin en su magnífico canal de YouTube Smarter Every Day, del que ya he hablado aquí antes. Pero Wahl no se conforma con una piscina vacía o un bloque de gel para experimentar la penetración de la bala. Él se planta dentro del agua en bañador enfrentado al cañón de un fusil de asalto SIG SG 550 con un cordel atado al gatillo. Y tira.

Por supuesto, Wahl sabía muy bien lo que hacía. La densidad del agua ofrece una enorme resistencia a la penetración del proyectil, y curiosamente, cuanto más rápida es la bala más tiende a frenarse, ya que el rozamiento es mayor. Es decir, que un disparo con una pistola tiene más posibilidades de herir a alguien bajo el agua que el de un fusil. Lo sentimos, Spielberg.

No es la primera hazaña de Wahl. Anteriormente ya se había jugado el cuello, hasta ahora con la sonrisa de la fortuna, en experimentos como la demostración de la fuerza centrípeta, ese componente que explica el movimiento de los objetos en una trayectoria curvada y que es responsable, por ejemplo, de las órbitas.

El físico también lo probó consigo mismo, colgándose a 14 metros de altura con una cuerda que pasaba sobre un eje y cuyo extremo contrario terminaba atado a un peso sujeto a la pared. Wahl cae al liberar el peso, pero el movimiento circular de este alrededor del eje enrolla la cuerda y termina deteniendo la caída. Naturalmente, él sabía que debía usar una cuerda elástica como las que se emplean para hacer bungee jumping (eso que absurdamente aquí se conoce como puenting, vocablo inexistente). De otro modo, la columna se le habría partido en dos como una patata frita.

No sé a ustedes, pero a mí todo esto me trae a la memoria un viejo recuerdo televisivo que solo resultará familiar a los mayores de treinta y tantos. Verán, según parece la competición de escupir huesos de cereza Morellsteinspytting, en la que Wahl ha resultado tres veces campeón, es desde 1996 el principal atractivo de la localidad noruega de Lofthus, donde se celebra anualmente en sus tres categorías (hombres, mujeres y junior para menores de 14) cada último fin de semana de julio en el marco del Festival de la Cereza. El récord absoluto lo estableció en 2003 la celebridad local Sverre Kleivkås, con 14,24 metros. ¿Alguien recuerda a Rose y sus historias de Saint Olaf, Minnesota?

I want to believe, pero… Cinco razones para no creer en los ovnis

Vaya por delante: que cada uno crea en lo que mejor le encaje en la mollera. No vengo ni he venido nunca, cuando se trata de argumentaciones, a coleccionar prosélitos, sino a expresar mi opinión como cualquiera, guste o no (suele ser que no, pero las democracias sirven para disentir, o eso me han dicho). Los proselitismos, incluso los ultracientíficos, me producen ictericia, sarpullido, roncha. No voy a demostrar aquí la inexistencia de los ovnis (nota 1: ovnis como entendemos los ovnis cuando hablamos de ovnis, y no O. V. N. I.) (nota 2: demostrar la inexistencia de los ovnis es imposible), sino simplemente a desgranar solo unas razones a vuelapluma por las que la defensa de este fenómeno tiene una lógica más bien endeble.

En realidad, y esto es una confesión, personalmente me encantaría que existieran. Me apunto a ese famoso «I want to believe» del póster de Mulder en Expediente X, que regresa con fuerza para los fans de la serie (entre los que me incluyo). Todo descubrimiento revolucionario, cualquier cambio de paradigma, es científicamente apasionante, y este en particular sería un caramelo para un periodista de ciencia. Tendríamos que derribar, recordar, reanalizar, reenfocar; daría a la ciencia más visibilidad en los medios, y más trabajo a los periodistas como yo. Sería un privilegio poder vivir ese momento como periodista de ciencia. Así que me encantaría equivocarme. Pero el believing sin pruebas no es conocimiento, sino religión. Y al menos de momento, esto es lo que hay:

Un fotograma de 'Expediente X'. Imagen de 20th Television.

Un fotograma de ‘Expediente X’. Imagen de 20th Television.

1. No es (biológicamente) absurdo pensar que podríamos estar solos en el universo. Y de momento, no hay razones para pensar otra cosa.

«Es ______ pensar que estamos solos», arguyen algunos defensores del fenómeno ovni. He dejado un espacio en blanco porque los calificativos varían: hay quienes lo rellenan con «arrogante». Bueno, tal vez lo sea. Pero el hecho es que la existencia o no de otros planetas habitados no depende de nuestra arrogancia, así que no hay ninguna relación entre este juicio de valor concreto y el hecho de que realmente estemos o no solos. Dicho de otro modo: la arrogancia no implica necesariamente estar equivocado. Otra cuestión es cuando el hueco se rellena con la palabra «absurdo». Y no, no es absurdo.

Dado que aún no conocemos más vida que la de aquí, sobre esta cuestión escuchará usted a biólogos manteniendo posturas contrarias, todas solo opiniones/intuiciones/sospechas, todas respetables. Este biólogo que escribe, en concreto, sostiene el argumento de la inexistencia del Segundo Génesis. A saber: una vez que se ha disparado el proceso de la vida, todo lo demás viene rodado, sean cuales sean los rumbos evolutivos que se tomen. De ese primer paso es del que aún no sabemos nada, y por tanto ignoramos su probabilidad real. Pero algo sí sabemos: en la Tierra, en algo más de 4.500 millones de años, la aparición de la vida solo se ha producido UNA VEZ. Una sola y única vez en 4.500 millones de años (que sepamos hasta ahora).

Es decir: si, como defiende la hipótesis contraria, la vida emerge de manera casi automática allí donde se dan las condiciones, en 4.500 millones de años debería haberse producido lo que se conoce como (al menos) un Segundo Génesis, un segundo evento independiente de aparición de la vida en un planeta tan propicio para ella como la Tierra. En 2010 parecía que por fin lo habíamos encontrado, cuando una investigadora descubrió una bacteria en el lago Mono (California), a la que denominó GFAJ-1, que parecía emplear arsénico en su ADN donde todos los demás seres terrestres empleamos fósforo. Por desgracia, el hallazgo se cayó; se debía a un error experimental. Aquella bacteria era rara, pero era como nosotros.

Los defensores de la hipótesis de la vida omnipresente podrían argumentar que la selección natural favorecería solo un linaje de partida, eliminando los demás. Este argumento es razonable. Es más: es cierto que un linaje triunfante modifica la química terrestre de modo que se cierra el espectro de posibles soluciones biológicas. Pero esto sucede una vez que un linaje ha podido crecer y extenderse lo suficiente como para ejercer esa supremacía. En un momento inicial podrían haberse desarrollado diferentes linajes independientes, con distintas soluciones, sin competencia directa geográfica (ni química) entre ellos. Y alguno de ellos podría haber sobrevivido en forma de vida simple y altamente especializada, tal y como habría sido el caso de las bacterias extremófilas del lago Mono.

La vida en la Tierra apareció hace unos 4.000 millones de años. Si podemos asumir que tal vez pasaron como mínimo 1.000 millones de años hasta que el único génesis conocido se extendió (tal vez incluso 2.000, si tomamos como referencia la aparición del oxígeno en la atmósfera), hubo tiempo de sobra para que se produjeran fenómenos locales de evolución de distintos linajes. Si algún día se descubre un Segundo Génesis terrestre, las cosas cambiarán radicalmente. De momento, solo podemos decir que la aparición de la vida es un fenómeno extremadamente raro: no lo conocemos en otro lugar, y en la Tierra solo ha surgido una única vez.

2. Del «no estamos solos» al «están aquí» media un abismo que precisa la violación de varias leyes fundamentales de la física.

Supongamos la hipótesis más favorable de las anteriores: que, en efecto, no estamos solos, que la vida es omnipresente en el universo. Pero en este caso, y aunque existan por ahí miles o millones de civilizaciones, lo más probable es que jamás lleguemos a tener noticia de su existencia; el universo es apabullantemente inmenso, y las distancias son demasiado grandes incluso para comunicarnos, no digamos ya para llegar a estrecharnos la mano.

El «no estamos solos» no conduce inmediatamente a «por tanto, están aquí». Para salvar el abismo lógico que conduce hasta los ovnis deberían ser capaces además de violar varias (inviolables) leyes de la física, lo que los convierte no en alienígenas muy avanzados, sino en semidioses. Si creemos los relatos habituales de ovnis, sus naves flotan en el aire sin ejercer una propulsión vertical que las sostenga ahí; son capaces de inmensas aceleraciones instantáneas y de detenerse en seco en el aire, y todo ello sin la aparente presencia de ningún tipo de propulsor o la expulsión de un propelente.

Todo esto no es simplemente una proeza tecnológica, sino una imposibilidad física, ya que violaría la ley de conservación de la cantidad de movimiento (una consecuencia de la vieja ley de acción y reacción de Newton), además de escapar a la gravitación universal que es, pues eso, universal. Además, si realmente no utilizaran un propelente o combustible, los ovnis violarían la ley de la conservación de la energía. Por no hablar además del límite físico de la velocidad de la luz, si es que sus naves van y vienen de su planeta a la Tierra como quien coge el metro de Sol a Tirso de Molina.

3. La imagen del «platillo volante» fue un invento de la prensa.

Sintiéndolo mucho, lo cierto es que los «platillos volantes» fueron creados por un titular periodístico. Esta es la historia. Segunda Guerra Mundial: el cielo comienza a ser frecuentado por una gran cantidad de aeronaves, y empiezan a acumularse los informes de pilotos que observan extraños objetos; reciben el nombre de Foo Fighters, y las descripciones generalmente hablan de «bolas de fuego», es decir, objetos esféricos.

Resulta entonces que en 1947 un piloto privado llamado Kenneth Arnold ve una flotilla de raras naves en el cielo, y al contarlo a los periodistas no es demasiado concreto sobre su forma, pero sí sobre su movimiento: dice que se mueven a sacudidas, como si fueran «platillos saltando sobre el agua». El diario The Chicago Sun recoge esta descripción y se inventa un titular atractivo: «flying saucers«, o «platillos volantes». Y de repente, Estados Unidos se llena de avistamientos de naves con forma de platillo volante. En un mes, ya había informes en 40 estados. ¿Qué ocurrió? ¿Los alienígenas leyeron el Chicago Sun y les pareció buena idea cambiar el diseño de sus ovnis, de bolas a platillos?

4. ¿Por qué los ovnis llevan luces?

Parece una razón tonta, pero hay lógica. Veamos. ¿No habíamos quedado en que nos observan pero no quieren mostrarse? De otro modo, décadas atrás ya se habrían plantado en mitad de Times Square o del Mall de Washington. La teoría ovni, supongo, asume que nos observan secretamente y que los avistamientos son casuales, no deliberadamente provocados por los alienígenas.

Bien. Siendo así, si quieren esconderse, ¿por qué sus naves llevan luces? La mayoría de los avistamientos refieren elementos luminosos que se asemejan a los utilizados en nuestros aviones o helicópteros, y que no sirven para ver, sino para ser vistos y así evitar colisiones. En otros casos, el propio ovni es luminoso en su totalidad. Nuestras aeronaves, aunque seamos tecnológicamente primitivos, ofrecen la opción de apagar sus luces cuando operan en misiones secretas, e incluso hemos desarrollado sistemas para reducir el ruido de los helicópteros. ¿Es que los ovnis no llevan un interruptor?

5. ¿Dónde se esconden cuando no los estamos avistando?

De acuerdo, admitamos todo lo anterior. Hay vida en muchos otros planetas, vida inteligente, alienígenas muy avanzados capaces de construir naves que violan las leyes de la física. Nos vigilan en secreto sin que lo sepamos, aunque a veces conseguimos verlos. Y algún diseñador inepto ha colocado en sus naves luces que les resultan útiles cuando vuelan por su propio planeta, pero que por algún motivo no pueden apagarse cuando quieren vigilarnos en secreto.

Y cuando no los vemos, ¿dónde están? Si a lo largo de la historia los hemos visto decenas, cientos de miles de veces, ¿dónde tiene su base toda esta inmensa flota? ¿Dónde está el gran ufódromo? En otros tiempos se creía que podían refugiarse en la cara oculta de la Luna, o en Marte. Pero ya hemos llegado hasta más allá de Plutón y no hemos encontrado nada. Ni rastro. Ni siquiera un tapacubos caído. Salvo que puedan desmaterializarse a voluntad (y en tal caso, ir directamente a la última frase al pie), todas esas naves necesitarán infraestructuras, puertos, talleres, reparaciones, recambios y una gran cantidad de personal… ¿Dónde está todo eso? Salvo, claro está, que vayan y vuelvan cada vez de su planeta a través de puertas interdimensionales que les permitan viajar instantáneamente a través del universo. En cuyo caso volvemos al punto 2, porque esto es, por desgracia, físicamente imposible.

Como conclusión de todo lo anterior, a menudo suele rebatirse la existencia de los ovnis caso a caso, demostrando que los avistamientos corresponden a fenómenos naturales o que son simples fraudes. Pero esta aproximación nunca podrá cubrir todos los testimonios, por lo que siempre quedará un agujero, una duda. Por otra parte, muchos tratan de probar la existencia de los ovnis demostrando la conspiración destinada a mantenernos en la ignorancia («la verdad está ahí fuera»); algo que hasta hoy nadie ha logrado, a pesar de que muchos han dedicado sus vidas enteras a este empeño (y con razón: la prueba definitiva haría millonario a quien la consiguiera). Pero por encima de todo esto existe una realidad obstinada, y es que la existencia de los ovnis, tal como creemos conocerlos, es sencillamente una improbabilidad lógica. O sea: salvo que exista algo muy gordo sobre cómo funciona la naturaleza que se nos haya escapado hasta ahora, los ovnis pertenecen al terreno de la creencia en fenómenos sobrenaturales.

…Y si Hillary Clinton nos descubre otra cosa, también lo contaré aquí.

Terremoto: España (ahora ya sí) tiene un sistema de alerta de tsunamis (y hay riesgo)

Para comenzar, aquí va un recordatorio que continuaré repitiendo todas las veces que haga falta: olvídense del señor Richter. Lo ocurrido la pasada madrugada en el mar de Alborán ha sido un terremoto DE MAGNITUD 6,3. Hasta ahí. No sigan. Punto. Final.

Efectos del terremoto en Melilla. Imagen de Francisco García Guerrero / EFE.

Efectos del terremoto en Melilla. Imagen de Francisco García Guerrero / EFE.

En un artículo anterior, con ocasión del seísmo de Ossa de Montiel (Albacete) en febrero de 2015, ya expliqué algo sobre las diferentes maneras de medir los seísmos, pero quédense con esta idea esencial: la escala de Richter (también llamada Magnitud Local o ML) es, en palabras del Servicio Geológico de EEUU (USGS), «un método anticuado que ya no se utiliza». Y aunque se utilizara, no tiene grados; la manera correcta sería «magnitud X en la escala de Richter» (incluso hablar de escala es inapropiado, dado que no existe un máximo). El terremoto de Alhucemas (esta es la ubicación de referencia que toma el USGS en su información sobre el temblor) ha sido de magnitud de momento (MW) 6,3; o simplemente, de magnitud 6,3. Fácil, ¿no?

Ahora bien, la pregunta es: ¿qué diferencia hay? Y la respuesta es: depende. Hasta un cierto nivel, la escala ML de Richter y la de magnitud de momento MW son equivalentes. La escala de Richter dejó de utilizarse porque para temblores mayores de 6,5 subestima la energía liberada por el seísmo, en mayor medida cuanto más fuerte. Es decir, que en cierto modo se satura por encima de 6,5. A una magnitud de 6,3 estamos cerca del límite; pero aunque en este caso el error no fuera considerable, el hecho es que la información oficial del Instituto Geográfico Nacional sobre este último terremoto se ha medido, y por tanto facilitado a los medios, en la escala de magnitud de momento MW, y es así como debe publicarse y decirse.

Otra cosa es la intensidad. Este es un parámetro que corresponde a cómo lo sentimos y qué tipo de daños provoca; es decir, que no tiene un valor absoluto para cada seísmo, sino que varía en función del lugar. Como es lógico, en general es mayor cuanto más cerca del epicentro, aunque también influyen otros factores. En nuestro caso, la intensidad se mide por la Escala Macrosísmica Europea 1998, o EMS-98, que comienza en I (no sentido) y asciende hasta XII (completamente devastador). El de anoche alcanzó una intensidad máxima de V (fuerte) en Melilla, IV (ampliamente observado) sobre todo en localidades costeras de Málaga y Granada, y descendió hacia el norte hasta una intensidad de II (apenas sentido) en lugares tan alejados como Madrid.

Respecto a la causa del terremoto, es la misma de ocasiones anteriores, responsable también de los grandes seísmos de las últimas décadas en Turquía o Italia: vivimos sobre un pequeño anillo de fuego, la confluencia entre las placas tectónicas Euroasiática y Africana, que viene del Atlántico, pasa por el estrecho de Gibraltar y recorre el Mediterráneo. Los mayores seísmos registrados con instrumentos en esta confluencia fueron el de la isla griega de Citera en 1903, de magnitud 8,2, y el de Rodas en 1926, con 7,8. Por suerte, en la Península Ibérica nos hemos librado hasta ahora de los temblores más violentos, exceptuando el terremoto de Lisboa de 1755, al que se le calcula una magnitud de 8,0.

Esquema de las placas tectónicas terrestres. Imagen de Wikipedia.

Esquema de las placas tectónicas terrestres. Imagen de Wikipedia.

En el caso de Lisboa, a las sacudidas de la tierra se unió un segundo azote catastrófico, un tsunami que arrasó la ciudad y las localidades costeras. Y no ha sido el único caso en el que un terremoto en nuestra zona de riesgo ha levantado olas devastadoras. De hecho, el seísmo más letal documentado en la historia de Europa, el de 1908 en la ciudad siciliana de Messina, unió a su magnitud de 7,2 un tsunami con olas de 12 metros que multiplicó la destrucción. El 91% de las estructuras de la ciudad se desplomaron, cobrándose un coste en vidas de entre 60.000 y 120.000.

Y dado que no estamos a salvo de un riesgo semejante en el futuro, es un buen momento para recuperar un comunicado que el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) publicaba el pasado 17 de septiembre: «en España no tenemos un sistema de alerta de tsunamis como existe en el Pacífico», decía el ICOG. Los geólogos recuerdan que ya hemos sufrido anteriormente esta amenaza: «el terremoto de Lisboa de 1755 originó un maremoto que causó más de mil muertos en las costas de Huelva y Cádiz». Y terminan: «tras el terremoto de Lorca, en mayo de 2011, el Colegio de Geólogos implementó un decálogo para la prevención del riesgo sísmico en España, donde, entre otras medidas, se proponía actualizar la norma sismorresistente en España. Aún no se ha hecho nada».

Esperemos que no llegue el día en que la venda tenga que ponerse sobre una herida ya abierta.

Actualización (30/01/2016): España ya sí cuenta con un sistema de alerta de tsunamis, plenamente operativo desde el 1 de enero de 2015. Más información aquí.

Cuando la educación física es mala educación psíquica

Me ha sorprendido gratamente toparme con un estudio que califica como desmotivadoras y psicológicamente nocivas las típicas frases de entrenador, esas al estilo de «hay que sudar la camiseta», «hasta que os duela» o «aprende de fulanito»; esas que «se focalizan en los resultados, fomentan la comparación social y no tienen en cuenta las diferencias individuales de salud o forma física».

El estudio, elaborado por investigadores de dos universidades de Oregón (EEUU) y publicado en la revista Sociology of Sport Journal, ha analizado los contenidos de diez DVD que se venden para hacer ejercicio en casa, y llega a la conclusión de que en muchos casos contienen mensajes que pretenden ser motivadores y constructivos, pero que son todo lo contrario. El estudio concluye cuestionando el valor de estas instrucciones enlatadas para gimnasio casero.

Imagen de Pedro Dias / Wikipedia.

Imagen de Pedro Dias / Wikipedia.

Entiéndanme: me importan tres pimientos los DVD comerciales de ejercicios, y quien esté dispuesto a dejarse avasallar por la imagen grabada de un(a) tipo/a cachitas es muy libre de hacerlo sin necesidad de contar con mi solidaridad. Si traigo aquí este tema es porque, si se reconoce que este estilo de instrucción resulta psicológicamente dañino para mentes adultas que lo eligen voluntariamente, ¿qué hay de aquellos a quienes se les impone sin posibilidad de elección y que además son material sensible inmaduro –es decir, los niños?

Imagino que todos los pedagogos, educadores y padres estarán de acuerdo en que hoy resulta censurable que un profesor de, digamos, matemáticas, se refiera a sus alumnos menos dotados con frases despectivas, les haga ser conscientes de su menor capacidad intelectual en comparación con los lumbreras de la clase o les conmine a la obligación de hacer problemas hasta que les salga callo en los dedos para ponerse a la altura del nivel medio. Evidentemente que las notas son las notas; pero tanto en el trato del profesor como en la aproximación pedagógica, hoy se anda con pies de plomo y se insiste en el refuerzo positivo para no agredir, herir o traumatizar a los niños.

Pero no en la educación física. Este parece ser un ámbito educativo en el que, al menos en algunos profesores, la pedagogía moderna no ha calado. Me consta (sin generalizar) que en ciertos casos se sigue aplicando ese mismo viejo estilo, la agresividad verbal, la denigración, la comparación ofensiva sin tener en cuenta las capacidades de cada niño ni valorar su esfuerzo personal. Todo eso que antes parecía normal, pero que las normas sociales de hoy censuran y que, según el estudio que menciono arriba, incluso psicólogos del deporte consideran nocivo. Y lo es; lo ha sido siempre, aunque antes se pretendiera que se desconocía.

No me gusta el deporte. Ni verlo, ni practicarlo. Ningún deporte. De pequeño no se me daba bien, y tampoco me atraía. Fui del Atleti, pero sospecho que aquello era más una expresión de mi personalidad mitómana que un verdadero interés por el fútbol. Tuve alguno de esos profesores a los que aborrecí por su trato denigrante y vejatorio a los que no éramos atletas. Alguno de ellos, por cierto, ha llegado a desempeñar cargos de alta responsabilidad en el deporte español, así que al parecer su estilo formativo, por llamarlo de alguna manera, debe de resultar encomiable en el mundillo.

Poco importa esta experiencia personal, pero la menciono a modo de declaración de conflicto de intereses. Más allá de esto, de la indiferencia a la aversión no solo media la imposición, sino también la constancia de que el clima social presiona con la transmisión de mensajes sin suficiente apoyo contrastable, cuando no claramente erróneos.

Los valores que transmite el deporte no son los que pretenden hacernos creer; es hipocresía retórica. El deporte no aleja de las drogas, aunque ayuda a elegir las que aumentan el rendimiento sin dejar huella en los análisis. No hay medallas por la participación ni por el esfuerzo. No se fomenta el compañerismo, sino la competitividad. A los futbolistas se les consiente moralmente todo: la chulería, la agresividad, la evasión fiscal, la corrupción; son los modelos más nefastos para los niños. Los numerosos escándalos de dopaje, corrupción y violencia en el deporte deberían desmontar ya esa clásica falacia que equipara «buen chaval» a «deportista».

Sin embargo, es evidente que los niños necesitan la actividad física para el desarrollo de su arquitectura corporal; aún no nos hemos librado de esta carga evolutiva. Pero también es evidente que, en general, los niños la practican sin necesidad de imponérselo: corren, saltan y sudan sin que nadie se lo pida ni haya ninguna necesidad. Que la actividad física tenga que reglarse en una asignatura es opinable; que esta asignatura sea calificable es innecesario.

Excepto cuando las notas de un niño que en el futuro se dedicará a una actividad intelectual quedan lastradas por la distancia a la que es capaz de lanzar un balón de cinco kilos, o por cuántas abdominales es capaz de hacer en un minuto. En este caso no es innecesario, sino perjudicial. Es más, apostaría a que, incluso para aquellos niños que vayan a dedicarse profesionalmente al deporte, las notas de educación física de su infancia les van a servir más bien de poco.

Soy consciente de que la mía es una postura minoritaria y contraria a la moda, pero de vez en cuando descubro algún otro verso suelto que me hace albergar esperanzas. Hace un par de años leí un artículo publicado por el pediatra Jesús Martínez Álvarez en un blog del Huffington Post. El artículo se titulaba Hacer deporte no es bueno y contenía ideas similares a las que sostengo, como estas: «[El deporte] es una actividad peligrosa en sí misma desde varios puntos de vista»; «competitividad disfrazada con la manida frase de que lo importante es participar»; «hay que huir del sedentarismo, pero de ahí a lanzarlos [a los niños] al deporte hay una zona intermedia que tendríamos que recuperar»; «no aborregarlos [a los niños] en actividades repetitivas físicas y competitivas como el fútbol, donde prima más el músculo que el cerebro y que les abocará a un futuro de desastre».

Posturas como esta son clamar en el desierto, pero hay que seguir clamando. Bastante tenemos ya con sostener a base de nuestros impuestos, sin que se nos ofrezca una casilla de opt-out, que este país continúe siendo la primera potencia mundial en fútbol y una de las primeras en otros deportes, en un país que no ha ganado un Nobel de ciencia desde 1906 (ya he mencionado anteriormente que, en el caso de Ochoa, el científico era de origen español, pero la ciencia era estadounidense), en un país que continúa ocupando un puesto mundial en ciencia por debajo de su potencial económico, en un país favorito de los estudiantes Erasmus (¿orgasmus?) pero donde apenas vienen extranjeros a completar una carrera, en un país cuyas universidades ocupan puestos sonrojantes en el ránking mundial, donde la primera aparece en el lugar 166 por debajo de instituciones de otros 28 países, entre ellos India, Malasia, Brasil o Singapur… Y donde además, si Cataluña se va, no lo duden, va a ser aún muchísimo peor.

¿Qué ha pasado en el ensayo clínico de Francia?

Ha resonado poco aquí el desastre del ensayo clínico de Francia que ha resultado en la muerte de una persona y en daños cerebrales graves, probablemente irreversibles, a otras. Recordemos además que se trataba de una Fase 1, dirigida solo a evaluar la seguridad del fármaco y no su eficacia, algo que comienza a estudiarse en la Fase 2. Por ello, en la Fase 1 se administra el medicamento a personas completamente sanas, no a enfermos.

Lo ocurrido en Francia debería preocuparnos más. Aunque no es el primer ensayo clínico que resulta en una catástrofe inesperada, sabemos que cada nuevo accidente aéreo obliga a revisar las normativas de la aviación y a perfeccionar la regulación o a cubrir supuestos que hasta entonces no se habían tenido en cuenta. Y así, con cada fatalidad en el aire, al menos a los familiares de los fallecidos les puede quedar el consuelo (si es que existe alguno) de que la muerte de los suyos no fue en vano, sino que sirvió para que otros viajaran más seguros (si es que esto aún hoy significa algo).

Sede en Rennes de Biotrial, el contratista de ensayos clínicos encargado del estudio. Imagen de Thomas Bregardis / EFE.

Sede en Rennes de Biotrial, el contratista de ensayos clínicos encargado del estudio. Imagen de Thomas Bregardis / EFE.

Este es el resumen de la historia. La compañía portuguesa Bial (web española aquí) desarrolló un nuevo fármaco de nombre en clave BIA 10-2474, un posible calmante destinado a tratar el dolor crónico y los desórdenes de movimiento excesivo en enfermedades como el párkinson. La empresa dijo que se trataba de un inhibidor reversible y de larga duración de la hidrolasa de amidas de ácidos grasos (en inglés, FAAH), una enzima presente en las membranas de las células que rompe un tipo de lípidos bioactivos (es decir, que no son simples grasas estructurales, sino que ejecutan funciones biológicas). La FAAH destruye sobre todo la anandamida, que es un endocannabinoide; o sea, una molécula creada por nuestro cuerpo que es parecida al ingrediente activo del cannabis. Bial aclaró que el BIA 10-2474 no es un derivado del Cannabis sativa.

Los inhibidores de la FAAH causan un aumento de los niveles de anandamida; por decirlo llanamente, tienen efectos similares al cannabis, favoreciendo un colocón natural por los cannabinoides naturales del propio cuerpo, y de ahí su acción calmante. Es por ello que desde hace unos años las compañías farmacéuticas estudian estos inhibidores como potenciales analgésicos de línea dura, digamos; no de los que uno deglute frente al espejo del baño cuando le duele la cabeza, sino de los que se administran en los hospitales a pacientes con enfermedades muy graves como el cáncer. Ya se han desarrollado anteriormente otros medicamentos que actúan en esta vía, pero hasta ahora no hay ninguno en el mercado; no porque hayan causado problemas, sino más bien por todo lo contrario: eran seguros, pero los ensayos se abandonaron en la Fase 2 porque eran ineficaces. No hacían nada.

Después de los obligatorios ensayos preclínicos en animales (incluyendo monos; yo también lo siento, pero hoy aún no hay otro modo), Bial tuvo luz verde para comenzar su estudio en humanos, que encargó a la francesa Biotrial, un contratista de ensayos clínicos con sede en Rennes. Como en todos los casos, la Fase 1 en humanos comenzó administrando bajas dosis simples del fármaco a los voluntarios (en este caso a 84), sin que se produjera ninguna reacción adversa. El problema ha llegado al aumentar esta dosificación a lo que sería el equivalente de un ensayo general en el teatro, un régimen clínico de administración del medicamento. Y aquí es cuando se ha producido la catástrofe. De los seis pacientes que han recibido el tratamiento, uno ha muerto, cuatro han resultado gravemente afectados y uno fue dado de alta.

Nadie sabe todavía qué demonios es lo que ha ido mal. Ya se conoce la estructura química concreta del fármaco (1-óxido de 3-(1-(ciclohexil(metil)carbamoil)-1H-imidazol-4-il)piridina); la Agencia de Seguridad de los Medicamentos de Francia se ha visto obligada a publicar el protocolo del ensayo después de que este documento se filtrara al diario Le Figaro. Tal vez Francia trata de responder a las críticas de falta de transparencia en ocasiones anteriores, como advertía Nature esta semana.

La publicación de la composición del compuesto permitirá a otros expertos estudiar si, por ejemplo, el efecto tóxico podría deberse a una interacción no deseada e impredecible del compuesto con otra proteína, lo que se conoce como off-target; los pacientes afectados muestran necrosis y hemorragia cerebral, por lo que lo ocurrido no es simplemente una sobredosis de cannabinoides. Sería fácil hacer demagogia contra Bial o Biotrial, ya que existe un cierto sector del público ávido por culpar a las farmacéuticas hasta de la muerte de Yoda. Pero ambas compañías tienen derecho a la presunción de inocencia habitual. Lo cierto es que esto puede haber ocurrido sin que se haya cometido ningún error o negligencia. Si la pregunta es si es posible que un compuesto produzca en humanos una interacción tóxica y fatal que solo se revele a altas dosis y que esté ausente incluso en monos, la respuesta es sí.

El caso tiene dos repercusiones interesantes. La primera se refiere a la normativa de ensayos clínicos, que en la UE se rige a nivel comunitario. Hasta ahora ha estado vigente la directiva de 2001; en 2014 se aprobó una nueva regulación que entrará en vigor este año. Es importante la diferencia entre ambos conceptos legales: la directiva es un marco general que en cada país se traspone con un cierto margen de libertad, mientras que la regulación equivale a una ley, pero aplicable en todos los países de la UE. El cambio vino motivado por las críticas que achacaban a la directiva el haber creado un panorama de reinos de taifas burocráticos que aumentaba los costes y dilataba los tiempos, lo que resultó en un descenso del 25% de los ensayos clínicos en la UE. Según la Comisión Europea, la nueva regulación armonizará procedimientos, eliminará duplicaciones y aligerará la burocracia.

Ahora bien, a raíz del caso francés, algunos expertos han subrayado la necesidad de que las regulaciones incluyan la obligación de distanciar en el tiempo la administración de fármacos en Fase 1 a distintos pacientes; es decir, que el segundo sujeto no lo reciba hasta que se haya comprobado que el primero no sufre ningún efecto adverso. Y esto no está contemplado hoy. No olvidemos además que los participantes en un ensayo clínico en Fase 1 son voluntarios sanos que cobran por prestarse como sujetos de estudio (en este caso concreto, 1.900 euros); ya podemos imaginar que a alguien con una situación económica desahogada normalmente no se le pasará por la cabeza buscar esta manera de sacarse un sustento. Un ensayo clínico es dinero fácil para alguien en situación difícil; pero no puede permitirse que esto sea a costa de poner en riesgo sus vidas.

Una segunda implicación es aún más inesperada. Resulta que anteriormente se han identificado drogas de diseño que contenían compuestos que actúan sobre la vía de FAAH (aquí y aquí). Uno de ellos, llamado LY-2183240, no solo inutiliza irreversiblemente la FAAH, sino que también tiene efecto cruzado (off-target) sobre otras enzimas de la misma familia, las serín hidrolasas, un amplio grupo de proteínas con funciones muy diversas en el organismo.

Estos cannabinoides sintéticos producen efectos similares al cannabis, salvo que no son detectables en los controles de drogas, y este parece ser el motivo por el que algunos consumidores los toman. Pero tratándose de drogas clandestinas, cada consumidor está realizando en sí mismo, sin saberlo, un ensayo clínico de un compuesto posiblemente adulterado que además puede producir peligrosas interacciones off-target. Resumiendo, hay una alternativa más segura que los inhibidores de FAAH, tanto para uso clínico como recreativo: el cannabis.

Suspense en el espacio: seguimos sin saber lo que no sabíamos

Este año 2016 está comenzando como un auténtico thriller espacial. Hace unos meses, cuando hablé con varios astrónomos a propósito de la interminable y siempre infructuosa búsqueda del llamado Planeta X, me quedó orbitando la sensación de que el asunto estaba cristalizando en algo serio.

Ilustración tentativa del hipotético Planeta Nueve. Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

Ilustración tentativa del hipotético Planeta Nueve. Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

El Planeta X, recuerdo, es ese presunto objeto (u objetos) de gran tamaño que supuestamente podría estar girando alrededor del Sol en una órbita inmensamente lejana,  en otra escala diferente a la que hasta ahora hemos manejado con nuestros viejos y familiares ocho planetas (más un explaneta). Las hipótesis se estaban concretando, lo que no podía existir se estaba definiendo, y lo que quizá sí existiera estaba tomando forma.

Después de décadas en las que la hipótesis del Planeta X fue casi uno de esos expedientes que se designan con esa misma letra, debido a que las teorías anteriores se habían dado de morros, algunos astrónomos parecían más inclinados a relajar ese esfínter mental por el que a uno le entran las ideas, o no le entran.

Y tal vez no se debe solo al descubrimiento reciente de los objetos transneptunianos cuyas órbitas piden a gritos un (o dos) Planeta X. También el conocimiento de los sistemas extrasolares ha abierto la mente de los científicos a otra realidad: muchos de esos vecindarios descubiertos hasta ahora cubren rangos muy amplios de distancias orbitales, como una gran ciudad que extiende su influencia hasta localidades situadas a varias decenas de kilómetros. Para otros soles, hemos podido conocer esta circunstancia porque contamos con la perspectiva que da la lejanía. Pero para nuestra propia ciudad estelar, y encerrados en nuestro casco urbano, hasta hace unos años no hemos empezado a descubrir la periferia.

Nadie puede decir ahora si el Planeta Nueve, tal como ha sido propuesto esta semana por los astrónomos de Caltech Mike Brown y Konstantin Batygin, existirá realmente o será una más de las ideas que en su momento parecían buenas. Quedan por delante años de rastreo con los telescopios que podrían no descubrir nada. Pero si este fuera el caso y aparecieran nuevos objetos transneptunianos que siguieran ajustándose al modelo diseñado por los dos científicos, seguiríamos mordiéndonos las uñas.

Órbitas de objetos transneptunianos (morado), el hipotético Planeta Nueve (naranja) y de nuevos objetos transneptunianos de órbitas perpendiculares (azul). Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

Órbitas de objetos transneptunianos (morado), el hipotético Planeta Nueve (naranja) y de nuevos objetos transneptunianos de órbitas perpendiculares (azul). Imagen de Caltech/R. Hurt (IPAC).

Pero aunque el Planeta X, o Nueve, no es menos fantasma hoy de lo que lo era hace una semana, hay un indicio que ha entusiasmado a los expertos, y es el hecho de que la simulación haya predicho la existencia de cuerpos que no se incluyeron como condiciones del modelo, pero que existen. Explico: para construir su Sistema Solar virtual en el ordenador, Brown y Batygin incluyeron las órbitas de seis objetos transneptunianos ya conocidos, y luego comprobaron que estas condiciones eran compatibles con la existencia del Planeta Nueve tal como lo han definido. Pero entonces se encontraron con la sorpresa de que el modelo predecía la existencia de otros objetos de órbitas perpendiculares al plano de los planetas. Y lo cierto es que en los últimos años se han descubierto cuatro de estos.

La estrella misteriosa, KIC 8462852, en infrarrojo (izquierda) y ultravioleta (derecha). Imagen de IPAC/NASA.

La estrella misteriosa, KIC 8462852, en infrarrojo (izquierda) y ultravioleta (derecha). Imagen de IPAC/NASA.

Por otra parte está el asunto de la estrella KIC 8462852, esa cuyo brillo extrañamente fluctuante insinuó, a ojos de algunos científicos, la posibilidad de que hubiéramos dado al fin con una estructura de tecnología avanzada alienígena que estaría ocultando parcialmente el resplandor. Esta expectativa se desinfló cuando los estudios posteriores (uno, dos, tres) favorecieron la hipótesis de que eran los fragmentos de una familia de cometas los que bloqueaban la luz de la estrella, como inicialmente habían sugerido los autores del hallazgo.

Y ahora que ya estábamos cómodamente instalados en la hipótesis del fenómeno natural, viene Bradley Schaefer y la desmonta. A este astrónomo de la Universidad Estatal de Luisiana se le ocurrió hacer algo de arqueología astronómica; el archivo de placas fotográficas del observatorio de Harvard conserva medio millón de imágenes de todo el cielo desde 1890 hasta 1989. Schaefer buscó en el archivo los retratos de KIC 8462852 en todo el período histórico y analizó la evolución de la luminosidad de la estrella durante ese siglo. Y descubrió algo insólito: en esos 99 años, KIC 8462852 perdió un 20% de su brillo.

Schaefer razona que ambos fenómenos, la atenuación periódica y la progresiva a largo plazo, deben de obedecer a una misma causa. Y haciendo unos cuantos cálculos, descubre que para justificar esa pérdida de la quinta parte de su luminosidad deberían haber pasado por delante de la estrella 648.000 cometas gigantes, cada uno de 200 kilómetros de diámetro. Como comparación, en su estudio Schaefer recuerda que el mayor cometa conocido en nuestro Sistema Solar, el Hale-Bopp, mide 60 kilómetros. Y concluye:

No veo cómo es posible que existan 648.000 cometas gigantes alrededor de una estrella, ni que tengan sus órbitas orquestadas como para pasar todos por delante de la estrella durante el último siglo. Así que tomo esta atenuación de un siglo como un potente argumento en contra de la hipótesis de la familia de cometas.

Así pues, ¿volvemos a los aliens? Schaefer no lo cree, y lo cierto es que, si la causa del bloqueo fuera una megaestructura de ingeniería, esta debería irradiar al exterior un exceso de calor detectable en forma de infrarrojos. Sin embargo, la observación de la estrella en infrarrojos no ha detectado nada inusual. Y como ya conté aquí, no se han captado señales de radio que pudieran revelar la presencia de una civilización. En diciembre se confirmó que tampoco se detectan pulsos de láser procedentes de KIC 8462852; los astrónomos piensan que esta podría ser otra manera alternativa de enviar mensajes a través del espacio desde unos planetas habitados hacia otros.

¿Qué nos queda? Esperar. Es probable que a lo largo de este año recibamos nuevas noticias del espacio. De momento, ya sabemos lo que no sabemos.

Pasen y vean cómo explota un cohete

La compañía de Elon Musk SpaceX está abriendo una brecha necesaria hacia la fabricación de cohetes reutilizables. Aún más de medio siglo después del lanzamiento de las primeras naves al espacio, y con la excepción de los ya fenecidos transbordadores espaciales de la NASA, para cada nueva misión se fabrican toneladas de componentes de tecnología avanzada que después se tiran a la basura. Parece mucho más sensato tratar de recuperar todos los elementos que sea posible para un nuevo uso posterior, pero hasta ahora nadie se había atrevido a complicarse en este difícil y caro embrollo.

Al fundador de PayPal se le ha metido este empeño entre ceja y ceja, algo de lo que se beneficiará enormemente la exploración espacial. Pero el intento le está costando una fortuna, y es de suponer que algún que otro patatús. El pasado diciembre y después de dos intentos anteriores fallidos, SpaceX logró por primera vez devolver a tierra con éxito la primera fase de uno de sus cohetes Falcon 9. Así fue:

El perfecto aterrizaje fue un hito histórico para la tecnología aeroespacial. Pero por desgracia, aún es pronto para cantar victoria. Un nuevo intento ha resultado en aparatoso fracaso.

El pasado domingo, un cohete Falcon 9 despegó de la base aérea de Vandenberg, en California, y logró depositar en la órbita terrestre el satélite de investigación oceánica Jason-3, una colaboración entre la NASA, la Administración Atmosférica y Oceánica de EEUU (NOAA), la agencia espacial francesa y la europea EUMETSAT. Pero en esta ocasión, el retorno de la primera fase del cohete no fue tan suave:

Restos del cohete Falcon 9. Imagen de SpaceX.

Restos del cohete Falcon 9. Imagen de SpaceX.

SpaceX intentaba el más difícil todavía, recuperar el cohete de más de 68 metros de altura en alta mar, mediante uno de sus barcos-dron no tripulados. Pero al posarse sobre la plataforma del buque, una de las patas del aparato cedió y el impacto contra el pavimento terminó en una vistosa explosión. Un portavoz de la compañía lo definió así: «Parece que acertamos en el objetivo según lo planeado, pero con un aterrizaje ligeramente más duro de lo deseado».

Musk apuntó que la causa del mal funcionamiento de una de las patas pudo residir en «la formación de hielo debido a la condensación de la niebla espesa durante el despegue». En su Twitter, el fundador de SpaceX añadió, en referencia a los anteriores fracasos: «¡Bueno, al menos los pedazos fueron más grandes esta vez!». Musk ha tuiteado este martes que espera conseguir una tasa de éxitos de recuperación de sus cohetes del 70% este año, y del 90% en 2017.

Historia de un hallazgo y una portada: el primer púlsar y Joy Division (II)

En 1978, el punk había muerto. Entiéndanme, nunca lo ha hecho. Pero ninguna otra corriente musical ha pasado tan deprisa del antes al después, tanto que si uno parpadeaba corría el peligro de perdérsela. A comienzos de los años 70 surgió una oleada de bandas que después recibirían el nombre de protopunk. El momento de auge del punk llegó entre 1975 y 1977. Un año después, los británicos Crass certificaban la muerte de este fenómeno músico-social con un tema titulado precisamente así, Punk is Dead, en el que denunciaban cómo aquel movimiento presuntamente revolucionario se había convertido en un artefacto comercial.

En realidad, siempre lo fue: la corriente principal en Europa, liderada en aquel primer momento por los Sex Pistols, fue un invento de su manager, Malcolm McLaren, y de la novia de este, la diseñadora Vivienne Westwood, quienes incluso copiaron para los Pistols la estética originalmente creada por el estadounidense Richard Hell. McLaren era un tipo brillante y astuto que supo mantenerse a la sombra explotando aquella hambre generacional de cambio para convertirla en una marca rentable, como muchos otros han hecho antes y después.

Así, en 1978 ya se hablaba del afterpunk, hoy denominado más apropiadamente post-punk (más apropiadamente porque after es algo posterior, mientras que post es más bien una consecuencia). En aquella tendencia se incluían músicos influidos por el punk, pero que se apartaban de la doctrina pura para explorar otros territorios musicales aún vírgenes.

Entre aquellos músicos afterpunk estaban cuatro chicos de un suburbio de Manchester, una ciudad industrial del norte de Inglaterra. Dos años antes, en el 76, Bernard Sumner y Peter Hook habían asistido junto con otro amigo a un concierto de los Sex Pistols; y como sucedió del mismo modo en tantos otros casos, decidieron formar su propia banda. Eligieron el nombre de Warsaw (Varsovia) por una canción de David Bowie (ya les dije aquí que Ziggy fue una influencia ineludible), pero en 1978, y ya con su formación definitiva, lo cambiaron por Joy Division.

El nuevo nombre era deliberadamente polémico, algo habitual en los grupos de la época: Joy Division era, supuestamente, el nombre que los nazis habían dado a los pabellones de los campos de concentración donde explotaban a las mujeres judías como esclavas sexuales, según narraba la durísima novela La casa de las muñecas del superviviente del holocausto Ka-tzetnik 135633 (seudónimo de Yehiel De-Nur). Para elevar el nivel de provocación, el primer disco de la banda, un EP con cuatro temas, mostraba en la portada a un niño nazi tocando el tambor.

Portada del álbum Unknown Pleasures de Joy Division (1979).

Portada del álbum Unknown Pleasures de Joy Division (1979).

Así comenzó un ascenso que pronto les llevó a fichar por Factory Records, una de las banderas de la música independiente británica del momento. En 1979 Joy Division grababan su álbum de debut, Unknown Pleasures, ya con el sonido característico que les ha inmortalizado y que inauguró una corriente de la que beberían no solo muchos otros grupos del momento, sino corrientes iniciadas después como el gótico, el emo y todos sus primos; una carrera enormemente influyente teniendo en cuenta su fugacidad: un par de años y solo dos LP.

El segundo de ellos, Closer, se publicó póstumamente: el 18 de mayo de 1980 Ian Curtis, el vocalista, un tipo atormentado por su inestabilidad emocional, sus crisis de epilepsia y un matrimonio demasiado temprano y problemático, se ahorcaba en la cocina con una cuerda de tender la ropa. Su hija Natalie acababa de cumplir un año. Tras aquella tragedia, el grupo cambió su nombre por el de New Order, y así comenzó otra historia. Pero la de Joy Division nunca terminó; fíjense en este dato: la primera web oficial del grupo se abrió en junio de 2015.

Pero tal vez a estas alturas usted esté pensando que todo esto está muy bien, y al mismo tiempo se pregunte qué diablos pinta en un blog de ciencia y qué tiene que ver con el púlsar CP 1919 o PSR B1919+21, del que hablé ayer. Ya llegamos.

A la hora de elegir la imagen para la portada de Unknown Pleasures, el diseñador y cofundador de Factory Records, Peter Saville, recibió una carpeta con material que los propios miembros del grupo habían elegido (según algunas fuentes, fue una sugerencia del batería Stephen Morris). Entre aquellas imágenes había un extraño gráfico de líneas y picos. Saville lo recordaba así para el diario The Guardian en 2011:

El patrón de ondas era tan apropiado. Era de CP 1919, el primer púlsar, así que es probable que el gráfico procediera de Jodrell Bank [observatorio astronómico de la Universidad de Manchester], que es local para Manchester y Joy Division. Es a la vez técnico y sensual. Es tenso, como la batería de Stephen Morris, pero también fluido: mucha gente piensa que es un latido cardíaco. No parecía realmente necesario que el título fuera en la portada. Le pregunté a Rob [Gretton, manager de Joy Division] sobre ello y, entre nosotros, decidimos que no sería cool. Era el movimiento post-punk y estábamos en contra del estrellato pretencioso. La banda no querían ser estrellas del pop.

Así, la imagen del primer púlsar se convirtió en una de las portadas más míticas e icónicas de la historia reciente de la música; una imagen simbólica para la legión de seguidores de Joy Division en todo el mundo. No consta, al menos que yo sepa, cuál fue el motivo concreto que llevó a los miembros del grupo (o a Morris en concreto, según algunas fuentes) a sugerir esta imagen.

Gráfico del púlsar CP 1919 en la Enciclopedia de Astronomía de Cambridge.

Gráfico del púlsar CP 1919 en la Enciclopedia de Astronomía de Cambridge.

Ahora bien; como mostré ayer, esta imagen no aparecía en el estudio de Nature publicado en 1968 por los descubridores de CP 1919, Jocelyn Bell Burnell y Antony Hewish. El gráfico superpone 80 pulsos de la estrella, cada uno de ellos con una duración de menos de 50 milésimas de segundo, separados por un período de 1.3373 segundos. Pero Bell Burnell y Hewish solo incluyeron en su artículo algunas representaciones de pulsos individuales. Saville supuso que el origen del dibujo compuesto era el observatorio de Manchester Jodrell Bank, pero se equivocaba: la banda había extraído la imagen de la Enciclopedia de Astronomía de Cambridge. La pregunta es: ¿cómo llegó hasta la enciclopedia?

En 2011, un tipo llamado Adam Capriola se propuso averiguarlo. Capriola quería modificar el diseño original para aplicarlo a una camiseta promocional de su web, pero antes debía saber si podía disponer libremente de la imagen. Muy concienzudamente, comenzó a investigar su origen, y supo entonces que un astrofísico de la Universidad Estatal de Arizona llamado F. X. Timmes la había encontrado por casualidad publicada en la página 53 del número de enero de 1971 de la revista Scientific American, en un artículo titulado The Nature of Pulsars escrito por el astrofísico Jerry Ostriker. En aquella versión el gráfico no aparecía en negro sobre blanco, como en la enciclopedia de Cambridge, sino en blanco sobre un fondo cian. Capriola se puso entonces en contacto con Ostriker y este le dijo que probablemente él no era el autor de la imagen, sino que la habría obtenido de alguna fuente publicada.

Gráfico del púlsar CP 1919 publicado en Scientific American en 1971.

Gráfico del púlsar CP 1919 publicado en Scientific American en 1971.

Capriola descubrió entonces en el artículo de Ostriker que la ilustración había sido generada por ordenador en el gran radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico. Timmes le sugirió que probablemente algún estudiante del observatorio la había creado a partir de la observación del púlsar, pero Capriola no pudo concretar quién era el responsable de aquel trabajo.

De alguna manera, el artículo del blog de Capriola llegó a conocimiento de Jen Christiansen, editora gráfica de Scientific American y que se autodefine como «obsesa de las visualizaciones tempranas de púlsares». En febrero de 2015, Christiansen recogió la investigación donde Capriola la había dejado, y supo que a finales de los 60 la informática se estaba introduciendo en la visualización de los fenómenos astronómicos. Repasando los trabajos elaborados en Arecibo en aquella época, dio con la tesis doctoral de un estudiante llamado Harold D. Craft Jr., leída en septiembre de 1970 y titulada Radio Observations of the Pulse Profiles and Dispersion Measures of Twelve Pulsars. Christiansen visitó entonces la biblioteca de la Universidad de Cornell, que por entonces operaba el radiotelescopio de Arecibo, y allí encontró un ejemplar de la tesis de Craft donde, en efecto, aparecía la famosa imagen.

Así, el autor había quedado por fin identificado. Y curiosamente, Craft había elaborado su tesis doctoral en Arecibo bajo la dirección de Frank Drake, pionero del SETI. Christiansen remató su búsqueda entrevistándose con Craft, quien le contó lo siguiente a propósito del uso de su imagen como portada del álbum de Joy Division:

Fue una completa sorpresa. De hecho, yo no sabía nada sobre ello, y un colega en el Departamento de Ciencias del Espacio, que ahora es profesor de astronomía en Cornell, Jim Cordes, me vio en la calle –es un viejo amigo– y me dijo, «ah, por cierto, ¿sabías que tu imagen está en la portada de Joy Division?». Y yo le dije que no, que no tenía ni idea. Así que fui a la tienda de discos y, vaya, ahí estaba. Así que compré un álbum, y había un póster que yo tenía de ella, así que compré también uno de esos, por ninguna razón en particular excepto que es mi imagen, y debía tener una copia.

Así pues, caso resuelto. Permítanme terminar esta historia como si se tratara de una película de Scorsese:

  • Jocelyn Bell Burnell es actualmente presidenta de la Royal Society de Edimburgo. Pese a no haber recibido el premio Nobel, sus merecimientos han sido distinguidos con numerosos honores y es hoy una de las figuras más reputadas de la astrofísica mundial. No constan fotos suyas con la princesa Margarita que permitan comparar la estatura de ambas.
  • Antony Hewish cumplirá este año 92 primaveras. Es de suponer que está como una rosa, dado que al menos hasta 2012 ha continuado dando entrevistas, y aún figura como activo, aunque emérito, en la web de la Universidad de Cambridge.
  • Harold D. Craft Jr. llegó a ser director del radiotelescopio de Arecibo. Hoy está retirado y mantiene algunos cargos honoríficos.
  • Peter Saville mantiene una exitosa trayectoria como diseñador gráfico. Pero a pesar de haber realizado numerosos trabajos importantes, todo el mundo le sigue conociendo como el tipo que un día de 1979 se preguntó: ¿y con fondo negro…?
  • Tras el suicidio de Ian Curtis, los renacidos New Order reemprendieron su carrera, en un principio tras la estela del estilo único y original por el que Joy Division habían tenido las narices de apostar en una época en que la gente escuchaba a Boney M, Abba y Earth, Wind & Fire. Sin embargo, posteriormente se dejaron abducir por la escena neoyorquina del tecno y comenzaron a hacer cosas mucho menos interesantes. Hoy continúan en activo, aunque sin Peter Hook. Su último álbum, Music Complete, es lo mejor que han hecho en un decenio. Bueno, también lo único.
  • El púlsar CP 1919, o PSR B1919+21, continúa emitiendo pulsos de 0,04 segundos cada 1.3373 segundos, y no se le conocen otros planes que continuar haciendo lo mismo durante los próximos millones de años. Nada de esto le importa.
  • Los hombrecitos verdes aún no han dado señales de vida.
  • El punk sigue no-muerto.

Historia de un hallazgo y una portada: el primer púlsar y Joy Division (I)

Esta semana he estado escribiendo un reportaje sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que conocemos como SETI; y siempre que se repasa la trayectoria de este empeño tan singular en lo científico, e inspirador en lo humano, como (hasta ahora) infructuoso en lo práctico, surge la anécdota del descubrimiento del primer púlsar, una de las grandes falsas alarmas en la historia de SETI. Y al recordar aquel episodio, inevitablemente viene a la memoria la portada de un álbum mítico, Unknown Pleasures, el primer disco de los efímeros pero indelebles e influyentes Joy Division.

Si usted se pregunta de qué demonios estoy hablando, tal vez le interese leer lo que sigue, una historia de fusión entre ciencia y cultura pop; o dicho de otro modo, Ciencias Mixtas. El relato comienza en los años 60, cuando un grupo de astrónomos de la Universidad británica de Cambridge, dirigido por Antony Hewish, construye un radiotelescopio con sus propias manos. Eran otros tiempos; una estudiante de doctorado de aquel grupo, la norirlandesa Jocelyn Bell Burnell, contaba hace pocos años que a cada estudiante que se unía al grupo se le entregaba un kit de herramientas. Era la época del boom de la radioastronomía, y Hewish necesitaba un instrumento para estudiar los recién descubiertos cuásares.

Jocelyn Bell Burnell y su radiotelescopio en 1967.

Jocelyn Bell Burnell y su radiotelescopio en 1967.

No piensen en Arecibo ni nada que se le parezca; aquello era poco más que un bosque de postes de madera sujetando 190 kilómetros de cable sobre un campo de algo más de 18.000 metros cuadrados. Entre cinco personas, tardaron dos años en construirlo. El artefacto comenzó a operar en julio de 1967 bajo la exclusiva responsabilidad de Bell Burnell, la única encargada de manejarlo y analizar los datos: cada día, unos 30 metros de papel continuo con sus líneas trazadas por las plumas de los registradores.

Entre los gráficos, la investigadora descubrió algo extraño: un bip-bip que se repetía con enorme regularidad, a razón de un pulso cada segundo y pico. Cuando la becaria presentó a su jefe esta anomalía, Hewish se resistió a tomarla en serio, asegurando que se trataba de una interferencia terrestre. Pero una vez que esta explicación mundana quedó descartada, la siguiente opción fue la más fantástica: una baliza perteneciente a una civilización alienígena inteligente, un radiofaro cósmico.

El SETI había nacido esa misma década como subproducto del auge de la radioastronomía. Sin experiencias previas, con la razonable suposición de que el universo debía albergar muchos planetas habitados, y con el florecimiento del fenómeno ovni, muchos científicos pensaban que no tardaría en llegar la noticia de la primera detección de un signo de vida inteligente procedente del espacio. Algunos investigadores partían su tiempo y el de sus telescopios entre la ciencia seria y aquella actividad extraescolar.

No era el caso de Bell Burnell y Hewish; pero desechada la hipótesis de la interferencia, era realmente difícil imaginar que aquella señal tan mecánicamente regular no fuera producto de una fuente artificial. Los dos investigadores lo bautizaron, medio en broma y medio en serio, como LGM-1, siglas de Little Green Men; es decir, hombrecitos verdes. En un discurso que pronunció en 1977, Bell Burnell lo contaba así:

No creíamos de verdad que hubiéramos pillado señales de otra civilización, pero obviamente la idea nos había cruzado la mente, y no teníamos pruebas de que fuera una emisión de radio enteramente natural. Es un problema interesante; si uno piensa que puede haber detectado vida en otro lugar del universo, ¿cómo hace uno para anunciar los resultados de forma responsable? ¿A quién se lo cuenta primero? No resolvimos el problema aquella tarde, y me fui a casa por la noche muy enfadada; allí estaba yo tratando de sacarme un doctorado de una nueva técnica, y algún puñado de estúpidos hombrecitos verdes había tenido que elegir mi antena y mi frecuencia para comunicarse con nosotros.

Gráficos del primer púlsar en el estudio de Bell Burnell y Hewish (1968).

Gráficos del primer púlsar en el estudio de Bell Burnell y Hewish (1968).

Finalmente no eran aliens, aunque sí un radiofaro, solo que cien por cien natural: una estrella de neutrones que giraba rápidamente emitiendo un pulso electromagnético con la precisión de un reloj; el primer púlsar. Bell Burnell y Hewish publicaron sus resultados en Nature el 24 de febrero de 1968. De hecho el estudio no identificaba claramente la naturaleza del objeto emisor de aquellos pulsos, pero otras observaciones de fuentes diferentes, incluso previas a las de Bell Burnell y Hewish, permitieron reconocer y nombrar aquel nuevo tipo de objeto espacial. Bell Burnell recordaba con mucha gracia cómo fueron aquellos días:

En el estudio de Nature mencionamos que en un momento creímos que la señal podía proceder de otra civilización. Cuando el artículo se publicó, la prensa se volcó, y cuando descubrieron que había una mujer implicada se volcaron aún más. Me hicieron fotografías de pie sobre un banco, sentada en un banco, de pie sobre un banco examinando falsos registros, sentada en un banco examinando falsos registros; uno de ellos me hizo correr desde el banco agitando los brazos en el aire: «¡Pon cara alegre, querida, acabas de hacer un descubrimiento!» (¡Arquímedes nunca supo lo que se perdía!). Mientras, los periodistas me hacían preguntas relevantes, como si era más alta o no que la princesa Margarita (en Gran Bretaña tenemos unas unidades de medida muy singulares) y cuántos novios tenía por entonces.

Una famosa controversia asociada al episodio es que seis años después, en 1974, solo Hewish recibiría el premio Nobel por el descubrimiento. Pero quienes de cuando en cuando traen el caso a colación como una cuestión de género ignoran por completo cómo funciona el mundo de la ciencia. No se trata de negar que históricamente haya existido sexismo, como en cualquier otro ámbito. Pero el motivo por el que el Nobel dejó fuera a Bell Burnell es la naturaleza jerárquica de la ciencia.

Ilustración de un púlsar. Imagen de NASA.

Ilustración de un púlsar. Imagen de NASA.

Contrariamente a la imagen popular, los becarios no suelen ser esos obreros limitados a ejecutar las ideas geniales de su brillante director de tesis. Muchos de ellos son en la práctica los únicos autores y artífices de su línea de investigación. Pero guste o no, el becario no es propietario de sus investigaciones. Es natural que muchos se quejen de ello; lo curioso es que suelen cambiar de visión una vez que son ellos quienes se convierten en jefes de laboratorio y tienen sus propios becarios. Bell Burnell, con la humildad de los más grandes, lo sabía muy bien:

Es el supervisor quien tiene la responsabilidad final del éxito o el fracaso del proyecto. Oímos de casos en los que un supervisor culpa a su estudiante de un fracaso, pero sabemos que la culpa es sobre todo del supervisor. Me parece simplemente justo que él deba también beneficiarse de los éxitos. Pienso que los premios Nobel quedarían degradados si se concedieran a estudiantes de investigación, excepto en casos muy excepcionales, y no creo que este sea uno de ellos.

Aquel primer púlsar fue denominado CP 1919, más tarde rebautizado como PSR B1919+21. Mañana, la segunda parte de esta historia.

No se asuste, pero usted y yo somos opistocontos

¿Imaginan que a los niños en el colegio les enseñaran que Moscú es la capital de la Unión Soviética, que Alemania está dividida en dos y que el presidente del gobierno se llama Felipe González? Pues esto es lo que está ocurriendo en la enseñanza de las Ciencias Naturales: están ignorando lo sucedido en los últimos 30 años.

Siempre he sido un defensor del gasto en los libros de texto, en contra de cierta corriente extendida. A los hijos de algunos de esos padres que protestan por el coste de culturizar a sus niños los he visto luciendo la camiseta oficial de su equipo de fútbol, esas que cuestan el equivalente a cuatro o cinco libros. Es cierto que tal vez podrían encontrarse fórmulas para abaratar los precios de los libros. Pero más que nunca ahora, en esta época en que se asume el precio de los soportes y se cree en cambio que los contenidos son gratis, alguien tiene que insistir en que generar la chicha con la que rellenar las páginas –ya sean de átomos o bits– y actualizarla regularmente requiere la dedicación de especialistas que también tienen derecho a vivir de su trabajo.

Todo esto, claro, si efectivamente se actualizan. Si no, nada de lo dicho tiene sentido.

Mi hijo mayor ya empieza a estudiar contenidos de cierta enjundia. Pero cuando me recitó la clasificación de los seres vivos que le están enseñando en la asignatura de Ciencias Naturales, descubrí que este año he pagado por un libro que no se ha actualizado desde hace décadas. Reviso el texto, Ciencias de la Naturaleza de 5º de Primaria, de Edelvives, y leo lo siguiente:

Los seres vivos se clasifican en cinco grandes grupos denominados Reinos: Reino Animales, Reino Plantas, Reino Hongos, Reino Protistas y Reino Moneras.

Es decir, exactamente lo mismo que me enseñaron a mí a su edad hace varias décadas, con la diferencia de que entonces se creía correcto. Hoy se sabe con absoluta certeza que esta clasificación es rematadamente errónea. Y aunque las actuales sean solo provisionales y aún estén sujetas a profundos cambios, esto no es motivo para seguir impartiendo un esquema que niega no solo lo investigado y publicado durante más de un cuarto de siglo, sino también el propio fundamento científico actual de la clasificación de los seres vivos.

En tiempos de Linneo, el genio sueco que en el siglo XVIII inventó la clasificación jerárquica de los seres vivos y la nomenclatura binomial (género y especie), los científicos no tenían otro modo de organizar el batiburrillo de la naturaleza sino fijándose en el mayor o menor parecido de los rasgos físicos apreciables a simple vista. Pero es evidente que este método era solo una aproximación sujeta a catastróficos errores.

Por poner una analogía, mi hijo pequeño tiene un amiguito que es físicamente bastante parecido a él. Un Linneo genealogista los habría agrupado a ambos en la misma familia. Pero me consta que a ese niño no lo parió mi mujer, y puedo prometer y prometo que no conozco a su madre absolutamente de nada. Agrupar a los seres humanos correctamente en sus árboles familiares requiere conocer su línea genealógica.

Colección de especímenes biológicos. Imagen de Wikipedia.

Colección de especímenes biológicos. Imagen de Wikipedia.

Lo mismo se aplica a las especies. Los primeros biólogos evolutivos convirtieron la taxonomía de la naturaleza en algo mucho más profundo que un inmenso armario repleto de cajoncitos; clasificar a los seres vivos es conocer sus relaciones de parentesco. Es decir, que la taxonomía es reconstruir la historia de la vida en la Tierra.

A comienzos de la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo de la biología molecular empezó a facilitar la posibilidad de conocer estos parentescos comparando no ya los rasgos físicos de los organismos, sino lo que determina esos caracteres y guarda la información transmitida de generación en generación: el material genético. Hasta entonces los seres vivos se clasificaban en los cinco reinos clásicos que aún hoy aparecen en el libro de Edelvives. Pero entonces, todo comenzó a cambiar.

En 1977, un tipo inmensamente brillante llamado Carl Woese descubrió que algunas de las que hasta entonces se creían bacterias (Reino Moneras, según la clasificación antigua) eran en realidad otra cosa muy distinta; tanto como las plantas se diferencian de los animales. Woese y su colaborador George Fox llamaron a este grupo arqueobacterias, hoy arqueas. Por entonces ya se agrupaba a los seres vivos en categorías superiores a los Reinos, y los dos autores definieron tres grandes líneas: bacterias, arqueas y eucariotas. Así, el antiguo Reino Moneras quedaba roto en dos grupos situados al mismo nivel que la categoría madre de los otros cuatro reinos clásicos.

En 1990, el propio Woese definió un nombre para estos grandes grupos: dominio. Los organismos quedaban así clasificados en tres dominios: Bacterias, Arqueas y Eucariotas. Por debajo de estos figurarían los reinos, pero las cosas se fueron complicando aún más al descubrirse que, en realidad, los cuatro reinos clásicos comprendidos en los Eucariotas eran completamente artificiales. En concreto, los Protistas o protozoos se habían englobado en el mismo saco por su carácter unicelular; pero al estudiar su material genético se reveló que aquello era un cajón de sastre con bichos de muy diferente catadura, más relacionados evolutivamente con otros grupos como plantas o animales que entre sí.

Árbol filogenético de los Eucariotas, según una clasificación de 2005 hoy anticuada. Los animales (Metazoa) aparecen hacia abajo a la izquierda. Imagen de Wikipedia.

Árbol filogenético de los Eucariotas, según una clasificación de 2005 hoy anticuada. Los animales (Metazoa) aparecen hacia abajo a la izquierda. Imagen de Wikipedia.

Resumiendo y por no extenderme, una clasificación tentativa actual divide a los Eucariotas en cinco divisiones; serían los auténticos reinos, aunque suele evitarse esta denominación para no inducir a confusión. Estos cinco grupos son Archaeplastida, SAR (Stramenopiles-Alveolata-Rhizaria), Amoebozoa, Excavata y Opisthokonta. Las plantas pertenecen a Archaeplastida, mientras que los animales y los hongos estamos incluidos en Opisthokonta, junto con otros cercanos parientes nuestros unicelulares o coloniales. En los nuevos diagramas (como el que incluyo, aunque se trata de una versión ya anticuada con seis grupos en lugar de cinco) queda reflejado lo que realmente representamos en todo esto: somos una inapreciable subdivisión de una subdivisión de una subdivisión de una minúscula ramita; una curiosa anécdota biológica en un inmenso y complejo bosque de formas de vida.

Pero la cuestión taxonómica no está ni mucho menos cerrada: hay grupos que aún no encajan fácilmente en esta clasificación, y existen dudas sobre si estas cinco divisiones realmente se sitúan al mismo nivel. Además, los protozoos aún son un mundo por descubrir. Y por no hablar de que todo podría complicarse mucho más una vez que se vayan definiendo nítidamente las relaciones evolutivas; en concreto, algunos autores defienden que en realidad deberíamos pertenecer al dominio de las arqueas, de las que aparentemente descendemos.

Pero de esto ya hablaré otro día. Hoy la idea es esta: el hecho de que nuestro edificio taxonómico aún esté en construcción, y que sus letreros lleven palabrejas complicadas para un niño, no justifica que se siga enseñando un esquema obsoleto y desacreditado; sobre todo cuando al hacerlo se destruye el significado de esa clasificación, que es la reconstrucción de la historia evolutiva en la Tierra. Seguiré pagando los libros con gusto, mientras no me vendan pescado podrido.