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Las semillas de chía, el otro alimento de moda

Por Mar Gulis (CSIC)

 La ESFA recomienda un consumo de unos 15 gr de chía diarios / Wikipedia

La EFSA recomienda un consumo de unos 15 gr de chía diarios. / Magister Mathematicae (CC-BY-SA 3.0), via Wikimedia Commons.

Hace unos 3.000 años los mayas y los aztecas consumían esta semilla, oriunda de México y Guatemala, como alimento, para curar determinadas afecciones y también para fabricar pinturas. En estas culturas, “la chía era una semilla sagrada, y como tal formaba parte de algunos ritos paganos en los que estas poblaciones se la ofrecían a sus dioses”, cuenta Claudia Monika Haros, investigadora del CSIC en el Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA).

Aquí comienza la explicación de por qué la chía ha sido una completa desconocida en Europa y buena parte de Occidente. Siglos después, en plena colonización, esas religiones y ritos paganos fueron prohibidos en Latinoamérica, hasta el punto de que incluso se vetó el consumo y cultivo de este alimento. La imagen negativa hacia la chía y otras semillas como la quinoa se ha prolongado prácticamente hasta nuestros días.

Pero desde hace unos años la situación es bien distinta. En 2009 la chía fue declarada novel food (nuevo alimento) en la Unión Europea, lo que permitió su comercialización y distribución en el continente. Efectivamente, ahora es posible adquirir sus semillas –eso sí, siempre importadas– en muchos establecimientos. Sin embargo, los europeos vamos con retraso. En EEUU su consumo comenzó a extenderse en los años 80 (hoy es el primer consumidor del mundo). El boom de la chía allí se desató cuando dos deportistas de élite declararon que ingerían estas semillas porque les daban energía y les hidrataban. A partir de entonces, el alimento fue ganando adeptos.

Vayamos al meollo del asunto: ¿por qué la chía es tan completa desde el punto de vista nutricional? Esta planta oleaginosa (ojo, no es un pseudocereal, como aparece en muchas informaciones) “es tan rica en aceite que puede concentrarlo hasta en un 38%. Y también es la mayor fuente vegetal de omega-3 conocida”, explica Haros.

La experta pone un ejemplo muy gráfico: “Tendríamos que comer aproximadamente 1 kilo de salmón para obtener la misma cantidad de omega-3 que contienen 100 gr de semillas de chía”. Pero no nos pasemos: “Esa cantidad supera con creces la dosis recomendada. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) recomienda un consumo de uno 15 gramos de chía diarios para mejorar nuestra dieta, sin que ello signifique el abandono de otros alimentos”, señala Haros. Es decir, nada de dietas basadas en alimentos milagro. Más bien se trata de incorporar la chía como un complemento para lograr una dieta más equilibrada y alcanzar la proporción adecuada entre omega-3 y omega-6. “Actualmente nuestra alimentación se ha descompensado en favor de los omega-6 y eso puede causar problemas cardiovasculares e inflamatorios; la chía contribuye a reequilibrar esa proporción”.

 La chís puede utilizarse como condimento en ensaladas y arroces / Gaurav Mishra

La chía puede utilizarse como condimento en ensaladas y arroces. / Gaurav Mishra.

Sigamos con las propiedades de la semilla. “También es muy rica en proteínas de buena calidad y fibra (de esta última puede llegar a contener hasta un 55%), lo que hace que absorba mucha agua y genere sensación de saciedad, y además hace que disminuya el índice glucémico en sangre”, afirma la investigadora. Además la chía posee vitaminas y muchísimos antioxidantes que nos protegen frente a los radicales libres, causantes de los procesos de envejecimiento y de algunas enfermedades.

Para quienes quieran integrarla en su dieta, aquí van algunas recomendaciones: “Lo mejor es comerla cruda y, a ser posible, recién molida, para que todas sus vitaminas, proteínas, omega-3 y demás nutrientes que guardan las semillas en su interior sean fácilmente asimilados por nuestro organismo”, comenta Haros.

Como apenas tiene sabor, puede echarse a modo de condimento en ensaladas y arroces, o bien añadirse al yogur, como si fueran cereales. “Es un alimento tan concentrado que basta con una cucharadita al día para proporcionar a nuestra dieta la dosis adecuada”.

Eso sí, como sucede con otros alimentos importados, los precios de la chía son elevados: varias cadenas de supermercados comercializan paquetes de 250 gr por unos 4 euros, lo que significa que un kilo puede costar 17 euros.

Aun así, la constatación de sus propiedades beneficiosas para la salud ha suscitado el interés en la comunidad científica. Ejemplo de ello es el proyecto Chía-Link, en el que participa el IATA y que está formando una red internacional en torno a la investigación de la chía.

¿Por qué la quinoa es el alimento de moda?

Por Mar Gulis (CSIC)

La quinoa cada vez se utiliza más como ingrediente para ensaladas /

La quinoa se utiliza cada vez más como ingrediente para ensaladas. / Mike Linksvayer.

En la última convocatoria de Madrid Fusión, cita obligada para los paladares más sibaritas, los visitantes pudieron degustar platos como una mousse de pato con quinoa o una soja de quinoa. Paradójicamente, el protagonista de estas sofisticadas recetas es un alimento milenario. Originaria de Bolivia y Perú, la quinoa fue un grano sagrado para los incas. Esta civilización basó buena parte de su alimentación en la preciada semilla, que ocupó un lugar preferente entre sus cultivos y fue utilizada también para curar catarros, eliminar parásitos intestinales o combatir picaduras de insectos. Sin embargo, la llegada de la quinoa a EEUU y Europa, donde su consumo está creciendo exponencialmente, es algo reciente.

¿A qué se debe el furor por la quinoa? ¿Es solo otra moda pasajera más? Varias razones apuntan a que probablemente este pseudocereal (su composición química es similar a la de los cereales, pero no se la considera como tal) ha llegado a nuestro continente para quedarse. “Según la FAO, el principal reto de la agricultura mundial en las próximas décadas es la producción de un 70% más de alimentos. El objetivo es alimentar a los 9.000 millones de habitantes que seremos en 2050, a la vez que se combate la pobreza, se usan más eficientemente los recursos naturales y se buscan estrategias para adaptarnos al cambio climático. El aumento de la temperatura global y la escasez de agua inutilizarán muchos suelos cultivables y por ende sus cosechas, lo que pondrá en peligro la seguridad alimentaria [la disponibilidad de alimentos] de muchas poblaciones”, explica Claudia Mónika Haros, del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA) del CSIC.

Ante estas predicciones, Europa está explorando “fuentes alternativas de proteínas de alta calidad nutricional”, añade. La cría de insectos para consumo humano sería un ejemplo de ello. Sin embargo, a su juicio es preferible otra vía: “Apostar por cultivos como la quinoa, que no necesita mucha agua y crece en suelos áridos sin grandes requerimientos agronómicos”, es decir, su cultivo a gran escala es más sencillo y sostenible medioambientalmente que la producción de otros alimentos.

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La quinoa suministra proteínas de alta calidad y no tiene gluten. / Wikipedia.

Haros pone un ejemplo: “Para obtener un kilo de carne, que es nuestra principal fuente de proteínas, se necesitan cuatro kilos de cereales con los que alimentar al animal. Ese desequilibrio se incrementará a lo largo de los años debido al cambio climático, al destino de los cereales a la producción de biocombustibles y al aumento de la población mundial, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria”. La quinoa podría ser una alternativa porque es una gran fuente de proteínas.

Aquí llegamos a la segunda razón que explica el boom de la semilla: sus formidables valores nutricionales. La quinoa aporta proteínas similares a las que encontramos en la carne, los huevos o la leche. “Tiene una alta proporción de proteínas y de muy buena calidad (superior a la de los cereales y muy digestibles, incluso para los niños). Además no tiene gluten, por lo que es apta para enfermos de celiaquía”, afirma la investigadora del CSIC. Pero sus propiedades son muchas más: también suministra minerales, ácidos grasos insaturados, abundante fibra, atioxidantes, vitaminas y almidón, lo que significa que su consumo aporta energía. Y una última ventaja: es agradable al paladar, aunque siempre es conveniente lavar las semillas antes de su cocción. De lo contrario, la quinoa puede tener un sabor amargo que se debe a las saponinas, unas sustancias generadas por la propia planta como sistema de defensa frente a plagas de pájaros e insectos.

En resumen, para Haros es uno de los alimentos más completos que se conocen y su éxito reside en este binomio: mucha energía y pocas calorías. Precisamente por sus propiedades y su fácil adaptación, el cultivo de la quinoa se está expandiendo. Países como Estados Unidos, Canadá, Francia, Holanda, Dinamarca, Italia, India, Marruecos, China y también España ya están produciendo o realizando ensayos agronómicos para comercializar sus propias cosechas.

¿Cuál es la pega entonces? En primer lugar, no existe el ‘alimento milagroso’. Haros recuerda que ningún alimento por sí solo es la panacea, sino que lo importante es tener una dieta equilibrada. “Aunque la quinoa es fuente de hierro, este no es asimilable por nuestro organismo, por lo que habría que utilizar la semilla fermentada o recurrir a otros alimentos”.

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Campo de Quinoa en La Paz, Bolivia. / Wikipedia.

Pero hay algún otro inconveniente. Las asociaciones de consumidores critican que su elevado precio aún limita el acceso a la quinoa a gran parte de la población. Aquí sigue siendo un producto importado y un kilo cuesta alrededor de 12-15 euros, muy por encima del precio del arroz, el trigo o el maíz.

Hay otra cuestión que suele pasar desapercibida: la expansión de la quinoa en Occidente está teniendo un impacto en los productores locales. Las comunidades andinas que la cultivan también han sufrido su encarecimiento y algunas ONG denuncian que, al ser su cultivo una importante fuente de ingresos, están aumentando los conflictos por el acceso a la tierra. La FAO declaró 2013 Año Internacional de la Quinoa para reivindicar su potencial como alimento de altísimo valor nutricional y por su contribución en la lucha contra el hambre y la desnutrición, pero no hay que perder de vista que la alteración de estas economías a pequeña escala puede perjudicar a comunidades que desde hace miles de años preservan este cultivo.

¿Sabías que un 25% de las personas celíacas no están bien nutridas?

Por Mar Gulis

Cuando vamos al supermercado podemos encontrar muchos alimentos que indican en su etiqueta: ‘Sin gluten’. A pesar de que cada vez la oferta de productos que no contienen esta proteína es más amplia, esto no es suficiente para que las personas celíacas sigan una dieta saludable.

Las patologías asociadas con la intolerancia al gluten se han incrementado en los últimos años y afectan aproximadamente al 7% de la población mundial. La enfermedad celíaca es la más común, una intolerancia permanente al gluten del trigo, la cebada, el centeno y probablemente la avena. Cuando una persona afectada por esta enfermedad ingiere un alimento que contiene gluten, las defensas de su organismo reaccionan y dañan las vellosidades de su intestino. Como resultado, se producen diarreas, vómitos y una pérdida de peso inexplicable hasta que se da con la causa. El único tratamiento existente es comer alimentos sin gluten. Sin embargo, eliminarlo de su dieta en ocasiones es una solución a medias, porque las personas celíacas que dejan de ingerir gluten mejoran su salud, pero pueden seguir padeciendo desequilibrios nutricionales.

Alimentos sin gluten

Alimentos sin gluten/celiquen.blogspot.com.es

“Varios estudios científicos afirman que entre el 20% y el 38% de pacientes con enfermedad celíaca tiene problemas nutricionales, como desequilibrios en la ingesta de calorías y proteínas y carencias en la aportación de fibra, minerales y vitaminas al organismo, bien causadas por la baja calidad nutricional de los productos sin gluten, o por elecciones erróneas a la hora de alimentarse”, explica Cristina M. Rosell, investigadora del CSIC. Las personas celíacas tienen tendencia a compensar las restricciones de una dieta sin gluten con comida que contiene altos niveles de grasa, azúcar y calorías, y por eso, en su cómputo final, consumen un exceso de grasas saturadas. “Un ejemplo es el pan sin gluten. Para la producción de un pan fermentado y que tenga volumen es necesario utilizar formulaciones complejas. El resultado es que la media en la composición de los panes sin gluten revela mayor contenido en grasa, azúcar y calorías”. Además, la investigadora llama la atención sobre el hecho de que esta descompensación no está asociada a países pobres, sino que también se da en la población de países desarrollados.

Hace diez años, el reto para la comunidad científica era conseguir productos fermentados y alimentos sin gluten aptos para los consumidores celíacos, pues la oferta era reducida y cara. Actualmente esta situación ha mejorado, y en las grandes superficies podemos encontrar una gama aceptable de productos sin gluten. Aunque aún no están en el mercado, el CSIC ya ha desarrollado un pan elaborado con harina de arroz y un pan de harina de trigo modificado genéticamente.

Como informa Rosell, ahora el desafío de la comunidad científica es la investigación de fórmulas para fabricar alimentos sin gluten que tengan un perfil nutricional parecido al de los alimentos con gluten y que resuelvan las carencias mencionadas.

Semillas de amaranto/Wikipedia

Semillas de amaranto/Wikipedia

Una de las soluciones para incrementar el valor nutricional del pan y otros productos como bollería sin gluten es incluir en su fabricación harinas procedentes de pseudocereales como la quinoa o el amaranto –rico en lípidos, proteínas y carbohidratos-, harinas de raíces y tubérculos como la patata o la mandioca, o harinas de legumbres como la lenteja, la alubia o el guisante. “Estos productos se han utilizado desde hace siglos en la alimentación tradicional, solo que ahora el uso está destinado a este fin concreto”, señala la investigadora.

Por otra parte, se está trabajando en enriquecer los productos con minerales y vitaminas. En general el pan sin gluten tiene poco contenido en minerales y vitaminas, en concreto zinc, hierro, ácido fólico y vitaminas B12, B6 y A, que son precisamente las carencias que presentan los celíacos. En muchos países es obligatorio enriquecer las harinas con minerales y vitaminas para mejorar el aporte nutritivo del pan. En Estados Unidos, por ejemplo, la legislación impone el enriquecimiento en hierro, calcio y ácido fólico.

Comer y que los alimentos que ingieres te nutran correctamente es esencial, pero también es importante disfrutar comiendo. Por eso se está probando la utilización de masa madre para elaborar el pan sin gluten, pues mejora su gusto y su textura.