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Selección sexual: las pájaras los prefieren bellos

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Por Santiago Merino (CSIC-MNCN)*

Para los amantes de las aves, pasear por el Jardín botánico de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, es una experiencia inolvidable. Entre el despliegue floral no es difícil ver algunos ejemplares espectaculares.

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Ejemplar de monarca colilargo africano / Wikipedia

Esto me ocurrió la última vez que visité este paraje. Tras un rato detrás del follaje, algo bastante voluminoso se movió ante mis ojos. Coloqué los prismáticos en posición y me encontré con un gran monarca colilargo africano (Terpsiphone viridis). Esta ave de tamaño medio es llamativa por su cabeza oscura, en la que resalta un anillo ocular de color azul chillón a juego con el pico y que contrasta con el marrón-rojizo del cuerpo, y también por las larguísimas plumas de la cola.

Este tipo de ornamentos, muy comunes entre las aves, supusieron un quebradero de cabeza para uno de los padres de la teoría de la evolución, Charles Darwin, que veía en ellos una dificultad para el funcionamiento de su teoría por selección natural. Si los seres vivos son seleccionados en función de su capacidad de sobrevivir hasta reproducirse y transmitir así su información genética, ¿por qué se habrían seleccionado estos plumajes y coloridos tan llamativos? Al fin y al cabo solo podían atraer a más depredadores y hacer la huida más dificultosa.

Darwin solucionó el problema en su famoso libro El origen del hombre y la selección con relación al sexo. El científico concluyó que aunque estos ornamentos debían ser un problema para la supervivencia, a cambio ofrecían una enorme ventaja a la hora de encontrar pareja y aparearse, ya que atraían a más individuos del sexo contrario para la reproducción. Es decir, si bien su supervivencia era menor, ésta se compensaba con el hecho de que se reproducían con mucho más éxito que los menos ornamentados.

En realidad estábamos ante una clase especial de selección natural que Darwin llamó selección sexual. Aquellos individuos que dejen más descendencia en las siguientes generaciones extenderán sus genes en las poblaciones aun si sobreviven menos que otros que se reproducen a una tasa menor. El límite para el desarrollo del ornamento lo pone la misma selección natural. Los individuos con adornos demasiado exagerados serán depredados antes de reproducirse con lo cual el ornamento solo alcanzará un cierto nivel de desarrollo.

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Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución por selección natural / Wikipedia

Desde que Darwin propusiera esta solución mucho se ha escrito sobre cuáles son las ventajas adaptativas que podría tener una hembra de cualquier especie al reproducirse con un macho vistoso, como el monarca colilargo africano. En la mayoría de las aves son los machos los que desarrollan este tipo de ornamentos, lo que les permite hacerse notar para ser elegidos por las hembras. Pero para que el mecanismo descrito funcione, las hembras también deben obtener alguna ventaja. De lo contrario podrían aparearse con individuos menos ornamentados que además sobrevivirían más tiempo.

Varias son las explicaciones que se han dado para esta atracción por los individuos vistosos. Una de ellas es que las hembras tendrían la ventaja de producir descendientes atractivos que a su vez dejarían más descendientes. Otra consiste en la llamada señalización honesta, según la cual el ornamento es un indicador fiable de la calidad del individuo (solo los de buena calidad pueden desarrollar esos adornos correctamente). Así, el individuo podrá sobrevivir pese a lo llamativo de su aspecto, y reproducirse con él significará adquirir esos buenos genes y transmitirlos a los descendientes.

La hipótesis formulada por W. Hamilton y M. Zuk en 1982 va en la misma línea: solo los individuos en buen estado de salud serían capaces de desarrollar estos ornamentos de manera correcta. Con ellos estarían señalizando a sus potenciales parejas que son individuos sanos o portadores de genes de resistencia a las enfermedades.

Pero las explicaciones no acaban aquí. Otras ventajas adaptativas que supondría la selección de parejas tan vistosas sería que, al estar sanas, no van a transmitir enfermedades durante la cópula. O que al gozar de buena salud podrán dedicar más energía a criar a sus descendientes en aquellas especies donde existen cuidados parentales de la prole. Sea cual sea la explicación –no son excluyentes–, estas ventajas serían evolutivamente muy importantes y habrían desencadenado la evolución de todo tipo de ornamentos sexuales.

 

*Santiago Merino es director del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). Este post ha sido extraído de su libro Diseñados por la enfermedad. El papel del parasitismo en la evolución de los seres vivos (Editorial Síntesis, 2013).

¿Puede un gusano alterar nuestro comportamiento?

Por Santiago Merino (MNCN-CSIC)*

Ser alienado por un parásito insignificante suena a ciencia ficción. De hecho hay algunas películas que parecen haberse basado en un argumento similar. ¿Es solo ficción? Quizá no.

Demostrar que un comportamiento determinado se debe a la influencia de una infección no es sencillo y probablemente sea más complejo aún si los afectados son seres humanos. Sin embargo, podemos mencionar algún caso. Veamos qué sucede cuando una persona contrae la Dracunculiasis, infección causada por el nematodo Dracunculus medinensis, el ‘gusano de guinea’. Las personas se infestan al ingerir agua contaminada por unos minúsculos crustáceos, los copépodos, que llevan en su interior las larvas del gusano. El copépodo muere en la digestión, pero la larva de Dracunculus penetra la pared intestinal de quien ha bebido el líquido y madura. Ejemplares de ambos sexos se aparean en el interior de su hospedador y la hembra fertilizada migra a través de los tejidos hasta la superficie de la epidermis.

Al emerger en el pie del afectado, el gusano genera una úlcera en la piel.

Al emerger en el pie del afectado, el gusano genera una úlcera en la piel / WIKIPEDIA

Aproximadamente un año después de la infección, el gusano empieza a emerger formando una úlcera en la piel, normalmente en piernas y pies. El picor generado por la herida lleva a los infectados a buscar alivio metiendo las piernas en el agua. Es entonces cuando la hembra de Dracunculus aprovecha para liberar larvas. Y es en ese momento, en el agua, cuando puede completar su ciclo vital encontrando nuevos copépodos a los que infectar. Estos minúsculos crustáceos, en países con escasez de agua potable y en los que es frecuente que la población reutilice este recurso, volverán a ser ingeridos por otras personas y el ciclo comenzará de nuevo.

Si el infectado no sintiese picor y no metiese las piernas en agua, el gusano no podría completar su ciclo. Así, podemos ver estos síntomas generados por la infección como una manera del parásito de ‘manipular’ al humano para conseguir su objetivo, es decir, reproducirse con éxito.

 

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Durante muchos años los habitantes de las zonas contaminadas con Dracunculus –países africanos como Chad, Etiopía, Malí y Sudán del Sur– solo podían eliminar la infección esperando a que asomara la hembra del gusano a través de la úlcera. A continuación la ataban a un pequeño palo donde poco a poco iban enrollándola –pueden alcanzar más de un metro de longitud– hasta que lograban sacarla de su cuerpo. No podían hacerlo de una vez ni muy deprisa puesto que si se rompía el gusano al tirar, podía generarse una infección severa. Por eso no era extraño encontrar personas con varios palitos colgando de sus piernas durante el proceso de extracción de gusanos. Afortunadamente hoy en día esta enfermedad está casi erradicada. Ha bastado con filtrar el agua bebida en las zonas contaminadas para evitar la ingestión de copépodos.

 

* Santiago Merino es biólogo y director del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). Este artículo es un extracto de su libro Diseñados por la enfermedad. El papel del parasitismo en la evolución de los seres vivos (Editorial Síntesis, 2013).