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¿Qué ocurre en un cerebro esquizofrénico?

Por Jesús Ávila (CSIC)*

En el mundo hay aproximadamente 25 millones de personas con esquizofrenia, un trastorno cuya edad media de aparición se sitúa en torno a los 25 años.

El término ‘esquizofrenia’ es la combinación de dos pala­bras griegas, schizo (dividir) y phrenos (mente), y se refiere a un trastorno en el que la división de funciones mentales da lugar a un comportamien­to social anómalo, pues el paciente confunde lo que es real con lo imaginario. La persona afectada puede sufrir alucinaciones, fundamentalmente auditivas, que pueden derivar en un estado de psicosis, es decir, en la pérdida temporal del contacto con la realidad. En muchos casos, la esquizofrenia se asocia también a estados de depresión y de ansiedad o a una capacidad reducida para sentir placer. Además, los pacientes suelen tener problemas de interacción social y profe­sional.

La esquizofrenia es un trastorno mental grave que afecta a determinadas funciones cerebrales.

La esquizofrenia es un trastorno mental grave que afecta a determinadas funciones cerebrales.

Aunque en la esquizofrenia la mente cambia una situación real por otra ficticia, lo cual implica un funcionamiento de la mente fuera de ‘lo normal’, existen casos de personajes geniales que han sufrido esta enfermedad. Este es el caso de Van Gogh, que pintaba con colores que podían mejorar la misma naturaleza; de Edgar Allan Poe, cuyos relatos imaginarios exageraban (pero casi perfeccionaban) la realidad; o de otro paciente de esquizofrenia, John Nash, que obtuvo el Nobel de Economía en 1994 por el enfoque distinto que supo dar a los hechos.

A finales del siglo XIX y principios del XX había gran interés en Alemania por conocer las causas de la(s) demencia(s). Fundamentalmente, en el laboratorio del doctor Kraepelin, en Baviera, se buscaban causas de demencia diferentes a la provocada por la bacteria T-pallidum, que daba lugar a la neurosífilis, un tipo de demencia (infecciosa) bastante prevalente en aquellos tiempos. Así, buscando otros orígenes para la demencia, fue Kraepelin, que más tarde sería mentor de Alois Alzheimer, quien describió la esquizofrenia como demencia precoz. También fue quien realizó una clara distinción entre esquizofrenia y trastorno bipolar.

El cerebro esquizofrénico

Las causas de este trastorno todavía se desconocen con exactitud. En cualquier caso, en la esquizofrenia aparecen algunas áreas cerebrales afectadas, como el nucleus accumbens, en donde una alta cantidad de secreción de dopamina puede dar lugar a alucina­ciones. Dado que la esquizofrenia va acompañada, a veces, con alucinaciones, un posible mecanismo para la aparición de las mismas podría estar basado en cambios en la transmisión dopaminérgica. Dicha transmisión depende de la dopamina y de los receptores celulares a los que asocia. Se ha sugerido que, en la esquizofrenia, la cantidad o la presencia de variantes de estos receptores dopaminérgicos puedan tener una función en el desarrollo de la patología.

Los pacientes de esquizofrenia tienden a empeorar con el uso de sustancias tóxicas como el alcohol o la cocaína. De hecho, estas sustancias pueden llegar a causar en personas no esquizofrénicas la aparición de una psicosis similar a la encontrada en este trastorno.

Los pacientes de esquizofrenia tienden a empeorar con el uso de sustancias tóxicas como el alcohol o la cocaína. De hecho, estas sustancias pueden llegar a causar en personas no esquizofrénicas la aparición de una psicosis similar a la encontrada en este trastorno.

Recientemente, además, se ha señalado que una elevación anormal de un tipo específico de receptores de dopamina (DRD2) en regiones del tálamo puede estar relacionada con las alucinaciones audi­tivas. De hecho, muchos estudios apuntan a una variante del gen que expresa dichos receptores DRD2 como un importante factor de riesgo.

Otra área afectada es la corteza prefrontal, donde tiene lugar una deficiente secreción de dopa­mina, la cual se ha relacionado con los problemas de an­siedad o con la aparición, en ocasiones, de conductas violentas o de desarraigo social. Aun­que no muy específica de esta enfermedad, otra posible característica son los niveles elevados de homocisteína. Se cree que este aminoácido puede interac­cionar con determinados receptores de glutamato (receptores tipo NMDA) y provocar estrés oxidativo, es decir, un desequilibrio entre la producción y la eliminación de especies reactivas del oxígeno o radicales libres, y muerte neuronal. Es un hecho constatado que la esquizofrenia comparte con las demencias seniles la pérdida de comunicación neuronal (sinapsis), que puede observarse parcialmente por la pérdida de espinas dendríticas.

En busca de las causas

Respecto a las causas de la esquizofrenia, es posible que en algunos casos tenga un origen familiar. Es lo que ocurre con el gen implicado en la expresión de DRD2 y, posiblemente, en una familia escocesa en la que se ha encontrado una baja expresión de un gen –provocada por una translocación entre los cromosomas 1 y 11– denominada DISC-1 (disrupted in schizo­phrenia 1) y que puede inducir a la aparición del trastorno. Eso sí, aunque el nombre del gen se ha relacionado con la esquizofrenia, algunos portadores de la translocación pueden su­frir otros problemas como, por ejemplo, la enfermedad maníaco-depresiva.

 

Hay bastante consenso en que convergen tanto factores genéticos como ambientales en la aparición de la esquizofrenia.

Hay bastante consenso en que convergen tanto factores genéticos como ambientales en la aparición de la esquizofrenia.

Por otro lado, además de los factores genéticos, se cree que el modo de vida durante el desarrollo de una persona puede afectar a la aparición de la enferme­dad. Así, se ha señalado que un defecto en la cantidad de vitamina D en la infancia o problemas de nutrición durante el desarrollo fetal pueden suponer riesgos para padecer esquizofrenia cuando se llega a la edad adulta.

 

* Jesús Ávila es neurocientífico y profesor de investigación en el Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa” del CSIC (centro del que fue director), además de autor del libro La demencia’ de la colección de divulgación ¿Qué sabemos de?, disponible en la Editorial CSIC y Los Libros de la Catarata.

 

Las píldoras de la felicidad y la psiquiatría de mercado

Por Mar Gulis

psyberartist / Flickr

psyberartist / Flickr

Actualmente los psicofármacos son los medicamentos más consumidos. Según el Ministerio de Sanidad, alrededor de un 11% de la población española, por encima de la media europea, recurre a ellos. El médico e historiador de la ciencia Rafael Huertas, del CSIC, cree que esta situación remite a “un modelo de sociedad en el que se tolera muy poco la frustración y la tristeza”. Aunque la crisis y la desprotección en la que se encuentran muchos ciudadanos han contribuido a ese incremento, este no se corresponde con un aumento similar de los diagnósticos de depresión y otras enfermedades mentales. ¿Qué está ocurriendo?

En su libro La locura, el investigador del Instituto de Historia (CSIC), cuenta que hoy se dedican muchos recursos humanos y materiales a atender a “gente sana pero desdichada”. Explicar las causas de este fenómeno daría para bastante más que este post, pero él subraya la enorme influencia que ejerce el mercado en la sociedad en general y también en la psiquiatría. En su opinión, el gran arsenal de remedios medicamentosos que se han desarrollado en los últimos tiempos indica que los intereses de las multinacionales farmacéuticas no son ajenos a este fenómeno.

Digamos que la psicofarmacología terapéutica convive hoy con una psicofarmacología cosmética. Esta expresión la utilizó por primera vez el psiquiatra estadounidense Peter Kramer a principios de 1990. Su intención era describir la droga tomada por las personas que estaban clínica y mentalmente sanas. El propósito de estos fármacos sería suministrar a los pacientes una mayor sensación general de bienestar. “Son sustancias antidepresivas destinadas no a tratar un cuadro depresivo, sino a aportar un componente de felicidad a sujetos sanos”, dice Huertas.

Jonathan Silverberg / Flickr

Jonathan Silverberg / Flickr

La analogía que él propone es la siguiente: “Al igual que la cirugía estética es capaz de esculpir un cuerpo a la medida, cierta farmacología –las llamadas píldoras de la felicidad– sería capaz de tallar un aparato psíquico al gusto del consumidor”. Pero, ojo, porque ningún medicamento es inocuo. Además de los efectos secundarios que pueda provocar su consumo, acostumbrarse a estos fármacos moldea nuestra psique de una forma artificial.

Huertas subraya que hoy la tristeza y la melancolía, estados de ánimo normales en la vida de cualquier persona, “tienden a ser evitadas a toda costa en la actual sociedad de consumo, hedonista pero profundamente injusta, en la que la belleza, la felicidad y la salud (física y mental) se asimilan al triunfo individual”.

Cuando sufrimos un revés, nos despiden del trabajo, suspendemos un examen o perdemos a un ser querido, es lógico estar triste o angustiado. Este investigador explica que aunque a veces haya duelos patológicos, en los que sea necesaria la ayuda de un profesional, “sentirse desgraciado o sentirse feliz forma parte de la propia condición humana”. De ahí que resulte inapropiado hablar de trastornos de la felicidad para patologizar y proponer terapias ante las dificultades vitales.

Y es aquí donde juega un papel esencial la denominada psiquiatría de mercado. Junto al enorme despliegue publicitario de estos medicamentos, coexisten unas Administraciones Públicas que, según Huertas, cada vez dejan más en manos de la industria farmacéutica la financiación de las investigaciones científicas. Esto lógicamente condiciona no solo la práctica terapéutica sino también la propia dirección del desarrollo científico de la psiquiatría. O sea, el mercado manda, también en la psiquiatría.