El buen tiempo ya no es buen tiempo

Nunca la sierra de Madrid me había recordado tanto a Kenya. El tiempo que tenemos estos días por aquí, ya a mediados de noviembre, es el típico clima de Nairobi (salvo por los cielos despejados) en lo que ellos llaman invierno, que cae en nuestro verano. Noches frescas que se caldean rápidamente por la mañana hasta que sobra la manga, sin que la temperatura llegue nunca a la grosería de hacernos sudar. Allí lo llaman eterna primavera. Aquí debemos llamarlo cambio climático.

Aumento previsto de las temperaturas entre mediados del siglo XX y mediados del XXI. Imagen de NOAA/GFDL.

Aumento previsto de las temperaturas entre mediados del siglo XX y mediados del XXI. Imagen de NOAA/GFDL.

Una aclaración. Meteorólogos, climatólogos y geofísicos nos advierten de que no debemos dejarnos llevar por las impresiones momentáneas y locales. O, dicho de otro modo, que no debemos mezclar tiempo y clima, salvo por el hecho de que el estudio del clima necesita mucho tiempo (discúlpenme el penoso juego de palabras).

Pero si tenemos días de temperaturas aberrantes para esta época del año, y los días crecen a semanas, y esto ocurre en un gran trozo de planeta, y las semanas logran que un mes se declare el más caluroso a escala global de la historia registrada, como ya ha ocurrido este año en febrero, marzo, mayo, junio, julio, agosto y septiembre, y si esto resulta en que un año sea también el más cálido en los registros, como sucedió en 2014, y si ya son 38 años consecutivos con una temperatura global superior a la media del siglo XX, y si 2014 ha batido el récord de concentraciones de gases de efecto invernadero, y si se anuncia que la temperatura global en 2015 ya va a superar en 1 °C la media de los niveles preindustriales, y que los esfuerzos a presentar en la próxima conferencia del clima de París aseguran un aumento de la temperatura de 3 °C, un grado por encima del objetivo de 2 °C que se consideraría el máximo límite aceptable del mal menor…

Pues vaya, esto ya empieza a parecerse a aquello del que toca una trompa, toca una oreja grande, toca un colmillo, toca una pata, y llega a la conclusión de que todo aquello probablemente constituye lo que viene siendo un elefante.

Esto, independientemente de que no todas esas impresiones aisladas y esporádicas sean coincidentes. Por ejemplo, el pasado septiembre tuvimos que abandonar las cosas propias del verano antes que otros años, porque el mes vino más frío de lo habitual en España. Y sin embargo, en todo el planeta fue el septiembre más cálido de todos los septiembres que han sido en la historia de la meteorología moderna. Cualquiera que haga el menor esfuerzo por mover la maquinaria pensante sobre sus hombros tiene ahora al fácil alcance de sus entendederas cuál es la temperatura del asunto, nunca mejor dicho, a escala global.

A estas alturas, negar la realidad de un cambio climático, con independencia de sus causas, sólo puede venir motivado por una cerril ceguera deliberada. Pero entrando en sus causas, no es necesario ser un especialista para comprender que más de doscientos años vertiendo al aire cantidades ingentes de gases de efecto invernadero obligatoriamente deben afectar al comportamiento de la atmósfera. En las muy contadas ocasiones en que se han producido agresiones comparables –episodios de vulcanismo masivo y extremo, como el del Decán, o impactos de asteroides–, el resultado ha sido la extinción de la mayoría de las especies terrestres. Por tanto, negar el impacto antropogénico actual, por un lado, y la gravedad de sus previsibles efectos, por otro, sólo puede venir motivado por un no menos cerril fanatismo ideológico, ya que dudosamente quienes lo niegan pueden aportar un modelo climático alternativo que justifique sus alegaciones.

Hubo un tiempo en que las denuncias de un deterioro climático antropogénico peligroso para casi todo lo que ahora entendemos como vida en la Tierra se consideraban una patraña maliciosa urdida por una maligna conspiración comunista destinada a derribar el sistema. Pero como broma ya está bien. Hoy solo personajes psiquiátricamente fronterizos pueden continuar sosteniendo que todo esto no es más que un sofisma populista. Quienes siguen oponiéndose de este modo a la evidencia son combustible fósil.

Dejando de lado este fenómeno cada vez más marginal, hay dos, estas sí, poderosas razones que frenan los intentos de los organismos concernidos por llamar a la acción global. En primer lugar, en esta sociedad regida por intereses inmediatos, efímeros y cortoplacistas, es difícil involucrar a público, empresas y gobiernos en una tarea cuyos rendimientos llegarán en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones, el próximo ejercicio económico o el próximo Trending Topic. Aún más cuando estos rendimientos no consisten en ningún beneficio añadido, sino solo en que todo se quede como está ahora.

Lo resumo en lo que podríamos llamar el Axioma del Gasolinero, por la sencilla razón de que fue un gasolinero quien me lo enunció el otro día. «Este tiempo es mejor que el frío porque nos ahorramos la calefacción». Incuestionable, por eso es un axioma. Para quienes vivimos en climas templados, la calefacción es uno de los mayores bocados de nuestro gasto invernal. Paradójicamente, el cambio climático tendrá efectos económicos contrapuestos a corto plazo entre unos y otros sectores de las sociedades, y para algunos traerá beneficios inmediatos. Es de suponer que los propietarios de terrazas estarán haciendo caja este noviembre como no se han visto en otra antes.

Para tratar de neutralizar este efecto, autoridades y otras partes implicadas transmiten mensajes dirigidos a la fibra emocional. Por un lado, con simulaciones visuales de los efectos a largo plazo, como las imágenes (las últimas, publicadas esta misma semana) en las que aparecen varias capitales mundiales inundadas. Y por otro lado, con alusiones al sufrimiento que los efectos del cambio climático provocarán a las próximas generaciones.

No creo que nada de ello sirva de mucho. En cuanto a lo primero, no se puede decir que las imágenes causen una conmoción global, como se ha podido comprobar esta semana. Hay quien las encuentra hasta divertidas. Y en cuanto a lo segundo, exigir una responsabilidad sobre consecuencias tan diferidas es algo que no se entiende en la cultura actual. Por no hablar de que, a algunos, el carácter un poquito moñas de ciertos discursos sensibleros sobre nuestros hijos y nietos les genera algo de risa o incluso de rechazo. Será una reacción reprobable, pero limitarse a reprobarla resulta más bien poco práctico.

La segunda razón es que muchos aún no acaban de creerse que el cambio climático vaya a ejercer una influencia real sobre la vida humana y el estado actual de la civilización, sino que lo consideran un problema exclusivamente medioambiental. No a todo el mundo se le puede exigir que le preocupe la conservación de una especie de mariposa del Amazonas. Tanto por esta razón como por la anterior, se requiere un mayor esfuerzo de explicación y comunicación, cuyos resultados solo se manifestarán cuando situaciones como el grotesco tiempo primaveral que tenemos estos días se perciban con al menos una cierta inquietud, y no como un bendito regalo del otoño.

Les dejo aquí este mítico tema de la banda del tristemente desaparecido Joe Strummer, The Clash. En la apocalíptica London Calling, inspirada por el accidente nuclear de la central de Three Mile Island (Pensilvania) en 1979, Strummer cantaba: «No tengo miedo, porque Londres se está inundando y yo vivo junto al río». Resulta curioso que en tiempos de los Clash se creyera que el futuro no existía, se hiciera lo que se hiciera, y que 36 años después sea justo al contrario: hoy la ciudad alegre y confiada da el futuro por hecho, se haga lo que se haga; o aún peor, ni siquiera importa si hay futuro mientras el Whatsapp no se caiga.

2 comentarios

  1. Dice ser Paz

    Que haya un cambio climático, bueno, a lo mejor, igual que los ha habido a lo largo de la historia, pero que sea únicamente antropogénico me parece muy osado decirlo.

    15 noviembre 2015 | 16:56

  2. Dice ser Rompecercas

    Me parece fatal que descalifiques a la crítica y a la duda, cuando esto es lo que hace progresar la ciencia, que siempre maneja teorías provisionales. Usas un argumento ad hominem, lo peor que puede hacer un científico en el debate científico.

    «Hoy solo personajes psiquiátricamente fronterizos pueden continuar sosteniendo que todo esto no es más que un sofisma populista. Quienes siguen oponiéndose de este modo a la evidencia son combustible fósil.»

    No se puede dejar ahora de ser críticos con los científicos. El clima cambia siempre. Puede ser rápido o lento. Puede ser por causas humanas o naturales. Puede ser irreversible o cíclico. Puede haber subjetivismo por causa de los sistemas de mediciones a lo largo del siglo, o por los métodos de comparación de las mediciones históricas; o según los modelos usados.

    Hace unos días decías que se primaban ciertas investigaciones porque eso vendía, ¿no vende el cambio climático? ¿no hay una presión para hacer hincapié en ello?

    16 noviembre 2015 | 15:57

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