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Malas noticias para la superchería: la física cuántica no dice que las cosas están en dos sitios a la vez

Por Carlos Sabín (CSIC)*

La física cuántica tiene un peso creciente en la cultura popu­lar, pero por desgracia el tratamiento que recibe en medios de comunicación y redes sociales está plagado de falsas creencias, mitos y malentendidos.

Al parecer, la teo­ría cuántica sería algo así como una especie de cosmovisión, a mitad de camino entre la física y la metafísica, que nos permi­tiría escapar de la aburrida física convencional para abrir un mundo alternativo donde cabe todo y todo vale, donde no se respetan principios físicos bien establecidos ni tampoco la lógica, y, por tanto, cualquier disparate, por acientífico y des­cabellado que sea, puede encontrar acomodo. Todo está lleno de cosas fascinantes, misteriosas y extraordinarias; hay montones de mundos, todo es impredecible y todo puede suceder, todo está conectado y es complejo, de manera que cualquier ocurrencia, superchería o timo tiene justificación.

Física cuántica

Nada más lejos de la realidad. La mecánica cuántica no es algo misterioso o incomprensible, sino una bien entendida parte de la física con propiedades bien definidas, hasta el punto de que gracias a ella es posible desarrollar nuevas tecnologías, como los ordenadores cuánticos. Lo que diferencia a la física cuántica de la física clásica o newtoniana no es su grado de rigor científico –¡la cuántica es tan ‘física’ como la que más!– sino el hecho de que se ocupa de pequeñas partículas, como los electrones, los fotones o los átomos, o de objetos más grandes sometidos a condiciones muy determinadas de laboratorio (por ejemplo, temperaturas ultrabajas de -273 grados).

Estos objetos no se comportan como las cosas que describe la física de Newton –manzanas, poleas, planetas– y con las que estamos más familiarizados. Pero eso no quiere decir que su comportamiento sea arbitrario o que no esté sometido a leyes.

El mito de la ubicuidad

Uno de los excesos más comunes en la interpretación popular de esta rama de la física es la idea de que las cosas pueden estar en dos sitios a la vez. Sin embargo, la física cuántica no dice nada de eso, sino que hay situaciones en que la posición de los objetos no está bien definida y lo máximo que podemos conocer es la probabilidad de estar en tal sitio o en tal otro.

Pongamos un ejemplo. Imaginemos que veo pasar un coche por delante de la ventana de mi despacho (situado en la calle Serrano de Madrid) a toda velocidad. Mi vista tiene un alcance limitado, incluso con las lentillas puestas, y sé que un poco más adelante el coche tendrá que escoger entre seguir recto o torcer hacia la derecha, tirando hacia la Castellana. Así que si se me pregunta “¿dónde está el coche?” unos segundos después de haberlo visto pasar, yo respondería que hay una cierta probabilidad de que esté en la misma calle que mi des­pacho (Serrano) y también una cierta probabilidad de que esté yendo hacia la Castellana por la calle María de Molina. De he­cho, a no ser que tenga más información relevante, diré que esas dos probabilidades son iguales: 50% para cada una de esas dos posibilidades. ¿A que usted también diría algo por el estilo? No se le ocurriría decir que el coche está a la vez en las dos calles, ¿verdad?

¿Quiero decir con esto que no hay ninguna diferencia entre la física clásica y la cuántica? No. En la fí­sica clásica tendemos a pensar que las probabilidades apare­cen solo cuando hay una limitación técnica que nos impide determinar las cosas con total precisión: en el ejemplo ante­rior, es el hecho de que el coche va muy rápido, yo estoy quieto y mi vista es limitada. Sin embargo, no hay nada pro­fundo que me lo impida: si fuera detrás del coche en un taxi o estuviera en comunicación con algún dispositivo instalado en el vehículo, sin duda podría conocer su posición con mu­cha más precisión. Por supuesto, siempre habrá alguna limi­tación, pero, como digo, será exclusivamente tecnológica.

En cambio, la física cuántica establece unas limitaciones que no son técnicas, sino de principio. Así, el principio de incer­tidumbre me dice que, si me empeño, puedo conocer con total exactitud la posición del objeto que quiero medir, pero eso tiene un precio: entonces no tendré ni idea de cuál es su velocidad. Cuanto más pequeña sea la incertidumbre en la determinación de la posición, más grande tendrá que ser la de la velocidad, y viceversa. Hemos de convivir, por tanto, con probabilidades.

De hecho, una de las características fundamentales de la física cuántica es que las cosas no tienen propiedades bien de­finidas hasta que se hace una medida de esa propiedad. Es una característica que los experimentos basados en las llamadas “desigualdades de Bell” han confirmado una y otra vez: no hay una manera razonable de explicar los resulta­dos si insistimos en que las cosas tienen propiedades bien definidas antes de realizar una medida.

Por tanto, en física cuán­tica la frase “las cosas están en dos sitios a la vez” solo podría tener sentido si hubiera dos aparatos en dos sitios distintos encargados de detectar la posición de algo, y los dos detecta­ran a la vez la posición de la misma partícula. Sin embargo, eso no ocurre nunca: los aparatos de medida solo detectan la posición de una partícula en un sitio cada vez, no en dos. Así que no, en la física cuántica las cosas no están en dos sitios a la vez: simplemente, las cosas no están en ningún sitio definido… hasta que lo están.

 

* Carlos Sabín es investigador del CSIC en el Instituto de Física Fundamental y responsable del blog Cuantos completos. Este post es un extracto de su libro Verdades y mentiras de la física cuántica (CSIC-Catarata).

El experimento físico más hermoso de todos los tiempos: la doble rendija

Por Mar Gulis (CSIC)

En 2003 la revista Physics World preguntó a sus lectores cuál era en su opinión el experimento más bello de la historia de la física. Ganó el célebre experimento de la doble rendija, una prueba diseñada en 1801 para probar la naturaleza ondulatoria de la luz que no ha dejado de repetirse, en diversos formatos y con distintos objetivos, hasta la actualidad.

Láser difractado usando rendija doble. Foto tomada en el laboratorio de óptica de la facultad de ciencias de la UNAM. / Lienzocian (CC-BY-SA)

Láser difractado usando rendija doble. Foto tomada en el laboratorio de óptica de la facultad de ciencias de la UNAM. / Lienzocian (CC-BY-SA)

La fascinación que sigue produciendo este experimento tiene que ver con que, como dijo el físico Richard Feynmann (1918-1988), contiene en sí mismo el corazón y todo el misterio de la física cuántica, la disciplina que estudia el comportamiento de la materia a escala microscópica.

En el mundo cuántico –el de las partículas subatómicas como los electrones– las ‘cosas’ actúan de una forma muy distinta a como sucede en la escala macroscópica, en la que nos movemos los seres humanos. El experimento de la doble rendija pone de manifiesto dos características desconcertantes de ese mundo. La primera es que, a escala micro, los objetos físicos tienen una naturaleza dual: según las circunstancias, pueden comportarse como un conjunto de partículas o como una onda. Y la segunda consiste en que el hecho de observarlos hace que actúen de una manera o de otra.

Para entender algo más del mundo cuántico, vamos a presentar una formulación ideal del experimento prescindiendo de los detalles técnicos.

Situémonos primero en la escala macro, en nuestro mundo. Vamos a lanzar, una a una y en distintas direcciones, miles de canicas contra una placa atravesada por dos finas rendijas verticales. En otra placa más alejada vamos a recoger el impacto de las canicas. ¿Qué ‘dibujo’ habrá producido este impacto?

La respuesta es: dos franjas verticales, correspondientes a las canicas que han logrado atravesar la placa anterior a través de las ranuras.

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Ahora, introduzcamos todos los elementos del experimento en una piscina llena de agua. Desde el mismo punto desde el que hemos lanzado las canicas comenzaremos a generar olas. Una vez que las olas atraviesen las dos ranuras y lleguen a la última placa, ¿dónde impactarán con más intensidad? ¿Qué ‘dibujo’ provocará ese impacto?

La respuesta es: una serie de franjas verticales de diferente intensidad que los físicos llaman “patrón de interferencia”. Este dibujo se produce porque el oleaje inicial, como cualquier onda, se difracta al atravesar las ranuras, dando lugar a dos oleajes que interfieren entre sí. En algunos puntos las olas se potencian y en otros se anulan, lo que provoca un impacto con desigual intensidad sobre la última placa.

Ondas

Pues bien, descendamos ahora al mundo cuántico y, en lugar de canicas, lancemos electrones uno a uno a través de la doble ranura. ¿Qué se ‘dibujará’ en la segunda placa? Con la lógica que utilizamos en el mundo macro, lo esperable es que el electrón, que es una partícula, impacte igual que una canica y dibuje dos franjas verticales.

Sin embargo, el resultado que obtenemos es… ¡un “patrón de interferencia”!

 

Dualidad onda-partícula

¿Cómo se entiende todo esto? En el libro Mecánica cuántica (CSIC-Catarata), el investigador del CSIC Salvador Miret ofrece algunas explicaciones.

La interpretación estándar nos dice que el electrón se lanza y se recoge como una partícula, pero se propaga como una onda. Es decir, que durante su recorrido el electrón está distribuido o superpuesto en toda el área que ocupa su onda, por lo que atraviesa las dos rendijas a la vez e interfiere consigo mismo hasta impactar contra la segunda placa. En ese momento, como consecuencia del impacto, el electrón vuelve adoptar la naturaleza de partícula –en términos más precisos diríamos que colapsa su función de onda– situándose en uno de los múltiples puntos atravesados por la onda. Al comenzar el experimento los electrones se distribuirán por la segunda placa de una forma aparentemente aleatoria, pero al incrementar el número de impactos veremos cómo va formándose el “patrón de interferencia”. Es decir, que la posibilidad de impactar en uno u otro punto está determinada por la onda. En este vídeo puede verse cómo se reproduce un patrón de interferencia en tiempo real, aunque no con electrones sino con moléculas de ftalocinanina:

Interpretaciones de la mecánica cuántica más recientes, como la propuesta por David Bohm (1917-1992), nos dirían que el electrón sigue una trayectoria (no se superpone en varios sitios a la vez) pero que esta está guiada por una onda. En este modelo las ondas son como corrientes de ríos que ‘transportan’ a las partículas: las primeras trazan los numerosos caminos que pueden seguir las segundas pero cada partícula recorre solo uno de ellos. En cualquier caso, esta interpretación no cuestiona la naturaleza dual del mundo cuántico: no podemos considerar las partículas como independientes de su onda.

 

La importancia del observador

Sin embargo, esta es solo una de las aportaciones de nuestro experimento. ¿Qué pasa cuando colocamos un detector para averiguar por qué rendija pasa nuestro electrón?

Pues que el “patrón de interferencia” desaparece y los electrones impactan en la segunda placa como si fuesen canicas. Es decir, que al tratar de observar el sistema, hemos actuado sobre él, obligando a nuestro electrón a comportarse como una partícula. Los fotones que hemos enviado para detectarlo han interaccionado con él y alterado el resultado del experimento.

Evidencias como estas llevaron a Niels Bohr (1885-1962), uno de los ‘padres’ de la mecánica cuántica, a decir, en los años 20 del siglo pasado, que ya no somos meramente observadores de lo que medimos sino también actores. De repente, una ciencia dura como la física comenzaba a cuestionar el paradigma de la objetividad: ¿podemos conocer la realidad sin interferir en ella y sin que ella interfiera en nosotros?

La ortodoxia cuántica, de la que Bohr fue uno de los principales paladines, plantea que la presencia del observador introduce una incertidumbre insoslayable. De acuerdo con Werner Heisenberg (1901-1976) y su principio de incertidumbre, es imposible conocer al mismo tiempo todas las propiedades de nuestra partícula porque, al observar una, estamos alterando el resto. Al querer conocer la posición exacta de un electrón, por ejemplo, su velocidad queda muy indeterminada. Por eso, desde este punto de vista no podemos ir más allá de calcular las potencialidades que nos ofrece su denominada función de onda.

Sin embargo, en los últimos años, la física no ha dejado de buscar formas de medición débiles, que no alteren el sistema observado, y de proponer modelos abiertos, que integran en su formulación al observador. El objetivo: precisar qué hacen las partículas cuando no las observamos… Si realmente estas propuestas llegan a buen puerto es posible que, como afirma Miret, vivamos una auténtica revolución de la mecánica cuántica. De todas formas, parece difícil que cualquiera de los nuevos planteamientos pueda dejar completamente de lado al observador, aunque solo sea para tratar de neutralizar sus efectos sobre el mundo observado.