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Los orgasmos de las primates y los prejuicios de la ciencia

Por Marta I. González*

Cuando solo miramos lo que salta a la vista, puede que se nos escape lo interesante. Esto fue lo que ocurrió cuando los primeros primatólogos observaban a los babuinos. Como vimos en la entrada anterior en el caso de los chimpancés, también los primatólogos que estudiaron a los babuinos  se encontraron en primer plano con las peleas y fanfarronadas de los machos. Y en el mundo de la Guerra Fría, elaboraron una narrativa según la cual la vida de los babuinos dependía de la organización jerárquica de sus machos. De acuerdo con esta representación, los babuinos macho eran animales tremendamente agresivos, que competían entre ellos por las hembras, pero que se convertían en una tropa disciplinada, en un ejército bien entrenado, cuando había que defender al grupo.

Babuinos

Vida social de los babuinos / Stig Nygaard

Pero lo que la primatóloga Thelma Rowell vio en la sabana no se parecía en nada a esta imagen: los machos no eran ni tan agresivos ni tan buenos soldados, y tampoco las hembras esperaban simplemente a que llegara su príncipe azul. En caso de ataque, la estrategia era la de ‘sálvese quien pueda’; y eran las relaciones entre las hembras, más bien, las que daban estructura al grupo. Además estaban muy ocupadas consiguiendo comida para su prole y cultivando las amistades que más les interesaban para el futuro de sus retoños.

El modelo militar de los babuinos se fue desmoronando. Jean Altmann, Barbara Smuts y Shirley Strum desmontaron también otras creencias arraigadas, como la de que los machos dominantes tienen prioridad en el acceso a las hembras y por tanto, más hijos en el grupo. Realmente, el más bravucón no era precisamente el que más ligaba. La discreción parecía, por el  contrario, ser una cualidad apreciada por las babuinas a la hora de elegir con quien aparearse. Descubrir este nuevo mundo babuino requería observar lo que estaba sucediendo en un segundo plano, más allá de las ruidosas reyertas de los machos. Para ello, Jean Altmann introdujo protocolos de observación sistemáticos que garantizaran que todos los miembros del grupo, y no solo los que llamaban más la atención, fueran observados.

Bonobos

Vida sexual de los bonobos / Rob Bixby

La vida sexual de las primates es precisamente otro buen ejemplo de la fuerza de las creencias previas para dirigir e interpretar las observaciones. Mientras que tradicionalmente se asumía que la iniciativa sexual era cosa de los machos, los trabajos de Amy Parish con los bonobos o de Sarah Hrdy con los langures nos devuelven una imagen de las hembras como individuos que buscan activamente el sexo y no con el único objetivo de reproducirse. Incluso la posibilidad de que las hembras de los primates disfrutaran del sexo y experimentaran orgasmos fue debatida, aunque nunca se dudó sobre si los machos tenían orgasmos. El sexo para las primates es, en el trabajo de Sarah Hrdy, también placer y estrategia. Hrdy sostiene que el disfrute que proporciona el orgasmo incentiva a las hembras a tener relaciones con muchos machos. De este modo, la confusión sobre la paternidad de sus crías las mantendrá a salvo, dado que en ocasiones los machos matan a las crías que no son suyas para provocar el celo en las hembras que están amamantando.

Bonobos

Siesta compartida / LaggedOnUser.

Curiosamente, la respuesta común a la pregunta de por qué las primates humanas tenemos orgasmos fue que estos tenían la función adaptativa de hacer que las hembras estuvieran siempre disponibles para los machos fortaleciendo de este modo el vínculo en la pareja monógama. La mujer ofrece al hombre sexo ilimitado, y él a cambio la ayuda a cuidar de la prole. En los relatos sobre el origen adaptativo de las conductas encontramos de un modo muy claro la capacidad de las preconcepciones para interpretar las observaciones. Sarah Hrdy le da la vuelta al relato tradicional sobre hembras pasivas y fieles para convertirlas en asertivas y promiscuas. Cómo creemos que debemos ser y cómo somos aparecen articulados de forma necesaria por el poder de la evolución para definirnos.

Las transformaciones que las primatólogas introdujeron en los métodos y los marcos teóricos nos muestran que el punto de vista, la perspectiva, importa. Como mujeres, y en un momento histórico de auge del movimiento feminista, fueron capaces de identificar el sesgo que había estado condicionando observaciones y teorías previas, según el cual los machos de las especies son los individuos interesantes, y las hembras tienen simplemente un papel reproductivo. Al visibilizar a las hembras, iluminaron un enorme punto ciego en la primatología. Su perspectiva parcial desveló la parcialidad de la perspectiva dominante, y el resultado fue una ciencia más objetiva.

*Este texto forma parte de una charla que Marta I. González impartió en TEDxMadrid, en septiembre de 2014. Sigue en este blog el resto la historia de las primatólogas y de cómo cambiaron la forma de contar el cuento. La primera de tres entradas puedes leerla aquí. Marta I. González es investigadora del CSIC. Actualmente trabaja como profesora de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Oviedo.