Termina la semana Nobel, esos días tan entrañables…

¡Aaah, no hay nada como saborear las viejas tradiciones! Finaliza la semana de los premios Nobel con ese hogareño regusto al café molido en aquel viejo molinillo de la abuela: ningún español gana un Nobel de ciencia y todo el que es alguien ya conocía al galardonado en Literatura antes del premio (¡cómo no, Patrick, genial escritor!). El de Economía no se conocerá hasta el lunes, pero… ¡esperen, no me lo digan! A que va a ser un prestigiosísimo economista elogiado por todos los expertos, pero a quien nunca se le pedirá que explique cómo sus estudios han contribuido a mejorar el bienestar de la humanidad (algo que invariablemente parece suponerse a los ganadores de los premios científicos).

Para conmemorar el momento, nada mejor que celebrar la propia ciencia regresando a sus raíces, a lo que nos deja con la boca abierta, recordándonos lo que nos empuja a descubrir cómo funciona la asombrosa naturaleza que nos rodea. Hoy recojo aquí un puñado de vídeos que nos muestran algunos experimentos y descubrimientos que nunca ganarán un Nobel. Pero molan.

Comenzamos con un clásico que a muchos recordará a aquellos quimicefas de nuestra infancia. Al sumergir alambres de hierro en una solución de sulfato de cobre, los átomos del primero se disuelven cediendo sus electrones al cobre y uniéndose a los iones de sulfato, mientras que el cobre recoge los electrones del hierro, precipita y se vuelve sólido. Es una reacción de desplazamiento por oxidación y reacción, o redox, que finalmente produce cobre metálico y sulfato de hierro. El resultado es un bonito bosque de cristales que puede adoptar muchas variantes según la forma del material utilizado.

¿Quién no ha oído hablar de la reacción entre los caramelos Mentos y la Coca-Cola? Este experimento casero es ideal para entretener a los niños en un cumpleaños con algo de ciencia recreativa. Yo lo hice en una ocasión en una fiesta de mis hijos, y el resultado fascinó tanto a los peques que agradecí haber comprado reservas de sobra, porque el exigente público, completamente entregado, continuó pidiendo bises hasta que se me agotó el material. El vídeo que aparece aquí es el récord mundial, conseguido en Cincinnati, Ohio, en 2007, con la participación de medio millar de personas.

Señoras y señores, ante ustedes, la moneda que tirita de frío cuando se la clava en un bloque de hielo seco (también llamado nieve carbónica). En realidad no se trata de una tiritona del pobre John F. Kennedy, sino de un efecto provocado por una corriente de gas. El hielo seco está compuesto por dióxido de carbono (el que las plantas se comen de día y desprenden de noche) congelado a unos 80 grados bajo cero. Cuando el calor de la moneda se transfiere al hielo, este se sublima, se transforma directamente en CO2 gaseoso, y la corriente que crea produce el movimiento.

El efecto que sigue fue muy popular como juego pirotécnico hace décadas, hasta que su extrema toxicidad obligó a retirarlo del mercado. Se trata de la conocida como «serpiente del faraón». La descomposición del tiocianato de mercurio(II) por el calor produce un sólido serpenteante que crece y crece como si surgiera de la nada. El resultado es una especie de churro con aspecto de torrezno o de costilla asada, y fue precisamente su apariencia de algo comestible la que indujo a varios niños a comerlo, con trágicas consecuencias.

Terminamos con un espejismo marino que no es tal, sino un efecto óptico causado por un increíble animalillo llamado zafirina o zafiro de mar, perteneciente a un grupo de crustáceos llamados copépodos que a menudo parasitan a otras especies. El zafiro de mar despliega esos espectaculares destellos azules debido a que sus células poseen microscópicas láminas de cristal tan próximas entre sí como la longitud de onda de la luz azul. Es decir, no se trata de ningún pigmento; no es un color real, sino un efecto debido a las características ópticas de la estructura. A menudo sus tonos varían del azul al dorado, lo que ocurre solo en los machos. Las hembras viven parasitando a un tipo de medusa y no muestran estas brillantes tonalidades, pero en cambio tienen grandes ojazos sensibles al color, por lo que quizá utilizan este rasgo de los machos para encontrar pareja. Como el animal es muy pequeño para nuestra escala humana –solo unos milímetros– y por tanto difícil de distinguir, a menudo los buceadores creen estar alucinando cuando comienzan a ver chispazos de colores donde aparentemente no hay nada.

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