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Viaje a Batallones, un tesoro paleontológico a 50 km de Madrid

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Por Xiomara Cantera (CSIC)*

Rinocerontes, tortugas gigantes, osos, jirafas, hienas, caballos, tigres dientes de sable, rapaces… A menos de 50 km de Madrid hay un completo registro fósil de la fauna de esta zona durante el Mioceno que cientos de investigadores llevan estudiando 25 años. Es el yacimiento de El Cerro de los Batallones, un tesoro de la paleontología mundial que tuve la oportunidad de visitar recientemente.

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Jorge Morales, paleontólogo del MNCN-CSIC / MNCN

La primera impresión que tuve al llegar a Batallones, una joya paleontológica que comprende 10 yacimientos, fue que allí no había nada que ver. Afortunadamente me guiaban el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)  y director de la excavación, Jorge Morales, y Manuel Hernández, investigador de la Universidad Complutense de Madrid que trabaja en las excavaciones desde 1991, que tuvieron la paciencia necesaria para describir cada fósil. De pronto aquel hueco de tierra seca se transformó y fueron apareciendo los restos de un antílope, la cabeza de un antecesor del  caballo, el tórax de una jirafa…

El área que circunda los diferentes yacimientos está formada por sepiolita, un mineral con gran capacidad para absorber la humedad. Aunque es conocida su aplicación como arena para gatos, también se utiliza como absorbente industrial y aislante térmico. De hecho fue una empresa dedicada a la extracción de este mineral, la que fortuitamente encontró los primeros fósiles en una de sus prospecciones en 1991. Desde entonces un equipo multidisciplinar de paleontólogos, geólogos y antropólogos desentierra restos, estudia sus características, los clasifica y establece correlaciones entre las diferentes especies. Después, los principales hallazgos son depositados en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC para su restauración.

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Varias investigadoras trabajan en uno de los yacimientos que integran Batallones / MNCN

En otro de los yacimientos parecía que los paleontólogos estaban llegando al final de la excavación: habían extraído fósiles de tortugas gigantes, tigres dientes de sable, osos y muchas más especies. Escuchar a Jorge y Manuel era como ir encendiendo luces en una galería que permanecía a oscuras. Con sus explicaciones resultaba fácil imaginar una sima donde los animales fueron quedando atrapados. Después, una combinación de procesos ecológicos y geológicos de sedimentación y fosilización permitió que miles de restos pertenecientes a centenares de animales se mantuvieran hasta hoy casi intactos.

Gracias al relato de los dos investigadores, Torrejón de Velasco, el municipio del sur de Madrid donde se ubican los yacimientos, se transformó para mí en un libro abierto que habla de una región que hace casi 10 millones de años tenía un aspecto muy distinto. Entonces el cerro de los Batallones era un lugar poblado por grandes mamíferos y una densa cobertura vegetal. Y es que el trabajo de cientos de personas está aportando información excepcional sobre especies que apenas se conocían en el registro fósil mundial.

 

* Xiomara Cantera trabaja en el área de comunicación del mismo centro y dirige la revista NaturalMente.

El origen del género Homo: ¿de dónde venimos?

JM Bermúdez de Castro

Por José María Bermúdez de Castro Risueño (CENIEH)*

En este mismo blog, Alberto Fernández Soto y Carlos Briones nos han ilustrado sobre el origen del universo y sobre el origen de la vida, respectivamente. Me toca terminar esta trilogía hablando sobre los seres humanos, la guinda final (por el momento) de los acontecimientos más importantes de una larga historia de 13.800 millones de años.

Durante las últimas cuatro décadas el estudio de la evolución humana ha dado pasos de gigante gracias al hallazgo de numerosos yacimientos, el uso de técnicas revolucionarias, los nuevos enfoques metodológicos y, sobre todo,la capacidad para abordar los problemas desde una perspectiva multi e interdisciplinar.

Figura 2. Este dibujo recrea una escena cotidiana de las sabanas africanas del Pleistoceno Inferior (hace unos dos millones de años), en las que nuestros ancestros daban buena cuenta de una presa. Las herramientas de piedra podían construirse en el mismo lugar, para después ser abandonadas. Dibujo realizado por Eduardo Saiz.

Este dibujo recrea una escena cotidiana de las sabanas africanas del Pleistoceno Inferior (hace unos dos millones de años), donde nuestros ancestros daban buena cuenta de una presa. Las herramientas de piedra podían construirse en el mismo lugar, para después ser abandonadas. Dibujo realizado por Eduardo Saiz.

Ese enfoque nos ha permitido establecer que el lapso temporal entre dos y tres millones de años antes del presente supuso un punto de inflexión en la historia evolutiva del linaje humano. El progresivo enfriamiento del planeta desde finales del Mioceno fue decisivo en ese cambio. Los bosques del continente africano fueron retrocediendo, dejando paso a zonas desérticas y extensas sabanas.

Nuestra condición de primate bípedo y trepador fue quedando atrás. No tardamos en disponer de un cuerpo cada vez mejor adaptado a la marcha, de mayor estatura y de proporciones muy similares a las que tenemos hoy en día.

Además, nuestra dieta tuvo que cambiar en detrimento de los alimentos vegetales. No fue un hecho traumático, porque las proteínas de origen animal ya formaban parte del menú de nuestro ancestro común con los chimpancés. Sin embargo, no podemos obviar que algunas especies de nuestra genealogía se quedaron por el camino. Otras, como las que se incluyen en el género Paranthropus, se adaptaron bien a la dieta vegetariana que ofrecen las sabanas.

Por último, algunos de nuestros ancestros ocuparon un nuevo nicho ecológico que ya no hemos abandonado. La selección natural nos transformó en depredadores oportunistas, sin dejar de ser unos perfectos omnívoros. Gracias a ello hoy lo podemos contar.

Pero la vida de aquellos ancestros no debió ser nada sencilla. Todavía éramos buenas presas para los grandes carnívoros de las sabanas y nuestra comida se movía a gran velocidad. Los yacimientos arqueológicos africanos ofrecen claras evidencias del consumo de diferentes especies de vertebrados. No obstante, la mayoría de las presas no se dejaban atrapar con facilidad. La captura de los medianos y grandes mamíferos no fue posible sin cooperación, astucia y habilidad. Es muy probable que la gran explosión del cerebro humano, tanto en su tamaño como en su complejidad, esté relacionada con este hecho.

Así llegó la tecnología, cuya antigüedad podría superar los tres millones de años. Los chimpancés usan piedras para romper las cáscaras de los frutos secos y suponemos que todos nuestros antepasados tuvieron habilidades similares. Esta cultura primitiva se convirtió en tecnología en el momento en que fuimos capaces de transformar la materia prima para usarla con una función determinada. Tal vez un golpe casual dio origen al primer cuchillo de piedra. Pero lo importante es que esa innovación se extendió con relativa rapidez en los grupos humanos que poblaron las sabanas africanas hace entre tres y dos millones de años.

Los cambios anatómicos de la mano facilitaron el uso y la eficacia de los instrumentos de piedra. La denominada ‘pinza de precisión’ puede definirse de manera muy simple como la capacidad de los dedos índice y pulgar para manipular objetos. Entre otros cambios, el pulgar adquirió una masa muscular considerable, las falanges distales ampliaron su base para la inserción de potentes tendones y las terminaciones nerviosas proliferaron en las yemas de los dedos. Este es quizá el cambio anatómico menos llamativo de aquella época. Pero sin este cambio el cerebro no habría podido operar sobre la materia prima y hoy en día careceríamos de tecnología.

Recreación de un individuo de la especie Homo habilis, realizada por Elysabeth Daynès. Este ejemplar se exhibe en el Museo de la Evolución Humana de Burgos.

Recreación de un individuo de la especie Homo habilis, realizada por Elysabeth Daynès. Este ejemplar se exhibe en el Museo de la Evolución Humana de Burgos.

Los expertos debaten si el incremento de tamaño del cerebro, que pasó de los 400 a los 600 centímetros cúbicos en un tiempo relativamente breve, la pinza de precisión, la fabricación sistemática de herramientas, así como el mayor consumo de carne y la consiguiente reducción del aparato masticador (que requería menos tiempo y esfuerzo para preparar los alimentos en la boca antes de deglutirlos) son caracteres suficientes para establecer la línea roja que diferencia las especies del género Homo de otros géneros de la genealogía humana. No cabe duda de que tales caracteres fueron los detonantes de la ‘gran explosión evolutiva’ que originó un nuevo grupo de especies de esta genealogía.

No obstante, algunos especialistas han optado por ampliar esa lista de caracteres, añadiendo las modificaciones experimentadas en el modelo de crecimiento y desarrollo. Especies como Homo habilis y Homo rudolfensis tuvieron un modelo similar al de los australopitecos y no muy diferente al de los simios antropoideos. Sin embargo, el último millón y medio de años de nuestra evolución se ha caracterizado, sobre todo, por una progresiva prolongación del tiempo que tardamos en concluir el crecimiento y por cambios muy notables en el modelo de desarrollo. Ese modelo ha supuesto la inclusión de la niñez y la adolescencia, así como los cambios en la tasa y el ritmo de crecimiento y maduración del cerebro. Los humanos actuales somos el resultado provisional de esos cambios, que nos han permitido indagar sobre los orígenes del universo del que formamos parte, de la vida y de nosotros mismos.

 

* José María Bermúdez de Castro Risueño es profesor de investigación del CSIC (en excedencia) y presta sus servicios en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) de Burgos. Junto con Alberto Fernández Soto y Carlos Briones Llorente, es autor del libro Orígenes. El universo, la vida, los humanos (Crítica).